lunes, 15 de enero de 2018

Piezas sueltas

Un análisis psicológico de categoría «cuñado» concluiría que mi interés por el entrenamiento de fuerza se debe a mis traumas infantiles. Sea cual sea su origen, lo cierto es que es un tema que me ha interesado desde niño, a consecuencia de lo cual tengo en mi biblioteca libros sobre fisiología y ejercicio que van desde los años ochenta hasta la década actual.

Foto de Amy Collier
El advenimiento de la web supuso, como en tantos otros campos, una explosión en la cantidad de información disponible al respecto. Algunos han aprovechado internet para construirse una reputación en línea a base de ofrecer gratuitamente sus conocimientos, consejos y rutinas de entrenamiento a los internautas, para más adelante crear sus propios negocios como entrenadores. Así, es fácil encontrar en la red programas de ejercicio para cualquier tipo de persona (sexo, edad, estado de forma), cualquier tipo de duración (desde planes de choque de unos pocos días a un año entero) y cualquier tipo de preferencia (con pesas, con el propio cuerpo, en casa, en el parque, etcétera).

Siendo los humanos tan predecibles como somos, es práctica común entre la concurrencia digital crear programas nuevos a base de mezclar otros ya conocidos. Quien más, quien menos, cambia lo que lee según sus predilecciones, conocimientos e ideas preconcebidas. Hay quien busca sencillamente adaptar el plan a sus necesidades o limitaciones, hay quien lo adorna para imprimir su sello personal y hay quien, creyéndose más listo que el autor original, trata de mejorarlo (así somos). Sea cual sea el motivo, todos ellos cometen el mismo error de principio: asumir que un programa se puede trocear y sus partes intercambiar sin problema.

No sabría precisar el instante exacto ni la primera persona que lo hizo pero alguien, en su momento, tuvo a bien recomendar al público que no trataran de cambiar nada del esquema que se presentaba. Comencé a ver cómo se usaba el término «rutina Frankenstein» para referirse a esos planes de entrenamiento formados a base de fragmentos obtenidos de otros programas. En los últimos años he visto la advertencia a menudo: sigue este método tal como se explica o no lo sigas, pero no lo cambies o no funcionará.

La razón detrás de tal admonición es que cada programa encarna unos principios, conocimientos, experiencias y filosofías del autor que, si él no ha hecho explícitas, quizá ignoremos y que pueden ser cruciales. Supongamos, verbigracia, que nuestro monitor de gimnasio nos diseña un plan que consiste en hacer dos ejercicios alternando una serie del primero con una serie del segundo. Esto se suele hacer para aprovechar el reflejo de inhibición recíproca (la contracción del músculo agonista hace que se relaje el antagonista), lo que permite gestionar mejor la fatiga y trabajar con cargas más elevadas. El monitor, con buen criterio, decide ahorrarse la explicación fisiológica y simplemente nos dice qué hacer y en qué orden. A nosotros su método nos parece una pérdida de tiempo o una incomodidad y optamos por terminar todas las series de un ejercicio antes de pasar al siguiente. Quizá hayamos ahorrado tiempo pero habremos disminuido la eficacia del ejercicio sin darnos cuenta.

El cuerpo humano es un sistema complicado (porque está compuesto de muchísimas piezas) y complejo (porque esas piezas están conectadas e interactúan entre sí):

[L]iving creatures are complex, while dead things are complicated. A dead organism is certainly intricate, but there is nothing happening inside it: the networks of biology—the circulatory system, metabolic networks, the mass of firing neurons, and more—are all quiet. However, a living thing is a riot of motion and interaction, enormously sophisticated, with small changes cascading throughout the organism’s body, generating a whole host of behaviors.
Como el cuerpo humano, así son el clima, la tecnología actual, la economía o la sociedad en su conjunto. En los sistemas complejos no basta con contemplar únicamente las distintas partes. Como las piezas están conectadas e interactúan entre sí, pequeños cambios se propagan en cascada a lo largo y ancho del sistema, y hay bucles de retroalimentación. A consecuencia de ello el resultado final no depende solo de las piezas y su funcionamiento, sino de cómo interactúan e, incluso, de las condiciones iniciales. Por consiguiente, cuando se trata de sistemas complejos es incorrecto pensar que un único componente es el responsable del buen funcionamiento del sistema, así que es absurdo sostener, digamos, que la salud depende de una parte concreta del cuerpo como los pies o la columna vertebral, que el éxito depende solo de nuestra actitud o que el vigor de la economía se basa únicamente en un tipo impositivo dado.

Un sistema complejo no es como un Scalextric, al que se le pueden añadir, cambiar o eliminar piezas alegremente sin correr el peligro de que deje de funcionar. A no ser que seamos realmente expertos en el tema no estaremos en disposición de saber qué podemos modificar y qué no, so pena de equivocarnos y obtener un resultado peor. En algunos programas de ejercicio el orden de los mismos importa, pero no en todos. Para ciertas dietas es fundamental la cantidad y el tipo de alimentos ingeridos pero otras están diseñadas alrededor de otros aspectos, como la composición de los alimentos. Hay políticas económicas que dependen, para ser eficaces, de la presencia de ciertas leyes u órganos políticos. Y así siguiendo. Incluso aunque seamos duchos en la materia cabe la posibilidad de que ignoremos el estado de algunas condiciones iniciales. Finalmente, con frecuencia también es imposible considerar a la vez todas las interacciones posibles y, por tanto, el verdadero resultado final, por lo que hay que ser precavido.

Es por todo lo anterior que yo desconfío de los remedios que consisten en añadir, quitar o cambiar una parte del sistema como la clave para un mundo perfecto. A veces esa pieza es un alimento (piña, vinagre de manzana) o un ejercicio (correr). Otras veces es una herramienta (inteligencia artificial, libre mercado), una ley, un sistema económico (capitalismo, comunismo), un tipo de organización política (socialismo, anarquía), un sentimiento (compasión) o una idea.

De la misma forma, soy escéptico ante las soluciones del tipo «juntar lo mejor de cada casa». Por una parte, porque en los sistemas complejos optimizar las partes no es la vía adecuada para que el sistema alcance su máximo rendimiento. Por ejemplo, todos sabemos que si unimos el motor de un Ferrari con los frenos de un Porsche, la carrocería de un BMW y la suspensión de un Mercedes lo que obtendremos no será el mejor coche del mundo. Por otro lado, porque cuando queremos quedarnos con los fragmentos que consideramos mejores o más útiles de un sistema es difícil saber qué partes son realmente importantes y de cuáles pueden prescindirse. Es fácil darse cuenta de la abominación que supone colocar el motor de un coche de Fórmula Uno en un utilitario pero es mucho más difícil ver la incongruencia cuando tratamos con ideas abstractas o sistemas sociales.

Para entender un sistema complejo es útil estudiar cada pieza por separado. En ese proceso de examen el componente se aísla, se disecciona y se experimenta con él para ver qué papel juega en el mecanismo global. Los resultados se publican como artículos científicos o disertaciones que, con frecuencia, aparecen en los medios de comunicación con titulares simplistas como «el gen de la obesidad» o «la clave del crecimiento económico». Otros investigadores continúan trabajando en la misma senda, se publican nuevos trabajos y se generan nuevos titulares respecto a esa pieza en concreto. El resultado es un pensamiento reduccionista que nos hace pensar que la solución a problemas complejos como la obesidad o el desempleo es una sola tuerca.

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