domingo, 20 de noviembre de 2011

V de vendetta

A quien le gusten las series de televisión americanas le recomiendo el libro Prime Time, de Concepción Cascajosa. La obra se publicó en 2005 por lo que ya está un poco desactualizada (faltan grandes series que nacieron después, como Dexter), aunque no por ello deja de ser un interesante retrato de cómo funciona la televisión en EEUU, y de cómo nacen y mueren las series. La autora describe la trama y características de series clásicas (Bonanza, Los Ángeles de Charlie) y modernas (CSI, 24, Nip/Tuck, y Mujeres desesperadas entre otras).

Fue por este libro precisamente por el que me animé a ver de una vez por todas Los Soprano, la serie creada por David Chase de la que tanto y tan bien había oído hablar:
«El protagonista Tony Soprano es un mafioso de media edad que tiene problemas ocasionados por sus dos familias. [...] Incorporando otro elemento autobiográfico, Chase hizo que además Tony Soprano estuviera deprimido y viera a una psiquiatra, la doctora Melfi»
Aunque nunca llegan a hablar de ello explícitamente por cuestiones obvias, la doctora Melfi sabe a qué se dedica Tony Soprano para ganarse la vida. Como era de esperar el oficio de su paciente trae unos cuantos quebraderos de cabeza a la doctora, algunos de ellos inesperados.

Por ejemplo, en el capítulo Empleado del mes de la tercera temporada, Jennifer (nombre de pila de la doctora) es violada en un parking. La policía atrapa al agresor pero lo deja libre por un defecto de forma. Poco después de eso la doctora se encuentra a su atacante en un restaurante de comida rápida. Resulta que el pollo trabaja ahí: su foto está colgada en la pared como empleado del mes. Al final del capítulo, Melfi se desmorona durante su sesión con Tony. Sabe que podría contarle al mafioso lo que le ha pasado y que su asaltante acabaría sirviendo de comida para peces. Como ella misma le había dicho a su propio psiquiatra «podría aplastarle como a un bicho». Sin embargo, cuando Tony Soprano le pregunta si quiere decirle algo, si hay algo que quiera contarle, Jennifer responde «no». ¿Qué cree el lector que habría hecho en esa situación?

La venganza es un argumento clásico desde Homero hasta Tarantino. En inglés hay dos verbos para referirse a ella que se distinguen por quién lleva a cabo el castigo:
«Revenging and avenging are related, but distinct. Avenging has to do with justice, and may be sought by anyone, not just the victims of a crime or wrongdoing. Superheroes usually pursue justice in the names of the people they are sworn to protect, not for themselves. Revenge, on the other hand, is personal. I cannot revenge a wrong done to you--no offense, but I probably don't even know you. I can't feel the kind of personalized harm necessary for revenge.»
En uno de esos casos en los que somos muy malos prediciendo cómo nos sentiremos resulta que la venganza pudiera no ser tan dulce como parece:
«Carlsmith and company concluded in a 2008 issue of the Journal of Personality and Social Psychology, people erroneously believe revenge will make them feel better and help them gain closure, when in actuality punishers ruminate on their deed and feel worse than those who cannot avenge a wrong.»
 ¿Qué pasa cuando el Estado falla en su labor de castigar el crimen? Delegamos en él esa potestad porque reconocemos los problemas que conlleva que cada uno se tome la justicia por su mano. Por desgracia, la justicia no es perfecta. ¿Qué hacer cuando el criminal se va de rositas? En el mundo real no tenemos a Dexter ni a Rorschach -¿acaso deberíamos?-. ¿Cómo lograr que deje de hervirnos la sangre?

Francisco Holgado Cintado, el apodado padre coraje, lo dejó todo para intentar conseguir pruebas y encerrar a los asesinos de su hijo (aunque no lo consiguió). No puedo ni imaginar el sufrimiento de un caso así, pero me pregunto si poner en pausa la propia vida (o renunciar a ella) para perseguir al malhechor no le da al delicuente un poder sobre uno mismo que no merece.

No hay comentarios:

Publicar un comentario