sábado, 5 de mayo de 2012

Por qué todo el mundo es idiota (menos tú y yo)

Eva Arguiñano tiene un programa de televisión en el que un participante acude al plató para que la cocinera le enseñe a preparar un menú más o menos elaborado, de modo que el participante pueda ofrecérselo más tarde a sus amigos o familiares. La cámara sigue al concursante en su proceso de aprendizaje con Eva así como en la elaboración de la cena final, tras la cual los invitados dan su opinión sobre el anfitrión. Pocas veces el resultado final se parece al creado por la profesional, lo cual es comprensible dado que algunos de los que acuden al programa apenas tienen experiencia en la cocina. Incluso los que son duchos en tareas culinarias suelen errar.

Lo que me llama la atención es que, independientemente de su experiencia previa, todo el mundo acaba personalizando la receta: sustituyen unos ingredientes por otros, cambian los tiempos de cocción u horneado, invierten el orden de los pasos... y los comensales acaban sufriendo las consecuencias. Hasta el más torpe con los fogones cree saber más que la Arguiñano, la cual lleva cocinando para la televisión desde 1991. En su desconocimiento del proceso estos maestros cocinillas acaban, como dijo aquella, liándola parda. Es un ejemplo concreto de un fenómeno más general: creerse más listo que el resto.

Puede que el lector se haya encontrado en la situación que voy a describir. Tenemos un cajón, maleta o armario lleno a reventar, un objeto más que debe ir dentro de dicho cajón, maleta o armario, y una ley física que dice que dos cuerpos no pueden ocupar a la vez el mismo espacio. Frente a todo eso, uno mismo, quizá decidido y confiado, con la triunfante frase ya preparada en la cabeza («¿ves como cabía?»); o tal vez temeroso frente a la tarea que nos ha sido impuesta por el ser querido. Y al lado o detrás, alguien observando la operación.

¿Cuál es el proceso? Empujas el objeto. Empujas aún más. Intentas ayudarte con todo el peso de tu cuerpo. Recolocas un poco las cosas que ya había metidas para intentar hacer sitio. Sigues empujando. Refunfuñas. Continúas a empellones. La física gana y te detienes para reconsiderar tu estrategia o recobrar el aliento.

Llegados a este punto es común que quien hasta ese momento miraba piense que estás haciendo algo mal, que eres un inútil y por eso no puedes cerrar la maleta, y que si uno quiere que las cosas salgan bien las tiene que hacer por sí mismo. Entonces se vuelven las tornas. El hasta entonces espectador se convierte en actor, un cambio que suele declararse con la frase «anda, déjame a mí». Se repiten los envites, las maldiciones, los intentos de obtener espacio donde no lo hay y la victoria de la física.

Cuando alguien me quita de en medio y también fracasa en su intento no puedo evitar sonreír un poco por dentro. ¿Qué creías que iba a pasar? Solo se trata de guardar un objeto. ¿Qué vas a hacer que a mí no se me hubiera ocurrido? ¿Crees que soy imbécil? Por el contrario, cuando soy yo el que pretende enseñar al cafre y me sale el tiro por la culata no puedo evitar sentirme un poco avergonzado. Realmente me he pasado de listo. Solo se trata de guardar un objeto. ¿Qué solución se me iba a ocurrir a mí que no se le hubiera pasado ya por la cabeza a la otra persona?

Moraleja: cuando uno no puede guardar el último bote de champú es porque la maleta o el cajón están llenos. Cuando es otro el que no puede, la causa es su torpeza. La psicología actual nos dice que culpamos de nuestros fracasos a las circunstancias, mientras que los fracasos de los demás los achacamos a sus incapacidades personales (prejuicio o sesgo de atribución). No es ningún secreto que todos nos creemos más listos que los demás. Si creemos en el modelo de inteligencias múltiples, podemos creernos más listos que los demás en más categorías. Y si no somos especialmente brillantes no importa: todos el mundo «sabe» que los demás son idiotas.

Un botón de muestra. Frank Sulloway y Michael Shermer hicieron una encuesta en la que preguntaban a los encuestados por qué creen en Dios y por qué creen que otras personas creen en Dios. El resultado, según Shermer, fue el siguiente:
«Clasificando las respuestas por categorías, éstas fueron las más frecuentes:

POR QUÉ LA GENTE CREE EN DIOS

  1. Argumentos basados en el buen diseño/la belleza natural/la perfección/la complejidad del mundo del universo. (28,6%)
  2. La experiencia de Dios en la vida cotidiana/la sensación de que Dios está en nosotros. (20,6%)
  3. Creer en Dios reconforta, alivia, consuela y da sentido y un propósito a la vida. (10,3%)
  4. La Biblia así lo dice. (9,8%)
  5. Sólo porque sí,/por fe/o por la necesidad de creer en algo. (8,2%)

POR QUÉ CREE LA GENTE QUE OTRA GENTE CREE EN DIOS
  1. Creer en Dios reconforta, alivia, consuela y da sentido y un propósito a la vida. (26,3%)
  2. Las personas religiosas han sido educadas para creer en Dios. (22,4%)
  3. La experiencia de Dios en la vida cotidiana/la sensación de que Dios está en nosotros. (16,2%)
  4. Sólo porque sí/por fe/o por la necesidad de creer en algo. (13,0%)
  5. La gente cree porque teme a la muerte y a lo desconocido. (9,1%)
  6. Argumentos basados en el buen diseño/la belleza natural/la perfección/la complejidad del mundo o del universo. (6,0%)
Adviértase que las razones para creer en Dios de base intelectual [...] que figuran en primer y segundo lugar en la primera pregunta, caen al sexto y tercer lugar en la segunda. Ocupando su lugar como las dos razones más frecuentes de por qué otras personas creen en Dios estaban las categorías basadas en lo emocional [...] es casi nueve veces más probable que la gente atribuya su propia fe en Dios a motivos racionales que que atribuya a ese mismo tipo de motivos la fe de los demás, que atribuye a motivos emocionales.»
Es decir, que uno mismo cree en Dios porque es la conclusión lógica, mientras que los demás lo hacen porque son unos lloricas pusilánimes o unos fanáticos miembros del rebaño.

Debemos, pues, ser cautos. Como ya dijimos, no todo el mundo es idiota porque sí (al menos, no siempre). A menudo la estupidez de alguien está solo en la mente del que mira.

2 comentarios:

  1. Muy buen artículo y muy bien expuesto todo, si señor.

    Aunque tengo entendido que, en realidad, los sesgos de atribución pueden aplicarse de muchas maneras. Por ejemplo, personas faltas de autoestima tenderán a ver más (e incluso sobreestimar) sus limitaciones internas y a considerar al resto más capaces.

    Lo que es seguro es que ninguno de nosotros acierta siempre. ;)

    Te seguiré leyendo.

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    1. Gracias Luis. Es cierto que he hablado de un caso concreto; en general el sesgo de atribución es la tendencia a achacar un comportamiento (propio o ajeno) a rasgos de la personalidad, sin tener en cuenta el contexto.

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