"Y Zaratustra habló así al pueblo:
Foto de Jon Rawlinson
«Yo os enseño el superhombre. El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho para superarlo?
Todos los seres han creado hasta ahora algo por encima de ellos mismos: ¿y queréis ser vosotros el reflujo de esta gran marea y retroceder al animal en lugar de superar el hombre?
¿Qué es el mono para el hombre? Una irrisión o una vergüenza dolorosa. Y precisamente eso debe ser el hombre para el superhombre: una irrisión o una vergüenza dolorosa.
Habéis seguido el camino que lleva desde el gusano hasta el hombre y aún en vosotros hay muchas cosas que continúan siendo gusano. Antaño fuisteis monos y aún ahora el hombre es más mono que cualquier mono.
Y el más sabio de vosotros es tan sólo un ser escindido, un híbrido medio planta, medio fantasma. Pero, ¿os mando yo que os convirtáis en fantasmas o plantas?
¡Mirad, yo os predico el superhombre!»"Nietzsche, que vivió entre los años 1844 y 1900, si bien anticipó la llegada de esta figura, no llegó a verla en persona. Pero ahora, en el siglo XXI, y ya desde el siglo XX, en los países desarrollados uno puede encontrar multitud de ejemplares de esta nueva especie. En contra de lo que pensaba Friedrich, no se ha llegado a él por vía biológica, sino mecánica. ¿Quién iba a pensar que la humanidad llegaría a construir una máquina capaz de convertir a cualquier hombre normal en un superhombre?
En su encarnación actual, el superhombre al que me refiero es omnisciente, clarividente e infalible, tanto es un sus actos como en sus juicios. También es virtuoso: siempre se sitúa en el término medio. Además sabe ver la excepción que requiere infringir la norma general, y tiene la potestad de impartir justicia, castigando o recompensando a los que le rodean según crea conveniente.
La máquina capaz de transformar a un hombre irrisorio en un superhombre tiene asiento, pedales, volante y cuatro ruedas. Como el sagaz lector habrá adivinado, me estoy refiriendo al coche. Y, con superhombre, me estoy refiriendo al amigo conductor.
Todo conductor sabe que sus capacidades de pilotaje están por encima de la media. Los errores solo los cometen los demás (lo cual plantea una paradoja, ya que los demás también son conductores, pero es mejor no pensar en eso). Él no necesita estudiar física para saber cuál es la velocidad idónea en cualquier trazado, sea cual sea la circunstancia (lluvia, nieve, baches, etc.).
Ese conocimiento intuitivo de la física hace consciente al conductor de la relatividad del tiempo. Cuanto más rápido vaya, más lento correrá el segundero. Mientras el hombre común puede permitirse perder horas y horas delante de la tele o actualizando su estado en Facebook en su lugar de trabajo, el superhombre sabe lo valioso que es su tiempo. No dudará en afear la conducta de todo aquel que ose retrasarle mínimamente en su desplazamiento.
El conductor sabe que su mente domina la materia. Con solo mirar fijamente un semáforo en color ámbar, éste se mantendrá en ese estado más tiempo del que tiene programado. Cuando el conductor decide que los peatones han tenido tiempo de sobra para cruzar la carretera, engranará la primera marcha y avanzará lentamente sobre el paso de cebra, obligando al semáforo a ponerse en verde. En raras ocasiones el superhombre acabará con su coche en mitad del cebreado y el semáforo aún con la luz roja encendida. Sin duda, eso es debido al pobre mantenimiento que hace el ayuntamiento de la señalización lumínica. Que ya les vale, con lo que ganan gracias a las multas.
El reglamento de tráfico es un ejemplo de planificación de arriba abajo fallida, y el superhombre lo sabe. Redactado por simples hombres, este código no se ajusta a éste ser superior. Por tanto, debe ser continuamente superado. Las líneas continuas no deben impedir un cambio de carril (si fuera tan importante impedirlo habrían puesto una mediana ¿no?). Las señales de límite de velocidad son vestigios de un periodo en el que los coches no tenían airbag ni ABS (el hombre común no entiende que dichos dispositivos anulan las leyes de la física).
Tamaño poder conlleva una pesada carga. El superhombre sabe que siempre lleva a cabo la maniobra correcta, pero se encuentra en sus trayectos con estúpidos humanos que osan poner en duda sus acciones, manifestándo su disensión mediante el claxon. Es muy estresante para el superhombre desplazarse entre un atajo de idiotas que se revuelven y te afean la conducta, inconscientes de su propia ignorancia y de con quién están tratando.
Pero algún día, todos esos imbéciles desaparecerán; el superhombre se encargará de ello, bien atropellándolos, bien estrellándose contra sus vehículos. Porque todo conductor sabe que la carretera está llena de descerebrados, y que la única forma de lograr una auténtica seguridad vial es deshacerse de eso llamado la gente.