lunes, 27 de junio de 2016

Lotocracia (y II)

Para Álex Guerrero, quien desarrolla su propuesta en un artículo que yo resumo aquí, la lotocracia tiene grandes ventajas. En primer lugar, suprime algunas fuentes clásicas de corrupción. Por ejemplo, como los miembros del gobierno no necesitan el favor de nadie para llegar al poder, no tienen deudas que saldar. A esto hay que sumar el hecho de que la elección aleatoria deja fuera de la ecuación la ambición política y la sed de poder por el poder. Finalmente, sube enormemente los costes de captación para los grupos de presión.

Foto de Jeremy Brooks
Además, este sistema es indudablemente más representativo: el parlamento aglutinaría un espectro mucho más amplio de experiencias vitales, ideas, creencias, clases sociales, estilos de vida y conocimiento. También es más igualitario ya que, aunque en teoría (casi) cualquier ciudadano puede optar a ser diputado en el sistema actual son aquellos con dinero, contactos y don de gentes (entre otras cosas) los únicos que realmente pueden optar a un asiento. En una lotocracia, por el contrario, nadie está mejor posicionado para mandar que otro. Finalmente, un sistema así puede permitirse el lujo de tener una visión política a largo plazo al no necesitar resultados inmediatos de cara a la reelección, lo cual permitiría tomar decisiones que no hipotecaran nuestro futuro.

Un propuesta como esta sin duda encontraría una gran oposición, y no solo por parte de aquellos a los que se les acabaría el chollo. La objeción más probable seguramente estaría relacionada con la competencia: solo Dios sabe qué destino le aguardaría a un país gobernado por forococheros, canis, espectadores y participantes de Hombres, mujeres y viceversa, y demás fauna. A esto hay al menos dos respuestas posibles. Primero, que el argumento de la falta de competencia supone que los políticos actuales son capaces de tomar mejores decisiones que un grupo de ciudadanos elegido al azar, algo que, hasta donde yo sé, no ha sido demostrado empíricamente (si creen que eso es algo evidente en sí mismo les remito a nuestra discusión sobre los expertos). Segundo, se podrían establecer unos requisitos mínimos de educación para ser elegible (aunque eso sería un debate en sí mismo). En cualquier caso, la idea de Guerrero incluye un periodo previo de formación en aquel aspecto en el que vaya a centrarse la legislatura.

Otro inconveniente tiene que ver con la política exterior y la incertidumbre sobre qué pasaría si gente llana tuviera que interactuar con políticos experimentados. Cabe pensar que los primeros podrían ser engañados fácilmente por estos últimos, más acostumbrados a la negociación y más duchos en la manipulación en general. Una dificultad adicional es que, como hemos dicho, los ciudadanos elegidos habrían de ser formados previamente para poder legislar, lo que introduce el dilema acerca de qué expertos se eligen para formarles. Este es un aspecto especialmente en importante en economía, donde la ideología aún juega un papel primordial.

Como último inconveniente encontramos que, si reemplazamos las elecciones por la alternativa lotocrática, aquellos que nunca resultan elegidos en el sorteo pierden todo su poder político. En un país de más de cuarenta millones de personas y trescientos cincuenta escaños como España, las probabilidades de un ciudadano de ser elegido en alguna legislatura a lo largo de su vida serían bastante escasas. Recordemos, no obstante, que la lotocracia no está reñida con las elecciones u otro tipo de votaciones.

A mí me encantaría probar este sistema. Como informático, he aprendido a amar la aleatoriedad ya que, utilizada juiciosamente, puede reportarnos grandes beneficios. En inteligencia artificial, por ejemplo, el azar se utiliza para evitar lo que se llaman «máximos locales», esto es, soluciones óptimas que no son la mejor de entre todo el abanico de soluciones posibles, sino solo de una pequeña parte de ese conjunto. La aleatoriedad es la base también de la evolución natural y otros sistemas naturales. Nassim Taleb describe más usos del azar en su último libro (énfasis en el original):

The idea of injecting random noise into a system to improve its functioning has been applied across fields. By a mechanism called stochastic resonance, adding random noise to the background makes you hear the sounds (say, music) with more accuracy. We saw earlier that the psychological effect of overcompensation helps us get signals in the midst of noise; here it is not psychological but a physical property of the system. Weak SOS signals, too weak to get picked up by remote receptors, can become audible in the presence of background noise and random interference. By adding to the signal, random hiss allows it to rise sufficiently above the threshold of detection to become audible—nothing in that situation does better than randomness, which comes for free.

Consider the method of annealing in metallurgy, a technique used to make metal stronger and more homogeneous. It involves the heating and controlled cooling of a material, to increase the size of the crystals and reduce their defects. [...] the heat causes the atoms to become unstuck from their initial positions and wander randomly through states of higher energy; the cooling gives them more chances of finding new, better configurations.

[...] Inspired by the metallurgical technique, mathematicians use a method of computer simulation called simulated annealing to bring more general optimal solutions to problems and situations, solutions that only randomness can deliver.
No es de extrañar, por tanto, que Taleb abogue también por un sistema lotocrático (ibídem):

[W]e should have citizens randomize the jobs of rulers, naming them by raffles and removing them at random as well. That is similar to simulated annealing—and it happens to be no less effective. It turned out that the ancients—again, those ancients!—were aware of it: the members of the Athenian assemblies were chosen by lot, a method meant to protect the system from degeneracy. Luckily, this effect has been investigated with modern political systems. In a computer simulation, Alessandro Pluchino and his colleagues showed how adding a certain number of randomly selected politicians to the process can improve the functioning of the parliamentary system.

A mi juicio, la lotocracia comparte una característica con el capitalismo: explotar el egoísmo de la gente. Para la mayor parte de los españoles, un sueldo a partir de cincuenta mil euros anuales (lo que cobran los diputados españoles) es mucho más de aquello a lo que podrán aspirar en su vida, máxime si tenemos en cuenta la gran cantidad de paro que tenemos. Ciertamente, algunas personas saldrían perdiendo con el cambio, pero eso podría incluso ser buena cosa: desplazaría el foco actual centrado en los problemas de los más ricos hacia la base de la pirámide de población. En cualquier caso, también hay que considerar que dejar nuestro trabajo actual durante cuatro años puede hacerle un flaco favor a nuestra carrera profesional, especialmente si trabajamos en un área que cambia rápidamente y donde en pocos meses uno se queda atrás.

Quien quiera poner a prueba un sistema así en España obviamente tendrá que ponerse en lo peor. Deberá asumir, verbigracia, que todos los ciudadanos elegidos por sorteo se dedicarán a enriquecerse con comisiones ilícitas, que serán ignorantes y no estarán interesados en aprender, o que tomarán malas decisiones a propósito, solo para fastidiar. Aún así, yo creo que hay suficientes maneras posibles de implementar la lotocracia como para poder sacarle partido.

lunes, 20 de junio de 2016

Lotocracia (I)

La semana que viene los españoles tenemos de nuevo la oportunidad de elegir a nuestros representantes en el Congreso y el Senado. Otra vez han llegado a cada casa papeletas de los partidos con una lista de nombres que, salvo los primeros de la misma, son prácticamente desconocidos para la mayoría. La fama de estos interfectos parece ir pareja con su importancia pues, como escribe César Vidal, en el sistema electoral actual todas esas personas no son realmente importantes:

Con el actual sistema proporcional, en las campañas electorales españolas lo único relevante son los líderes de los partidos. Los demás miembros de la lista cerrada y bloqueada son ceros a la izquierda, ilustres desconocidos a los que a nadie importa qué piensan o qué dicen. Se cumplen los ciclos electorales uno tras otro y sigue sin saberse si piensan o si dicen. [...] La lealtad básica en un sistema mayoritario de circunscripciones uninominales va del cargo electo a sus electores, no del cargo electo hacia su partido. En un sistema proporcional, por razones obvias, la lealtad va al partido.
Foto de Tomasz Krawczak
De pequeño me preguntaba (y no creo que haya sido el único) por qué había que elegir a unos pocos para gobernar el país, y por qué estos no preguntaban al resto de los ciudadanos su opinión cuando tomaban decisiones. Me preguntaba, en definitiva, por qué tenemos una democracia representativa en lugar de una democracia directa. Esta última parece la forma más pura (por así decirlo) de democracia: todo el mundo tiene voz y voto, todas las personas tienen la misma importancia y cantidad de poder, y todos los puntos de vista están contemplados.

Hasta la popularización de internet la respuesta más obvia es que no era posible en la práctica implementar un sistema directo cuando la ciudadanía la forman decenas de millones de personas. Incluso aunque ahora buena parte de la población esté conectada algunas personas seguirían excluidas, por no hablar de que la seguridad informática no ha madurado lo suficiente como para garantizar la integridad del proceso y los resultados. Supongamos no obstante, por mor del argumento, que se pudiera hacer política directamente a través de nuestro navegador de forma fiable. ¿Qué razones podrían aducirse para seguir optando por una democracia representativa?

Quizá el argumento más importante a favor de los representantes políticos sea el epistémico, relacionado con la especialización y la división del trabajo. De igual forma que llamamos a un fontanero para arreglar las cañerías y a un mecánico para arreglar el coche, actualmente tenemos a un conjunto de personas cuyo campo de especialización son los problemas políticos. Estas personas dedican (en teoría) todo su tiempo a aprender aquello que es relevante sobre los asuntos de la nación y pueden (de nuevo, en teoría) tomar decisiones informadas. Imaginen que después de llegar a casa tras doce horas de trabajo tuvieran ustedes que informarse para votar al día siguiente sobre una nueva ley que especifica las sustancias químicas permisibles en los alimentos en conserva.

La idea de optar por políticos para gobernar por nosotros descansa en la tesis de que estos profesionales, gracias a su formación y especialización, son capaces de tomar mejores decisiones para el país que el ciudadano medio. Sin embargo, la práctica nos hace ver que hay mucho margen para el escepticismo. No tenemos, verbigracia, ninguna prueba de que estos prohombres sean de una inteligencia o virtud moral superior a la media, dos cualidades que probablemente sean deseables en jefes de gobierno. En muchos casos tampoco tienen el conocimiento especializado que se necesita para tomar buenas decisiones, como muestra el hecho de que justifican la labor de los lobbies argumentando que un político no puede saberlo todo sobre todo. También parece ocurrir que las cualidades técnicas que aprende un político a lo largo de su carrera no están tan relacionadas con el buen gobierno como con la capacidad de abrirse paso en el partido y lograr convencer a los ciudadanos de que voten por él. Una vez en el poder, las decisiones que toman estas personas tienen múltiples sesgos, desde el pago de favores hasta la corrupción simple y llana, pasando por el sempiterno compadreo.

La causa principal de la corrupción y el mal gobierno es, probablemente, que los políticos no tienen una responsabilidad real. Salvo para quienes aman el poder en sí mismo y aquellos que buscan enriquecerse con la política, poca diferencia hay –creo yo– entre estar en el Gobierno o en la oposición. Los miembros de cualquier partido político pueden arruinar el país entero sin que les afecte de forma importante. No se juegan nada.

Pero incluso aunque existiera un sistema de castigo directo en caso de hacerlo mal (pongamos por caso, una buena tanda de latigazos) seguiríamos encontrándonos con tres problemas, a saber: que los ciudadanos desconocemos qué hacen nuestros políticos la mayor parte del tiempo, que somos unos completos ignorantes en la mayoría de asuntos que un gobierno debe tratar y que ese desconocimiento nos incapacita para evaluar la actuación de un político, pues no podemos saber si sus decisiones han sido correctas o no.

Hay muchas formas de gobierno, algunas de ellas estupendamente descritas por Luis Tarreta en su blog. Yo les hablaré hoy de un sistema utilizado en la antigua Grecia y en las ciudades-república italianas de la época medieval y renacentista que descubrí gracias a Álex Guerrero, un profesor de filosofía de la Universidad de Pensilvania.

Imaginen que esa carta que a veces nos llega para ser miembro de una mesa electoral no fuera para fastidiarles el domingo, sino para ser miembro del Gobierno en la siguiente legislatura. Durante los siguientes cuatro años su única fuente de ingresos sería el trabajo que realicen como políticos. Pasarían un periodo de formación en el que aprenderían lo necesario para desarrollar su trabajo legislativo, y mientras formaran parte del gobierno serían instruidos por un panel de expertos en todo aquel asunto sobre el que fuera necesario legislar.

Esa es, en pocas palabras, la definición de lotocracia: la elección aleatoria de los miembros del parlamento mediante sorteo. Partiendo de esta premisa básica, los detalles de su implementación pueden variar. Los miembros elegidos al azar pueden reemplazar completamente a los políticos actuales o formar una cámara aparte con capacidad de veto. Su función podría centrarse en todos los aspectos del gobierno de la nación o enfocarse en un pequeño conjunto de ellos por legislatura. También podría haber varias cámaras de este tipo, cada una dedicada a un solo asunto. Podrían legislar directamente o solo hacer propuestas que fueran desarrolladas por los políticos tradicionales. Los miembros de esta cámara de representantes podrían renovarse totalmente al terminar el mandato o solo en parte. Etcétera, etcétera.

En el próximo artículo veremos algunas de las ventajas y desventajas teóricas de este sistema de gobierno.

Continuará.

lunes, 13 de junio de 2016

Confort

Ha llegado el calor veraniego a estas latitudes embistiendo con brío, acompañado como suele ser habitual del tenue zumbido de los aparatos de aire acondicionado. Con las temperaturas atosigando de nuevo he de sufrir las guerras del clima en mi oficina, durante las cuales el objeto más deseado es ese rectángulo de plástico que controla el climatizador. Como probablemente ya sepan por experiencia propia estos trastos sirven para bajar la temperatura ambiente hasta el punto exacto en que todo el mundo está a disgusto, menos uno: el que tiene el mando.

Foto de Antonella Moltini
Pensaba en el aire acondicionado con especial cariño durante uno de mis últimos viajes en tren en el que el ambiente dentro del vagón era similar al de un horno de pan. Todos los pasajeros comentaban el calor que hacía mientras sudábamos, castigo que el conductor tuvo a bien alargar a base de largas paradas en mitad de la vía durante el trayecto. Los bufidos de indignación se oían por todas partes y los abanicos improvisados aleteaban sin cesar.

Aquella situación me hizo recordar un pasaje de un libro que terminé hace no mucho. Decía el autor que nos hemos vuelto demasiado blandos, que a base de vivir en espacios climatizados el rango de temperaturas en el que podemos desenvolvernos se ha reducido notablemente y que eso ha atrofiado la capacidad de nuestro cuerpo de adaptarse al frío o al calor:

[M]odern people live in bubbles, only spending trivial amounts of time outside their offices, houses, cars, and shopping centers. Modern sedentary habits have almost eliminated physiological advantages and adaptation. How to dress and behave for seasons and weather have been forgotten, and so people own improper clothing which is uncomfortable outside the range of "modern room temperature."
Sus palabras me recordaron a su vez una escena de la película Mi cena con André en la que el personaje de Wally habla de su manta eléctrica, aparato que había supuesto una mejora sustancial en su calidad de sueño nocturno. Wally comenta que su forma de dormir es distinta, que incluso sus sueños han cambiado y que se despierta con una sensación diferente. Se pregunta a sí mismo qué le está haciendo la manta eléctrica, a lo que su amigo responde:

I mean the main thing, Wally, is that I think that that kind of comfort just separates you from reality in a very direct way.[...] I mean, if you don’t have that electric blanket, and your apartment is cold, and you need to put on another blanket or go into the closet and pile up coats on top of the blanket you have, well then you know it’s cold, and that sets up a link of things. You have compassion for the person–well, is the person next to you cold? Are there other people in the world cold? What a cold night! I like the cold, my god, I never realized. I don’t want a blanket. It’s fun being cold. I can snuggle up against you even more because it’s cold–all sorts of things occur to you. Turn on that electric blanket and it’s like taking a tranquilizer, it’s like being lobotomized by watching television. I think you enter the dream world again. What does it do to us, Wally, living in an environment where something as massive as the seasons or winter or cold don’t in any way effect us? I mean, we’re animals, after all. I mean, what does that mean? I think that means that instead of living under the sun and the moon and the sky and the stars, we’re living in a fantasy world of our own making.
Me pregunto cuánto habrá de razón en todo esto. Seguramente sea cierto que al vivir más o menos siempre a la misma temperatura nuestro cuerpo pierde capacidad de adaptación, pero creo que es difícil saber si eso es bueno, malo o indiferente. También es posible que sentir el frío en los huesos te haga pensar en todos aquellos que duermen en la calle todos los días pero si eso no se traduce en un comportamiento más compasivo o caritativo no parece que tenga mayor importancia.

Abundan las tradiciones y movimientos que sostienen que el ser humano se ha alejado demasiado de la naturaleza y que ello es la causa de nuestros males. Sirva como muestra la respuesta de Nassim Taleb a los médicos de urgencias que le atendieron cuando se rompió la nariz y le pautaron hielo para la inflamación:

In the emergency room, the doctor and staff insisted that I should “ice” my nose, meaning apply an ice-cold patch to it. In the middle of the pain, it hit me that the swelling that Mother Nature gave me was most certainly not directly caused by the trauma. It was my own body’s response to the injury. It seemed to me that it was an insult to Mother Nature to override her programmed reactions unless we had a good reason to do so, backed by proper empirical testing to show that we humans can do better; the burden of evidence falls on us humans. So I mumbled to the emergency room doctor whether he had any statistical evidence of benefits from applying ice to my nose or if it resulted from a naive version of an interventionism.
Que todas las sociedades desarrolladas tienen sus propios problemas es evidente, pero que la causa sea un alejamiento de la naturaleza es discutible. En cualquier caso, no estoy tan interesado en la relación entre el hombre y la naturaleza como en el hecho de que el confort no es más que una forma de evitación. Siempre que nuestra economía lo hace posible buscamos la temperatura ideal para la ropa que llevamos, no nos permitimos sudar ni tener las manos o los pies fríos, matamos el hambre en cuanto asoma la cabeza, tapamos el dolor con analgésicos a diario y disimulamos los olores con colonias, desodorantes y afeites. Todo ello busca evitar sensaciones incómodas o desagradables.

Si alguna vez han meditado de manera formal habrán experimentado el amplio abanico de pequeñas molestias que aparecen durante esos diez, veinte o treinta minutos en los que uno está sentado inmóvil, desde extremidades que se duermen hasta articulaciones que se anquilosan. Una de las molestias más frecuentes, al menos en mi caso, son los picores, especialmente en la cara. La reacción instintiva es rascarse pero se supone que hay que permanecer inmóvil durante toda la sesión. Para lograrlo, dicen los que saben que lo que hay que hacer es dirigir la atención a ese punto donde aparece la sensación incómoda y respirar a través de él. Lo cierto es que funciona: si se resiste el impulso inicial y se centra la atención, poco a poco la incomodidad desaparece.

Tener ansiedad me ha hecho ver lo valioso de esta forma de afrontar las sensaciones desagradables. Al principio, cuando los síntomas empezaban a manifestarse mi primer pensamiento era «¡no, por favor!». Según iban desarrollándose no paraba de pensar en cuándo pararían y qué ocurriría si nunca remitían, lo cual no hacía sino empeorar el cuadro clínico. Es esta una lección tan conocida como difícil de aplicar en la práctica: cuanto más tratamos de separarnos del dolor, más sufrimos. En palabras de Alan Watts:

A veces, cuando cesa la resistencia, el dolor se limita a desaparecer o disminuye hasta quedar reducido a una molestia tolerable. En otras ocasiones permanece, pero la ausencia de cualquier resistencia ocasiona una sensación de dolor tan desconocida que resulta difícil de describir. El dolor ya no es problemático. Lo siento, pero ya no tengo el impulso imperioso de librarme de él, pues he descubierto que el dolor y el esfuerzo para separarme de él son lo mismo. Querer librarse del dolor es el dolor; no es la reacción de un «Yo» distinto del dolor. Cuando uno descubre esto, el deseo de huir se mezcla con el mismo dolor y se desvanece.
Tampoco es mi intención hoy examinar a fondo esta filosofía budista de experimentar el dolor tal como se presenta para que la mente pueda absorberlo y así desaparezca el sufrimiento. En lo que pienso es en cómo el hecho de evitar diariamente pequeños malestares puede moldear nuestra carácter y cambiar la manera en que afrontamos aquellos sufrimientos de los que no podemos escapar. También pienso en otras manifestaciones del mismo fenómeno, como los padres que tratan de proteger a sus cachorros de todo disgusto o decepción. Me pregunto si es verdad que las nuevas generaciones se frustran antes y si la búsqueda del confort constante es signo o causa de ello.

Afrontar el dolor de la forma que explica Watts no parece un truco que podamos guardar en el bolsillo para echar mano de él en momentos de crisis; es más bien una técnica cognitiva que requiere entrenamiento, al igual que los trucos nemotécnicos o el cálculo mental. Y aunque en un momento pueda parecer extraño padecer pequeñas penalidades a propósito, lo cierto es que es eso lo que hacen quienes se ejercitan físicamente con frecuencia: castigarse de forma controlada para fortalecerse, de modo que el día que necesiten esa capacidad esté ahí.

lunes, 6 de junio de 2016

Estás en mi sitio (y III)

Volviendo a Robinson Crusoe en la isla desierta, cabe preguntarse si este personaje habría tenido la necesidad de desarrollar una teoría de la propiedad en el caso de que nunca se hubiera encontrado con otro ser humano. ¿Se puede hablar de propiedad privada en un mundo hipotético en el que existe una sola persona? Tratar de definir lo que es nuestro parece tener sentido únicamente cuando aquello que poseemos supone una privación para otros o corre el peligro de sernos arrebatado por ellos. Si esto es cierto, entonces la propiedad privada necesita una justificación pública y, por ende, se convierte en un sistema de reglas sociales.

Eso es lo que pensaban filósofos como Thomas Hobbes y David Hume. Para ellos no había ningún «mío» natural sino que la propiedad debía entenderse como una creación del Estado. De acuerdo con Hume, por ejemplo, no hay ninguna relación segura entre el objeto y la persona hasta que la posesión es sancionada por las reglas sociales:

Our property is nothing but those goods, whose constant possession is establish'd by the laws of society; that is, by the laws of justice. Those, therefore, who make use of the words property, or right, or obligation, before they have explain'd the origin of justice, or even make use of them in that explication, are guilty of a very gross fallacy, and can never reason upon any solid foundation. A man's property is some object related to him. This relation is not natural, but moral, and founded on justice. Tis very preposterous, therefore, to imagine, that we can have any idea of property, without fully comprehending the nature of justice, and shewing its origin in the artifice and contrivance of man. The origin of justice explains that of property. The same artifice gives rise to both.
Foto de Elizabeth
Eso significa que cuando decimos que somos dueños de algo estamos imponiendo en los demás ciertas obligaciones. Por eso, según Kant, la propiedad no puede adquirirse de manera unilateral y su legitimidad ha de ser ratificada por los demás a través de algún tipo de acuerdo que respete los intereses de todos. En teoría, esto debería protegernos de cambios caprichosos en las leyes pero, como ocurrió en Chipre con los depósitos bancarios en 2013, lo cierto es que en el mundo actual los gobiernos pueden cambiarlas de un día para otro y confiscar (total o parcialmente) los bienes de sus ciudadanos.

Hasta ahora hemos hablado de propiedad privada basándonos en el experimento mental de Robinson Crusoe, así como en la Europa de los siglos XVI en adelante. Actualmente, sin embargo, la mayor parte de las cosas que poseemos las obtenemos en el mercado, donde intercambiamos nuestro tiempo y esfuerzo a cambio de dinero y nuestro dinero a cambio de bienes y servicios:

La secuencia del intercambio es ahora la siguiente: A, propietario de su cuerpo y de su trabajo, encuentra tierra y la transforma, y captura peces de los que se hace dueño. B, por su parte, produce, con su trabajo, trigo, del que es igualmente dueño. C descubre un terreno aurífero y lo trabaja para beneficiar el oro, del que es asimismo dueño. A continuación, C cambia su oro por otros bienes, digamos por los peces de A. A utiliza el oro para adquirir trigo de B, etc. En resumen, el oro «entra en circulación», es decir, se transfiere su propiedad de unas personas a otras, al ser utilizado como medio general de intercambio. En cada caso, los derechos de propiedad se adquieren de dos maneras y sólo de estas dos: a) mediante descubrimiento y transformación de recursos («producción») y b) mediante intercambio de un producto por otro, incluido el producto llamado medio de cambio o «dinero». Aquí se advierte con claridad que el método b) remite típicamente a a), pues el único medio que tiene una persona de obtener algo mediante intercambio es entregando a cambio sus propios productos. En definitiva, sólo hay una vía hacia la propiedad sobre los bienes: producción-e-intercambio. Si Pérez intercambia algo con López que éste ha adquirido en un intercambio anterior, siempre hay alguien, ya sea la persona a quien López ha comprado el artículo u otra que se encuentra más abajo en la serie, que ha tenido que ser el descubridor y el transformador original del producto.
Según la tesis liberal estas son las únicas maneras legítimas en que una persona puede adquirir bienes materiales: produciéndolos por sí mismos, a través de intercambios o mediante donativos voluntarios. De acuerdo con esta filosofía los bienes adquiridos legítimamente conservan esa propiedad mientras su dueño cambie también de forma legítima:

Si el mundo fuera completamente justo, las siguientes definiciones inductivas cubrirían exhaustivamente la materia de justicia sobre pertenencias.
1) Una persona que adquiere una pertenencia, de conformidad con el principio de justicia en la adquisición, tiene derecho a esa pertenencia.
2) Una persona que adquiere una pertenencia de conformidad con el principio de justicia en la transferencia, de algún otro con derecho a la pertenencia, tiene derecho a la pertenencia.
3) Nadie tiene derecho a una pertenencia excepto por aplicaciones (repetidas) de 1 y 2.
El principio completo de justicia distributiva diría simplemente que una distribución es justa si cada uno tiene derecho a las pertenencias que posee según la distribución.
La conclusión de este sistema es que la distribución final resultante es justa y que cualquier redistribución de riqueza es inmoral. No obstante, es fácil ver que esto plantea el problema práctico de conocer la genealogía completa de cada objeto o parcela de terreno existente en el mundo. Tiene también el problema añadido de que los intercambios, aunque sean voluntarios, se llevan siempre a cabo con información imperfecta, pues es imposible saber de antemano cómo cambiará el equilibrio de poder y las consecuencias que ello tendrá. Puede que los aficionados de hoy compren con gusto camisetas de Cristiano Ronaldo haciéndole así más rico, pero si supieran que en en el futuro Ronaldo invertirá en la empresa para la que esos aficionados trabajan y despedirá a la mitad de sus empleados para obtener mayor rentabilidad, entonces quizá esos fans dejarían hoy su dinero quieto en el bolsillo.

Para Aristóteles, la propiedad privada promueve virtudes como la prudencia y la responsabilidad mientras que para Hegel es algo necesario para que las personas puedan ser libres. En opinión del filósofo alemán la propiedad privada nos permite concretar nuestras ideas y planes, así como hacernos responsables de los mismos. De esta manera nuestras propiedades son una proyección de nuestra voluntad, lo cual permite a los demás conocernos. Cuando contemplamos las estanterías de la sala de estar de un amigo no nos interesan tanto las películas o los libros en sí mismos como lo que nos cuentan de él. También hace posible que nos conozcamos a nosotros mismos a través del mecanismo de autoseñalización.

Dicen los psicólogos que valoramos más un objeto por el mero hecho de ser nuestro así que quizá los humanos llevamos incorporado en nuestros genes cierto sentido de la propiedad privada. Mas cuando tratamos de articular ese sentimiento usando el lenguaje surgen distintas concepciones que entran en conflicto. La historia del siglo XX nos mostró qué dimensiones pueden alcanzar tales conflictos.