lunes, 18 de julio de 2016

El tamaño importa (II)

Suiza: un país con una economía exuberante gracias al chocolate negro y al dinero negro. Suiza tiene el segundo mayor PIB per cápita nominal del mundo y ocupa el tercer puesto en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. No es miembro de la Unión Europea pero su gobierno ha firmado varios acuerdos bitalerales con la UE y participa en el Espacio de Schengen, el conjunto de países europeos que han abolido los controles en las fronteras comunes. Además forma parte de la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA, por sus siglas en inglés) junto con otros países que prefirieron no ingresar en la Unión Europea.

Foto de Benjamin Stäudinger
Con una población ligeramente superior a los ocho millones de personas, se trata del segundo Estado Federal más antiguo del mundo después del norteamericano. Su sistema político se rige sobre la base del republicanismo y la subsidiaridad, tratando de establecer un equilibrio entre los intereses del Estado en su conjunto y los intereses de los Estados miembros, los cantones. Cada cantón tiene su propia constitución y, aunque la legislación cantonal debe respetar el marco normativo del derecho Federal, todas las leyes federales deben ser aprobadas por los cantones. Los ciudadanos pueden decidir a través de mecanismos directos y participativos sobre asuntos municipales mediante la convocatoria de asambleas comunales. Se podría decir que es un país gobernado de abajo arriba.

Suiza es para muchas personas un modelo a seguir por múltiples razones. Quizá su sistema de gobierno, uno de los más descentralizados de la OECD, sea la causa de su estabilidad económica y política, y de su éxito como país:

It is not quite true that the Swiss do not have a government. What they do not have is a large central government, or what the common discourse describes as “the” government—what governs them is entirely bottom-up, municipal of sorts, regional entities called cantons, near-sovereign mini-states united in a confederation. There is plenty of volatility, with enmities between residents that stay at the level of fights over water fountains or other such uninspiring debates. This is not necessarily pleasant, since neighbors are transformed into busybodies—this is a dictatorship from the bottom, not from the top, but a dictatorship nevertheless. But this bottom-up form of dictatorship provides protection against the romanticism of utopias, since no big ideas can be generated in such an unintellectual atmosphere [...]. But the system produces stability—boring stability—at every possible level.
Tal vez ese sea el mejor sistema: un conjunto de municipios autogobernados asociados entre sí. Esta organización, según Taleb, está más en línea con nuestros orígenes biológicos, es más estable a nivel global (aunque menos a nivel local) y evita todos los problemas típicos de los grandes estados centralizados que enumeramos en el artículo anterior. Desafortunadamente, un sistema así difícilmente funcionaría a gran escala (ibídem Taleb):

It is not scalable (or what is called invariant under scale transformation): in other words, if you increase the size, say, multiply the number of people in a community by a hundred, you will have markedly different dynamics. A large state does not behave at all like a gigantic municipality, much as a baby human does not resemble a smaller adult. The difference is qualitative: the increase in the number of persons in a given community alters the quality of the relationship between parties. Recall the nonlinearity description from the Prologue. If you multiply by ten the number of persons in a given entity, you do not preserve the properties: there is a transformation. Here conversations switch from the mundane—but effective—to abstract numbers, more interesting, more academic perhaps, but, alas, less effective.
Jared Diamond, autor de la conocida obra Armas, gérmenes y acero, discute cuatro razones por las que las sociedades formadas por cientos de miles de personas no pueden organizarse como una horda o una tribu, a saber: resolución de conflictos, toma de decisiones, razones económicas y problemas de espacio. Tal como escribe:

En una horda, en la que todos están estrechamente emparentados con todos, personas emparentadas simultáneamente con las dos partes contendientes se interponen para mediar en las disputas. En una tribu, en la que muchas personas siguen siendo familiares cercanos y todo el mundo al menos conoce a todo el mundo por su nombre, los familiares mutuos y los amigos mutuos median en las disputas. Pero una vez que se ha traspasado el umbral de «varios cientos», por debajo del cual todo el mundo puede conocer a todo el mundo, el creciente número de diadas se convierte en pares de extraños no emparentados. Cuando dos extraños luchan, pocas personas presentes serán amigos o familiares de ambos contendientes, con interés personal en detener la lucha. [...] De ahí que una sociedad grande que continúe dejando la resolución de los conflictos a todos sus miembros tenga garantizada la explosión.

[...] Una segunda razón es la creciente imposibilidad de tomar decisiones de forma comunitaria a medida que aumenta el tamaño de la población. La toma de decisiones por toda la población adulta sigue siendo posible en los poblados de Nueva Guinea de tamaño bastante reducido como para que las noticias y la información lleguen rápidamente a todo el mundo, para que todo el mundo pueda escuchar a todo el mundo en una junta general de la aldea, y para que todo aquel que desee hablar en la asamblea tenga la oportunidad de hacerlo. Pero todos estos requisitos previos para la toma de decisiones comunitaria llegan a ser inalcanzables en las comunidades mucho más grandes.

[...] Una tercera razón tiene que ver con consideraciones de tipo económico. Toda sociedad requiere un medio para transferir productos entre sus miembros. [...] En las sociedades pequeñas que tienen pocos pares de miembros, las necesarias transferencias de productos resultantes pueden organizarse directamente entre pares de individuos o familias, mediante intercambios mutuos. Pero las mismas matemáticas que hacen ineficiente la resolución directa de conflictos en lo que respecta a pares en las sociedades grandes hace que sean también ineficientes las transferencias económicas directas entre pares.

[...] Una última consideración que exige una organización compleja para las grandes sociedades tiene que ver con la densidad de población. Las sociedades grandes de productores de alimentos tienen no sólo más población en número, sino también una densidad de población más alta que las pequeñas hordas de cazadores-recolectores. [...] A medida que la densidad de población aumenta, el territorio de esa población con tamaño de horda de unas decenas de personas quedaría reducido a una pequeña superficie, donde cada vez más necesidades de la vida habrían de obtenerse fuera de la zona. Por ejemplo, no se podrían dividir los escasos 40 000 km2 de Holanda y sus 16 millones de habitantes en 800 000 territorios individuales, cada uno de 5 ha y que sirviera de hogar a una horda autónoma de veinte personas que quedarían confinadas de manera autosuficiente dentro de sus 5 ha, aprovechando ocasionalmente una tregua temporal para llegar hasta las fronteras de su minúsculo territorio con el fin de intercambiar algunos productos comerciales y novias con la horda siguiente.
De hecho, incluso Suiza ha tendido a la agregación en los últimos tiempos. En 1999, las autoridades federales reunieron a los veintiséis cantones en siente mancomunidades, siendo una de las razones para ello el hecho de que muchos problemas conciernen a la nación entera y algunos asuntos no se pueden delegar a las autoridades locales.

Parece, pues, que el propio tamaño de una nación determina (al menos en parte) su sistema político. Si queremos un gran país, de decenas o cientos de millones de personas, acabaremos con un gobierno centralizado y una burocracia grande y lenta. Por el contrario, un país pequeño puede evitar esos problemas gracias a un gobierno descentralizado, con la ventaja añadida de que los ciudadanos pueden participar de manera más directa en las tareas legislativas.

Por lo que hemos visto hasta ahora, un sistema político pequeño y descentralizado parece más ventajoso en teoría. Si dichos sistemas permiten organizarse de forma más estable y eficiente ¿por qué molestarse en un proyecto como la Unión Europea? (aparte, claro está, de para evitar más guerras en el continente). Si bien los estatutos de la UE impiden una centralización al estilo estadounidense lo cierto es que se tiende a la uniformidad legislativa, especialmente en asuntos fiscales. Como hemos visto durante la crisis financiera, Bruselas ejerce un gran poder sobre los ciudadanos de todos los países miembros. ¿Por qué renunciar a un gobierno cercano, descentralizado, ágil y de participación más directa en favor de uno supranacional, centralizado, burocrático y lejano?

Continuará.

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