lunes, 23 de noviembre de 2015

Counter-Strike

Después de investigar más de cuatro décadas de atentados terroristas, el profesor de la Universidad de Colorado en Boulder Aaron Clauset descubrió que dichos eventos exhiben una curiosa propiedad matemática: su magnitud, medida en número de víctimas, sigue la misma ley de potencias que la magnitud de los terremotos. La mayoría de incidentes producen pocas muertes o ninguna, mientras que un reducido conjunto de sucesos (el 11 de septiembre, Maiduguri o Iraq) suman el grueso de víctimas totales.

Fuente: Silver (2012)

La ley de potencias posee ciertas propiedades que son importantes cuando se trata de cuantificar el riesgo futuro. Tal como explica Nate Silver:

In particular, they imply that disasters much worse than what society has experienced in the recent past are entirely possible, if infrequent. For instance, the terrorism power law predicts that a NATO country (not necessarily the United States) would experience a terror attack killing at least one hundred people about six times over the thirty-one-year period from 1979 through 2009. (This is close to the actual figure: there were actually seven such attacks during this period.) Likewise, it implies that an attack that killed 1,000 people would occur about once every twenty-two years. And it suggests that something on the scale of September 11, which killed almost 3,000 people, would occur about once every forty years.
Sin embargo, igual que ocurre con los terremotos, la ley de potencias no nos dice cuándo y dónde ocurrirá el próximo ataque, solo nos muestra la tendencia a largo plazo. No obstante, a diferencia de los terremotos, los golpes terroristas sí pueden prevenirse. En Israel, por ejemplo, hay menos asaltos de gran magnitud de los que predice la ley de potencias, hecho que puede observarse en la imagen siguiente.

Fuente: Silver (2012)


Lo más frustrante de la lucha contraterrorista quizá sea lo difícil que es impedir un ataque. Los métodos y objetivos posibles son prácticamente ilimitados. Es imposible blindar todos los objetivos y proteger a toda la población. Las fuerzas de seguridad necesitan poder anticiparse a los terroristas y detenerlos antes de que actúen.

Para Levitt y Dubner es una cuestión de averiguar quiénes son los terroristas. Estos dos autores crearon un algoritmo en colaboración con un banco inglés para identificar a posibles terroristas:

In SuperFreakonomics, published in 2009, we described an algorithm that we built with a fraud officer at a large British bank. It was designed to sift through trillions of data points generated by millions of bank customers to identify potential terrorists. It was inspired by the irregular banking behavior of the 9/11 terrorists in the United States. Among the key behaviors:
  • They tended to make a large initial deposit and then steadily withdraw cash over time, with no steady replenishment.
  • Their banking didn’t reflect normal living expenses like rent, utilities, insurance, and so on.
  • Some of them routinely sent or received foreign wire transfers, but the amount inevitably fell below the reporting limit.
[...] One marker, we noted, was particularly powerful in the algorithm: life insurance. A budding terrorist almost never bought life insurance from his bank, even if he had a wife and young children. Why not? As we explained in the book, an insurance policy might not pay out if the holder commits a suicide bombing, so it would be a waste of money.
No solo desarrollaron el algoritmo sino que lo publicaron con una lista de recomendaciones que cualquier futuro terrorista podía usar para no ser marcado como tal:

Todo esto sugiere que si un terrorista en ciernes quisiera borrar sus huellas, debería ir al banco y cambiar el nombre de su cuenta por otro que no sea musulmán (Ian, por ejemplo). Tampoco le vendría mal contratar un seguro de vida. El banco de Horsley ofrece pólizas para primerizos por unas pocas libras al mes.
Estas revelaciones fueron intencionadas. En Estados Unidos y Reino Unido, casi nadie contrata seguros de vida a su banco. Las únicas personas que se sentirían impelidas a hacerlo serían aquellas que necesitaran ocultar sus huellas. Al contratar un seguro de vida al banco, los terroristas se estarían delatando a sí mismos.

A primera vista, algoritmos como el anterior serían todo lo que necesitamos para prevenir matanzas. Con ellos se podría identificar a los posibles terroristas y meterlos en la cárcel. Asunto zanjado. O no. Porque el problema no es solo identificar a los malhechores. Por lo que sé, los terroristas de París ya habían sido identificados como sospechosos por las fuerzas de seguridad francesas. También los terroristas de Madrid eran conocidos por la policía, y los del 11 de septiembre habían sido vigilados por el FBI. No basta, pues, con tenerlos en el radar; es necesario rastrearlos para ver qué traman. Si consideramos a cada posible terrorista como una señal de radio, los analistas de inteligencia se enfrentan a algo parecido a lo siguiente:

Fuente: Silver (2012)

Las unidades antiterroristas tienen que ser capaces de aislar el ruido de esta amalgama de líneas enredadas (en este caso, diez) y centrarse en la señal, esto es, las personas que están planeando la próxima masacre.

Fuente: Silver (2012)

Desafortunadamente, no es nada fácil saber qué señal es la importante. A este respecto, el miembro de la unidad contraterrorista de la Policía Federal de Bruselas Alain Grignard observa que el coste de seguir a varios sospechosos rápidamente se vuelve prohibitivo. Por tanto, deben decidir a quién rastrear y a quién no. De acuerdo con Grignard, aquí entra en juego la suerte. A veces eligen bien y consiguen desbaratar los planes de los terroristas. Otras veces, como ha ocurrido en Francia, no tienen tanta suerte:

Even though the attackers were on the radar screen you cannot put more than a very limited number of people under 24/7 surveillance. To tail just a few suspects you need agents in several cars. And you’re talking about three different shifts through the day. You also need teams back in the operational center to coordinate wiretaps and file paperwork. All this amounts to hundreds of people being assigned to just one operation. Very quickly the expense becomes prohibitive.

Let me outline a scenario to explain all this. If we have, say, three extremists we are worried about, we’ll apply to a judge for wiretaps. The legal bar for this is generally higher than in the United States. For using informants it is higher still. But if we get the green light we may have to prioritize one of the three. If you’re unlucky you pick the wrong one. That’s what happened in France. They were unlucky. There are dozens of radicals on their radar screen who had the same profile as the Kouachi brothers. Belgium counterterrorism agencies were praised for thwarting the Verviers plot, but luck played its role. Tomorrow we might not be so lucky.
A ello se suma otro hecho inquietante. Los terroristas no buscan únicamente el máximo número de cadáveres; intentan asimismo causar el mayor miedo posible a la población para que altere su comportamiento. Cualquier malnacido que logre hacerse con un kalashnikov puede salir a la calle y matar a una docena de personas en pocos minutos, sembrando el pánico durante semanas. Acciones de ese tipo requieren poca planificación, lo que da a la policía menos tiempo y margen de maniobra para actuar:

CTC: What keeps you up at night?
Grignard: Extremists launching attacks with little warning—going out and buying a Kalashnikov and shooting up a shopping center and then disappearing into the crowd before we can find them What I’ve long dreaded is starting to materialize. The Chattanooga attack on U.S. military personnel in July appears to fit this pattern. Previously we had weeks and months to intercept terrorist plots because terrorists would spend months planning an attack, buying components for a bomb and so on. It’s so much more difficult to stop this new form of terrorism.
No es de extrañar que este tipo de acciones sean las que organizaciones terroristas como ISIS tratan de inducir a sus acólitos.

El terrorismo, según Levitt y Dubner, impone costes a todos, no solo a sus víctimas directas. Uno de los más notorios es el miedo desproporcionado del que hablamos en el artículo anterior, pero hay otros muchos, menos obvios. Los atentados nos cuestan nuestra salud mental (aumento del estrés postraumático) y nuestro tiempo (perdido en innumerables cacheos). También nos cuesta dinero, ya sea en bajadas del mercado de valores o en negocios que pierden clientes (por ejemplo aerolíneas, hostelería o turismo). Todos estos costes tienen lugar incluso aunque el acto terrorista en sí haya fracasado, es decir, aunque no haya habido víctimas.

La lucha antiterrorista debe de ser una de las tareas más desagradecidas que existen. Los fracasos son trágicos y evidentes, mientras que los éxitos a menudo deben quedar ocultos por razones de inteligencia. Nunca se puede estar seguro del éxito que se está teniendo (¿habría ocurrido algo de no haber tomado todas estas medidas?). No se puede proteger a todo el mundo en todo momento. El presupuesto es limitado y, como suele ocurrir, el gasto en prevención obedece a rendimientos decrecientes. Además, dado que es varios miles de veces más probable morir de causas mundanas (obesidad, cáncer) que en un atentado ¿hasta qué punto hay que desviar fondos de planes de salud a la lucha antiterrorista?

Para algunas personas es aceptable tener que cambiar su vida diaria y que les recorten sus libertades civiles en aras de la seguridad. Para otros, todo eso supone una victoria de los terroristas. Equilibrar seguridad y libertad es una delicada tarea a la que se enfrentan todas las sociedades que sufren este tipo de ataques. Buscar ese equilibrio es algo que ya hacemos en otras áreas, como cuando permitimos a las personas usar su propio coche o motocicleta. Queramos admitirlo o no, si queremos vivir en una sociedad libre no queda otra opción que aceptar cierta cantidad de riesgo de atentados.

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