lunes, 24 de marzo de 2014

Papá, ¿por qué somos del Atleti?

En el año 2000, tras el descenso del club a segunda división, el Atlético de Madrid lanzó una campaña publicitaria en la que un niño le preguntaba a su padre «Papá, ¿por qué somos del Atleti?», a lo que el progenitor no atinaba a responder, guardando silencio. «No es fácil de explicar. Pero es algo muy, muy grande» era el título del anuncio.

Foto de Kathleen Tyler Conklin
Si leen los comentarios del vídeo verán, como era de esperar, la típica discusión entre hinchas del Atleti y aficionados de otros equipos. Si leen los de cualquier vídeo de Los Simpson encontrarán el absurdo debate sobre si el doblaje de la serie es mejor en español de España o en español latino. Otro tanto ocurre con las canciones que abrían las series de la infancia de nuestra generación, cuya mejor versión siempre coincide con la que uno escuchó en su infancia (o la versión original en japonés, si procede), mientras que las demás son basura.

Estas discusiones están por todas partes. Allí donde haya más de una opción siempre hay bandos enfrentados dispuestos a informarnos de por qué el suyo es el mejor, a menudo con dos extremos reconocibles que aglutinan el grueso de opiniones. Cola-cao o Nesquik, Coca-cola o Pepsi, carne o pescado, tortilla de patatas con cebolla o sin cebolla, cerveza o vino, coches o motos, F. C. Barcelona o Real Madrid, Apple o Android, rap o ballet, Breaking Bad o The Wire. Precisamente al hilo de esta última se preguntaba Luis Tarrafeta a santo de qué discutimos con tanta pasión sobre asuntos tan triviales:
«Tengo mis comentarios respecto al “por qué”, pero el fenómeno es innegable. Nos hemos vuelto tan identitarios con nuestros gustos que hay incluso quien se ofende cuando no se comparten. O cuando se atacan, si lo preferís ver así, pero… aun con todo, ¿no es raro?
Es raro que pase cuando, como todo el mundo sabe (?), para gustos están hechos los colores.»
Nótese que la defensa partisana de las preferencias propias es de vieja data. Ya a principios del siglo XX José Ortega y Gasset incluyó esta característica en la estructura psicológica de lo que llamó el hombre-masa:
«[E]l hombre que analizamos se habitúa a no apelar de si mismo a ninguna instancia fuera de él. Está satisfecho tal y como es. Igualmente, sin necesidad de ser vano, como lo más natural del mundo, tenderá a afirmar y dar por bueno cuanto en sí halla: opiniones, apetitos, preferencias o gustos.»
Hace poco vimos que parece formar parte de la naturaleza humana esa disposición de los hombres a imponer a los demás como regla de conducta su opinión y sus gustos. También pienso, como Tarrafeta, que algo tienen que ver la afiliación y el reconocimiento, y que los gustos están relacionados con la propia identidad. Hay un concepto que los científicos sociales denominan «autoseñalización», cuya idea básica subyacente es que, pese a lo que solemos pensar, no tenemos una noción muy clara de quiénes somos. Según Dan Ariely:
«Por lo común creemos tener una visión privilegiada de nuestra personalidad y nuestras preferencias, aunque en realidad no nos conocemos muy bien (desde luego no tan bien como imaginamos). En vez de ello, nos observamos igual que observamos y juzgamos las acciones de otras personas —deduciendo de nuestras acciones quiénes somos y lo que nos gusta.
Por ejemplo, supongamos que vemos a un mendigo por la calle. En lugar de ignorarlo o darle dinero, decidimos comprarle un bocadillo. La acción en sí misma no define quiénes somos, la moralidad o el carácter, pero interpretamos el hecho como prueba de nuestra personalidad generosa y compasiva. Ahora, provistos de esta información «nueva», empezamos a creer más intensamente en nuestra benevolencia. Así funciona la autoseñalización.»
Escuchas un tipo de música, eliges una clase de ropa, ves cierto género de televisión, acudes a unos restaurantes concretos y ¡voilá! Eres rapero, indie, metalero, gótico, hipster o nada de lo anterior. De nuestras elecciones deducimos quiénes somos y lo que nos gusta. Si esa afirmación es cierta, entonces los gustos de una persona pueden decirnos cómo es de la misma manera que se lo dicen a ella misma.

En la mayoría de los casos, sencillamente elegimos A porque nos gusta más que B; nuestra aprobación o desaprobación se halla implicada en el placer que nos producen. Sin embargo, cuando alguien nos pregunta por qué preferimos A siempre podemos dar con alguna justificación aparentemente racional. De acuerdo con Kahneman el sistema encargado de dichas racionalizaciones es también el que da lugar a nuestra identidad, a quién creemos que somos:
«The attentive System 2 is who we think we are. System 2 articulates judgments and makes choices, but it often endorses or rationalizes ideas and feelings that were generated by System 1. You may not know that you are optimistic about a project because something about its leader reminds you of your beloved sister, or that you dislike a person who looks vaguely like your dentist. If asked for an explanation, however, you will search your memory for presentable reasons and will certainly find some. Moreover, you will believe the story you make up.»
Así pues, aquello que Gazzaniga llama «el intérprete» no solo tiene justificaciones para nuestros actos, sino también para nuestras preferencias.

Dar razones de nuestras preferencias a menudo es un tanto absurdo. Uno no determina sus gustos culinarios, verbigracia, tras un análisis racional de las opciones disponibles; si ese fuera el caso sería razonable pensar que nos preocuparíamos en hacer que nos guste aquello que más nos conviene, es decir, lo más sano. Pero nadie se levanta diciendo: «hoy me va a gustar el brécol», como mucho podrá cubrirlo de bechamel para hacerlo llevadero. Gustos y racionalidad se sitúan en planos separados, si bien tendemos a entremezclarlos y formar una cadena causal que no tiene sentido. Como dice Julian Biaggini:
«Preferir el vino tinto al blanco no es irracional, pero tampoco racional. La preferencia no se basa en razones, sino en gustos.»
De manera que el silencio del padre es ciertamente la respuesta más honesta a la pregunta que da título a esta entrada.

2 comentarios:

  1. Madre mía... Kahneman, Gazzinaga, Ortega y un tal Tarrafeta. Jajaja... Ten cuidado, ¡puede que lleves a algún incauto al equívoco! :DDD

    En cualquier caso, estupendo artículo. Me gusta mucho todo eso del "intérprete". Los sesgos de autopercepción, lo esquivo que es el yo (si es que existe) y todas esas cosas...

    En su momento, me dio bastante que pensar el modelo de "la ventana de johari" (http://es.wikipedia.org/wiki/Ventana_de_Johari). Aunque no deja de ser una simplificación un tanto de libro de autoayuda, creo que modeliza de forma bastante útil algunas cosas. A mí, por lo menos, me sirvió para un poemario: http://luistarrafeta.com/poesia/johari-web/

    Ah, ¿y por qué "sois" del Atleti?... Creo que el primer comentario de youtube es suficientemente clarificador:
    "Porque si fuesemos del Madrid, nos saldrían ronchas en el cuerpo, hijo. Jajajajajajajajajajajaja Y no es coña, un colega mío se compró una bufanda del Madrid en un todo a 100 y le salió una alergia, jajajajajajajajajajajaja"

    :D

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    1. xDDD

      Gracias por el apunte de la ventana de Johari, no la conocía.

      Por cierto, yo también creo que The Wire es mejor que Breaking Bad :D ¡Es tan obvio que no debería hacer falta tener que decirlo! xDD

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