domingo, 25 de marzo de 2012

5,8 (I)

La semana pasada hablábamos de cómo los resultados son un pobre indicador de las capacidades y aptitudes de una persona, en tanto en cuanto dichos resultados están sujetos al azar y las circunstancias. El problema se magnifica cuando empezamos a expresar el rendimiento con un único número, algo que hacemos continuamente: si se quiere proporcionar un halo de objetividad a algo es habitual convertirlo en una cifra. Pero, en nuestra vida diaria, los números son subjetivos, difusos:
«Los números -puros, precisos y abstractos- pierden precisión en el mundo real. Es como si fueran dos sustancias diferentes. En las matemáticas parecen duros, prístinos y brillantes, con los bordes nítidamente definidos. En la vida, es mejor pensar que son algo más blandos y turbios. En cierto sentido, es la misma diferencia que hay entre los diamantes y el puré de verduras; cuesta creer que olvidemos o pasemos por alto esa diferencia tan a menudo. Con demasiada frecuencia, el hecho de contar se convierte en el ejercicio de suprimir las imprecisiones de la vida.»
Para el lector interesado, el libro de Blastland y Dilnot contiene estupendas explicaciones al respecto de lo dicho aquí. Las citas mencionadas pertenecen a dicha obra.

I

Empecemos con una pregunta simple. ¿Cómo averiguamos quién es el corredor más rápido del mundo? Como ocurre con casi todas las preguntas en la vida la respuesta es «depende». En este caso depende, por ejemplo, de la distancia y del terreno. Supongamos, por mor del argumento, que queremos saber quién es el más veloz recorriendo cien metros lisos. A primera vista parece una tarea sencilla: preparamos una recta de longitud adecuada y, a nuestra señal, los participantes corren hasta la meta. El primero que llegue es el más rápido.

Ahora bien, el ganador de nuestra carrera hipotética podría haber tenido algo de suerte esta vez -quizá un adversario más rápido tropezó-. Lo mejor es repetir la prueba varias veces para reducir al máximo el efecto del azar. Al cabo de cierta cantidad de enfrentamientos, quien haya vencido en más ocasiones debería portar el título de hombre más rápido.

¿O no? Acaso la cantidad de victorias no indique correctamente al verdadero campeón. Si la logística nos impide probar a todos los contendientes a la vez y optamos por un sistema de eliminatorias, alguien podría tener la suerte de ser emparejado frecuentemente con rivales más débiles. Por tanto, y dado que buscamos al más rápido en sentido absoluto, tal vez sea mejor olvidarse de la victoria en sí y cronometrar los tiempos de cada corredor. Así ocurre en las pruebas oficiales de atletismo, donde la criba se hace por tiempo. Al final, aquel que logra completar el recorrido en menos tiempo, el poseedor del récord, se considera el hombre más rápido. Hoy ese hombre es Usain Bolt.

Parece que hemos encontrado una cifra que indica fielmente lo que estamos buscando. Solo hemos tenido que tomar un par de decisiones más o menos triviales (elegir una distancia fija, contar el tiempo y no las victorias) que no desvirtúan el significado de ese 9,58 (los segundos que empleó Bolt en su victoria olímpica).

No obstante, los problemas empiezan a acumularse en casos más sofisticados. Preguntémonos ahora, verbigracia, quién es el mejor jugador de fútbol del mundo. Si la búsqueda del mejor dependía, en el caso anterior, de la distancia, en el caso del balonpié la solución podría variar en función de la posición en el campo. Para acotar el problema pensemos, pues, en quién podría ser el mejor delantero.

Dado que la función de un delantero es marcar goles, una respuesta razonable sería pensar que el mejor es aquel con más tantos en su haber. Sin embargo, como cualquier aficionado sabe, la respuesta no es tan simple. No es lo mismo marcar diez goles de penalti que regateando adversarios desde el centro del campo. No es lo mismo marcar veinte goles en diez partidos que hacerlo en cuarenta. No es lo mismo marcar «en casa» que fuera. No es lo mismo marcar treinta goles en la liga holandesa que hacerlo en la italiana. No es lo mismo marcar treinta goles por temporada si juegas en el Real Madrid que si juegas en el Deportivo de La Coruña. Para colmo, a veces ni siquiera se está seguro de a quién atribuir el gol, cuando ha habido rebotes y carambolas de por medio.

Hay multitud de factores importantes que el número total de goles, aislado y desnudo, no tiene en cuenta. Se trata de un dato huero, producto de la cosificación y la simplificación excesiva. Es uno de los problemas que surgen al «tratar de captar de un vistazo una totalidad proteica a través de ese agujero de cerradura que es una cifra individual»: dejamos fuera algunas cosas que son necesarias para obtener la respuesta que estamos buscando.

domingo, 18 de marzo de 2012

Orientación a resultados

Hubo una época en la que en mi casa, por las tardes, solo se podía ver a Dylan McDermott. El señor McDermott interpretaba en la serie El abogado a Bobby Donnell, el jefe de un bufete especializado en aparcar la ética lo más lejos posible para librar a los criminales de la cárcel. Las féminas de mi familia impusieron por aquel entonces la dictadura de la mayoría para garantizarse un chute diario de dopamina con la visión del susodicho.

Recuerdo un capítulo en el que uno de los socios del bufete, Eugene, se enfrenta a un abogado que nunca ha ganado un caso. Cuando el tipo vuelve a perder a pesar de haberlo tenido absolutamente todo a su favor, el pobre se derrumba. Hay un momento en el que gimotea: «soy un buen abogado». Eugene, nada compasivo, le reprende: «no, eres un mal abogado».

¿Contrataría el lector a un abogado que no ha ganado nunca? Probablemente no. ¿Se dejaría operar por un cirujano con un tasa de supervivencia del 1%? Lo dudo mucho. Pagamos, individual y colectivamente, por los éxitos. La orientación a resultados es un requisito habitual en las ofertas de trabajo para vendedores, coordinadores, directores y, en general, quienes trabajan en proyectos de cualquier tipo. Como dice Sandel:
 «pese a todo lo que se diga del esfuerzo, lo que de verdad cree la meritocracia que merece ser retribuido es la contribución o el logro». 
Esforzarse e intentarlo está muy bien, pero no es suficiente. Quien mejor lo expresó fue el actor secundario Bob -el de Los Simpson- cuando se quejaba de estar en la cárcel por intento de asesinato. «¿Qué significa eso de intento? ¿Conceden el premio Nobel por intento de química?», dijo.


Bajo mi punta de vista todos nosotros, en mayor o menor medida, asumimos intuitivamente que los resultados son indicadores fiables de nuestras capacidades. Es fácil pensar que si el abogado perdía siempre es porque era un inútil. En el otro extremo, Bill Gates aseguró que, a la vista de los títulos conquistados por el F. C. Barcelona, Guardiola era un genio.

No obstante, nuestras aptitudes son parte de un conjunto más amplio de elementos que determinan el producto de nuestras acciones. Entre otros factores, la suerte juega un papel importante -especialmente a corto plazo-. Según Mauboussin:
«There are plenty of people who succeed largely by chance. More often than not, they are completely unaware of how they did it. But they almost always get their comeuppance when fortune stops smiling on them. Likewise, skillful people who have suffered a period of poor outcomes are often a good bet, since luck evens out over time.»
El azar influye no solo en cómo se desarrollarán los hechos, sino también en el contexto -tanto presente como futuro- en el que tienen lugar. ¿Podremos usar nuestras habilidades plenamente? ¿Contaremos con un equipo adecuado? ¿Tendremos los recursos necesarios a nuestra disposición? ¿Estará disponible la información necesaria en el momento justo?  Etcétera, etcétera.

Sin embargo, parece que a largo plazo olvidamos el papel de la fortuna en el desenlace de los acontecimientos. En El séquito (S03E02) una cadena de apagones afecta a los cines donde se estrena la nueva película del cliente principal de Ari Gold, representante de actores. Cuando Ari cree que no llegará a la cifra prevista de recaudación pierde los nervios. Su mujer le pide que no se preocupe, que la industria entenderá que no es culpa de la película. Él replica:
«Nena, tampoco fue culpa de los Cabs que ese estúpido fallara el lanzamiento, pero siguen sin tener el anillo de campeones. En esta vida no hay asteriscos, solo resultados».
Que se lo digan a Fernando Torres. O a Raúl González. Como delanteros, su cometido es marcar goles; en cuanto dejan de anotar se pide su cabeza. Muchos opinaban que el hecho de que Raúl -según sus defensores- corriera mucho y trabajara por el equipo no era razón suficiente para mantenerle como titular.

Yo pienso que, en un mundo dominado por las probabilidades, es mejor centrarse en los procesos que en lo obtenido finalmente. Es difícil creer que alguien pueda tener mala suerte siempre, pero un mal rendimiento puede deberse a causas no relacionadas con la valía del individuo. (Por ejemplo, el cirujano puede tener una tasa de supervivencia muy baja porque elige los casos más difíciles). Otras veces ocurre que los frutos crecen donde no estamos mirando. (Raúl dejó de luchar por el trofeo pichichi, pero tal vez fuera porque los goles que él marcaba habían pasado al contador de sus compañeros).

Dado que a menudo hemos de actuar carentes de información y certeza, las acciones correctas pueden dar mal resultado, del mismo modo que las acciones equivocadas pueden dar buen resultado. El problema es que si lo único que cuenta es el logro, entonces alguien puede elegir actuar de forma reprobable con tal de alcanzar el fin buscado. Evaluar el trabajo de una persona únicamente por sus consecuciones es un incentivo peligroso.

domingo, 11 de marzo de 2012

Diálogos (II)

— ¿Que te quieres comprar una qué? — Frasier no salía de su asombro.
— Una moto —dijo Martin, entusiasmado—. Una como la de House. Estoy harto de perder tiempo en los atascos.
— Pero papá, una moto es muy peligrosa. ¿Es que te quieres matar?
— ¡Eso son bobadas! Te puedes morir de cualquier cosa. El día menos pensado te atropella un camión.
— ¿Has probado a mirar antes de cruzar?— apuntilló Niles.
Martin lanzó una mirada asesina a su hijo. Frasier continuó:
— Papá, estás confundiendo posibilidad con probabilidad. El riesgo no se distribuye al azar en la carretera. Ir en moto es una actividad veintidós veces más propensa a ocasionar la muerte que conducir un coche.
— Frasier tiene razón. También podría acabar contigo un meteorito que cayera del cielo, pero si tuvieras que apostar tu dinero ¿apostarías por eso o por un accidente con tu moto?
— No os preocupéis por mí, yo sé lo que me hago. Os prometo que tendré cuidado. Y ahora me voy, que he quedado con Duke para ver modelos.
Martin cogió su abrigo y se marchó.
— ¿Es que se ha vuelto loco? —vociferó Frasier.— Y luego no quiere ir a Boston porque le da miedo el avión.
— Era de esperar —respondió su hermano—. Como psiquiatra, sabes que cuando el riesgo es algo que asumimos voluntariamente, que no se nos ha impuesto, solemos aceptarlo complacientemente.
Niles encaró la puerta.
—En fin, yo también he de irme —dijo—. Tengo que dirigir la terapia de mi grupo de adictos al sexo y no puedo dejarles mucho tiempo solos.

domingo, 4 de marzo de 2012

Historias del cambio y del adiós (III)

III. TuVida S.A.

Echemos un vistazo a la siguiente gráfica, que podría representar la satisfacción de una relación amorosa o el éxito de una carrera profesional a lo largo del tiempo:


Pareciera que los mejores momentos ya hubieran pasado y fuera hora de cerrar esa etapa. Quizá alguien se haya llevado el queso.
Supongamos que el lector se «adapta» al cambio y abandona el barco (corta la relación o cambia de trabajo). Obsérvese a continuación la gráfica ampliada en el tiempo, que muestra lo que hubiera ocurrido de haber continuado por el mismo camino:


Resulta que después de todo la cosa mejoró hasta niveles nunca vistos.

Es hora de desvelar a qué pertenecen las gráficas anteriores:


Se trata de la cotización en bolsa de Apple, Inc (NASDAQ: AAPL) durante los últimos cinco años. Hace poco nadie daba un duro por esta empresa; ahora la situación es bien distinta. Quizá los que se marcharon a buscar «Queso nuevo» estén arrepentidos de su decisión. A los que se quedaron, aunque lo hicieran por razones incorrectas, les ha ido bastante bien.

Compárese la evolución de Apple con la de Microsoft Corporation (NASDAQ: MSFT), empresa que se recuperó tras una gran caída entre 2008 y 2009:



Se considera que Bill Gates hizo su jugada maestra en la década de los 80 al no vender su software MS-DOS a IBM, sino que permitió su uso a dicha empresa mediante licencias, manteniendo Microsoft el copyright. El gigante azul pensaba que el negocio estaba en el hardware y no vio problema. Gates, por su parte, creía que otros fabricantes clonarían el PC de IBM. Finalmente Bill tuvo razón y a finales de los 90 era el hombre más rico del mundo. Al parecer el negocio no estaba en el hardware, sino en el software.
No obstante, se diría que ahora han cambiado las tornas. En 2012 el iPhone, hardware, da más dinero a Apple del que gana Microsoft en total (principalmente con su software). A veces la tortilla se da la vuelta de formas inesperadas. La compañía de Gates intentó sacar su nuevo queso del hardware (con reproductores MP3, teléfonos, etc.) y se pegó una hostia de campeonato. Al final volvió a sacar su queso de donde lo estaba obteniendo antes. Digamos que cambió su método de extracción. Y ahí siguen. El entrenador Taylor tenía razón al decirle a Saracen «No te quedes pasmado. Lucha por lo tuyo».

Por último, véase la trayectoria de Eastman Kodak Company (OTCQB: EKDKQ):



La primera gráfica es su cotización durante los últimos cinco años, y la segunda su cotización durante toda su historia. La marca otrora sinónimo de fotografía (¿recuerda el lector los «momentos Kodak»?) anunció hace poco que dejará de fabricar cámaras. ¿Desaparecerá o encontrará algún producto nuevo o servicio que la salve?

En cierto modo, todos somos accionistas de nuestra propia vida. Igual que aquellos que invierten su dinero en Apple, Microsoft o Kodak, todos invertimos capital en forma de energía mental y física, tiempo y demás en aquello que hacemos, con la esperanza de obtener dividendos futuros. Y de la misma forma que no hay un método fiable para saber cuándo comprar acciones y cuándo venderlas para maximizar el beneficio, tampoco lo hay para saber cuándo ha terminado realmente una etapa. A veces pelear da resultado, pero otras veces no -algo de lo que ya hablamos en su día-. Viendo las gráfica de Apple ¿cuántas veces nos habría dicho Coelho que era hora de recoger y marcharse? Aunque la tendencia general es de subida, hay montones de bajadas por medio, algo que ocurre con un montón de cosas en la vida. Pocos procesos son lineales a largo plazo. Y lo que es peor, debido a la ilusión del foco una pequeña bajada como la de 2010 se vive en el momento en que ocurre de forma exagerada, magnificada, exactamente igual que si hacemos zoom sobre esa zona del dibujo:



Es decir, pinta mucho peor de lo que acaba siendo en realidad si lo vemos a largo plazo.

En resumen, nunca podemos saber cuándo se acaba una etapa de la vida. Lo que sí podemos hacer es tener en cuenta nuestro sesgo de aversión a la pérdida si estamos considerando un cambio. No deberíamos permanecer en algo exclusivamente porque ya hayamos invertido mucho tiempo, dinero o esfuerzo. Eso sería insistir en el error. Aunque -quién sabe- igual te sale bien.