sábado, 30 de octubre de 2010

Si estás así es porque quieres


Acabo de descubrir el blog de Sean Stephenson, un psicólogo y orador que, debido a que padece de osteogénesis imperfecta, está confinado a una silla de ruedas y mide noventa centímetros. Por lo que he podido leer (de momento tampoco ha sido mucho) su mensaje se basa en el optimismo, la positividad y la relativización de los problemas. Puede que Sean tenga razón en lo que dice, pero eso es sólo la mitad de la historia; la otra mitad consiste en que cada uno se aplique el cuento. Ahí es donde estamos jodidos.

La metáfora del cerebro como músculo es muy, muy acertada. Sin embargo, mi impresión es que los tratamos de forma distinta, y que creemos tener más dominio sobre la mente que sobre el cuerpo. Sabemos qué podemos hacer para reír o para llorar, pero no tenemos ni idea de cómo hacer un doble carpado.

Error. La mente es muy difícil de domar. ¿Quién no deja cosas "para hacer luego" una y otra vez? ¿Quién no ha prometido ponerse a dieta el lunes? ¿Quién no ha dejado alguna vez de llamar a aquella ex-pareja que le dio puerta con la intención de retomar la relación, a pesar de ser un calvario? ¿Quién no ha tropezado dos millones de veces en la misma piedra?

Al igual que los músculos, el cerebro puede ejercitarse. El optimismo puede aprenderse. Sin embargo, ambos tienen el mismo problema: el desarrollo es finito. Todos venimos con un hardware que establece el límite al que podemos llegar. No todos podemos correr cien metros en menos de diez segundos. No todos podemos ver una oportunidad en cada crisis.

Para quien no lo sufre es muy difícil de entender. Es difícil entender cómo alguien puede estar triste y angustiado cuando todo le va bien. Para el que lo sufre es aún peor, porque llega a sentirse mal por estar deprimido sin razón alguna. Decirle a esas personas que están así porque quieren es como decirles que no pueden levantar cuatrocientos kilos porque no quieren.

Nadie esperaría que un abuelo de novento y cinco años completara una maratón. Al mirar a alguien podemos intuir, con más o menos acierto, de qué es capaz físicamente. Por desgracia, no podemos hacer eso en lo que al cerebro se refiere. Medimos a los demás tomándonos como regla, creyendo que todos experimentamos más o menos los mismos sentimientos en más o menos la misma intensidad. Pero, igual que en el terreno físico, hay un amplio espectro de posibilidades: desde el equivalente mental al tetrapléjico condenado a vivir en cama, hasta aquel que posee el record del mundo en triatlón.

Se trata de hacer el mejor trabajo posible con las herramientas que nos han tocado.