lunes, 31 de octubre de 2016

Fósiles

A menudo me viene a la mente un capítulo de la serie Scrubs en el que el protagonista casi mata a un hombre al llevar a cabo un procedimiento inseguro y anticuado por orden de uno de los médicos más viejos del hospital, el doctor Townshend. Hacia el final del capítulo, el jefe médico, que es buen amigo de Townshend, conversa con él:
Kelso: He estado hojeando varios historiales y, bueno, en los casos de osteoporosis no administras bifosfonatos, y en los casos de diabetes no recetas inhibidores de la ECA. Doug, tus tratamientos están desfasados.
Townshend: Venga, Bob, a nuestra edad no vamos a cambiar de escuela.
Kelso: Te aseguro que no es una cuestión de edad, Doug. Hoy en día la ciencia va tan deprisa que cada cinco años la mitad de lo que sabes ya está obsoleto. ¿Por qué crees que voy a esos seminarios y duermo en un hotel de dos estrellas rodeado de estudiantes que se emborrachan hasta vomitar? Lo hago porque no puedo quedarme atrás ¿comprendes?
Townshend: Y porque así no ves a tu mujer en dos días. Y de paso vuelvo a pedirte perdón por habértela presentado (risas). Oye, Bob, no tengo fuerzas para seguir ese ritmo.
Kelso: Bueno... pues tenemos un problema.
Finalmente, Townshend es despedido.

Me acordé de esta escena hace unos días cuando hablaba con uno de mis mejores y más viejos amigos. Ambos coincidimos hace una década en una compañía de IT de puro corte español, de esas donde todo es prioritario y la jornada laboral consiste en apagar un fuego tras otro, donde la única forma de hacer las cosas es rápido y mal y el estrés resulta en quemaduras emocionales de tercer grado. Mi amigo tiene la suerte de trabajar ahora en una de las grandes del sector (lo que yo llamo «el mundo desarrollado») y recuerda aquella época pretérita con una mezcla de vergüenza y alivio. Me contaba que había recibido noticias de alguien que sigue trabajando allí y que, al parecer, no ha cambiado nada, que todo sigue haciéndose igual que hace diez años.

Aunque en la comedia mencionada al principio el profesional que se queda atrás es un hombre de edad provecta, hoy día hay abundan los sectores en los que, como dice el doctor Kelso, todo avanza tan rápido que la mitad de lo que sabes está obsoleto en cinco años. En tecnologías de la información, verbigracia, es posible quedarse atrás a una edad tan temprana como los treinta y cinco años. Lo sé porque lo veo a diario.

Foto de Sabrina Setaro
Observo que muchos trabajadores de mi generación son incapaces ya de mantener el ritmo y siguen haciéndolo todo como cuando lo aprendieron por primera vez, viéndose superados además por el continuo. Un compañero que tiene tan solo un año más que yo me decía: «yo era tan feliz con el sistema que teníamos y ahora van y me lo cambian. No quiero tener que aprender una cosa nueva». Es uno de esos «trabajadores paloma» de los que ya hablamos, personas que, entre otras características, han dejado de aprender.

No todos se estancan por la misma razón. ¿Recuerdan aquel artículo sobre el hombre desactualizado? Hay multitud de personas que ni siquiera son conscientes de que su conocimiento está obsoleto. Algunos hechos cambian según pasan los meses y los años sin que nos demos cuenta hasta que un día, como le pasó a un jefe de mi empresa, entras en un sistema y resulta que todos los comandos que conoces ya no están, pues han sido sustituidos por otros nuevos que no sabías ni que existían.

Entre los trabajadores fosilizados hay quienes tenían mucha curiosidad y entusiasmo de jóvenes pero han decidido centrar sus energías en otros aspectos de la vida conforme han ido pasando los años. Otros nunca han tenido esa curiosidad y no se plantean siquiera aprender nada nuevo (a no ser que se les obligue). También conozco a quienes han luchado por mantenerse al día durante mucho tiempo y han acabado quemados y cínicos, opinando que todo lo nuevo es lo que ya había pero con otro envoltorio, que no va a solucionar nada o que será una moda pasajera que no vale la pena considerar.

Para la mayoría de nosotros, aprender es un proceso que requiere mucha disciplina. Es lento. Es frustrante. Es agotador. Hay que saber hacerlo. No todo el mundo puede sobrellevar el esfuerzo. Y no todo el mundo tiene razones para ello. ¿Para qué vas a hacer curso alguno si eso no va a cambiar tu salario? ¿Para qué invertir tiempo en aprender a hacer las cosas bien si eso no va a mejorar tus perspectivas de contratación? En el clima laboral español brillan por su ausencia los incentivos no ya para tratar de mejorar, sino para únicamente mantenerse al día. El resultado es que los trabajadores se anquilosan y las empresas se quedan rezagadas sin darse cuenta hasta que ya es tarde, momento en el que suelen decidir que lo que necesitan es sangre nueva (léase becarios).

Hay quien adopta las nuevas tecnologías enseguida. Otros las adoptan tarde, cuando ya se han hecho populares. Algunos nunca dejan de resistirse. Personalmente, no soy amigo del cambio en mi vida diaria. Sin embargo, en lo que al trabajo se refiere, sí procuro subirme a la ola lo antes posible (aunque no siempre lo consigo, ya que mi carácter es muy volátil). Mi filosofía aquí está alineada con la del cirujano Atul Gawande: prefiero pecar por exceso de cambio que por defecto. Sí, muchas cosas que salen nuevas son modas que acaban desvaneciéndose al poco de aparecer. Sí, cuanta más información tratamos de asimilar más ruido aleatorio confundiremos con información. Sí, es posible que algunas de las cosas que aprendas no te hagan falta o no llegues a utilizarlas nunca. Y sí, a veces lo que surge es una mala idea cuyas carencias se ven poco después y acaba en el olvido como una mancha. Aún así prefiero, como dice Gawande, convertirme en

uno de aquellos que adoptan las ideas nuevas enseguida. Presta atención a la ocasión de cambiar. No estoy diciendo que uno tenga que aceptar cada nueva moda que aparezca. Pero hay que estar dispuesto a reconocer las insuficiencias de lo que uno hace a la vez que se les busca remedio.
Será porque me gusta aprender cosas nuevas. Aunque asimilo muy despacio, mi curiosidad es muy amplia y me pica bastante, así que me siento impelido a estar al corriente de las novedades aunque a veces me desespere. Pero hay otras razones para ello aparte de mi azogue interno. Por ejemplo, siempre que sale una tecnología nueva el nivel del agua es más bajo y, por lo tanto, es más fácil destacar. A un amigo mío le contrataron una vez porque había oído hablar de cierto método de trabajo que por aquel entonces estaba naciendo en el sector al otro lado del charco y del que en la península aún no se tenía noticia.

Por otra parte, conocer algo desde el principio ayuda a que el conocimiento a la larga sea más profundo, pues los nuevos hechos se construyen partiendo de los anteriores. Te das cuenta de por qué esa tecnología, herramienta o método ha llegado a ser como es, qué usos, indicaciones y contraindicaciones tiene. Finalmente, hay que recordar las ventajas de la mera exposición: la de aumentar las probabilidades de serendipia. En lo nuevo podríamos encontrar una renovada pasión, un cambio refrescante, un área en la que ganar más dinero o una idea original.

Para bien o para mal, hasta donde yo sé las empresas no evalúan cuán actualizados están los conocimientos de sus empleados, pues las revisiones anuales de rendimiento suelen centrarse simplemente en lo que se ha hecho y lo que no. Quizá las empresas actúan así porque el hecho de que los empleados se mantengan al día en su área técnica o fáctica tiene un impacto muy bajo en los buenos o malos resultados del negocio. O quizá lo hacen porque no saben lo importante que es que sus empleados estén al día.

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