viernes, 30 de agosto de 2013

Un prisma para controlarlos a todos

Como a estas alturas todo el mundo sabe, el pasado 6 de junio los diarios The Guardian y Washington Post publicaron la noticia sobre uno de los mayores escándalos de espionaje masivo hasta la fecha, el programa PRISM.

Foto de Wrote
Para el que aún no lo sepa, dicho programa consiste en un sistema de vigilancia desarrollado por la NSA en colaboración con varios de los principales proveedores de servicios de Internet americanos como Google, Apple, Microsoft, Yahoo!, Facebook


Aunque el nivel de intromisión alcanzado por PRISM ha rozado nuevos niveles, el concepto de vigilancia tiene un largo recorrido en nuestra historia, pudiéndose encontrar referencias desde el antiguo Egipto.

En el pasado solía enfocarse de forma individual y actualmente lo asociamos casi exclusivamente como un fenómeno tecnológico y masivo, pero no son las únicas clases de vigilancia. El sociólogo David Lyon lo describe como:
«…the focused, systematic and routine attention to personal details for purposes of influence, management, protection or direction.»
Un concepto que Jeremy Bentham había transformado en arquitectura con su diseño del Panóptico, un modelo de prisión circular con una torre de vigilancia en el centro desde la que los trabajadores de la misma pueden observar a los internos sin que estos sepan en ningún momento si están siendo vigilados o no.

Esa sensación de vigilancia constante hace que el sujeto la internalice y modifique su comportamiento, lo que llevó a Michel Foucault a desarrollar su teoría del Panoptismo y trasladar dicha estructura a otros lugares como escuelas, organizaciones u hospitales:
"If the inmates are convicts, there is no danger of a plot, an attempt at collective escape, the planning of new crimes for the future, bad reciprocal influences; if they are patients, there is no danger of contagion; if they are madmen there is no risk of their committing violence upon one another; if they are schoolchildren, there is no copying, no noise, no chatter, no waste of time; if they are workers, there are no disorders, no theft, no coalitions, none of those distractions that slow down the rate of work, make it less perfect or cause accidents”
Teniendo en cuenta el aumento de vigilancia desde el desarrollo de la teoría de Foucault, sobre todo en lo que a nivel digital se refiere ¿se podría decir que el concepto de Panóptico se ha extendido a toda la sociedad? Aunque podría considerarse un paso más hacia ello, la progresiva aceptación de la misma trae consigo la desaparición de la sensación de vigilancia y por lo tanto también el concepto de Panóptico. Esto es especialmente destacable en Internet, ya que no hay un contacto o reprimenda directa por parte del vigilante, evitando así la modificación del comportamiento y aceptando sin más la vigilancia. Lo que podría explicar por qué aún después del escándalo el porcentaje potencial de clientes «perdidos» no sea demasiado elevado.

Todo esto podría conducir a la sociedad a un estado de indefensión que va más allá del propio Panóptico. Y, aunque la capacidad de vigilancia actual ha sobrepasado con mucho a la imaginada por George Orwell en 1984, el verdadero problema está en nosotros mismos. En este sentido es increíble cómo Gary T. Marx describió durante los años 80 muchas de las dificultades por las que atravesamos en la actualidad y sus posibles consecuencias:
«Once the new surveillance systems become institutionalized and taken for granted in a democratic society, they can be used for harmful ends. With a more repressive government and a more intolerant public-perhaps upset over severe economic downturns, large waves of immigration, social dislocations, or foreign policy setbacks-these same devices easily could be used against those with the 'wrong' political beliefs, against racial, ethnic, or religious minorities, and against those with life-styles that offend the majority.»
Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado. Ante esto solo cabe preguntarse ¿quién controla el presente ahora?

lunes, 19 de agosto de 2013

Ni mata ni fortalece

Que en la vida uno va a ser rechazado en algún momento es una afirmación tan poco controvertida como la de que el Papa cree en Dios. Sea a la hora de buscar pareja o de encontrar trabajo, la mejor versión de uno mismo presentada como candidata con el objetivo de lograr sexo o empleo siempre puede toparse con un no. Chris Dixon aseguraba en su blog –en relación al ámbito profesional– que si no estás siendo rechazado diariamente es porque tus objetivos no son suficientemente ambiciosos:
Foto de d:space
«My most useful career experience was about eight years ago when I was trying to break into the world of VC-backed startups. I applied to hundreds of jobs: low-level VC roles, startups jobs, even to big tech companies. I got rejected from every single one. [...] The reason this period was so useful was that it helped me develop a really thick skin.»
Muchos deportistas, artistas o trabajadores manuales saben que los callos son una consecuencia inevitable de su actividad. El roce y la presión constantes irritan la piel y el cuerpo responde acumulando queratina en la zona para hacerla más dura. Friedrich Nietsche pensaba que el carácter podía responder igual que la piel y así lo expresó en su obra Ecce Homo, donde aparece el celebérrimo aforismo (énfasis mío):
«Así es como de hecho se me presenta ahora aquel largo período de enfermedad: por así decirlo, descubrí de nuevo la vida, y a mí mismo incluido, saboreé todas las cosas buenas e incluso las cosas pequeñas como no es fácil que otros puedan saborearlas; convertí mi voluntad de salud, de vida, en mi filosofía. Pues préstese atención a esto: los años de mi vitalidad más baja fueron los años en que dejé de ser pesimista: el instinto de autorrestablecimiento me prohibió una filosofía de la pobreza y del desaliento. ¿Y en qué se reconoce en el fondo la buena constitución? En que un hombre bien constituido hace bien a nuestros sentidos, en que está tallado de una madera que es, a la vez, dura, suave y olorosa. A él le gusta sólo lo que le resulta saludable; su agrado, su placer, cesan cuando se ha rebasado la medida de lo saludable. Adivina remedios curativos contra los daños, saca ventaja de sus contrariedades; lo que no lo mata lo hace más fuerte.»
Chris Dixon es solo uno más entre tantos otros que suscriben esa creencia de que las personas se pueden hacer más duras (física o psíquicamente) a base de golpes. Si eso es cierto se podría pensar que cuantos más palos se lleve uno más recio acabará siendo. Así, alguien que haya sobrevivido al paso por los campos de trabajo de Siberia administrados por el Gulag debió de salir realmente endurecido. Por tomar una referencia de la cultura popular que los de mi generación captarán enseguida, esa sería la historia de Hyōga, el caballero o santo del Cisne de la serie Saint Seiya destinado al campo de entrenamiento de Siberia (con este ejemplo ya vemos que algo falla en este razonamiento, pues lo cierto es que Hyōga fue siempre un guerrero bastante blandito, más obsesionado con su madre muerta de lo que lo estaba Marco con la suya viva).

Cuenta Nassim Taleb que cuando se topó con este tipo de inferencia («endurecido por el Gulag») le costó darse cuenta de su sinsentido, pero que finalmente dio con un experimento mental que lo explicaba (el énfasis es mío):
«Supongamos que somos capaces de encontrar una población grande y diversa de ratas: gordas, delgadas, asquerosas, fuertes, bien proporcionadas, etc. [...] Con estos miles de ratas formamos un grupo heterogéneo, bien representativo de la población de ratas de Nueva York. Las llevamos a mi laboratorio, en la calle Cincuenta y Nueve Este, y colocamos toda la muestra en un gran tanque. Sometemos a las ratas a niveles de radiación progresivamente mayores [...]. En cada nivel de radiación, aquellas que son naturalmente más fuertes (y aquí está la clave) sobrevivirán; las que mueran dejarán de pertenecer a la muestra. Poco a poco iremos disponiendo de un grupo de ratas más y más fuertes. Observemos el siguiente hecho fundamental: cada una de las ratas, incluidas las fuertes, será, después de la radiación, más débil que antes.»
Haber pasado por una miríada de descartes no implica automáticamente un aumento de la resiliencia. Cada rechazo puede ser una abrasión que ayude a formar un callo o una gota más en el proceso que horada la piedra de nuestra autoestima. Cómo lo afrontamos depende de nuestra forma de ser. El narcisista echará la culpa al entorno, las circunstancias o a los demás. Los menos neuróticos probablemente no se lo tomarán como algo personal y pensarán que ahora son más fuertes. Por contra, los más neuróticos se lo tomarán muy a pecho y añadirán un clavo más al ataúd de su autoestima; para estos últimos la sensación de valía está ligada a la cantidad de repudio recibido (parafraseando la expresión latina: todos los rechazos hieren, el último mata). Las diferentes actitudes de cada caso ilustran la naturaleza subjetiva de nuestra experiencia.

Independientemente de nuestra disposición frente al rechazo, las veces que nos topamos con él puede ser un indicador objetivo de nuestro valer. Si es verdad lo que dice Dixon, entonces John Rolfe (autor junto con Peter Trobb de un divertido libro sobre la vida en Wall Street) debió de sentirse especialmente ambicioso cuando –según sus propias palabras– la presentación de más de cuarenta currículums y cartas de presentación se tradujeron en exactamente tres entrevistas con bancos de inversión. Otra interpretación posible es que las aptitudes de Rolfe se perdían en la parte baja del montón. Una persona mentalmente sana ignorará esta parte de la realidad y seguirá adelante tranquilamente.

A menudo he encontrado individuos que justificaban el rechazo argumentando que no eran lo que el otro (empleador o posible pareja) andaba buscando en ese momento. Se me antoja un piadoso engaño, como si las tendencias fueran a cambiar en algún momento. Como si en algún futuro cercano los demás fueran a dejar de buscar gente guapa, divertida y con dinero con la que emparejarse, y las empresas fueran a dejar de lado a los individuos dinámicos con don de gentes. Es posible que, sencillamente, fueras rechazado porque tu manera de ser no encaja con lo que se pide, en cuyo caso podrías quedarte fuera hasta que se agoten las reservas de lo deseado y los que eligen se vean obligados a rebajar sus expectativas. Ante una escasez de parejas potenciales o puestos de trabajo ya puedes darte por jodido, pues ni siquiera podrás recoger las sobras. Eso no les pasa a los que son realmente válidos. Podrás revolverte pensando que no es justo que no se valoren tus capacidades o tus virtudes particulares, pero el hecho es que si lo que tienes para ofrecer no le interesa a nadie entonces tal vez no valgas nada en realidad (alguien que busca empleo o pareja ¿tiene valor en sí mismo como trabajador o compañero, o solo lo tiene en la medida en que posee cualidades que los demás desean?). En esta situación podrías intentar cambiar tu forma de ser, bien para solucionar el problema o bien para tratar de cambiar tu actitud frente al problema. Buena suerte con eso.

Mi tío siempre me ha dicho que cuando trataba de ligar de joven sabía que iba a triunfar una de cada veintitrés veces, y con esa estadística en mente saltaba al ruedo. «Si alguna vez caían dos seguidas», contaba riendo, «sabía que después me tocaban cuarenta hostias una detrás de otra». Su método era el clásico «disparar a todo lo que se mueve», igual que hacen los spammers. Si lo intentas mucho es posible que, por mero azar, alguna vez suene la flauta.

El correo electrónico no deseado tiene un ratio de conversión de aproximadamente ocho entre un millón según el estudio más reciente. Eso significa que unas ocho personas entre un millón compran algún producto anunciado a través de esos mensajes. Sin embargo, cuando alguien hace eso no lo atribuimos a la calidad del mensaje, sino a la estupidez del destinatario. ¿Por qué iba a ser distinto cuando se trata de uno mismo? Si a mí tío le costaba tanto lograr una cita probablemente no fuera tan atractivo como asegura. Si te vetan en nueve de cada diez entrevistas quizá es que eres un paquete. Si te rechazan en la misma proporción que a los demás es hora de asumir que eres mediocre. Tal vez tu única esperanza de hacerte un hueco sea un fallo en el proceso de selección (en cuyo caso vivirás con la incertidumbre de saber cuánto te durará la suerte). Tal vez deberías dejar de apuntar tan alto y asumir de una vez que no todo el mundo puede jugar en Primera División. Claro que ¿qué ocurrirá si bajas el listón a ras de suelo y sigues siendo rechazado? ¿Darás aún más la espalda a los hechos y te convertirás en un Vincent Finch?

lunes, 5 de agosto de 2013

Algo se muere en el alma (II)

Hace dos años conté cómo Mario, nuestro jefe por aquel entonces, nos dejaba por un trabajo mejor. Como era de esperar le ha ido bien en su nuevo empleo, hasta el punto de ser ascendido recientemente. Trabaja mucho y viaja bastante. Se ha mudado a una nueva casa y espera su segundo retoño.

Foto de woodleywonderworks
Cuando Mario se marchó nos dejó, como suele decirse, con el culo al aire: pantalones en los tobillos y flexión anterior del tronco, a merced de cualquier desaprensivo que fuera a sustituirle. Afortunadamente, en una de esas extrañas carambolas que ocurren en la vida, pudimos llenar el hueco (el del departamento, no el situado entre nuestros molletes) con otro amigo.

Simón había dejado la empresa hacía no mucho para estudiar un MBA. El único trabajo que pudo encontrar tras terminarlo fue un empleo de corte español, esto es, uno donde la idea básica era captar subvenciones de la Unión Europea y escenificar un sainete que pasara por proyecto real, de manera que mediante una contabilidad de doble carpado con tirabuzón el dinero europeo acabara en las arcas de la empresa a la vez que cumplían con los trámites destinados a evitar precisamente que ese fuera el caso. Simón languidecía gemebundo en su escritorio frente a un ordenador obsoleto sin acceso a las páginas más interesantes de internet, con poco que hacer en general y unos compañeros de esos con los que uno se relaciona «cordialmente». De vez en cuando quedábamos para comer y poner en común quemaduras del mundo laboral. Nos preguntábamos si no deberíamos ser de esas personas que ven el trabajo simplemente como una forma de ganar dinero para vivir, y no como una fuente de realización o de satisfacción personal.

Cuando Mario anunció su marcha inmediatamente pensamos en Simón. Conocía la empresa, a la gente, el departamento, los productos y los servicios. Ahora, además, tenía el MBA, y un puesto de jefe le ayudaría a dar vigor a su currículum. La idea cuajó y Simón volvió con nosotros. Al principio le costó coger el ritmo, dicen, pero al cabo se adaptó y se hizo con las riendas. Su buen hacer, como ocurre en las empresas de este país, fue castigado recientemente con un ascenso a la española: mismo sueldo, mucha más responsabilidad.

Un par de semanas atrás, en una de esas mañanas que se presume igual que cualquier otra, Simón hizo que se nos atragantara el desayuno al anunciar que se marchaba a trabajar con Mario. De nuevo el proceso se puso en marcha: las notas de adiós, las fiestas de despedida y los buenos deseos para el futuro. Otra vez la incertidumbre sobre el futuro de los que se quedan.

Para mí Simón siempre será el jefe que no parecía un jefe. En todo momento se mostraba informal y accesible, tanto con sus subordinados como con sus superiores. Posee un importante capital intelectual, fruto de su perspicacia y curiosidad natural. Su personalidad es una extraña mezcla de friki, geek, señor jubilado y adolescente de diecisiete años. Aún me choca verle con sus hijas pequeñas, ser testigo de cómo ese fumador empedernido aficionado a los cómics, salaz, sardónico y bromista, a quien he visto preso de los vapores etílicos en más de una ocasión, se desenvuelve tan bien con los cachorros. Adicto a reddit, su vasto conocimiento de la cultura popular y formal le hacían casi imbatible en el Triviados. Él fue quien me descubrió a Alain de Botton y me recomendó leer a Bertrand Russell (ahora uno de mis filósofos favoritos), a la par que me indicaba algunos blogs interesantes (y alguno prescindible). En todo este tiempo invariablemente ha tolerado mi presencia sin signos visibles de fastidio y me ha aportado su sensato punto de vista por muy estúpida o banal que fuera la pregunta que le estaba planteando. Igual que para con Mario, no siento por Simón otra que cosa que admiración, envidia y gratitud.

En los días posteriores a la noticia de la marcha noté en el ambiente una sensación de eso que los periodistas deportivos gustan en llamar «fin de ciclo». Me pareció que por la cabeza de todos rondaba la misma idea acerca de que esto era de alguna manera el final de nuestro camino laboral conjunto, de que la situación solo puede empeorar y ha llegado la hora de separarnos en busca de pastos más verde (si acaso los hay). Una compañera llegó a preguntarse en voz alta cuántos del grupo seguirían trabajando aquí el año que viene. Nadie dijo nada. Como esto no es una serie de televisión y los flash forwards no son factibles, habrá que esperar para verlo.

«Sin cambio no hay progreso», me dijo Simón en una de nuestras últimas conversaciones a la hora del cigarro. Reto aceptado.