lunes, 29 de julio de 2013

Poderoso caballero es don Dinero

Cuenta mi madre que el único poema que mi tío llegó a aprender de memoria en la escuela fue aquel de Quevedo cuyos versos decían:
Foto de KamrenB Photography
«Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero

Es don Dinero.»

Don Francisco de Quevedo (el cual, como dice Pérez-Reverte, nos conocía hasta por las tapas) sabía que en la España que le tocó vivir el poder político giraba en torno al dinero, dinero que por aquel entonces provenía mayormente de las Indias Occidentales:
«En lo que los hombres de Pizarro llamaban el Alto Perú, un inhóspito territorio de famosas montañas donde a las personas poco acostumbrada a las grandes alturas les cuesta respirar, encontraron algo no menos valioso. Con una altitud de 4.824 metros sobre el nivel del mar, el extrañamente simétrico Cerro Rico de Potosí representaba la suprema encarnación de la más potente de todas las imágenes surgidas en torno al dinero: una montaña de puro mineral de plata. Cuando un indio llamado Diego Hualpa descubrió sus cinco grandes venta de plata en 1545, cambió la historia económica del mundo. [...] Potosí, lugar de muerte para quienes se vieron obligados a trabajar allí, hizo rica a España. Entre 1556 y 1783, Cerro Rico produjo 45.000 toneladas de plata pura, que luego serían transformadas en barras y monedas en la Casa de la Moneda y enviadas a Sevilla. Pese al aire enrarecido y el riguroso clima, Potosí no tardó en convertirse en una de las principales ciudades del Imperio español, con una población en su momento de mayor apogeo de entre 160.000 y 200.000 personas, más que la mayoría de las ciudades europeas de la época.»
Esta parte de la historia de España es contada con detalle en el libro del que hablábamos la semana pasada, como ejemplo de sistema político extractivo. Según los autores las instituciones creadas siglos atrás por los españoles han permanecido a lo largo del tiempo y son el origen de los problemas actuales económicos de Sudamérica.

De acuerdo con el argumento de Acemoğlu y Robinson la solución estaría en un sistema inclusivo como el de Estados Unidos: gobierno fuerte y centralizado capaz de imponer orden en todo el territorio y proveer servicios públicos, democracia plural, leyes imparciales, economía de mercado basada en la propiedad privada e igualdad de oportunidades. Se supone que de todo ella deriva el éxito económico estadounidense, éxito que debería mantenerse pues según ellos las instituciones inclusivas forman lo que llaman un círculo virtuoso que se perpetúa a sí mismo:
«The virtuous circle arises not only from the inherent logic of pluralism and the rule of law, but also because inclusive political institutions tend to support inclusive economic institutions. This then leads to a more equal distribution of income, empowering a broad segment of society and making the political playing field even more level. This limits what one can achieve by usurping political power and reduces the incentives to re-create extractive political institutions.»
Los autores llegan a afirmar:
«Under inclusive economic institutions, wealth is not concentrated in the hands of a small group that could then use its economic might to increase its political power disproportionately.»
Sin embargo, Estados Unidos es un país de una grandísima desigualdad. El premio Nobel de economía Joseph Stiglitz se hace eco de tal hecho en su propio libro:
«[E]l 1 por ciento más alto controla aproximadamente el 35 por ciento de la riqueza. Si se excluye el valor de la vivienda, es decir «riqueza no residencial», la cifra es considerablemente mayor: el 1 por ciento más alto es dueño del 40 por ciento de la riqueza del país.»
El problema, identificado por Quevedo y Stiglitz, es que el dinero no sirve únicamente para comprar descapotables, vacaciones y teléfonos de última generación; también se puede comprar influencia política. Y eso es lo que ocurre en sociedades de mercado como la estadounidense. La teoría de una democracia basada en «una persona, un voto» se convierte en la práctica en «un dólar, un voto» (ibídem Stiglitz):
«[L]a política configura los mercados: la política determina las reglas del juego económico, y el terreno de juego está inclinado a favor del 1 por ciento. Por lo menos en parte, eso se debe a que el 1 por ciento también determina las reglas del juego político.»

«Los fallos de la política y la economía están interrelacionados, y se potencian mutuamente. Un sistema político que amplifica la voz de los ricos ofrece muchas posibilidades para que las leyes y la normativa —y su administración— se diseñen de forma que no solo no protejan a los ciudadanos corrientes frente a los ricos, sino que enriquezcan aún más a los ricos a expensas del resto de la sociedad.»
Stiglitz describe pormenorizadamente la manera en que los ricos influyen en la política para modificar las reglas a su antojo. La última obra de Michael Sandel relata otros tantos ejemplos. De este modo, la única diferencia real entre la Europa aristocrática de siglos anteriores o el régimen colonial con las sociedades capitalistas occidentales es que la concentración del poder político, así como la división de privilegios, ahora no es por motivos de raza o de cuna, sino de pecunia.

Al analizar la democracia Ortega y Gasset observaba:
«La salud de las democracias, cualquiera que sean su tipo y su grado, depende de un mísero detalle técnico: el procedimiento electoral. Todo lo demás es secundario. Si el régimen de comicios es acertado, si se ajusta a la realidad, todo va bien; si no, aunque el resto marche óptimamente, todo va mal.»
Mientras se puedan seguir comprando los votos aquellos más ricos, los que controlan las empresas más grandes, barrerán para casa a costa de los más pobres. Tendremos que pagar por consumir nuestra propia energía solar. La gestión de la sanidad se malvenderá a empresas privadas, que disfrutarán de sus nuevas rentas a costa del contribuyente. Los bancos podrán continuar con sus prácticas abusivas y seguir asumiendo riesgos exagerados porque el estado saldrá en su rescate si lo necesitan, de nuevo a costa de los que menos tienen. La justicia será la que uno pueda comprar. La crisis financiera ha puesto de relieve cómo algunas democracias occidentales han acabado guillotinadas por don Dinero.

lunes, 22 de julio de 2013

Por qué fracasan los países

A principios del siglo XVIII, en Inglaterra, un grupo de cazadores furtivos conocidos como los Negros (así llamados porque llevaban la cara oscurecida para ocultar su apariencia de noche) se dedicaba a atacar las fincas de terratenientes notables y políticos, matando ciervos y otros animales, como forma de protesta por la manera en que el partido político en el poder (el partido Whig) se estaba aprovechando de su posición, apropiándose de tierras ajenas y abrogando derechos de pasto y recolección de turba y leña a los anteriores dueños. Los Whig, que controlaban el Parlamento, trataron de proteger sus privilegios promulgando una nueva ley que castigara con mayor dureza a quienes osaran causar daño a las propiedades de Su Majestad:
«The Whig government was not going to take this lying down. In May 1723, Parliament passed the Black Act, which created an extraordinary fifty new offenses that were punishable by hanging. The Black Act made it a crime not only to carry weapons but to have a blackened face. The law in fact was soon amended to make blacking punishable by hanging. The Whig elites went about implementing the law with gusto.»
Este pedacito de historia está sacado del libro Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty, escrito por los economistas James A. Robinson y Daron Acemoğlu (hay traducción al español, sitio web y cuenta de Twitter). Su obra trata de responder a la pregunta de por qué algunas naciones prosperan económicamente mientras otras permanecen transidas de pobreza.

Foto de missy & the universe

La tesis defendida por los autores es que los países fracasan cuando tienen lo que denominan instituciones políticas y económicas extractivas, esto es, instituciones diseñadas para extraer los ingresos y la riqueza de un subconjunto de la sociedad en beneficio de un subgrupo diferente. Para ellos el éxito económico de una nación vendría determinado por los incentivos creados por las instituciones económicas, instituciones cuya naturaleza depende de las políticas. Los países ricos lo son porque consiguieron meter en cintura a las élites privilegiadas, limitando su poder y recortando sus privilegios mediante instituciones inclusivas, aquellas que permiten y fomentan la participación de la gran mayoría de las personas en las actividades económicas y políticas:
«Countries such as Great Britain and the United States became rich because their citizens overthrew the elites who controlled power and created a society where political rights were much more broadly distributed, where the government was accountable and responsive to citizens, and where the great mass of people could take advantage of economic opportunities.»

«Nations fail today because their extractive economic institutions do not create the incentives needed for people to save, invest, and innovate. Extractive political institutions support these economic institutions by cementing the power of those who benefit from the extraction. Extractive economic and political institutions, though their details vary under different circumstances, are always at the root of this failure.»
El libro está plagado de historias que muestran cómo aquellos que se hacen con el poder tratan de mantenerse en él a base de explotar a los más débiles, oponiéndose a cualquier cambio del statu quo. Según iba navegando por las más de quinientas páginas de Historia no pude dejar de relacionar tales ejemplos con España. Políticos y jueces elegidos a dedo. Impuestos solo a la base de la pirámide. Desigualdad de facto ante la ley. De hecho, el trabajo de Ronbinson y Acemoğlu es el marco teórico en el que César Molinas encuadró su análisis de la clase política española. Veamos a continuación tres ejemplos.

A finales del siglo XIX y durante buena parte del siglo XX los europeos empobrecieron a los africanos sistemáticamente para asegurarse una mano de obra barata que emplear en la floreciente economía minera africana:
«The 1897 testimony of George Albu, the chairman of the Association of Mines, given to a Commission of Inquiry pithily describes the logic of impoverishing Africans so as to obtain cheap labor. He explained how he proposed to cheapen labor by “simply telling the boys that their wages are reduced.” His testimony goes as follows:
Commission: Suppose the kaffirs [black Africans] retire back to their kraal [cattle pen]? Would you be in favor of asking the Government to enforce labour?
Albu: Certainly … I would make it compulsory … Why should a nigger be allowed to do nothing? I think a kaffir should be compelled to work in order to earn his living.
Commission: If a man can live without work, how can you force him to work?
Albu: Tax him, then …
Commission: Then you would not allow the kaffir to hold land in the country, but he must work for the white man to enrich him?
Albu: He must do his part of the work of helping his neighbours.»
El régimen de apartheid sudafricano (que se mantuvo hasta 1994) añadió otro elemento a su estrategia para obtener mano de obra barata:
«The Apartheid regime also realized that educated Africans competed with whites rather than supplying cheap labor to the mines and to white-owned agriculture. [...] It is not surprising that black Africans were uneducated; the South African state not only removed the possibility of Africans benefiting economically from an education but also refused to invest in black schools and discouraged black education. This policy reached its peak in the 1950s, when, under the leadership of Hendrik Verwoerd, one of the architects of the Apartheid regime that would last until 1994, the government passed the Bantu Education Act. The philosophy behind this act was bluntly spelled out by Verwoerd himself in a speech in 1954:
The Bantu must be guided to serve his own community in all respects. There is no place for him in the European community above the level of certain forms of labour … For that reason it is to no avail to him to receive a training which has as its aim absorption in the European community while he cannot and will not be absorbed there.»
En algunas democracias los gobernantes evitan las restricciones constitucionales modelando a su antojo el poder judicial. A mediados del siglo pasado Juan Domingo Perón se hizo con el control de la Corte Suprema argentina (que había declarado inconstitucional una de sus leyes) para gobernar sin trabas:
«Shortly after Perón’s victory, his supporters in the Chamber of Deputies proposed the impeachment of four of the five members of the [Supreme] Court. [...] Nine months after initiating the impeachment process, the Chamber of Deputies impeached three of the judges, the fourth having already resigned. The Senate approved the motion. Perón then appointed four new justices. The undermining of the Court clearly had the effect of freeing Perón from political constraints. He could now exercise unchecked power, in much the same way the military regimes in Argentina did before and after his presidency. His newly appointed judges, for example, ruled as constitutional the conviction of Ricardo Balbín, the leader of the main opposition party to Perón, the Radical Party, for disrespecting Perón. Perón could effectively rule as a dictator.»
Ahora, si es usted español, piense en las subidas de impuestos de los dos últimos años y en cómo están diseñadas, en el debate por eliminar el salario mínimo, en los jueces nombrados por el gobierno para el Tribunal Constitucional, en cómo se ha querido modificar el código penal para criminalizar las protestas y en cómo el precio de las matrículas universitarias se ha disparado en nuestro país. Dentro de poco será considerado delito el llevar puesta la máscara de Guy Fawkes.

Desgraciadamente, España no es el único país con una democracia acerba que lo es solo sobre el papel. De hecho, en una próxima entrada veremos que incluso países exitosos de acuerdo con la teoría expuesta (Estados Unidos, por ejemplo) podrían considerarse democracias de pastel.

lunes, 15 de julio de 2013

Historias de la amistad y del olvido

Fue mi mejor amigo durante toda la época escolar. Al llegar al instituto tuvimos que separarnos, pero seguíamos viéndonos a menudo. Nos confiábamos los clásicos problemas adolescentes: chicas, estudios, fiestas, chicas. Todo era nuevo, la existencia rebosaba de «primeras veces». Compartíamos ese lazo que solo se forja tras años de jugar juntos al fútbol en el recreo, de aguantar a los abusones del patio, de celebrar cumpleaños multitudinarios con bandejas de medias noches y litros de refresco (a veces mezclados, por supuesto, como era menester). Al poco de haber entrado ambos en la universidad dejó de responder a mis llamadas. No le he vuelto a ver.

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Menos de un mes separa nuestros respectivos cumpleaños, de modo que nos citábamos cada año para celebrarlos juntos. Quedábamos para comer o cenar, nos poníamos al día e intercambiábamos presentes. El tiempo volaba mientras repasábamos su búsqueda vital, sus líos amorosos, sus problemas en el trabajo. Hasta que un buen día, sin dar explicación alguna dejó de atender a mis invitaciones, y ya hace tres años que no celebramos juntos nuestro aniversario.

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Foto de vinodbahal
Después de seis horas en el instituto por la mañana volvíamos a encontrarnos por la tarde para ir a las clases del máster. Reíamos comentando las meteduras de pata de los profesores y las actitudes de los personajes que nos habíamos encontrado en ese máster. Atesoramos un nutrido florilegio de bromas privadas. Comentábamos lo que se convertiría en nuestra profesión, lo quemados que parecían estar todos y los debates sin fin que siempre vuelven. Teníamos toda una vida de trabajo por delante. A la sazón cada uno marchó a buscarse el pan y pasamos a vernos una o dos veces al año, para recordar viejos tiempos y hablar de lo nuevo. Hace dos años se mudó a otro país y –cosas de la vida– casi le veo más ahora que cuando vivíamos en la misma ciudad. La clásica amistad en la que cuando os encontráis volvéis a ser quienes erais cuando os conocisteis por primera vez.

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Lo llamábamos salir al balcón, si bien el balcón no era tal (más bien se trataba de una barandilla algo apartada). Nos conocíamos desde hacía relativamente poco así que había muchas historias personales con las que llenar la conversación. Hablábamos de nuestras biografías, de lo que nos pasaba, de lo que significaba; de los porqués y para-qués. De cómo vivíamos nuestros nuevos empleos y qué podíamos hacer. Maravillosas conversaciones desprovistas de banalidades con alguien en quien me podía ver reflejado, que había experimentado sucesos parecidos en la infancia y desarrollado rasgos de personalidad semejantes, alguien con quien me sentía conectado a un nivel profundo. Tuvimos que dejarlo cuando ya no coincidíamos a la hora de la comida y, aunque tiempo después volvimos a concurrir en el yantar, nunca lo retomamos. Una de esas relaciones en las que el dolor de la pérdida supera la satisfacción de todo lo bueno vivido. Exánime sin remedio, es sin duda la amistad que más extraño. Es mejor no haber amado.

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Comíamos en poco tiempo y salíamos a pasear, a tomar algo de sol en un parque cercano. Me contaba sus aventuras del fin del semana y me pedía consejo sobre temas varios, como si yo supiera algo o fuera capaz de ayudar a nadie. Razonábamos sobre el comportamiento humano y nos reíamos con nuestras propias miserias (sesgos cognitivos, hipocresía, ética laxa). Teníamos muchas preguntas importantes y pocas respuestas. A veces las conversaciones se tornaban en pity parties laborales, hasta que la fiesta por fin acabó cuando encontró otro trabajo. Nos vemos poco, pero cuando lo hacemos es como si no hubiera pasado el tiempo.

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Íbamos a correr juntos y debatíamos de todo un poco. Siempre podía contar con su punto de vista sensato y sus bromas. Compartimos el haber pasado por una de las peores experiencias que una persona puede vivir, de manera que hablamos el mismo idioma y poseemos una comprensión tácita de la experiencia subjetiva del otro. Aunque dejamos de vernos a diario hace tiempo, las atenciones familiares no le impiden que nos encontremos regularmente.

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Sostenía Aristóteles que «la distancia no destruye la amistad en general, sino su ejercicio; pero si la ausencia se hace larga, parece que también pone olvido a la amistad». Si «el amigo es un "yo otro"» cada lazo cortado es la renuncia a una parte de nuestro ser guardado en mente ajena. Y si decimos que una persona fallecida sigue viva de algún modo mientras la recordemos, entonces quizá muramos un poco cada vez que perdemos un amigo.


lunes, 8 de julio de 2013

Meditaciones de cumpleaños

Varios de mis mejores amigos y yo mismo cumplimos años los primeros días del mes nombrado en honor de Cayo Julio César. Eso significa encadenar una celebración con otra y –al menos en mi caso– ensimismarse con el fin de justipreciar la propia existencia. «Una vida sin examen no es digna de ser vivida», que decía Sócrates.
Foto de Will Clayton

La forma en que valoramos nuestra vida en conjunto es una asunto espinoso, lleno de trampas sutiles. El estado de ánimo del momento o eventos significativos del pasado reciente o el futuro inmediato pueden hacer que la «nota final» varíe ostensiblemente. Por el efecto WYSIATI que vimos en las entradas anteriores solo consideramos aquello de lo que nos acordamos. Daniel Kahneman dedica el último capítulo de su libro a la dificultad que supone calibrar la satisfacción vital (el énfasis es mío):
The questions “How satisfied are you with your life as a whole?” and “How happy are you these days?” are not as simple as “What is your telephone number?” How do survey participants manage to answer such questions in a few seconds, as all do? It will help to think of this as another judgment. As is also the case for other questions, some people may have a ready-made answer, which they had produced on another occasion in which they evaluated their life. Others, probably the majority, do not quickly find a response to the exact question they were asked, and automatically make their task easier by substituting the answer to another question.
[...] Norbert Schwarz and his colleagues invited subjects to the lab to complete a questionnaire on life satisfaction. Before they began that task, however, he asked them to photocopy a sheet of paper for him. Half the respondents found a dime on the copying machine, planted there by the experimenter. The minor lucky incident caused a marked improvement in subjects’ reported satisfaction with their life as a whole! A mood heuristic is one way to answer life-satisfaction questions.
[...] Even when it is not influenced by completely irrelevant accidents such as the coin on the machine, the score that you quickly assign to your life is determined by a small sample of highly available ideas, not by a careful weighting of the domains of your life
Para tratar de sortear estos obstáculos el célebre psicólogo Martin Seligman sistematizó su proceso de valoración. Su método consiste en lo siguiente:
«Poco después del día de Año Nuevo, me reservo media hora de tranquilidad para elaborar una "retrospectiva de enero". Escojo un momento en que no existen dificultades ni exaltaciones momentáneas y lo escribo en el ordenador, donde guardo las copias que he comparado año tras año durante la última década. En una escala del 1 al 10 –de pésimo a perfecto–, valoro mi satisfacción con la vida en cada uno de los ámbitos que evalúo, y escribo un par de frases que los resuman. Estos ámbitos, que pueden ser distintos para cada persona, son los siguientes:
  • Amor
  • Profesión
  • Finanzas
  • Juegos
  • Amigos
  • Salud
  • Creatividad
  • En conjunto
Utilizo otra categoría, Trayectoria, en la que analizo los cambios existentes de un año a otro y el comportamiento observado en éstos a lo largo de la década.
Recomiendo este procedimiento a los lectores, pues sirve para concretar, deja poco margen al autoengaño e indica cuándo actuar.»
Obviamente una evaluación de este tipo solo es útil cuando uno tiene claro lo que quiere y las metas a las que se dirige son fijas (spoiler alert: lo que uno quiere y a lo que aspira cambia mucho y más a menudo de lo que pensamos, por no hablar de lo mal que se nos da predecir lo que nos hará realmente felices llegado el momento).

En la retrospectiva del año pasado dije que estaba un poco perdido. Por desgracia no ha habido ningún avance en ese aspecto. Es más, creo que estoy todavía más perdido. Me siento una boya a la deriva, sin aspiraciones ni sueños concretos. De los siete ámbitos considerados por Seligman solo tengo objetivos (si bien algo difusos) en lo atinente a dos de ellos. Para más inri, en los últimos doce meses he descubierto que lo que consideraba virtudes de mi forma de ser en realidad son defectos. Estoy vacío. No tengo nada que ofrecer.

No sé qué hacer, ni si debería hacer algo siquiera. Como decía Jonathan Haidt «no debo entregar ningún examen al final de la vida y por tanto no es posible que suspenda». En ausencia de objetivos podría considerar que –de nuevo citando a Haidt– «todo es un regalo sin ataduras ni expectativas». Pero al intentar adoptar esa aptitud oigo una voz interior que me dice que estoy desperdiciando mi vida, y que es probable que me arrepienta más adelante, cuando ya será demasiado tarde para enmendarlo.

«¿Qué hago con mi vida?» es una de esas preguntas que nadie puede responder por ti. Durante la adolescencia pensé que la respuesta llegaría con la edad. Como no fue el caso recurrí a la experiencia de los demás. A lo largo de los años he leído unos cuantos libros buscando cómo dar forma a mi propio camino, sin éxito. «Tenemos las mismas necesidades que los demás», escribe Julian Baggini al hablar sobre el sentido de la vida, «de amistad, comida, placer, felicidad, éxito, etcétera–, pero estas necesidades varían muchísimo en naturaleza e intensidad de una persona a otra». Y concluye:
«Por esa razón ninguna "guía para encontrar sentido a la vida" puede ser un manual de instrucciones completo sino que sólo puede crear un marco de referencia dentro del cual cada individuo construya una vida que merezca la pena ser vivida.»
Una vida que merezca la pena ser vivida. ¿Cómo se logra eso cuando uno es incapaz de experimentar verdadera satisfacción, fijarse objetivos, ayudar a los demás, comprometerse, creer, cambiar o amar?

Ni puta idea.