lunes, 20 de febrero de 2017

Mateo (y IV)

Por mucho que se empeñen los teístas religiosos en hacer ver que la fe no es contraria a la razón, lo cierto es que va más allá de lo que es ordinariamente razonable, ya que implica aceptar lo que no puede establecerse como verdadero mediante el ejercicio apropiado de nuestras facultades cognitivas. De hecho, esa parece ser una característica fundamental de su propia naturaleza: tener fe significa seguir creyendo a pesar de todas las pruebas y argumentos en contra. En palabras de William James: «Faith is when you believe something that you know ain’t true».

Foto de Hamed Al-Raisi
El problema de la razonabilidad empeora cuando tenemos en cuenta que las tradiciones religiosas no solo insisten en que Dios existe, sino que además aseguran que se ha revelado a los hombres de una u otra manera, describiéndose así o asá y asegurando esto o lo otro. Por tanto, no se trata solo de que la metafísica del ser supremo haya de ser razonable, sino que también la epistemología de sus revelaciones ha de serlo; es un pack cuyos elementos no se pueden vender individualmente. Sam Harris lo caricaturiza así:

Our situation is this: most of the people in this world believe that the Creator of the universe has written a book. We have the misfortune of having many such books on hand, each making an exclusive claim as to its infallibility. People tend to organize themselves into factions according to which of these incompatible claims they accept—rather than on the basis of language, skin color, location of birth, or any other criterion of tribalism. Each of these texts urges its readers to adopt a variety of beliefs and practices, some of which are benign, many of which are not. All are in perverse agreement on one point of fundamental importance, however: "respect" for other faiths, or for the views of unbelievers, is not an attitude that God endorses.
En esta serie de artículos yo he obviado directamente los textos sagrados porque no resisten un mínimo análisis de coherencia si se quieren interpretar literalmente, mientras que si se toman como una alegoría a interpretar nos toparemos con todos los problemas que ello plantea (autoridad, significado, fiabilidad de las fuentes, etcétera).

Martin Gardner, uno de los fundadores del movimiento escéptico moderno, se definía como teísta filosófico o fideísta. En una entrevista para la revista Skeptic explicaba:

I call myself a philosophical theist in the tradition of Kant, Charles Peirce, William James, and especially Miguel Unamuno, one of my favorite philosophers. As a fideist I don’t think there are any arguments that prove the existence of God or the immortality of the soul. Even more than that, I agree with Unamuno that the atheists have the better arguments. So it is a case of quixotic emotional belief that is really against the evidence and against the odds. The classic essay in defense of fideism is William James’ The Will to Believe. James’ argument, in essence, is that if you have strong emotional reasons for a metaphysical belief, and it is not strongly contradicted by science or logical reasons, then you have a right to make a leap of faith if it provides sufficient satisfaction.
Es lo que se conoce como credo consolans: creo porque me consuela. Eso sitúa la fe religiosa al nivel de otras preferencias personales que no tienen, ni necesitan, justificación. Para el economista Robin Dale Hanson, las creencias son como la ropa: las llevamos encima por muchas razones, desde las prácticas hasta las sentimentales. Escribe:

Clothes are both "functional" and "social". Functionally, clothes keep us warm and cool and dry, protect us from injury, maintain privacy, and help us carry things. But since they are usually visible to others, clothes also allow us to identify with various groups, to demonstrate our independence and creativity, and to signal our wealth, profession, and social status. The milder the environment, the more we expect the social role of clothes to dominate their functional role.
[...] Beliefs are also both functional and social. Functionally, beliefs inform us when we choose our actions, given our preferences. But many of our beliefs are also social, in that others see and react to our beliefs. So beliefs can also allow us to identify with groups, to demonstrate our independence and creativity, and to signal our wealth, profession, and social status. 
Quizá sea por eso que soy sordo a la fe. No encuentro ningún consuelo en la creencia de un ser superior que se preocupa por mí, o en la de una vida después de la muerte. Tampoco puedo creer en algo cuando todas las pruebas apuntan en sentido contrario y violan las leyes de la lógica. En primer lugar, porque me sentiría aún más estúpido de lo que ya me siento normalmente. En segundo lugar, porque estaría renunciando a sabiendas a mi razón. Al hablar del alcohol ya mencioné que hacer eso supone dejar a un lado una de las características más salientes del ser humano (si no la definitoria) y que, según el razonamiento aristotélico, estaríamos renunciando a nuestra felicidad.

Lo cierto es que dotar a sus criaturas de ciertos bajos instintos y luego pedirles que renuncien a ellos es algo muy propio del dios retratado por las escrituras cristianas (y más aún del dios maligno del que hablamos en el artículo anterior). Añadir el ejercicio de la razón a la lista de pecados capitales pone de manifiesto que el pensamiento crítico no es algo que Dios apruebe.

La gota que colmó el vaso de mi ateísmo fue leer en una revista científica que se podían provocar sentimientos religiosos en una persona mediante la estimulación transcraneal de ciertas zonas del cerebro. Fue como cuando te explican un truco de magia: la ilusión desaparece y te das cuenta de cómo el mago ha engañado a tu cerebro. Aquello me hizo entender que Dios existe solo dentro de nuestras cabezas.

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