lunes, 22 de mayo de 2017

Leer (y III)

Arthur Schopenhauer escribió un maravilloso ensayo Sobre la lectura y los libros. Curiosamente, sus primeras palabras son para prevenirnos de los peligros intelectuales del exceso de lectura:

Cuando leemos, otro piensa por nosotros; sólo repetimos su proceso mental. Algo así como el alumno que está aprendiendo a escribir y con la pluma copia los caracteres que el maestro ha diseñado antes con lápiz. La lectura nos quita en gran parte el trabajo del pensar. Por eso, sentimos un gran alivio al pasar de nuestros propios pensamientos a la lectura. Mientras estamos leyendo, nuestra cabeza es, en realidad, un campo de juego de pensamientos ajenos. Así sucede que pierde poco a poco la capacidad de pensar por sí mismo, aquel que lee mucho y casi todo el día, distrayéndose con pensamientos irreflexivos en los intervalos, igual que pierde la manera de andar quien siempre está montado a caballo. [...] Como un resorte pierde su elasticidad por la presión de un cuerpo extraño, así el espíritu pierde la suya por constante presión de ideas extrañas, y como el exceso de alimentación corrompe el estómago, perjudicando al cuerpo, también llena y ahoga el espíritu el exceso de alimento intelectual.
Foto de Vladimir Pustovit
Creo que tenía razón. Es posible acabar siendo estúpido de tanto leer, sobre todo si dedicamos nuestro tiempo a libros malos, la obra de un solo autor o a una idea en exclusiva. Si no leemos cabe la posibilidad de que reconozcamos nuestra ignorancia y nos mostremos humildes. Por el contrario, cuando usamos los libros de forma incorrecta nos hundimos en un lodazal de ignorancia a la vez que, equivocadamente, nos consideramos satisfechos creyéndonos sabios.

Mi desencanto con el poder de la lectura empezó, si no recuerdo mal, con los libros de autoayuda. Tras unos pequeños éxitos iniciales me animé y continué explorando dicha senda pero enseguida llegué a un punto muerto. Las teorías y los planteamientos de aquellas obras parecían plausibles pero sus remedios no funcionaban o el efecto no era significativo. Al final me volví escéptico y es raro que hoy día lea algo publicado en esta categoría.

Algo parecido me pasó con la filosofía, en cuyos libros no encontré la respuesta a las preguntas que me hacía sino múltiples contestaciones encontradas para una misma cuestión. Si sigo leyendo obras filosóficas es por puro placer intelectual y para aprender a pensar mejor. Ya no busco una guía para la vida.

En definitiva, considero que los libros no me han hecho más feliz, más inteligente ni mejor persona. Sí me han enseñado a razonar y a pensar críticamente pero mucho me temo que eso no se ha traducido en mejores decisiones. Habrá quien opine que el pensamiento crítico no es un beneficio baladí. A mi juicio, no obstante, eso depende de si lo consideramos un bien en sí mismo. Consideremos las siguientes palabras de Mortimer J. Adler:

a good book can teach you about the world and about yourself. You learn more than how to read better; you also learn more about life. You become wiser. Not just more knowledgeable—books that provide nothing but information can produce that result. But wiser, in the sense that you are more deeply aware of the great and enduring truths of human life.
There are some human problems, after all, that have no solution. There are some relationships, both among human beings and between human beings and the nonhuman world, about which no one can have the last word. [...] These are matters about which you cannot think too much, or too well. The greatest books can help you to think better about them, because they were written by men and women who thought better than other people about them.
Parece, por lo tanto, que eso es lo máximo que los mejores libros escritos por el hombre pueden ofrecernos: sabiduría y mejor razonamiento. Mucho me temo que son dos beneficios que solo llamarán la atención de quienes, como digo, los consideren buenos en sí mismos, como fines que deben ser buscados en la vida por su valor intrínseco y no como medios para obtener algo más.

Desde mi punto de vista es posible llevar una vida adulta feliz sin leer, más aún si el dicho es cierto y la ignorancia es la base de la felicidad. Creo que quienes leemos lo hacemos para pasarlo bien, para distraernos, para saciar nuestra sed intelectual o, en definitiva, porque dicha actividad contribuye (o creemos que contribuye) a nuestra felicidad. Pero si alguien ya ha conseguido esos objetivos prescindiendo de los libros, quizá no haya razón para dar la murga.

2 comentarios:

  1. Una vez más, Silvio, sacas un tema por el que yo también me he interesado mucho. Cuando estábamos en plena fiebre del "50 sombras" escribí esto: https://luistarrafeta.com/2013/01/31/libros-para-no-lectores/

    Mención especial a este reportaje en dos posts que linkaba entonces:
    http://www.elconfidencial.com/cultura/2013-01-26/los-nuevos-barbaros-culta-no-es-mucho-mejor-ser-mona_736103/
    http://www.elconfidencial.com/cultura/2013-01-27/si-soy-un-inculto-pero-gano-mucho-mas-que-tu-que-pasa-eh_736101/

    De toda esta serie, me encanta el discurso anti libros de Platón y Schopenhauer. El juego que me va a dar en discusiones con ateneistas. :D

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    1. Muchas gracias por los enlaces, Luis, me han gustado mucho :D El reportaje que enlazas me ha dado una idea para otro artículo.

      Respecto a Schopenhauer, no es que estuviera en contra de los libros, obviamente. Su crítica se centraba en la falta de reflexión tras la lectura, y en la excesiva atención que se le presta a las novedades editoriales, obviando las grandes obras clásicas.

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