lunes, 26 de junio de 2017

Marionetas

La mañana del día previo a las elecciones presidenciales francesas me levanté de un humor sombrío. La noche de aquel viernes se habían publicado en internet memos y correos electrónicos robados a personal de la campaña de Emmanuel Macron. El momento de la publicación no era casual: fue justo antes del inicio de la jornada de reflexión, durante la cual los medios de comunicación no pueden hablar de nada relacionado con las elecciones. Eso obligaba a que las discusiones sobre el material filtrado tuvieran lugar exclusivamente en las redes sociales y en medios extranjeros.

El problema para los responsables de la filtración era que en aquellos documentos no había nada relevante. De hecho, enseguida se vio que el material filtrado contenía información equívoca fabricada para crear confusión:

The leak package is huge – 9Gb – suggesting at a quick glance (all the time anyone had) that there was a lot of scandalous or incriminating content. No such luck. Although this was promoted as #MacronLeaks, there are no emails from Macron. The majority of the package seems to be padding to fill it out.
The archive was intentionally packaged to give the appearance of a data dump containing documents, emails and other recent primary sources regarding Macron. It contains nothing of the sort. The packaging was maliciously crafted to deliberately mislead a cursory reading.
There is direct evidence that some of the documents have been altered from their original source. What actual tampering has been done is impossible to know given only the data supplied by the malicious agency. Some content is highly peculiar – an emailed receipt to an obscure old politician for 10 grams of 3MMC, purchased with Bitcoin, to be shipped direct to the National Assembly!
Foto de Louis Vest
La estrategia de quien estuviera detrás de ello era, según el investigador Thaddeus Grugq, publicar una gran cantidad de información imposible de analizar en el tiempo disponible antes de las elecciones, hacerlo justo antes de la jornada de reflexión para que los medios oficiales no pudieran desmentir nada, y aprovechar las redes sociales para hacer ruido y extender la propaganda (ibídem):

Package old intelligence data into an archive structured to appear like current Macron intel. Craft and amplify short scary narratives allegedly supported by evidence inside the leak – e.g. “Macron was in contact with a Mid East arms dealer, was he selling weapons to ISIS??” (reality: ISIS didn’t exist when the arms dealer sent those emails to someone not-Macron, and Macron was in school at the time.) Use the troll armies to amplify and promote the leak and the narratives. As soon as word of the massive leak, and the incendiary allegations, makes it out into the French consciousness the law will prohibit further analysis or discussion.
Era evidente que la filtración se produjo para influir en el resultado del sufragio. Ya había ocurrido algo similar en las elecciones estadounidenses del año pasado pero esta vez era demasiado descarado. En esta ocasión el titiritero había mostrado claramente los hilos, como si ya no necesitara esconderlos de las marionetas, convencido de que los cráneos de estas están totalmente huecos.

No será la última vez que tenga lugar una argucia de este tipo (aunque probablemente cambie la forma en la que se haga). Es el hecho que la sociedad civil siempre ha sido un objetivo relativamente indefenso de los gobiernos y las elites, los cuales aprovechan las nuevas plataformas de comunicación para sus planes:

Russia-linked cyber espionage campaigns, particularly those involving targeting around the 2016 U.S. elections, and more recently the 2017 French election, have dominated the media in recent months. As serious as these events are, often overlooked in both media and industry reports on cyber espionage is a critical and persistent victim group: global civil society.
A healthy, fully-functioning, and vibrant civil society is the antithesis of non-democratic rule, and as a consequence, powerful elites threatened by their actions routinely direct their powerful spying apparatuses toward civil society to infiltrate, anticipate, and even neutralize their activities. Unlike industry and government, however, civil society groups typically lack resources, institutional depth, and capacity to deal with these assaults. For different reasons, they also rarely factor into threat industry reporting or government policy around cyber espionage, and can be the silent, overlooked victims.
Como digo, nada de esto es nuevo. Desde siempre, los ciudadanos hemos tenido que guardarnos de las mentiras de nuestros propios mandatarios, así como de los embustes que llegan sobre ellos allende las fronteras:

In politics, the art of innuendo in the United States goes back to the birth of the nation in what were called "whispering campaigns." For example, rumors circulated that Thomas Jefferson was an atheist and had debauched a well-born Virginia belle, that Martin van Buren was the illegitimate son of Aaron Burr, that Andrew Jackson had lived with his wife before marriage, and that John Quincy Adams had acted as a pander for a Russian nobleman. The tradition continues into the modern era. In the 1970s, Richard Nixon's campaign staff hired "dirty tricksters" to spread rumors about leading Democratic candidates—rumors that many political analysts believe were at the heart of the withdrawal of front-runningEdmund Muskie from the presidential race.

[...] The use of factoids is also a common practice in campaigns against other nations. Adolf Hitler and his propaganda minister, Joseph Goebbels, mastered the art of what has been termed "the big lie." According to Nazi propaganda theory, one effective way to persuade the masses is to develop and repeat falsehoods—for example, "The German people are a master race; Europe is menaced by the Jewish conspiracy." Such big lies are difficult to prove false. For example, the fact that there is no evidence that a Jewish conspiracy exists is just further evidence regarding the cleverness of Jews. The big lie is then supported by many small but often irrelevant facts to make the big lie all that more believable—for example, some Jews own banks and Karl Marx, the founder of communism, was Jewish.
Pero no son solo los políticos quienes juegan a ser titiriteros. Cada uno de nosotros engulle diariamente toneladas de publicidad fabricadas por las marcas. Los personajes públicos, sean o no políticos, contratan asesores de imagen para moldear la percepción que tenemos de ellos. Personas con intereses comunes forman grupos de presión (lobbies, fundaciones, institutos, asociaciones, webs) para obtener privilegios, defender los que ya tienen o extender sus ideas económicas, políticas o religiosas. En el lugar de trabajo, nuestros compañeros y, especialmente, nuestros jefes, tratan de persuadirnos para que les ayudemos a alcanzar sus objetivos. En casa, nuestras parejas, hijos y amigos nos manipulan para que hagamos esto o aquello. A lo largo de nuestra vida todos estamos influidos por el zeitgeist.

No hay escapatoria. Incluso si estamos solos y aislados del resto de seres humanos cada uno de nosotros es su propio maestro de marionetas cuando cede a sus apetitos e instintos naturales, a los miedos que todos albergamos, a las ambiciones que nos impulsan.

Decía el Doctor Manhattan en Watchmen: «We're all puppets, Laurie. I'm just a puppet who can see the strings». Ese personaje de ficción se refería al determinismo de las leyes de la física, mientras que yo me refiero al control que los seres humanos tratamos de ejercer entre nuestros semejantes. En este caso el problema no es ver los hilos; todos sabemos que los políticos y los publicistas nos mienten para obtener algo de nosotros. El problema es conseguir ser inmune a sus tejemanejes. Por desgracia, el mero hecho de saber que el comunicador está tratando de influenciarnos no siempre nos protege de su mensaje:

A public opinion poll showed that the overwhelming majority of adult respondents believe television commercials contain untruthful arguments. Moreover, the results indicate that the more educated the person, the more skeptical, and that people who are skeptical believe their skepticism makes them immune to persuasion.

This might lead us to conclude that the mere fact of knowing a communicator is biased protects us from being influenced by the message. But [...] this is not always the case. Simply because we think we are immune to persuasion does not necessarily mean we are immune. For example, although attempts to teach children about advertising and its purposes have led to more skepticism about advertising, this skepticism seldom translates into less desire for advertised brands. Similarly, many adults tend to buy a specific brand for no other reason than the fact that it is heavily advertised.
Según Elliot Aronson, una de las razones de que esto ocurra es que solemos recibir esos mensajes cuando estamos distraídos, cansados o no nos apetece pensar. En esa situación nuestras defensas intelectuales no se despliegan, no nos esforzamos por refutar el mensaje y, como consecuencia, acabamos siendo convencidos. La publicidad es el ejemplo más obvio, con la política siguiéndole muy de cerca (en especial cuando la comunicación encaja con nuestros prejuicios o ideas).

Claro que ¿a quién le queda energías al final del día para informarse, contrastar y desmentir? Aronson termina su libro sobre el abuso de la propaganda con una lista de veinticuatro contramedidas pero todas ellas exceden las capacidades de una sola persona o exigen más esfuerzo del que un individuo común está dispuesto a invertir.

Todos somos marionetas y con frecuencia podemos ver los hilos. Lo que ocurre es que no hay un solo titiritero sino miles de ellos (incluyéndonos a nosotros mismos) y es muy difícil escapar de las cuerdas de todos.

lunes, 19 de junio de 2017

Incultos

Una de las principales aportaciones de Immanuel Kant a la filosofía fue el imperativo categórico, la pieza doctrinal básica de su teoría moral. El imperativo es la fórmula que toman los mandatos de la razón práctica, siendo estos últimos representaciones de un principio objetivo. El imperativo no expresa un estado (por ejemplo: todas los seres humanos son mortales) sino que ordena o manda una acción (verbigracia: todos los seres humanos deben obrar de forma moral). Si no lo han entendido, no se preocupen; es moneda común. Enseguida veremos ejemplos que esclarecerán el asunto.

Hay dos clases de imperativos, según Kant:

Todos los imperativos mandan hipotética o categóricamente. Los primeros representan la necesidad práctica de una acción posible como medio para conseguir alguna otra cosa que se quiere (o es posible que se quiera). El imperativo categórico sería el que representaría una acción como objetivamente necesaria por sí misma, sin referencia a ningún otro fin.
Foto de j.sutt
Así, los imperativos hipotéticos toman la forman «si quieres X debes hacer Y». Por ejemplo: si quieres curarte debes tomar esta medicina. Los imperativos categóricos, por el contrario, tienen la forma «debes hacer Y». Por ejemplo: debes respetar la vida de los demás. Mientras que los imperativos hipotéticos ven su validez condicionada por el fin que persiguen, los categóricos no son medios para obtener algo y deben seguirse sin condición ninguna.

Hasta aquí esta muy breve introducción a la ética kantiana. Mantengan estas ideas en mente mientras hablamos del tema de hoy.

Consideremos el siguiente párrafo extraído del reportaje Los nuevos bárbaros, cuyo contenido expresa una idea muy común en nuestra sociedad:

“Yo a mi hija ya le he dicho que se haga cantaora o algo, que canta muy bien. Sal en la tele”. El que habla es Mané, que tiene un bar donde, a veces, por las tardes, se juntan unos amigos a tocar flamenco. “Yo esos de los libros, a los que van de culturales, me descojono”, dice. “Llevo diez años con el negocio y no he visto ni uno que tenga para pagarse los cafés. ¿Qué le dices a tu gente? ¿Qué sean como ellos? Venga hombre. Mucha facha y nada más. A mí, esos de los libros, negocio me hacen poco”.
Si son lectores habituales de este blog es posible que esa última frase («a mí, eso de los libros, negocio me hacen poco») les recuerde a los batuecos de la Carta a Andrés escrita por Mariano José de Larra que comentamos la semana pasada, uno de los cuales dice: «el saber es para los hombres que no tienen sobre qué caerse muertos». Casi doscientos años después, la actitud española ante la cultura sigue siendo la misma, o peor. Como dice Raquel Tomé en su reportaje: «desde abajo la cultura se ve como un lujo estúpido y prescindible, cuando no como un problema».

Supongo que esta actitud se debe a la escasa (o nula) utilidad práctica de la cultura en el mundo actual, en la que el conocimiento de las artes clásicas o de las artes liberales no son condición sine qua non para alcanzar nuestros objetivos vitales más comunes, a saber, dinero, amor o reconocimiento. La única excepción quizá sea la salud.

Tal vez en épocas pasadas la formación cultural era un indicador de clase social superior y, como tal, era perseguida por quienes querían ascender en la escala social. Hoy, sin embargo, lo que da dinero es formar parte de la sociedad del espectáculo o ser un superespecialista, nada de lo cual requiere conocimiento de los autores clásicos. Sirva como ejemplo este otro pasaje del reportaje antes mencionado:

Fátima fue a la universidad, estudió Derecho, se colocó y no volvió a leer ni una línea que no fuese necesaria para su trabajo. “No me hace falta. Soy independiente, gano dinero, me he casado y, si quieres que te diga la verdad, las conversaciones en mi ambiente van sobre cualquier cosa menos sobre cultura. Alguna ‘peli’ de George Clooney y punto”.
En una sociedad de mercado lo más importante para vivir con desahogo es tener dinero, y para obtenerlo da igual que creamos que la leche con chocolate proviene de vacas de color marrón, que la capital de Dinamarca es Häagen-Dazs, que la Tierra es plana, que el trivium y el quadrivium son videojuegos o que Erwin Schrödinger fue un delantero del Bayern de Munich. Como el vicario saboyano de Rousseau podemos exclamar: «Gracias al cielo, ya estamos libres de ese espantoso aparato de filosofía y podemos ser hombres sin ser sabios».

Con la cultura desprovista de utilidad el único imperativo que nos queda es el categórico, esto es, adquirir cultura por ser necesaria en sí misma. Se trataría aquí de encontrar algún razonamiento cuya conclusión lógica sea que debemos ser cultos, independientemente de si nos es útil o no. ¿Existe tal razonamiento? Lo ignoro, y mi limitado intelecto hace que sea incapaz de alumbrar uno. Como los críticos de Kant han dejado claro durante dos siglos, no es nada fácil sostener con argumentos puramente deductivos que algo posee pleno valor en sí mismo. Más difícil aún es para cualquiera de nosotros perseguir cualquier cosa buena de suyo que suponga un esfuerzo y hasta pueda perjudicarnos, por más que hacerlo sea nuestro deber (ibídem Kant):

De hecho, descubrimos también que cuanto más viene a ocuparse una razón cultivada del propósito relativo al disfrute de la vida y de la felicidad, tanto más alejado queda el hombre de la verdadera satisfacción, lo cual origina en muchos (sobre todo entre los más avezados en el uso de la razón), cuando son lo suficientemente sinceros como para confesarlo, un cierto grado de misología u odio hacia la razón, porque tras el cálculo de todas las ventajas extraídas, no digamos ya de los lujosos inventos que procuran ordinariamente todas las artes, sino incluso de los correspondientes a las ciencias (que al cabo les parecen ser asimismo un lujo del entendimiento), descubren que de hecho solo se han echado encima muchas más penalidades, antes que haber ganado en felicidad y lejos de menospreciarlo, envidian finalmente a la estirpe del hombre común, el cual se halla más próximo a la dirección del simple instinto natural y no concede a su razón demasiado influjo sobre su hacer o dejar de hacer.
Incluso aunque existiera dicho razonamiento y este fuera irrefutable creo que de poco serviría. La mente ignorante es impermeable a todo aquello que no le sirva para satisfacer sus instintos naturales. Recuerden la conversación de Larra, en la que cada admonición por un aspecto de la cultura era contestado con un ejemplo de inutilidad para la vida diaria. Si ser instruido no es necesario para el día a día, no da dinero ni permite adquirir un estatus superior y, para más inri, todos somos igual de ignorantes, entonces a nadie le importa que la erudición sea lo debido. En un país de golfos y analfabetos los valores son un lastre, y tan pringado es un ciudadano ilustrado como uno que obra moralmente. Aquí la única forma útil de hacer que hubiera más visitas al Museo del Prado sería regalando una copa con la entrada.

Irónicamente, como la maldad e hipocresía humanas no conocen asíntota no tenemos problema en hacer mofa y befa de la ignorancia ajena, por más que la propia clame al cielo. Decimos a menudo que la gente «es gilipollas» o «está mal de la cabeza», exigiendo de forma implícita que se conduzcan según los principios de la razón, aun cuando ese sea un estándar que no apliquemos a nosotros mismos. Es posible que, como sociedad, nos fuera mejor si nuestro nivel cultural medio fuera más elevado pero individualmente pocos están dispuestos a hacer el esfuerzo. Como ocurre con tantas otras cosas, eso mejor que lo hagan otros.

Habrá quien piense, como esos economistas a quienes no quita el sueño la extinción de especies animales y vegetales sin valor económico, que si no sirve para nada pues que qué más da, que a la porra con la cultura. Pero esa es una idea peligrosa, habida cuenta de que la mayoría de las vidas humanas no sirven para nada. Burlarse de quien gasta parte de su tiempo en cultivar su intelecto es como reírse del apego a la vida de quien tiene una existencia irrelevante, indistinguible de la de millones de personas y perfectamente prescindible. Es decir, de casi todo el mundo.

No creo que la situación vaya a mejorar. Si hemos dado la espalda a la cultura durante siglos probablemente sigamos haciéndolo durante las centurias venideras. Aún así, no soy especialmente pesimista porque creo que la oferta cultural seguirá extendiéndose, y que la facilidad para acceder a ella y los formatos en que se presenta seguirán creciendo, tal como ha venido ocurriendo. Si los modelos clásicos de la economía son ciertos eso significa que se consumirá más cultura. El grueso de la población seguirá teniendo un nivel cultural cercano al de cualquier cabestro de los que protagonizan los programas de Telecinco pero, al menos, una mayor proporción de quienes quieran cultivarse podrán hacerlo.

lunes, 12 de junio de 2017

La carta a Andrés

Mariano José de Larra es uno de esos autores que se empieza a leer por obligación en el instituto (normalmente recurriendo a Castellano viejo como puerta de entrada) y se acaba leyendo por placer. Este escritor español se preguntaba en su Carta a Andrés: «¿no se lee en este país porque no se escribe, o no se escribe porque no se lee?». Su respuesta fue la propia pregunta: «en este país no se lee porque no se escribe, y no se escribe porque no se lee».

Con ese estilo irónico tan suyo, Larra tacha de inservibles los libros y la cultura en general:

¡Maldito Gutenberg! ¿Qué genio maléfico te inspiró tu diabólica invención? ¿Pues imprimieron los egipcios y los asirios, ni los griegos ni los romanos? ¿Y no vivieron, y no dominaron?
¿Que eran más ignorantes, dices? ¿Cuántos murieron de esa enfermedad? ¿Qué remordimientos atormentaron la conciencia del Omar, que destruyó la biblioteca de Alejandría? ¿Que eran más bárbaros, añades? Si crímenes, si crueldades padecían, crímenes y crueldades tienen diariamente lugar entre nosotros. Los hombres que no supieron, y los hombres que saben, todos son hombres, y lo que peor es, todos son hombres malos. Todos mienten, roban, falsean, perjuran, usurpan, matan y asesinan. Convencidos sin duda de esta importante verdad, puesto que los mismos hemos de ser, ni nos cansamos en leer, ni nos molestamos en escribir en este buen país en que vivimos.
¡Oh felicidad la de haber penetrado la inutilidad del aprender y del saber!
Foto de liz west
Tras examinar el estado de la literatura en la España de la época, el autor transcribe un diálogo que me viene a la mente cada vez que se habla de la escasa cultura de la sociedad, o cada vez que una persona justifica su enteca erudición. Es un poco largo, pero no puedo resistirme a citarlo por completo. Léanlo, y díganme si no han tenido una conversación parecida más de una vez en su vida:

[U]n diálogo quiero referirte que con cuatro batuecos de éstos tuve no ha mucho, en que todos vinieron a contestarme en sustancia una misma cosa, concluyendo cada uno a su tono y como quiera:

-Aprenda usted la lengua del país -les decía-. Coja usted la gramática.
-La
parda es la que yo necesito -me interrumpió el más desembarazado, con aire zumbón y de chulo, fruta del país-: lo mismo es decir las cosas de un modo que de otro.
-Escriba usted la lengua con corrección.
-¡Monadas! ¿Qué más dará escribir vino con b que con v? ¿Si pasará por eso de ser vino?
-Cultive usted el latín.
-Yo no he de ser cura, ni tengo de decir misa.
-El griego.
-¿Para qué, si nadie me lo ha de entender?
-Dése usted a las matemáticas.
-Ya sé sumar y restar, que es todo lo que puedo necesitar para ajustar mis cuentas.
-Aprenda usted Física. Le enseñará a conocer los fenómenos de la Naturaleza.
-¿Quiere usted todavía más fenómenos que los que está uno viendo todos los días?
-Historia natural. La botánica le enseñará el conocimiento de las plantas.
-¿Tengo yo cara de herbolario? Las que son de comer, guisadas me las han de dar.
-La zoología le enseñará a conocer los animales y sus...
-¡Ay! ¡Si viera usted cuántos animales conozco ya!
-La mineralogía le enseñará el conocimiento de los metales, de los...
-Mientras no me enseñe dónde tengo de encontrar una mina, no hacemos nada.
-Estudie usted la geografía.
-Ande usted, que si el día de mañana tengo que hacer un viaje, dinero es lo que necesito, y no geografía; ya sabrá el postillón el camino, que ésa es su obligación, y dónde está el pueblo a donde voy.
-Lenguas.
-No estudio para intérprete: si voy al extranjero, en llevando dinero ya me entenderán, que esa es la lengua universal.
-Humanidades, bellas letras...
-¿Letras?, de cambio: todo lo demás es broma.
-Siquiera un poco de retórica y poesía.
-Sí, sí, véngame usted con coplas; ¡para retórica estoy yo! Y si por las comedias lo dice usted, yo no las tengo de hacer: traduciditas del francés me las han de dar en el teatro.
-La historia.
-Demasiadas historias tengo yo en la cabeza.
-Sabrá usted lo que han hecho los hombres...
-¡Calle usted por Dios! ¿Quién le ha dicho a usted que cuentan las historias una sola palabra de verdad? ¡Es bueno que no sabe uno lo que pasa en casa...!

Y por último concluyeron:

-Mire usted -dijo el uno-, déjeme usted de quebraderos de cabeza; mayorazgo soy, y el saber es para los hombres que no tienen sobre qué caerse muertos.
-Mire usted -dijo otro-, mi tío es general, y ya tengo una charretera a los quince años; otra vendrá con el tiempo, y algo más, sin necesidad de quemarme las cejas; para llevar el chafarote al lado y lucir la casaca no se necesita mucha ciencia.
-Mire usted -dijo el tercero-, en mi familia nadie ha estudiado, porque las gentes de la sangre azul no han de ser médicos ni abogados, ni han de trabajar como la canalla... Si me quiere usted decir que don Fulano se granjeó un gran empleo por su ciencia y su saber, ¡buen provecho! ¿Quién será él cuando ha estudiado? Yo no quiero degradarme.
-Mire usted -concluyó el último-, verdad es que yo no tengo grandes riquezas, pero tengo tal cual letra; ya he logrado meter la cabeza en rentas por empeños de mi madre; un amigo nunca me ha de faltar, ni un empleíllo de mala muerte; y para ser oficinista no es preciso ser ningún catedrático de Alcalá ni de Salamanca.
Esta actitud, concluye Larra, es lo que hace que optemos por no estudiar si podemos evitarlo lo cual nos lleva, inevitablemente, al no saber y, de ahí, a ignorar a la cultura en su conjunto, representada en este caso en forma de libro. Mas al no haberlo conocido, la persona ignorante no echa de menos el saber y no se siente inferior en modo alguno:

[T]e diré que lo que no se conoce no se desea ni echa menos; así suele el que va atrasado creer que va adelantado, que tal es el orgullo de los hombres, que nos pone a todos una venda en los ojos para que no veamos ni sepamos por donde vamos
Y así, a pesar de nuestra ignorancia, en este país «en que tuvimos la dicha de nacer, donde tenemos la gloria de vivir, y en el cual tendremos la paciencia de morir» no nos falta salud ni buen humor.

lunes, 5 de junio de 2017

Cultura basura

Para empezar con un comentario un tanto facilón, resulta curioso cómo las personas asociamos libros y cultura aun cuando no es lo mismo leer 50 sombras de grey que los grandes clásicos de la literatura, ni tampoco tiene nada que ver la rama de la filosofía llamada metafísica con esos libros de autoayuda que mezclan chakras, oración, espíritus y energía en un sentido vago con interpretaciones erróneas de la teoría cuántica.

Al reflexionar sobre los libros de moda, Luis Tarrafeta escribía (énfasis en el original):

[N]o sé qué pensar de que libros rematadamente malos tengan tantisisísimo éxito. Quiero decir, como sociedad, es algo que ¿nos aporta o nos despista?

Más concretamente, ¿conseguimos con esto que el individuo que en su vida ha cogido un libro empiece a leer? ¿O lo lee -lo consume- como si fuera una etiqueta del champú muy larga y ya nunca más coge otro (hasta el siguiente boom de dentro de dos años)? Y mucho más importante, lo que más me preocupa, ¿cree que eso es todo lo que puede obtener de los libros? ¿Que la literatura no puede enriquecerle mucho, muchísimo más?


[...] Alguno pensara que, bueno, que es como todo. Que también la mayoría de la música que consume la gente es muy mala, que se ven pelis muy malas o que los peores programas de la tele tienen las mayores audiencias. En definitiva, que, como dice La Revelación de Sturgeon, el 90% de todo es basura.
Y concluía (énfasis en el original):

Yo, personalmente, siento rechazo ante la idea de que sea mejor alejarse de la cultura. Por mi propia experiencia, que no sé hasta que punto es extrapolable al resto.

Así que casi creo que sí. Que, mejor, se lea. Lo que la gente quiera. Que bien por Cincuenta sombras de Grey y por Paulo Coelho. Al fin y al cabo, quienes más trabas han puesto a la lectura, los que más han querido influir en qué se leía o no, siempre han sido los más fundamentalistas, los más dañinos, los más culpables del horror.
Opino que, en lo que a producciones para el entretenimiento se refiere (incluyendo libros, música, series de televisión, películas y videojuegos), es muy posible que se cumpla la revelación de Sturgeon. Sin embargo, Steven Johnson sostiene que las formas más degradadas de diversión de masas son intelectualmente nutritivas:

Durante décadas hemos actuado con arreglo al supuesto de que la cultura de masas sigue una trayectoria en continuo declive hacia estándares de mínimo común denominador, probablemente porque las masas quieren placeres tontos y simples y las grandes empresas mediáticas quieren dárselos. En realidad, sin embargo, está pasando justo lo contrario: la cultura está volviéndose intelectualmente más exigente, no menos.
Él argumenta que, a lo largo de los últimos treinta años, la cultura popular se ha vuelto más compleja y estimulante desde el punto de vista intelectual. Tomemos, como ejemplo, el caso que analiza de las series de televisión. Las series más antiguas tenían uno o dos personajes importantes y sus capítulos consistían en una sola trama dominante que concluía al final del episodio. Actualmente, por el contrario, series como Juego de tronos cuentan con una docena de personajes principales cuya historia se cuenta en múltiples tramas relacionadas que se extienden a lo largo de varias temporadas. Incluso las series más simples hoy día tienen varios protagonistas y al menos un hilo argumental que dura, como mínimo, una temporada. Esa complejidad creciente exige, para poder ser procesada, mejores capacidades cognitivas lo que significaría que la cultura pop no está empeorando, sino todo lo contrario. Según Johnson: «incluso lo peor de la televisón actual no parece tan malo si lo comparamos con la escoria televisiva del pasado».

No obstante, esta mayor complejidad no se ha producido en todas las formas de cultura pop en el mismo grado. En el extremo más alto están los videojuegos, algunos de los cuales requieren resolver sesudos problemas de optimización lineal para mejorar nuestro personaje de la mejor forma posible. En el otro extremo están la música o el cine, cuyas limitaciones de tiempo restringen necesariamente su complejidad. Las películas de superhéroes o absurdos pero exitosos videos musicales como What does the fox say? son ejemplos representativos de esto último.

En cualquier caso, la complejidad en sí misma no es suficiente. No llegará el día, como reconoce el propio Steven Johnson, en que consideremos que Buscando a Nemo es como Moby Dick. Tampoco creo que El señor de los anillos o Canción de hielo y fuego, por muy buenos libros que sean (a mí me lo parecen) estén al mismo nivel que Cien años de soledad (cuya lectura me fue obligada en el instituto y de lo cual me alegro). Es posible que la cultura popular haya mejorado pero sigue siendo cultura basura.

Roger Scruton es un filósofo inglés especializado en estética autor de la obra Cultura para personas inteligentes. Él prefiere la alta cultura a la cultura popular y cree que esta preferencia se puede justificar racionalmente. Para este pensador ciertos gustos son mejores que otros:

La posición que me gustaría defender [...] algunos la llamarán elitista, aunque para mí eso no supone un insulto. Creo que se puede ser elitista sin ser esnob. Se puede pensar que ciertos gustos son mejores que otros, no sólo porque resultan más gratificantes, sino porque sintonizan de un modo más creativo y satisfactorio con el alma humana, sin condenar a quienes no comparten esos gustos. Ésa es la posición que yo asumiría, porque sé lo que me ha proporcionado el amor por la música seria: no sólo el disfrute al escucharla, sino también la comprensión de lo relevante.
Algunas razones para sustentar su posición son que el arte elevado requiere mucha reflexión y disciplina, que sirve para transformar nuestra vida y que, en él, los objetos artísticos comprometen la imaginación en lugar de ser meros objetos de la fantasía:

Los objetos de la fantasía son sustitutos. [...] Son una forma de suscitar emociones reales y ofrecer una satisfacción sucedánea. El acto imaginativo, en contraste, es un empeño por crear un mundo posible, un mundo imaginario, donde las emociones son también imaginarias. Por consiguiente, el artista no ofrece una satisfacción sucedánea para una emoción real. El arte difiere, por ejemplo, de la pornografía. El artista hace que alguien imagine tanto el objeto como la emoción dirigida hacia él. El artista explora un mundo imaginado como un ser libre, con todos sus compromisos morales en juego. Esto nos permite distinguir, por ejemplo, entre lo erótico y lo pornográfico.
Adicionalmente, la alta cultura provoca emociones reales mientras que la cultura popular provoca emociones sentimentales. La diferencia, según Scruton, es que en el segundo caso el foco de interés es el sujeto en lugar del objeto artístico, lo que hace que demos más importancia a nuestros propios sentimientos que a su objeto y no respondamos al mundo tal cual es.

La idea de que ciertas formas de arte son más valiosas que otras es, sin duda, controvertida. Por un lado, está el problema señalado por Tarrafeta de las autoridades y sus criterios. ¿Quién decide qué es cultura superior y en qué se basa? Los argumentos que caben esgrimirse pueden ser difíciles de justificar, si bien hay toda una rama de la filosofía dedicada a ello (la estética). Por otro lado, si consideramos que todas las expresiones artísticas tienen el mismo valor, no faltará quien ponga al mismo nivel las obras de Velázquez que las de un célebre grafitero, o las de Jorge Manrique con las de un rapero. Cuando esto se lleva al extremos es cuando acabamos por no saber distinguir una piña de una obra de arte.

Personalmente, tengo poca fe en la cultura popular como pasarela a niveles más elevados. Me parece más probable que alguien que no lee se dé por satisfecho tras terminar el último éxito de Pablo Coelho y se detenga ahí que el que pase a leer las obras de los estoicos. La buena literatura, en efecto, tiene muchísimo más que ofrecer que un pasatiempo o una mejora en nuestra ortografía pero, como hemos dicho, aprehenderla completamente requiere reflexión y esfuerzo, dos bienes escasos que las personas solemos reservar a otras áreas de nuestra vida.

Decía Schopenhauer en su ensayo sobre la lectura: «los libros malos son veneno intelectual, corrompen el espíritu». ¿Es mejor, pues, abstenerse? Al igual que Tarrafeta, yo tampoco me siento cómodo con la idea de recomendar a alguien que se abstenga de leer. Pero si los libros son alimento intelectual, la cultura basura sería tan poco recomendable como la comida basura y, por consiguiente, no deberían formar la base de nuestra dieta mental. Eso no significa que no podamos recurrir a ellos de vez en cuando, pues igual que comer los productos más frescos y naturales cocinados de la mejor manera posible no siempre resulta práctico o económico, no siempre es buen momento para leer a Ovidio.

Desgraciadamente, hay una diferencia sumamente importante entre la alimentación del cuerpo y la de la mente, a saber, que a nadie le duele el ayuno intelectual.