sábado, 31 de diciembre de 2011

Meditaciones de fin de año

Hace unos días alguien llegó al blog buscando en Google la frase «meditaciones de fin de año». Esta va por ti, visitante anónimo.

Champán y fuegos artificiales, campanadas y cenas pantagruélicas. Buenos deseos para los demás y buenos propósitos para uno mismo. Es la noche de fin de año, aquella en la que -tal vez víctimas del alcohol- emerge un ánimo global de enmienda movido por un barco de optimismo que normalmente desaparece en la niebla pasados los primeros días del año nuevo.

Hacer una promesa de año nuevo es muy fácil, como todos sabemos. Uno dice «este año...»:
... voy a dejar de fumar
... voy a ir al gimnasio y me voy a poner petao'.
... voy a ahorrar.
... voy a ponerme a dieta.
... voy a dejar de beber.
... voy a hacer todo lo anterior.

Foto de wobble-san
Y ya está. Porque, evidentemente, basta con proponerse algo para lograrlo. ¿No?

Claro que no. Sabemos que el problema no es decidirse a hacer algo, sino llevarlo a buen término. Pero ocurre que nuestros propósitos (sean o no de año nuevo) nacen enfermos, y por ende suelen morir prematuramente. Los objetivos que nos fijamos están infectados por la falacia del yo futuro: el hecho de suponer que, este año sí, tendremos la fuerza de voluntad necesaria para cambiar, que las circunstancias serán propicias para cumplir lo prometido, y que no habrá dificultades ni imprevistos que nos aparten del buen camino.

Dan Ariely tiene una magnífica charla sobre el autocontrol que retrata perfectamente lo que quiero decir:
«In the future we are wonderful people. We will exercise, we will diet, we will save, we will not text while driving... in the future we are wonderful people. The problem is we don't get to live in that future. We get to live in the present, and in the present we fail to temptation over and over.»
Nunca llegamos a conocer a esa maravillosa persona que es nuestro yo futuro. Dado que vivimos en el presente es normal que el aquí y el ahora sean lo que más nos influye. Tal vez sea nuestra naturaleza:
«En momentos de tentación o indecisión [...] nos damos cuenta, de forma dolorosa, de que no hay motivos ni decisiones pasadas, por muy firmes que puedan ser, que determinen lo que queremos hacer ahora. Cada momento requiere una elección nueva o renovada.»
El comportamiento correcto, ese que nos lleva a cumplir nuestro objetivo, pasa a ser asunto de nuestro futuro yo. Por tanto, nuestro yo presente lo pospone:
«Present bias is why you’ve made the same resolution for the tenth year in a row, but this time you mean it. You are going to lose weight and forge a six-pack of abs so ripped you could deflect arrows.
You weigh yourself. You buy a workout DVD. You order a set of weights.
One day you have the choice between running around the block or watching a movie, and you choose the movie. Another day you are out with friends and can choose a cheeseburger or a salad. You choose the cheeseburger.
The slips become more frequent, but you keep saying you’ll get around to it. You’ll start again on Monday, which becomes a week from Monday. Your will succumbs to a death by a thousand cuts. By the time winter comes it looks like you already know what your resolution will be the next year.»

¿Cómo podemos cumplir lo prometido? Hay varias listas de recomendaciones al respecto, y la charla de Ariely que he mencionado antes también menciona algunas técnicas. La idea básica en todos los casos es reconocer que cambiar es una guerra contra uno mismo, por lo que hay que minimizar el número de batallas que librar (elegir un solo propósito por año). El autocontrol es un recurso limitado, de manera que debemos recompensarnos cuando lo hacemos bien para seguir luchando. Por último, tendemos a dejar las cosas para mañana, así que debemos medir nuestro progreso. Revisar regularmente cuánto camino llevamos andado puede evitar que pasados once meses aún estemos en la posición de salida.

A mi juicio, las resoluciones de año nuevo son necesarias. Es reconocer que podemos -que debemos- mejorar, someternos a nuestra propia ley en busca de esa perfección personal que Kant señaló como deber y fin, y a la que me refiero frecuentemente. Es asumir que, como pensaba Sartre, somos responsables de nuestra vida y de todo lo que nos atañe. Somos responsable de fijarnos esta clase de objetivos y obligarnos a cumplirlos.

Hay una última cosa que quiero decir. La propia perfección es solo la mitad de la ecuación; también está la parte de la felicidad ajena. Consideremos, pues, incluir entre nuestras buenas intenciones para el próximo año hacer algo que redunde en beneficio de los otros (dar donativos, trabajar como voluntario, comportarse de forma más ecológica, hacerse vegetariano...), de modo que sea un feliz año nuevo para todos.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

En el fondo del pozo nos encontraremos (V)

Lea la primera, segundatercera y cuarta parte de esta serie de artículos.  

El procedimiento de reestructuración cognitiva es relativamente simple: escribe tus pensamientos, aprende a reconocer distorsiones en ellos, rebátelos y piensa una forma más adecuada de formularlos. Dado que la rumia es un proceso automático de fondo el enfermo debe estar bien atento a sus pensamientos durante el día para dar caza a sus pensamientos erróneos.

Son distorsiones del pensamiento:
  • Pensamiento dicotómico o categórico. Son los pensamientos del tipo todo o nada, blanco o negro. 
  • Sobregeneralización: extrapolar un hecho convirtiéndolo en una regla general. 
  • Abstracción selectiva: ver solo el lado malo o elegir los hechos y detalles que confirman nuestra versión distorsionada del mundo, en lugar de los verdaderamente importantes. 
  • Descalificación de las experiencias positivas: no permitirse sentirse bien.
  • Razonamiento emocional: creer que la realidad es un reflejo de lo que uno siente. De que tú te sientas mal no se sigue lógicamente que la situación sea mala. 
  • Inferencia arbitraria: llegar a conclusiones negativas sin base, verlo todo negro aun cuando no hay pruebas para ello. Dos clásicos de este tipo de distorsión son la adivinación del pensamiento (cree que soy idiota) y del futuro (no va a funcionar, no va a salir bien).
  • Magnificar los errores propios o minimizar los éxitos.
  • Deberíalandia: pensar que las cosas deberían ser de una determinada manera y sentirse afectado por no ser así (la vida no es justa). 
  • Personalización: verse como la causa de sucesos desagradables de los que uno no es responsable.
Cómo atacar esas distorsiones:
  • Diferenciar entre pensamiento y realidad.
  • Buscar qué evidencia hay para nuestras creencias.
  • Determinar si las implicaciones que suponemos son realistas.
  • Buscar alguna explicación alternativa.
  • Reformular el pensamiento.

Para trabajar la reestructuración se escribe el pensamiento en la primera línea de un folio en blanco y se rellena el resto de la página con frases que lo corrijan. Por ejemplo:
Soy una mierda
  • ¿De verdad crees que no haces nada bien nunca? (pensamiento dicotómico). Solo por azar algunas cosas te saldrán bien.
  • ¿Realmente todo te sale mal? (sobregeneralización). Quizá ha sido solo un mal día. Hasta en una distribución aleatoria de hechos se forman clusters de eventos negativos (sucesión de muchos de ellos).
  • Que hoy hayas cometido un error no quiere decir que siempre te equivoques (sobregeneralización).
  • Los resultados no siempre dependen del esfuerzo de uno (personalización), sino también de las circunstancias. 
  • Sentirse una mierda no implica que realmente lo seas (razonamiento emocional). ¿Acaso no hay absolutamente nadie que te aprecie? ¿Por qué dudas de su criterio? No eres telépata, no sabes lo que piensan realmente sobre ti.
  • ¿Llevas una contabilidad de aciertos y errores que respalde tu opinión?
  • No estás atado a tu ser actual (inferencia arbitraria), puedes mejorar.
  • Estás deprimido y, por tanto, tus pensamientos están más distorsionados de lo habitual. No puedes fiarte de ellos.

Y seguiría así la cosa hasta llegar a algo del tipo «soy como todos, con mis cosas buenas y malas» o «no soy tan bueno como quisiera, pero puedo mejorar».

Además de atacar el contenido de los pensamientos puede trabajarse su aparición. Para detener la rumia son apropiadas las técnicas de detención del pensamiento como contar desde cien a cero de tres en tres (o algo más complicado) durante unos veinte segundos al menos. Este es un ejercicio útil y práctico que puede hacerse en cualquier momento y lugar.
También es recomendable la meditación. No es necesario quemar incienso mientras se lucha por adquirir la posición de loto y se recita un mantra. En realidad basta con tumbarse en lugar tranquilo durante veinte minutos diarios y centrarse en la propia respiración.

Continuará.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Un año de libros

Siempre he amado los libros. Desde pequeñito he visto a mi madre tumbada en la cama leyendo antes de dormir, echada de lado con el libro apoyado en la mesilla y la luz macilenta de su lámpara de noche alumbrándola. Mis hermanas y yo adquirimos ese hábito tan suyo y nos convertimos en ávidos lectores.

Foto de brewbooks
Antes de que el acceso a internet fuera un derecho fundamental yo tenía que saciar mi sed de información con lo que había en las estanterías del hogar. Afortunadamente estaban bien nutridas. Aunque con tres hijos a los que alimentar y educar mis padres siempre han estado económicamente ahogados, nunca nos negaban el dinero si era para libros. Les estoy profundamente agradecido por ello.

Tengo un paladar lector un tanto peculiar. Me gusta leer y me gusta saber cosas -cuanto más curiosas y raras mejor-, así que normalmente leo libros de divulgación y ensayo. Mis temas preferidos son ciencia, filosofía, psicología y economía. Ya casi nunca leo ficción; no porque no me guste, sino porque me cuesta mucho dejar un libro si la historia engancha. Y porque, como he dicho antes, más que para pasar el rato leo para aprender.

Este año las horas en el tren de camino y vuelta del trabajo han sido especialmente fructíferas: setenta y un libros desde el 1 de Enero hasta hoy (aún caerán dos o tres más). De todos ellos, creo que los menciono a continuación son los mejores (sin ningún orden en particular):
El tigre que no está. Un paseo por la jungla de la estadística.
Lo recomendaba Tim Harford, uno de mis autores favoritos. Somos muy malos manejando números (especialmente cuando son muy grandes) y estadísticas (sobre todo cuando vienen dadas por los medios de comunicación). A través de ejemplos diarios este libro hace inteligibles las medias y sus desviaciones, el riesgo, las correlaciones, las casualidades y la toma de datos. Alfabetismo matemático sencillo y accesible, con un enfoque algo distinto al que suelen tomar los libros de este tipo.
¿Se creen que somos tontos? 100 formas de detectar las falacias de los políticos, los tertulianos y los medios de comunicación. Julian Baggini.
Recomendado por Derren Brown. Imprescindible para todo aquel que escuche la radio, lea periódicos, vea la tele o, simplemente, discuta con personas. Cien pequeños capítulos para no creerse sin más todo lo que a uno le cuentan. Buen entrenamiento para desarrollar el pensamiento crítico.
Ética práctica. Peter Singer.
Lo compré por casualidad en la librería, iba buscando otro. Me encantó su argumentación de los derechos de los animales y, aunque el autor es utilitarista -enfoque ético que no comparto- su argumentación es muy buena y los temas tratados (eutanasia, vegetarianismo) interesantes.
Justicia ¿hacemos lo que debemos? Michael J. Sandel
Leí la reseña del libro en el periódico cuando se presentó la obra y probé suerte. Sandel es ahora uno de mis autores favoritos. Me encanta cómo escribe, el vocabulario que usa y cómo argumenta. Es claro, ameno y práctico. Iluminador.
Tráfico. Por qué el carril de al lado avanza más rápido y otros misterios de la carretera. Tom Vanderbilt.
Como reza el título, este libro habla de curiosidades sobre el tráfico. Está lleno de estadísticas interesantes (accidentes, riesgo, etc.) y estudios sobre el comportamiento humano en la carretera (por ejemplo, por qué nos volvemos unos cafres al volante).
Mala ciencia. Ben Goldacre.
Un libro para aprender cómo funciona la ciencia basada en pruebas, centrado sobre todo en la medicina. De forma divertida y sarcástica, Goldacre habla de cómo se crean y prueban los medicamentos, cómo se usan mal las estadísticas (en la línea de El tigre que no está) y por qué la homeopatía y otras supercherías son un timo. 
El hombre en busca de sentido. Viktor Frankl.
Viktor Frank cuenta aquí sus experiencias en dos campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial, y cómo esas experiencias le llevaron a alumbrar su terapia del fin (logoterapia). Sobrecogedor y profundo.
Los descubridores. Daniel J. Boorstin.
No recuerdo cómo llegó este libro a mi lista, pero es una joya alucinante. La invención del tiempo, de los relojes, la exploración geográfica, la imprenta y los libros... una obra maestra llena de historias, personajes y datos fascinantes.
El prisma del lenguaje. Guy Deutscher.
Apareció mencionado en la lista de lectura para el verano de la Royal Society. Es un libro muy curioso sobre el lenguaje y su relación con el mundo: cómo lo vemos, cómo lo representamos, cómo nos afecta. Relata curiosidades como que casi cada cultura tiene nombres distintos para los mismos colores, y que casi todas las sociedades humanas nombran (descubren) los colores en el mismo orden. 
The Know-it-all. A. J. Jacobs.
Este lo tenía pendiente al menos desde 2005. Gracias al Kindle pude hacerme con él finalmente. Es la historia de un hombre que se lee la Enciclopedia Británica de principio a fin. Narra cómo afecta eso a su vida y qué cosas le llaman la atención de lo que lee. A.J. Jacobs es muy divertido y tiene unas profundas percepciones sobre aspectos mundanos.
La hipótesis de la felicidad. Jonathan Haidt.
Una buena y sencilla explicación del funcionamiento del cerebro. Mezcla de psicología y filosofía, de ciencia actual y sabiduría ancestral, trata sobre los conceptos de felicidad y la búsqueda de la misma a través del amor, el significado de la vida, la virtud y la religión. Sensato y profundo.
Si el lector está interesado, la lista (casi) completa de libros leídos está disponible en nuestra estantería de anobii.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Papá Estado

Cuando hablé de la distribución de la riqueza por parte del Estado a base de leyes -disculpe el lector que me cite a mí mismo nuevamente- dije que quizá debamos aceptar que el gobierno se comporte como un padre. Me gustaría reflexionar un poco más sobre eso.

Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona, escribió sobre el Estado paternalista defendiendo la tradición liberal:
«el Estado no tiene la misma finalidad que tiene un padre sobre sus hijos menores, esto es, procurar su bien. El Estado debe, simplemente, procurar la igual libertad de todos, dado que es un instrumento que los hombres se han inventado para alcanzar este fin. Por tanto, ese Estado debe respetar la libertad de los individuos – aun a riesgo de que, al ejercer esta libertad, se perjudiquen a sí mismos- y su función es, mediante leyes, limitar esa libertad sólo para impedir que se vulnere la libertad de los demás.»
Foto de _M-j-H_
Según el artículo 1 de la Constitución Española el nuestro es un Estado social. Su fin es asegurar la igualdad de oportunidades para que todas las personas disfruten del mismo grado de libertad. No es su cometido pretender el bien de los ciudadanos. Por tanto, el que yo corra con el coche o fume no sería de su incumbencia y no puede legislar para impedírmelo.

Esta vez no voy a entrar en el debate comunitarismo contra liberalismo (quien esté interesado puede consultar, por ejemplo, a Sandel). En lugar de eso quisiera resaltar nuestra ignorancia, nuestra hipocresía y nuestro rostro de cemento. Entra en escena el Estado del bienestar.

El Estado del bienestar y el Estado social no son exactamente lo mismo, aunque cuesta tanto distinguirlos que a veces se toman como equivalentes.  La idea del primero es que el gobierno asume la responsabilidad del bienestar social y económico de los ciudadanos. Para ello hubo que nacionalizar el riesgo:
«el Estado del bienestar cubriría a la gente frente a todos los caprichos de la vida moderna. Si nacían enfermos, el Estado les pagaría. Si no podían permitirse una educación, el Estado les pagaría. Si no podían encontrar trabajo, el Estado les pagaría. Si estaban demasiado enfermos para trabajar, el Estado les pagaría. Cuando se jubilaran, el Estado les pagaría. Y cuando finalmente murieran, el Estado pagaría a las personas que dependieran de ellos.»
Así pues, sí que es tarea del gobierno pretender el bien de sus ciudadanos. Pero se trata de un bien mundano, práctico, no de un bien moral.

Que el Estado se haga cargo de algunos de nuestros apuros supone, a mi juicio, un cambio fundamental. La garantía (teórica) de un nivel de vida mínimo a los necesitados se paga con los impuestos de todos (de nuevo, en teoría). El resultado es, creo yo, que las libertades individuales se entrelazan hasta el que punto de que perjudicarse a uno mismo implica perjudicar a los demás. Cuando alguien se estrella porque considera que es libre de conducir borracho, sin cinturón de seguridad o a la velocidad que le venga en gana, todos pagamos la reparación de la carretera, los bomberos, los sanitarios, la policía, etc. Cuando alguien acaba en el hospital porque considera que es libre de fumar o de comer toda la mierda que quiera, todos pagamos su tratamiento (si alguien cree que su hospitalización la paga él mismo con lo que lleva contribuido es que no tiene ni idea de cuánto cuesta una cama de hospital). Aquí entra en juego la hipocresía y cara dura de la que hablaba antes. Queremos poder actuar irresponsablemente y nos la sopla que los demás paguen las consecuencias. Nos comportamos como adolescentes.

Habrá muchos a los que no les guste que les digan que no pueden tal o cual. Tal vez eso no sería necesario si, simplemente, no fuéramos estúpidos. Al final el gobierno debe protegernos de nosotros mismos. ¿Cuántos estadounidenses ahorrarían para su jubilación si no se les obligara mediante contribuciones periódicas a su plan de pensiones?  ¿Cuántos españoles tendrían dinero para costearse su sanidad si no estuvieran obligados a contribuir cada mes a través de retenciones en sus rendimientos del trabajo? La realidad es que muchas veces no sabemos qué es lo mejor para nosotros (como tampoco lo saben los que mandan).

Pienso que lo importante es, dado que dependemos unos de otros, saber qué es lo mejor para todos. Y sí, obligarnos a cumplirlo. Eso es algo que se puede acordar democráticamente.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

En el fondo del pozo nos encontraremos (IV)

Lea la primera, segunda y tercera parte de esta serie de artículos.

¿Cómo sale uno del pozo? La respuesta, como tantas otras veces, está escondida en un capítulo de Los Simpson. En este caso se trata del undécimo episodio de la quinta temporada, Homer El vigilante (1F09). En él se cuenta cómo Homer monta una patrulla de barrio para atrapar al «ladrón felino». Al final del capítulo los ciudadanos de Springfield se dirigen a la gran T y empiezan a cavar para desenterrar el tesoro que el ladrón había escondido ahí. Después de haber ahondado en el terreno hasta el anochecer, y en vista de que no van a encontrar nada, deciden abandonar. Es entonces cuando se plantea la duda:
Otto: A ver, y ahora ¿cómo salimos?
Homer: Cavando hasta encontrar la salida.
Wiggum: Así no. Hay que cavar hacia arriba.
De eso se trata, efectivamente, de cavar hacia arriba. Por aquello de estirar la metáfora hasta dejarla exhausta me referiré a la medicación como «el pico» y a la terapia como cognitiva como «la pala». Muchas veces se usan juntas, aunque no siempre es necesario: las depresiones endógenas mejoran solo con medicación y no todas las depresiones requieren tratamiento con fármacos.

Respecto a los medicamentos, decir que siempre que uno trata con drogas debe buscar un camello de confianza. Por tanto, es imprescindible encontrar un psiquiatra competente y de buen trato, tarea que es más difícil de lo que debiera, pero a la que es mejor aplicarse con diligencia dado lo que hay en juego.
Hay que ser responsable y paciente con el uso de esta herramienta. La medicación se ha de tomar tal como es pautada por el médico durante el tiempo que sea necesario. Los antidepresivos suelen tardar varias semanas en hacer efecto, así que es normal no sentir una mejora inmediata. También es importante no dejarlos por cuenta propia cuando uno se siente bien, ya que lo que se consigue así un buen «mono» acompañado de una recaída. El galeno es el único capacitado para determinar la retirada del tratamiento.

Con lo que más debe esmerarse el enfermo es con la pala. Aquí la mayor parte del trabajo depende de uno mismo. El objetivo oficial de la terapia es reestructurar la cognición y la conducta para sustituir los patrones actuales por unos más realistas y adaptativos. En español eso significa que lo que se pretende es que el llorica se dé cuenta de que es imbécil, se enfrente a la realidad y la asuma de una forma constructiva. Para ello se entrena al sujeto en detectar y corregir sus pensamientos erróneos.
También aquí es imprescindible contar con alguien capacitado y en quien se confíe. Hay psicólogos muy malos, y por desgracia no es fácil distinguirlos de los buenos. Creo que tan importante es el mensaje como el mensajero y el sobre en el que se entrega. Con esto quiero decir que la terapia será más eficaz si uno se siente seguro con su terapeuta, cómodo al hablar durante las sesiones y esperanzado en la eficacia del tratamiento.

Continuará.


domingo, 4 de diciembre de 2011

El mundo del regalo

Apenas pasaban unos minutos de las ocho de la mañana cuando entró Rodolfo en la oficina despotricando de la navidad. Es una de esas personas que, si no fuera por sus hijos, en nochebuena y nochevieja cenaría como cualquier otro día. Lo que más le molestaba, según dijo, era la hipocresía característica de estas fiestas.

Foto de Ken's Oven
Me gusta la navidad. Me gusta no tener que ir a trabajar, refugiarme del frío bajo una docena de mantas y comer dulces. Como no soy católico no me siento mal por no estar aprehendiendo el verdadero significado de estas fechas. Disfruto tanto esta época del año que hasta lo peor que tiene -las reuniones familiares multitudinarias- se me hace llevadero.

Supongo que esta año no será muy distinto de los anteriores y las tres frases más repetidas serán las habituales, a saber:

¡Feliz navidad!
¡Feliz año nuevo!
¡Tengo el tique por si quieres cambiarlo!

Porque la navidad es también época de regalos a discreción, como bien se ha encargado de recodarme el periódico de hoy incluyendo un par de catálogos especiales. Es el momento en el que yo me gasto los cuartos en ti y tú te los gastas en mí de modo que ambos acabemos teniendo un trasto más en casa. No obstante al enfocarlo de esa forma se pierde el significado real del gesto. Daniel Hruschka escribe:
«Viewed by a cynical outsider, the transfer of gifts may look like the mere movement of non-usable trifles among people. For example, in one of the most through descriptions of gift givin in a small-scall society, anthropologist Bronislaw Malinowski showed that shell jewelry literally traveled in circles among island traders off the coast of New Guinea. Most Westerners would consider this movement of gifts, called the Kula ring, a program in "re-gifting" taken to extremes. However, in most cases, these and other gifts are not valued for their direct economic uses. Rather, gifts are bestowed as an expression of the giver's feelings and goodwill for his or her partner.»
Según parece las dádivas son una característica universal del ser humano (apud Hruschka):
«Gift giving is probably a universal element of life in human communities and is a hallmark of friendship in Wester society. The HRAF [human relations area files] texts also suggest that giving gifts is an important signal of friendship ina  awide range of human societies (in 60 percent of all societies, no disconfirmations). »
Aunque no es fácil acertar. Como dice Miguel Nadal, regalar cosas es una fuente de problemas. En ocasiones es difícil dar con algo que guste al destinatario, que sea especial. Algo que no acabe aparcado en un rincón o en el fondo del armario -uno de mis compañeros tiene una balda del suyo dedicada únicamente a esconder los horribles jerseys que recibe cada año-. Con tanto estrés parece mentira que sea más feliz el que da que el que recibe.

Para los economistas el mejor obsequio es, sin duda, el dinero en efectivo, porque maximiza la utilidad. Aún así se suele considerar que regalar dinero está feo (apud Hruschka):
«Money is the antithesis of a good gift -it has no extrinsically greater value to any one person than to another, does not require a long search, and can be easily exchanged. Indeed, the ways that people modify money in attempts to make it an appropriate gift provide a window into the symbolic importance of exclusivity in a gift giving.» 
Con todo y con eso sigue siendo una opción bien valorada por el receptor según esta lista de consejos para elegir presentes. Si el lector necesita más orientación puede echar un vistazo a esta otra. Personalmente prefiero agasajar con algo que no deje rastro: comida o experiencias (o ambas a la vez). Así, al menos, no pongo a nadie en el compromiso de vestir, usar o poner a la vista algo que en realidad no le gusta.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Tú, yo, nosotros

Eso no volverá a pasarme, dijo mi amigo. Se refería a enamorarse. Es de los que ha cortado una relación amorosa de varios años y las ha pasado putas a causa de ello. Acabado el periodo de duelo empezó a comportarse cual novillo joven que todo lo embiste, conquistando plaza tras plaza los fines de semana con su nuevo yo -simpático, caradura y los escrúpulos reducidos a lo imprescindible-, sin más intención que vestir su garrocha con ese traje de gala hecho de látex señal de una noche de triunfo. Tras, pum, zas. Hasta la última gota echada al chubasquero del polifemo. Y si te he visto no me acuerdo... pero repitamos la cabalgada.

Foto de Milzero Photography
En fin. Él es solo uno de los varios amigos puteros, algunos ya retirados, que me rodean (a veces me pregunto cómo puedo manter amistad con semejante jarca de golfos). Esta tropa podría juntar corazones femeninos rotos suficientes para montar una casquería. Todos ellos estuvieron enamorados una vez y se las dieron con queso. Que puestos a ser hijoputas, ellas pueden serlo tanto como ellos.

Es por ello que uno no se extraña de que, según avanza la vida, el personal se ande con mucho tiento en las relaciones románticas, probando el agua primero, introduciéndose de a poco, y siempre con un ojo puesto en la puerta, algo que es posible en parte gracias a la independización de la mujer en las sociedades occidentales modernas. Ahora podemos elegir qué tipo de implicación queremos con nuestro adlátere:
«Las relaciones de pareja pueden interpretarse según diversos modelos: sometimiento de un plan vital al plan de la otra persona, coordinación de dos planes privados, o subordinación de ambos a una meta común. La sumisión ha sido el modelo de la sociedad patriarcal. Con frecuencia se solapaba con el modelo de la subordinación de ambos a una meta común -la familia, por ejemplo-, a la que se consideraba una realidad superior, que había que defender incluso contra alguno de sus miembros.»
Con la autonomía individual en buena forma, y dada la sensación de que uno no se puede fiar de nadie, diría que el modelo predominante es el de coordinación de dos planes privados. Una compañera de la facultad me dijo que, para ella, el y el yo siempre estaba antes que el nosotros. Cuando encontró trabajo en Francia no dudó en dejar a su novio de toda la vida en su ciudad natal. Cuando fue su nuevo novio francés el que halló laboro en otro país, lo dejó marchar. Al menos fue consecuente.

¿Se han convertido las parejas en un dilema del prisionero? Lo mejor para ambos miembros es colaborar, pero como uno de los dos defeccione el otro se puede quedar con cara de espanto, el corazón deshecho y las mejillas húmedas y saladas, preguntándose eso de «por qué a mí» y pensando aquello otro de «esto no volverá a pasarme», haciendo pagar el pato al siguiente coso encontrado en el camino. Porque ante la posibilidad de que jodan a alguien se suele considerar que mejor que sea al otro. Cada cual para sí y todo eso.

Una pena. Por eso me gusta tanto ver juntos a María y José (son sus nombres reales; si tienen un hijo digo yo que lo llamarán Jesús). Estoy seguro de que cada uno puede ver sobre el hombro del otro la luz que según Paulo Coelho identifica a tu alma gemela. Llevan casi cuatro años juntos, y lo que les queda. Hace no mucho presencié una mirada de amor infinito de ella hacia él cuando José recogió del correo un regalo que María le había comprado. Era solo una chuchería, algo barato, con más significado que valor material. Un gesto de «pienso en ti cada momento». No olvidaré la cara iluminada de la chica, media sonrisa puesta y sus ojos clavados en él con adoración, viéndolo disfrutar con el detalle. Sus planes vitales están tan unidos que parece se hayan fundido en uno solo.

Afrontar cada nueva relación sin llevar cuidado podría dar a entender que no se ha aprendido nada del pasado, pero emparejarse sin implicación «por lo que pudiera pasar» quizá dé lugar a una profecía autocumplida. Frente a la incertidumbre, y a falta de una tabla fiable de probabilidades, cada uno se maneja como puede. Me temo que aquel que busque una receta sobre cómo actuar en esta situación no encontrará una respuesta definitiva. Aunque parece haber quien cree ofrecerla.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

I want... stop thinking about it

El otro día, como aficionado a la psicología, me llamó la atención un artículo sobre la psicopatía en el que afirman que entre el uno y el dos por ciento de la población española podría encajar con el perfil. Eso no me resulta demasiado extraño ya que la sociedad en la que vivimos se encarga de fabricar más y mejores psicópatas que antaño. Esto no quiere decir que vayan matando por ahí a diestro y siniestro; son personas completamente integradas pero que no sienten ni padecen demasiado.

Dentro del sistema desarrollado por Robert Hare (denominado PCL-R) hay algunos rasgos -que también comenta el artículo- con los que cualquiera nos podríamos identificar, como la locuacidad y encanto superficial, necesidad de estimulación y tendencia al aburrimiento, impulsividad, insensibilidad afectiva y ausencia de empatía. Por supuesto hay otros más extremos con los que no encajaría cualquiera en la definición, pero se podría decir que todos tenemos a un pequeño psicópata dentro.

Esta es una coña que mantengo con una amiga, a la que llamaremos Luisa, en la que yo afirmo que ella tiene algo de psicópata. Luisa por supuesto se indigna, pero en realidad sólo lo considero así porque simplemente parece darle la importancia que merece a cada cosa, ni más ni menos.

Está claro que ni ella ni el 99% restante lo somos. Tenemos inteligencia interpersonal, por eso somos capaces de empatizar, aunque para ello previamente hayas tenido que observar el sufrimiento infligido a otra persona por tus propios actos, conscientes o inconscientes. Según el modelo de inteligencias múltiples de Howard Gardner, también tenemos inteligencia intrapersonal, a través de la cual conocemos e interpretamos nuestros propios sentimientos.

Lo difícil es usar ambas a la vez de forma correcta, ya que aunque a priori parezca sencillo, no suele serlo, al menos para mí. El problema es cuando se mezclan sentimientos ajenos y propios con nuestras expectativas, transformándose en un conflicto interno del que es difícil salir. Algunas veces sólo necesitamos dejar de pensar y ser nosotros mismos.




Gracias por todo abuela...

domingo, 20 de noviembre de 2011

V de vendetta

A quien le gusten las series de televisión americanas le recomiendo el libro Prime Time, de Concepción Cascajosa. La obra se publicó en 2005 por lo que ya está un poco desactualizada (faltan grandes series que nacieron después, como Dexter), aunque no por ello deja de ser un interesante retrato de cómo funciona la televisión en EEUU, y de cómo nacen y mueren las series. La autora describe la trama y características de series clásicas (Bonanza, Los Ángeles de Charlie) y modernas (CSI, 24, Nip/Tuck, y Mujeres desesperadas entre otras).

Fue por este libro precisamente por el que me animé a ver de una vez por todas Los Soprano, la serie creada por David Chase de la que tanto y tan bien había oído hablar:
«El protagonista Tony Soprano es un mafioso de media edad que tiene problemas ocasionados por sus dos familias. [...] Incorporando otro elemento autobiográfico, Chase hizo que además Tony Soprano estuviera deprimido y viera a una psiquiatra, la doctora Melfi»
Aunque nunca llegan a hablar de ello explícitamente por cuestiones obvias, la doctora Melfi sabe a qué se dedica Tony Soprano para ganarse la vida. Como era de esperar el oficio de su paciente trae unos cuantos quebraderos de cabeza a la doctora, algunos de ellos inesperados.

Por ejemplo, en el capítulo Empleado del mes de la tercera temporada, Jennifer (nombre de pila de la doctora) es violada en un parking. La policía atrapa al agresor pero lo deja libre por un defecto de forma. Poco después de eso la doctora se encuentra a su atacante en un restaurante de comida rápida. Resulta que el pollo trabaja ahí: su foto está colgada en la pared como empleado del mes. Al final del capítulo, Melfi se desmorona durante su sesión con Tony. Sabe que podría contarle al mafioso lo que le ha pasado y que su asaltante acabaría sirviendo de comida para peces. Como ella misma le había dicho a su propio psiquiatra «podría aplastarle como a un bicho». Sin embargo, cuando Tony Soprano le pregunta si quiere decirle algo, si hay algo que quiera contarle, Jennifer responde «no». ¿Qué cree el lector que habría hecho en esa situación?

La venganza es un argumento clásico desde Homero hasta Tarantino. En inglés hay dos verbos para referirse a ella que se distinguen por quién lleva a cabo el castigo:
«Revenging and avenging are related, but distinct. Avenging has to do with justice, and may be sought by anyone, not just the victims of a crime or wrongdoing. Superheroes usually pursue justice in the names of the people they are sworn to protect, not for themselves. Revenge, on the other hand, is personal. I cannot revenge a wrong done to you--no offense, but I probably don't even know you. I can't feel the kind of personalized harm necessary for revenge.»
En uno de esos casos en los que somos muy malos prediciendo cómo nos sentiremos resulta que la venganza pudiera no ser tan dulce como parece:
«Carlsmith and company concluded in a 2008 issue of the Journal of Personality and Social Psychology, people erroneously believe revenge will make them feel better and help them gain closure, when in actuality punishers ruminate on their deed and feel worse than those who cannot avenge a wrong.»
 ¿Qué pasa cuando el Estado falla en su labor de castigar el crimen? Delegamos en él esa potestad porque reconocemos los problemas que conlleva que cada uno se tome la justicia por su mano. Por desgracia, la justicia no es perfecta. ¿Qué hacer cuando el criminal se va de rositas? En el mundo real no tenemos a Dexter ni a Rorschach -¿acaso deberíamos?-. ¿Cómo lograr que deje de hervirnos la sangre?

Francisco Holgado Cintado, el apodado padre coraje, lo dejó todo para intentar conseguir pruebas y encerrar a los asesinos de su hijo (aunque no lo consiguió). No puedo ni imaginar el sufrimiento de un caso así, pero me pregunto si poner en pausa la propia vida (o renunciar a ella) para perseguir al malhechor no le da al delicuente un poder sobre uno mismo que no merece.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

En el fondo del pozo nos encontraremos (III)

Lea la primera y segunda parte de esta serie de artículos.

Me fascina la capacidad que tiene el cerebro de hacerse daño a sí mismo y al resto del cuerpo. Cuando anticipamos un suceso desagradable los efectos negativos se producen ya en ese mismo momento, en el presente. Por otro lado, si se le da suficientes vueltas a un hecho doloroso del pasado el cerebro puede entrar en barrena. En principio cualquier persona puede ser víctima de sus propios pensamientos, si bien algunas tienen mejores defensas que otras.

Foto de Angelff
El pensamiento depresivo es irracional, circular y obsesivo. La comedia No sos vos, soy yo lo retrata muy bien. Después de dejarlo con su pareja el protagonista acaba logrando que su mejor amigo se duerma de aburrimiento en la noria tras contarle lo mismo día tras día. Curiosamente esa película me la recomendó mi mejor amigo cuando se estaba comportando exactamente así, debido también a los problemas que tenía con su novia.

El cerebro es un poco como un jardín Zen: cuanto más se traza la misma senda (más se veces se piensa o se hace algo) más profunda se vuelve (más automático y real de cara a uno mismo). También dentro del cerebro la electricidad sigue el camino de menor resistencia. En este caso es aquel cuyas conexiones neuronales están más fortalecidas. Este mecanismo nos permite aprender y automatizar conductas. Si eso ocurre con un hábito positivo como el ejercicio, genial. Pero también se puede automatizar el dolor. Así es cómo un recuerdo o un razonamiento se vuelve obsesivo.

La depresión se alimenta a sí misma. Al haberse convertido en principales los caminos que llevan a imaginaciones terribles de falta de valía y esperanza, la vida del sujeto se tiñe de negro. Todo es una mierda, nada vale la pena. Eso hace que la persona se sienta mal. Y cuando alguien se siente mal su cognición está sesgada (más de lo normal), orientada hacia lo malo. Los filtros de la percepción intelectual se polarizan para dejar paso únicamente a lo doloroso, aquello que confirma la visión oscura del mundo. Además, el mero hecho de centrarse en algo ya lo magnifica. En cierto modo cavamos nuestro propio pozo.

Puede ser difícil para los que rodean al enfermo entender cómo se puede ser tan... tan... bueno, tan idiota. Quien no está deprimido puede ver con claridad la irracionalidad de quien sufre. Un ejemplo claro es la dicotomía que se instala en la mente del deprimido. No todo es malo, no es que no haya ninguna esperanza, ni que uno no valga para nada. Casi parece evidente que esa forma de pensar no soporta un análisis empírico o racional. Darse cuenta de ello es uno de los objetivos de la psicoterapia.

Continuará

domingo, 13 de noviembre de 2011

Manual del empresario español

  • Sé mediocre. Puedes ganar mucho dinero ofreciendo servicios basura. La calidad está sobrevalorada y no es sinónimo de éxito; lo más importante es que lo que vendes sea barato. ¿Dónde come más gente, en El Bulli o en McDonald's? Cuando la gente necesita un repuesto electrónico ¿va a la tienda oficial del fabricante o se pasa por DealExtreme? No te preocupes por la competencia, ellos ofrecen la misma mierda. Quizá haya algún alma descarriada que haya leído Rework y se preocupe por la calidad. No importa. Al hacerlo bien están cavando su propia tumba, ya que esa política limita la cantidad de clientes que pueden asimilar. El Bulli nunca podría haber tenido tantas sucursales como McDonald's. Prepárate para hacerte con sus consumidores cuando esos idiotas bienintencionados cierren.

  • Oriéntate de espaldas al cliente. Los libros de gestión empresarial americanos insisten en cuidar al cliente. No seas bobo, eso no es necesario aquí. Trátalos como lo que son: dispensadores de dinero. ¿Acaso tú le preguntas al cajero qué tal está? ¿Te interesas por sus problemas? La satisfacción del cliente está sobrevalorada. El que no llora no mama: esa debe ser la regla que rija tu gestión de clientes. Solo hay que trabajar para el que más y más alto se queje. Haz lo justo para que deje de gimotear y pasa a lo siguiente. Un cliente que no berrea se debe tomar como un cliente satisfecho. No pasa nada porque alguno de ellos se harte y se vaya. Aún habrá muchos usuarios potenciales que no hayan oído hablar de ti, y muchos nuevos vendrán con el tiempo. La gente sobrevalora el poder del boca a boca. Esos estúpidos creen que pueden hundir una empresa con sus opiniones, pero nadie importante oirá sus quejas. La realidad es que no van a cambiar nada. 

  • Tus empleados son una infección. Quienes trabajan para ti solo te quieren por tu dinero. Trátales como lo que son: unas malditas putas interesadas. Parásitos. Debes reducir su número al mínimo imprescinbile para sacar algo de trabajo adelante. Cuando hayas llegado a ese número, redúcelo a la mitad o más. Todos trabajan menos de lo que son capaces en realidad. Busca hombres con cargas (hipotecas, hijos, etc) para poder exprimirlos al máximo, y huye de las mujeres cercanas a la treintena que aún no hayan sido madres, pues se aprovecharán de ti para que les financies su maternidad (las muy aprovechadas se tirarán meses cobrando sin trabajar). Solo contratan las empresas que se están hundiendo; es lo que se llama huir hacia delante.

  • Vende. Tu equipo no es como un ajedrez, donde hay varios tipos de piezas con distintas virtudes. Una empresa española es más bien como un tablero de damas. Solo necesitas un tipo de ficha: el comercial. Hazte con tantos como puedas teniendo en cuenta el punto anterior. Lo importante es encasquetarle tu servicio a alguien, sin importar cuánto haya que mentir. Para cuando se hayan dado cuenta del engaño ya habrás cobrado. De hecho, quizá nunca se den cuenta. Cuanto más grande sea tu cliente, más distancia habrá entre quien toma la decisión de compra y quien realmente usa tu servicio. Las quejas de los trabajadores de a pie serán convenientemente ignoradas.

  • Juega al golf. España es tierra de amiguetes, bares y prostíbulos. Aquí los clientes se ganan a base de copazos, y los grandes contratos se firman en campos de golf. En este país, un empresario que piense que puede ganarse el mercado a base de hacerlo bien es como un perro con sombrero. Es una imagen muy tierna, pero es una tontería.

  • Aplica el españolismo. Aprende de la historia. El fordismo fracasó porque durante una crisis las empresas se comen con patatas sus excedentes. Para evitar ese problema se pasó al toyotismo, al justo-a-tiempo. A Toyota no le va mal, pero a ti te puede ir mejor si aprendes la lección subyacente: cuanto más tarde mejor. Vender pronto, entregar muy tarde. No empieces a dar servicio hasta que el cliente te lo haya reclamado varias veces. Hay quien no se preocupa de lo que ha comprado. ¿Por qué te vas a preocupar tú? Lo importante es cobrar.

  • A la saca. Si montas una empresa es para ganar dinero. Vende a un precio desorbitado y paga lo mínimo posible a tus esclavos. Recuerda que tú te quedas con la diferencia. Aprovéchate de cualquier trampa financiera (legal o no) de la que puedas rascar algo de pasta. 

  • Insiste. Quizá no tengas éxito a la primera con esta receta. Al fin y al cabo, se puede fallar hasta un penalti. No pasa nada: echa a todo el mundo, cierra y vuelve a intentarlo. Si lo has hecho bien incluso la bancarrota te saldrá rentable. Pero antes de echar el cierre intenta venderle tu empresa a algún inocente. Un tonto puede encontrar a otro más tonto que le compre.

domingo, 6 de noviembre de 2011

You’ll never walk alone... or will you?

Una amiga escribía en Facebook:
«Cuando más necesitas a las personas es cuando te das cuenta de lo solo que estás. La gente está demasiado ocupada con sus propias vidas como para preocuparse de la de los demás.»
Foto de Jonath
He oído esa queja a menudo. Yo mismo pensaba que somos incapaces de oír un grito de auxilio aunque nos lo peguen directamente en la oreja. Reconozco ahora que no es justo pensar así. ¿Has probado a pedir ayuda explícitamente? Hazlo. Al parecer subestimamos la disposición de los demás a apoyarnos.

Hay quien piensa que un amigo es alguien capaz de darse cuenta él solo de que estás mal y de auxiliarte en ese caso. Pero nadie es adivino ni telépata, y nuestras teorías personales sobre cómo actúan los amigos no tienen por qué ser compartidas por los demás. Es posible que tengas cerca a alguien dispuesto a echarte una mano pero que solo intervendrá si se lo pides, porque no quiere entrometerse. A veces las personas de tu alrededor optan por mantener la distancia porque piensan que es lo mejor para ti.

En ocasiones lo que ocurre en realidad es que no recibimos el tipo de ayuda que queremos, o de la forma o de la persona que nos gustaría. No por ello podemos tachar a todo el mundo de egoísta o falto de empatía. Puede que estemos ignorando los esfuerzos de quienes realmente se preocupan por nosotros y siempre han estado allí, como (en mi caso) los padres. Obviarlos tal vez equivalga a despreciarlos.

Quizá se trate de un caso de ver  la viga en el ojo ajeno. Cuando tú te sientes bien ¿te preocupas por los demás? ¿Y si esa gente no te hace caso ahora porque también está sufriendo y te necesita? En lugar de quedarnos cada uno en una habitación aderezando la soledad propia con lágrimas ¿no sería mejor ayudarnos mutuamente?

Pero el error más grande aquí es, bajo mi punto de vista, asumir que los demás están ahí para nosotros. No es así. Cada persona es un fin en sí mismo, no un bote de bálsamo para nuestras emociones. No creo que podamos «acusar» a alguien de vivir su vida. Sí, pienso que todos deberíamos ayudar a los demás porque es lo moralmente correcto, pero es una de esas cosas que deben salir de dentro de cada uno. Dudo que podamos pedir a nuestra gente que rinda cuentas por un comportamiento que no se ajusta a lo que consideramos como bueno.

Suelo decir que cada uno se amarga la vida como quiere. Regodearse con pensamientos distorsionados como los que abren este artículo son estupendos para ello. ¿Por qué dejar que la realidad nos estropee un buen drama?

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Yo, mi yo y mi iPhone

«La felicidad es un estado mental». Cuántas veces habremos oído esta expresión, proveniente del Budismo, con la que siempre hay alguien que contesta algo como «bueno, si me tocase la quiniela yo también sería feliz». No es mi intención discutir aquí si el dinero da o no la felicidad, que por todos es sabido que no (aunque ayude ^_^), sino de lo que realmente es necesario para ser feliz.

Una cosa está clara, la felicidad hay que trabajarla. El problema de las sociedades modernas está en que nos imponen necesidades y exigencias que nos hacen luchar durante toda nuestra vida para alcanzar una meta inexistente, creyendo que una vez allí seremos felices, pero que cuando parece que hemos llegado, empieza una nueva carrera. Todo esto se puede extrapolar a estudios, carrera profesional, popularidad, familia, etc. Desde luego si una cosa ha sabido hacer Steve Jobs, ha sido la de crear nuevas necesidades. Por supuesto ha innovado y seguramente mejorado nuestro día a día, pero sobre todo ha convertido sus productos en una meta más en la vida para todo su ejército de seguidores.

Imagen de Edwin Dalorzo
Esto no quiere decir que el Sr. Jobs sea el responsable de nuestra infelicidad, el responsable de eso es más bien nuestro egocentrismo (que no egoísmo). Todo esto hace que me venga a la cabeza otra frase típica de madre: «no es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita». Pero ¿cómo podemos necesitar menos sin llegar a convertirnos en un ermitaño?.

Volviendo al Budismo, la felicidad estaría en nuestra mente, de tal forma que todas nuestras respuestas a las situaciones estarían condicionadas por el estado mental que poseamos en dicho momento. Un ejemplo sencillo podría ser que si alguien te hace una pregunta justo en el momento de mayor obcecación con un problema al que no encuentras solución, es más probable que sueltes una bordería a que si justo la hiciera en el momento posterior a la resolución del mismo.

La idea sería evitar el enfado en lo posible, con uno mismo o con otros. Eso, por supuesto, es muy fácil decirlo, pero no tan fácil conseguirlo, y más cuando nuestras experiencias pasadas van aumentando nuestro ego y condicionando nuestro futuro.

El origen del ego (el «yo») es la historia que hemos creado inconscientemente para justificar nuestra manera de ser. Ya Piaget nos habla de la etapa infantil centrada en el yo, y aunque a partir de los 6 años salgamos de ella, no nos llegará a abandonar nunca. Al fin y al cabo, es un mecanismo de defensa.

El problema de esto es, como decimos, cuando condicionamos nuestro futuro a nuestro pasado. Se puede haber tenido un pasado horrible, pero es probable que en muchas ocasiones, cuando miramos a lo ocurrido exactamente, descubramos que realmente no han existido esos fantasmas que tan firmemente hemos pensado que condicionaban nuestro presente y nuestra forma de ser.

En cualquier caso, el ego, entendido como las vivencias que han conformado nuestra personalidad, ha de ser una herramienta que nos ayude a avanzar en la consecución de cualesquiera sean nuestros objetivos, pero no podemos cerrarnos en él o si no siempre caminaremos ciegos.
«Aprende a tener tu boca cerrada y comprenderás que has hablado demasiado.» Chen Meikung (s.XVI, China)

domingo, 30 de octubre de 2011

No eres tan valioso

Lo que estaba oyendo me subía la tensión arterial:
«Hay que poner en la portada el tratamiento, don y doña. Como son altos cargos son muy tiquismiquis con eso».
Por aquel entonces estaba empleado en una organización con una jerarquía vertical casi militar, en la que los subordinados deben lamerle el culo a sus superiores hasta dejárselo sin un solo pelito. Sus órdenes se acatan sin más, pueden saltarse las políticas de la organización cuando les venga en gana y pobre de aquel que ose hacerles un feo. Los altos cargos allí están prácticamente endiosados.

Durante un tiempo vi cada día a aquellos tontos del haba alborotados, removiendo cielo y tierra porque la conexión a Internet le iba lenta al señorito, y me acordaba de lo que contaba Atul Gawande sobre su experiencia en la India como médico de la OMS:
«El plan [...] consistía en [...] enviar a los trabajadores de puerta en puerta hasta vacunar a 4,2 millones de niños. En tres días. [...] En toda la India, una nación con mil millones de habitantes, la OMS emplea a doscientos cincuenta médicos para que se encarguen del seguimiento de la poliomelitis. [...] recorrí Karnataka en compañía de Pankaj Bhatnagar, pediatra de la OMS cuyo trabajo consistía en comprobar que la operación [de vacunación contra la poliomelitis en la India] se ejecutaba correctamente. [...] Teníamos un Toyota de alquiler de tracción integral y un chófer [...] que esperó hasta que llevábamos una hora conduciendo por una carretera llena de baches para decirnos que se había agotado la batería. Cada vez que se apagara el motor, nos dijo, tendríamos que ayudar a arrancar el coche a empujones.»
Si tengo que llamar don a alguien será a Pankaj, y no a un tipo cuyo único cometido es transportar folios de reunión en reunión.

Tengo la impresión de que en el sector en el que trabajo, el de la seguridad IT, hay demasiada gente encantada de haberse conocido, enamorada de su propia voz. Son granos de egocentrismo formando una playa de narcisismo. Verlos reunidos es como mirar una jaula de monos -de esos con el culo pelado- que solo se sueltan el rabo para asegurarse de que el suyo es más grande que el de al lado.

La humildad no se estila mucho en Occidente, al parecer. Para Aristóteles equivalía a ser un pusilánime, por lo que se consideraba un defecto de la personalidad. Por contra, Confucio pensaba que la humildad era una característica propia de la virtud. Según la psicología actual nos vemos a nosotros mismos mejor de lo que somos, siempre por encima de la media (por ejemplo, en lo que a conducir se refiere). Dado que parecemos estar hechos para la soberbia creo que no nos viene mal que nos bajen los humos.

Eso no es muy difícil. ¿Eres director general? Me pregunto si has ascendido por lo bien que haces tu trabajo o solo porque llevas mil años en la empresa. Tal vez eres un trepa o un maquiavélico. ¿Que es porque eres muy bueno en tu trabajo? Somos ya 7.000 millones de personas, así que probablemente haya (mucha) gente mejor que tú. Incluso en lo más alto de la escala el número uno no siempre está claro. ¿Fue mejor Newton o Einstein? ¿Pelé o Di Stéfano? Pero supongamos que de verdad eres el hacker número uno. Mientras tú estás sentado calentito y a salvo en tu oficina Pankaj recorre como puede la India para salvar vidas. ¿Es lo que tú haces igual de significativo?

La profesión es solo una de las muchas facetas de la vida. Quizá seas Steve Jobs y hayas transformado el mundo, mejorándolo. Bueno, amigo Steve, hay muchas piezas más en el puzzle. ¿Eres justo? ¿Repartes el dinero que realmente te sobra entre los que lo necesitan más que tú? ¿Puedes controlar tus impulsos o te dejas llevar por tus apetencias o emociones? ¿Eres veraz? ¿Participas en la política? ¿Eres vegetariano? ¿Haces felices a todos los demás? ¿Eres perfecto? ¿Ayudas a los demás a serlo?

Mientras escribía esta diatriba me ha venido a la cabeza de forma recurrente la imagen de una persona en concreto, alguien que lleva una camiseta en la que pone «Fuck Google. Ask me!». Socio, deja de lamerte el cipote con esos sonoros lametazos. En realidad tú, yo y todos somos una nadería:
«Cierto que muchos hombres se tienen a sí mismos por necesarios, pero se engañan. Podrían muy bien no ser, y, probablemente, sin gran daño para el universo.»

miércoles, 26 de octubre de 2011

En el fondo del pozo nos encontraremos (II)

Lea la introducción de esta serie de artículos.

Creo que la mejor descripción de lo que se siente al estar deprimido la leí en un libro sobre el Tarot Rider-Waite en la página correspondiente al tres de espadas:
«La escena del arcano habla por sí misma. Un corazón bajo un cielo plomizo y lluvioso se encuentra traspasado por tres agudas espadas. Es el dolor en sus fases de sufrimiento físico, psíquico y moral, donde la persona se encuentra sola padeciendo sus males, con el corazón roto por la angustia y sin percibir ninguna luz, ninguna esperanza, ningún alivio entre problemas y hechos concretos que en verdad justifican su dolor.»

Las siguientes palabras están sacadas del diario de una persona deprimida:
«Siento que me voy al hoyo. Han vuelto la aflicción, el run-rún de fondo, el cansancio, la soledad... y se ha ido la fuerza para luchar contra todo eso. He pasado prácticamente todo el día con ganas de llorar. Me gustaría aguantarme sin más pero me duele.  [...] En el día a día, me decepciono continuamente. De forma global, está claro que hasta ahora he desperdiciado la vida.
[...] Cuando intentas superar un límite una y otra vez, y chocas con el muro una y otra vez, no se trata de una limitación autoimpuesta; se trata de la realidad. Hay veces que realmente no se puede. [...] Siento que no puedo cambiar, que es inútil intentarlo, que da igual cuánto trabaje, que nada da resultado. [...] Me siento mal por sentirme mal, por no poder controlarlo, por no poder dejar de llorar cuando hay tanta gente con problemas de verdad, por ser incapaz de hacer lo que se supone que tengo que hacer, por estar atrapado en mis pensamientos circulares..»
Y sigue así la cosa. Como dice el psiquiatra Enrique Rojas:
«La verdadera depresión es un estado de hundimiento terrible que cualitativa y cuantitativamente es mucho mayor que cualquier decaimiento producido por los avatares de la vida. El sufrimiento de la depresión puede llegar a ser tan profundo que solo se vea como salida de ese túnel el suicidio.»*
No hablamos, por tanto, del sentimiento de tristeza normal consecuencia de algo negativo que ha sucedido, ni tampoco del causado por drogas u otras sustancias. Se trata de una tristeza anómala, una congoja incapacitante, monopolizadora, mezclada con desesperación y envuelta en desánimo; una especie de tumor del ánimo que engulle a la persona. Es como vivir en un pozo profundo y estrecho, frío, húmedo, oscuro. El sufrimiento dura semanas, meses o incluso años, sin apenas periodos de alivio.

Uno puede deprimirse por buenas razones. Por ejemplo, porque sí. Las depresiones endógenas son las debidas a factores bioquímicos, y pueden ser causadas por sustancias, cambios físicos en el cerebro (trauma, cirugía) o herencia. A veces, las personas con este tipo de depresión no encuentran una justificación para su malestar, y acaban atribuyéndolo a causas a su entender razonables, pero que pueden ser auténticas bobadas para cualquier otro (de un grano de arena hacen una montaña desde la que se tiran al vaso de agua donde se ahogan).

También podemos deprimirnos por factores externos. En ocasiones una persona reacciona anormalmente a una vivencia (por ejemplo, un divorcio o la pérdida de un empleo) o procesa de forma anómala su día a día (ve solo lo malo, lo magnifica y queda atrapado en su propio cuento de terror). El enfermo deja entonces de poder ejercer su rol normal al producirse deterioro social, laboral o familiar.

Son síntomas de depresión el insomnio, la irritabilidad, el cansancio, la falta de energía y la fatiga, el aumento o pérdida de peso, la dificultad para concentrarse, los pensamientos recurrentes de suicidio, la incapacidad para disfrutar de nada, la pérdida de interés en actividades que antes eran placenteras... la lista es bastante larga. De todos ellos, los que más me llaman la atención personalmente son los cognitivos. Aaron Beck describió la tríada cognitiva de la depresión: visión negativa del yo, del entorno y del futuro. En otras palabras: yo soy malo, el mundo es malo, no hay esperanza. O, si se prefiere en inglés, «hopelessness, helplessness, and worthlessness».

Continuará


* Los sujetos con trastorno depresivo mayor que mueren por suicidio llegan al 15% (Pichot, Aliño & Miyar, 1995).

domingo, 23 de octubre de 2011

Mira el lado malo

«¡Qué manía tienes de verlo todo tan positivo!», le espetaba el otro día Ino a su compañero Josué. Según a cuál de los dos le preguntara, el proyecto iba viento en popa o estaba hundiéndose cual Titanic. Mientras que Josué es de los que piensa que el primer paso para solucionar un problema no es reconocerlo, sino negar que haya problema alguno, Ino es capaz de centrarse en la más diminuta mácula y magnificarla hasta ocultar el sol.

Foto de kalyan02
Me pregunto qué se sentirá siendo optimista como Josué, mirando el futuro con esperanza, libre de riesgos, confiando en que todo saldrá bien. Como ya dije, yo me identifico más con las palabras de A. J. Jacobs:
«I see the glass as half empty and the water as teeming with microbes and the rim as smudged and the liquid as evaporating quickly»
Cuando se es así, creo que es importante tomar dicho sentimiento de forma constructiva. El miedo a que algo salga mal puede paralizarnos; ver solo lo malo del mundo acaba por deprimirnos. Pero detectar los problemas es el primer paso para resolverlos, y el desasosiego que nos produce aquello que vemos que está mal quizá nos haga trabajar con más ahínco en la solución. La cuestión es pasar de pensar «todo esto es mierda todo» a pensar «esto es mierda ¿cómo puedo arreglarlo?». El cinturón de seguridad de los coches podría ser un ejemplo. Un pesimista asume que los accidentes ocurren, a veces con consecuencias trágicas. Pero en lugar de renunciar a conducir inventa uno modo de protegerse. Se trataría, pues, de una especie de pesimismo no desesperanzado, según el cual no se asume que todo es inútil y va a salir mal, sino que se tiene en cuenta que algunas cosas quizá salgan mal, y se busca la forma de minimizar el riesgo y avanzar mejorando lo existente.

El pesimista nos recuerda dos lecciones muy importantes. Una es que pueden ocurrirnos cosas realmente malas -como la muerte-, algo que olvidamos a menudo. La otra es que en lugar de gastar nuestra energía en «chuparnos las pollas» por nuestros éxitos, debemos conducirla hacia lo que está mal, pues es eso lo que hay que arreglar. Es nuestra obligación.

miércoles, 19 de octubre de 2011

En el fondo del pozo nos encontraremos (I)

«Paciente de 26 años que acude a urgencias por intento de venolisis. Tras conflicitva laboral afirma sentirse desbordada pero que al final se ha arrepentido y ha buscado ayuda.
Escala de Glasgow 15 de 15. FC 56 ppm. Tensión 12/7. Pupilas isocóricas. Abdomen anodino. Laceraciones en cara anterior muñeca izquierda. Negativo para alcohol y drogas. Discurso fluido, coherente, victimista. Hablo con la madre y decide llevársela a vivir con ella de nuevo. Le señalo la importancia de tener un ambiente tranquilo y la inconveniencia de evitar estresores a largo plazo. Se recomienda psicoterapia.
Diagnóstico: parasuicidio.»
Escrito en el típico lenguaje aséptico y deshumanizado de urgencias, el informe de alta contaba de qué manera la desesperada Molly -no es su verdadero nombre- había hecho como que se cortaba las venas. Una forma dramática de pedir auxilio.

Comienza aquí una serie de textos en los que compartiré mis experiencias con eso llamado depresión. Vaya por delante que no tengo ningún tipo de formación psiquiátrica; mi intención es únicamente plasmar aquello que he sentido, oído y leído sobre el tema. Quién sabe, puede que ayude a alguien. Tengo la impresión de que el fondo del pozo anímico anda superpoblado últimamente.

Dado lo triste del asunto y lo poco interesante que pueda resultarle a algunos lectores, publicaré los artículos de esta serie entre semana manteniendo los escritos dominicales para otros temas.

Continuará.

sábado, 15 de octubre de 2011

Eternos aprendices

Supongo que llegará el día en el que finalmente cancelen Los Simpson. Es posible que en España ese hecho pase desapercibido, habida cuenta de las sempiternas emisiones de sus capítulos en Antena 3 (y ahora también Neox). Estoy convencido de que el día del Juicio Final se podrá oír de fondo la canción que abre cada capítulo.

Me sentí un poco identificado con Lisa cuando, en el episodio EABF11 (Perdonad Si Añoro El Cielo, S16E14), un director de documentales se mete con ella por la diversidad de sus intereses:
«- Lisa: Entre mis aficiones están la música, la ciencia, la justicia, los animales, la moral, los sentimientos...
- Director: O sea que te consideras una intelectual tipo buffet que picotea y picotea para llegar a ser una simple directora de biblioteca a los 38 años. [...] Lisa, me temo que eres una diletante. Elige un camino y síguelo.»
Imagen de teamstickergiant
Precisamente esa mañana había estado hablando con Invisible Kid sobre lo que implica querer aprender varias cosas muy distintas. Él se quejaba de que «al final, no eres un crack en nada». Su frase encierra ese lamento expresado por el refrán «aprendiz de todo, maestro de nada», que suele usarse en sentido peyorativo.

Ya he comentado el problema que supone actualmente la cantidad de conocimiento acumulado. Si quieres destacar, es necesario ser un especialista dentro de una especialidad, y cada vez hay más distancia entre las especialidades. Parece difícil poder completar las conocidas 10.000 horas necesarias para alcanzar la maestría en más de una cosa.

Como Lisa, a mí también me gusta picotear intelectualmente. Si pudiera pedirle un deseo al genio de la lámpara, sin duda sería el poder saberlo todo:
«[T]here’s an African folktale I think is relevant here. Once upon a time, there’s this tortoise who steals a gourd that contains all the knowledge of the world. He hangs it around his neck. When he comes to a tree trunk lying across road, he can’t climb over it because the gourd is in his way. He’s in such a hurry to get home, he smashes the gourd. And ever since, wisdom has been scattered across the world in tiny pieces. So, I want to try to gather all that wisdom and put it together.»
Desde mi punto de vista, ser aprendiz de todo tiene muchas ventajas. Es cierto que, a veces, no saber nada de algo es mejor que tener un conocimiento incompleto. Y sí, puede que diluyendo tu esfuerzo no pases de mediocre:
«One should waste as little effort as possible on improving areas of low competence. It takes far more energy and work to improve from incompetence to mediocrity than it takes to improve from first-rate to excellence.»
Pero, por muy bien que se te dé algo, es probable que haya un montón de personas que sean mejores que tú. Ser un experto no es ninguna panacea. Uno puede desperdiciar el propio talento siguiendo un camino improductivo, como la videncia o la homeopatía (Newton dedicó gran cantidad de tiempo al estudio de la Biblia y de la alquimia). Si tu trabajo pasa de moda, estás jodido. Es arriesgado jugárselo todo a una carta. Personalmente, no quiero ser uno de los que queman telares porque lo único que saben hacer es hilar manualmente el algodón.

Una de las ventajas más importantes que tiene la amplitud de intereses es poder enfocar los problemas con perspectivas muy diferentes. En ocasiones el error humano se debe a la aplicación de un remedio conocido a una situación no porque sea el adecuado, sino porque es la única forma de actuar que conocemos. Cuando uno solo tiene un martillo, todos los problemas le parecen clavos.

Y luego está el cerebro. Creo que muchos tratan a dicho órgano como tratan a sus móviles: tienen un cacharro capaz de hacer cantidad de cosas, con un montón de funciones, pero al final solo usan unas pocas, siempre las mismas. Cuanto más aprendemos más neuronas se activan y más conexiones entre ellas se establecen. Eso retrasa el envejecimiento mental y nos mantiene cognitivamente en forma. Cuida tu cerebro y tu cerebro cuidará de ti.

martes, 11 de octubre de 2011

Runnin' wild

Cuando somos pequeños, nuestros padres nos compran coches a los niños y muñecas a las niñas. Desde el principio hay una clara línea que nos diferencia, biológica y sobre todo, social.

Eso en principio nos la trae un poco al pairo, solamente cuando empiezan las hormonas a hacer de las suyas es cuando se redescubre a ese ser que hasta entonces era un mero “ocupante” de espacio en el patio del colegio. Desde ese momento tu vida no volverá a ser la misma.

Imagen de mando2003us
Está claro que no somos iguales. En inteligencia, aunque existan pocas diferencias, en general las mujeres son algo más listas y tienen una mayor capacidad verbal, cosa que creo todos teníamos claro. Así mismo, los hombres puntúan más alto en “rotación mental”. Vamos, que conducimos mejor (ni siquiera todos) y poco más.

De esta forma llegamos a la adolescencia, en la que nos pasamos los días altamente agilipollados por casi cualquier persona del otro sexo que se cruce en nuestro camino. Los chicos detrás de las chicas para que les hagan caso, las chicas pasando de los chicos para que les hagan caso. Aunque las estrategias sean opuestas, al final acaban funcionando y mostrándonos, antes o después, que estábamos equivocados. Y vuelta a empezar.

Ahí es cuando empezamos a darnos cuenta de las otras diferencias existentes entre nosotros, las de personalidad. Del meta-análisis de Feingold se desprende que las mujeres, en general, puntúan más alto en extraversión, ansiedad, seguridad y sensibilidad. Sobre todo esta última. Sin embargo, nosotros ganamos en autoestima y asertividad. Vamos, que somos unos egoístas inmutables y que estamos en este mundo porque tiene que haber de todo xD

El caso es que de una forma u otra, nos cuesta horrores encajar. Desde que empieza la adolescencia hasta que consigues cierta complicidad, confianza y estabilidad con una pareja, pueden pasar años, e incluso puede no llegar a darse nunca. ¿Hay algún problema en ello? Ninguno. El problema está en nuestras expectativas sociales y presiones autoimpuestas (La de tener hijos ya ha quedado desplazada puesto que la ciencia nos ha proporcionado nuevos medios).

Como bien ha dicho en anteriores post mi amigo Silvio, la evolución nos delata y aún nos quedan demasiados rasgos animales que no podemos controlar. Solamente la diferencia entre el vínculo emocional que sienten hombres y mujeres entre ellos ya es suficiente para que la mayoría (si no todas) de nuestras relaciones estén avocadas al fracaso. Puede que unos se den cuenta antes, puede que otros después; puede que otros no se quieran dar cuenta y puede que finalmente algunas consigan su propósito inicial. Pero la mayoría tienen un tiempo límite, el que marcan nuestras hormonas, también conocidas como amor.

Quizá la forma de conseguir mejorar esto sea desde la base: la educación y sociedad. Que es lo único que podemos cambiar, ya que el resto nos viene impuesto. Una mayor información sobre nuestras diferencias innatas puede reducirlas en un futuro en todos los ámbitos, a base de una mayor empatía para con el otro.

¿Podemos reducir las diferencias y discriminaciones existentes entre géneros? Por supuesto. Seremos diferentes en algunos aspectos, pero ambos somos humanos con capacidades extraordinarias. ¿Podemos llegar a ser felices en pareja? Es posible, pero si no lo somos no hay que volverse loco. Al ser humano le falta mucho por evolucionar. Hasta entonces, muchos de nosotros seguiremos corriendo salvajes y libres como mis amigos Airbourne.

domingo, 9 de octubre de 2011

Guapa

Suena el teléfono. Contesta mi hermana. «¿Sí?... Ah, ¡hola guapa!». Es una amiga suya. Charlan un rato y se despiden: «Adiós, guapa».

Entro en Facebook. Hay fotos nuevas de mis amigas. El comentario más repetido de chica a chica es el de guapa, con miles de variantes enfáticas -montones de aes, mayúsculas y signos de exclamación-.

Foto de The Bode
¿Por qué? ¿Por qué mujeres heterosexuales se llaman guapas unas a otras? Cuando se lo pregunté a mi hermana me dijo que era igual que cuando los chicos nos saludamos con un «hola, cabrón». Sin embargo, no veo a los chicos poniendo eso en los comentarios de las fotos, si bien entre los hombres heterosexuales de mi entorno es habitual tildarnos de gay entre nosotros. ¿Por qué haremos eso?

A todos nos gustan que nos digan guapos, creo, aunque luego cada uno se lo tome de distinta manera (hay quien se llena de orgullo, quien no se lo cree y quien se sonroja). Pero la belleza nos viene dada. No puedes trabajar para ser más guapo -aunque sí para estarlo, un matiz sutil pero diferenciador-. Decirle a alguien «qué guapo eres» es como decirle «qué alto eres». Desde mi punto de vista, no tiene mucho sentido. Es un atributo caído del cielo, no algo conseguido voluntariamente con esfuerzo. Lo veo vacío de significado.

Algunos viven de ser un deleite para la vista. Cualquiera que haya ido a un congreso, feria o exposición habrá visto azafatas bien parecidas y ayunas de ropa repartiendo folletos, muestras o, simplemente, de florero. Da igual el tema de la feria. Si es tecnológica, como el SIMO, habrá azafatas. Si es de coches, como la feria del automóvil, habrá azafatas. Si es de fitness, como el Arnold Classic, habrá azafatas. La única diferencia parece ser la cantidad de piel expuesta al público por las susodichas (de menor a mayor en las tres que he mencionado).

Ayer estuve en la última cita a la que me he referido, el Arnold Classic. Como era de esperar había una legión de beldades cosificadas: chicas jóvenes libres de grasa pero con senos de tamaño cantalupo, prácticamente desnudas, haciendo nada. Me fijé en una gogó, conocida de uno de mis acompañantes. Pagada de sí misma, parecía estar encantada con la atención recibida de los asistentes. Yo me preguntaba si algún día se vería afectada por la vacuidad de su trabajo. Al fin y al cabo, aquello no dejaba de ser un zoo con humanos.

Una persona que se gana la vida con su cara bonita me recuerda a los países que viven del petróleo: simplemente explotan lo que la suerte les ha dado. Si no trabajan en desarrollar otras cualidades, cuando su recurso más preciado se acabe se verán en apuros. A largo plazo todos acabamos siendo viejos y feos. La belleza no puede aprovecharse del efecto bola de nieve. La sabiduría, por otra parte, sí puede cultivarse y acumularse toda la vida, incluso de forma exponencial.
Además, con la edad el significado y el propósito de la propia vida ganan importancia. Dudo que «poner cachondo al personal» sea un respuesta satisfactoria a la pregunta «¿qué he hecho con mi vida?».

Claro que qué voy a decir yo, si soy más feo que Picio.