sábado, 31 de diciembre de 2011

Meditaciones de fin de año

Hace unos días alguien llegó al blog buscando en Google la frase «meditaciones de fin de año». Esta va por ti, visitante anónimo.

Champán y fuegos artificiales, campanadas y cenas pantagruélicas. Buenos deseos para los demás y buenos propósitos para uno mismo. Es la noche de fin de año, aquella en la que -tal vez víctimas del alcohol- emerge un ánimo global de enmienda movido por un barco de optimismo que normalmente desaparece en la niebla pasados los primeros días del año nuevo.

Hacer una promesa de año nuevo es muy fácil, como todos sabemos. Uno dice «este año...»:
... voy a dejar de fumar
... voy a ir al gimnasio y me voy a poner petao'.
... voy a ahorrar.
... voy a ponerme a dieta.
... voy a dejar de beber.
... voy a hacer todo lo anterior.

Foto de wobble-san
Y ya está. Porque, evidentemente, basta con proponerse algo para lograrlo. ¿No?

Claro que no. Sabemos que el problema no es decidirse a hacer algo, sino llevarlo a buen término. Pero ocurre que nuestros propósitos (sean o no de año nuevo) nacen enfermos, y por ende suelen morir prematuramente. Los objetivos que nos fijamos están infectados por la falacia del yo futuro: el hecho de suponer que, este año sí, tendremos la fuerza de voluntad necesaria para cambiar, que las circunstancias serán propicias para cumplir lo prometido, y que no habrá dificultades ni imprevistos que nos aparten del buen camino.

Dan Ariely tiene una magnífica charla sobre el autocontrol que retrata perfectamente lo que quiero decir:
«In the future we are wonderful people. We will exercise, we will diet, we will save, we will not text while driving... in the future we are wonderful people. The problem is we don't get to live in that future. We get to live in the present, and in the present we fail to temptation over and over.»
Nunca llegamos a conocer a esa maravillosa persona que es nuestro yo futuro. Dado que vivimos en el presente es normal que el aquí y el ahora sean lo que más nos influye. Tal vez sea nuestra naturaleza:
«En momentos de tentación o indecisión [...] nos damos cuenta, de forma dolorosa, de que no hay motivos ni decisiones pasadas, por muy firmes que puedan ser, que determinen lo que queremos hacer ahora. Cada momento requiere una elección nueva o renovada.»
El comportamiento correcto, ese que nos lleva a cumplir nuestro objetivo, pasa a ser asunto de nuestro futuro yo. Por tanto, nuestro yo presente lo pospone:
«Present bias is why you’ve made the same resolution for the tenth year in a row, but this time you mean it. You are going to lose weight and forge a six-pack of abs so ripped you could deflect arrows.
You weigh yourself. You buy a workout DVD. You order a set of weights.
One day you have the choice between running around the block or watching a movie, and you choose the movie. Another day you are out with friends and can choose a cheeseburger or a salad. You choose the cheeseburger.
The slips become more frequent, but you keep saying you’ll get around to it. You’ll start again on Monday, which becomes a week from Monday. Your will succumbs to a death by a thousand cuts. By the time winter comes it looks like you already know what your resolution will be the next year.»

¿Cómo podemos cumplir lo prometido? Hay varias listas de recomendaciones al respecto, y la charla de Ariely que he mencionado antes también menciona algunas técnicas. La idea básica en todos los casos es reconocer que cambiar es una guerra contra uno mismo, por lo que hay que minimizar el número de batallas que librar (elegir un solo propósito por año). El autocontrol es un recurso limitado, de manera que debemos recompensarnos cuando lo hacemos bien para seguir luchando. Por último, tendemos a dejar las cosas para mañana, así que debemos medir nuestro progreso. Revisar regularmente cuánto camino llevamos andado puede evitar que pasados once meses aún estemos en la posición de salida.

A mi juicio, las resoluciones de año nuevo son necesarias. Es reconocer que podemos -que debemos- mejorar, someternos a nuestra propia ley en busca de esa perfección personal que Kant señaló como deber y fin, y a la que me refiero frecuentemente. Es asumir que, como pensaba Sartre, somos responsables de nuestra vida y de todo lo que nos atañe. Somos responsable de fijarnos esta clase de objetivos y obligarnos a cumplirlos.

Hay una última cosa que quiero decir. La propia perfección es solo la mitad de la ecuación; también está la parte de la felicidad ajena. Consideremos, pues, incluir entre nuestras buenas intenciones para el próximo año hacer algo que redunde en beneficio de los otros (dar donativos, trabajar como voluntario, comportarse de forma más ecológica, hacerse vegetariano...), de modo que sea un feliz año nuevo para todos.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

En el fondo del pozo nos encontraremos (V)

Lea la primera, segundatercera y cuarta parte de esta serie de artículos.  

El procedimiento de reestructuración cognitiva es relativamente simple: escribe tus pensamientos, aprende a reconocer distorsiones en ellos, rebátelos y piensa una forma más adecuada de formularlos. Dado que la rumia es un proceso automático de fondo el enfermo debe estar bien atento a sus pensamientos durante el día para dar caza a sus pensamientos erróneos.

Son distorsiones del pensamiento:
  • Pensamiento dicotómico o categórico. Son los pensamientos del tipo todo o nada, blanco o negro. 
  • Sobregeneralización: extrapolar un hecho convirtiéndolo en una regla general. 
  • Abstracción selectiva: ver solo el lado malo o elegir los hechos y detalles que confirman nuestra versión distorsionada del mundo, en lugar de los verdaderamente importantes. 
  • Descalificación de las experiencias positivas: no permitirse sentirse bien.
  • Razonamiento emocional: creer que la realidad es un reflejo de lo que uno siente. De que tú te sientas mal no se sigue lógicamente que la situación sea mala. 
  • Inferencia arbitraria: llegar a conclusiones negativas sin base, verlo todo negro aun cuando no hay pruebas para ello. Dos clásicos de este tipo de distorsión son la adivinación del pensamiento (cree que soy idiota) y del futuro (no va a funcionar, no va a salir bien).
  • Magnificar los errores propios o minimizar los éxitos.
  • Deberíalandia: pensar que las cosas deberían ser de una determinada manera y sentirse afectado por no ser así (la vida no es justa). 
  • Personalización: verse como la causa de sucesos desagradables de los que uno no es responsable.
Cómo atacar esas distorsiones:
  • Diferenciar entre pensamiento y realidad.
  • Buscar qué evidencia hay para nuestras creencias.
  • Determinar si las implicaciones que suponemos son realistas.
  • Buscar alguna explicación alternativa.
  • Reformular el pensamiento.

Para trabajar la reestructuración se escribe el pensamiento en la primera línea de un folio en blanco y se rellena el resto de la página con frases que lo corrijan. Por ejemplo:
Soy una mierda
  • ¿De verdad crees que no haces nada bien nunca? (pensamiento dicotómico). Solo por azar algunas cosas te saldrán bien.
  • ¿Realmente todo te sale mal? (sobregeneralización). Quizá ha sido solo un mal día. Hasta en una distribución aleatoria de hechos se forman clusters de eventos negativos (sucesión de muchos de ellos).
  • Que hoy hayas cometido un error no quiere decir que siempre te equivoques (sobregeneralización).
  • Los resultados no siempre dependen del esfuerzo de uno (personalización), sino también de las circunstancias. 
  • Sentirse una mierda no implica que realmente lo seas (razonamiento emocional). ¿Acaso no hay absolutamente nadie que te aprecie? ¿Por qué dudas de su criterio? No eres telépata, no sabes lo que piensan realmente sobre ti.
  • ¿Llevas una contabilidad de aciertos y errores que respalde tu opinión?
  • No estás atado a tu ser actual (inferencia arbitraria), puedes mejorar.
  • Estás deprimido y, por tanto, tus pensamientos están más distorsionados de lo habitual. No puedes fiarte de ellos.

Y seguiría así la cosa hasta llegar a algo del tipo «soy como todos, con mis cosas buenas y malas» o «no soy tan bueno como quisiera, pero puedo mejorar».

Además de atacar el contenido de los pensamientos puede trabajarse su aparición. Para detener la rumia son apropiadas las técnicas de detención del pensamiento como contar desde cien a cero de tres en tres (o algo más complicado) durante unos veinte segundos al menos. Este es un ejercicio útil y práctico que puede hacerse en cualquier momento y lugar.
También es recomendable la meditación. No es necesario quemar incienso mientras se lucha por adquirir la posición de loto y se recita un mantra. En realidad basta con tumbarse en lugar tranquilo durante veinte minutos diarios y centrarse en la propia respiración.

Continuará.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Un año de libros

Siempre he amado los libros. Desde pequeñito he visto a mi madre tumbada en la cama leyendo antes de dormir, echada de lado con el libro apoyado en la mesilla y la luz macilenta de su lámpara de noche alumbrándola. Mis hermanas y yo adquirimos ese hábito tan suyo y nos convertimos en ávidos lectores.

Foto de brewbooks
Antes de que el acceso a internet fuera un derecho fundamental yo tenía que saciar mi sed de información con lo que había en las estanterías del hogar. Afortunadamente estaban bien nutridas. Aunque con tres hijos a los que alimentar y educar mis padres siempre han estado económicamente ahogados, nunca nos negaban el dinero si era para libros. Les estoy profundamente agradecido por ello.

Tengo un paladar lector un tanto peculiar. Me gusta leer y me gusta saber cosas -cuanto más curiosas y raras mejor-, así que normalmente leo libros de divulgación y ensayo. Mis temas preferidos son ciencia, filosofía, psicología y economía. Ya casi nunca leo ficción; no porque no me guste, sino porque me cuesta mucho dejar un libro si la historia engancha. Y porque, como he dicho antes, más que para pasar el rato leo para aprender.

Este año las horas en el tren de camino y vuelta del trabajo han sido especialmente fructíferas: setenta y un libros desde el 1 de Enero hasta hoy (aún caerán dos o tres más). De todos ellos, creo que los menciono a continuación son los mejores (sin ningún orden en particular):
El tigre que no está. Un paseo por la jungla de la estadística.
Lo recomendaba Tim Harford, uno de mis autores favoritos. Somos muy malos manejando números (especialmente cuando son muy grandes) y estadísticas (sobre todo cuando vienen dadas por los medios de comunicación). A través de ejemplos diarios este libro hace inteligibles las medias y sus desviaciones, el riesgo, las correlaciones, las casualidades y la toma de datos. Alfabetismo matemático sencillo y accesible, con un enfoque algo distinto al que suelen tomar los libros de este tipo.
¿Se creen que somos tontos? 100 formas de detectar las falacias de los políticos, los tertulianos y los medios de comunicación. Julian Baggini.
Recomendado por Derren Brown. Imprescindible para todo aquel que escuche la radio, lea periódicos, vea la tele o, simplemente, discuta con personas. Cien pequeños capítulos para no creerse sin más todo lo que a uno le cuentan. Buen entrenamiento para desarrollar el pensamiento crítico.
Ética práctica. Peter Singer.
Lo compré por casualidad en la librería, iba buscando otro. Me encantó su argumentación de los derechos de los animales y, aunque el autor es utilitarista -enfoque ético que no comparto- su argumentación es muy buena y los temas tratados (eutanasia, vegetarianismo) interesantes.
Justicia ¿hacemos lo que debemos? Michael J. Sandel
Leí la reseña del libro en el periódico cuando se presentó la obra y probé suerte. Sandel es ahora uno de mis autores favoritos. Me encanta cómo escribe, el vocabulario que usa y cómo argumenta. Es claro, ameno y práctico. Iluminador.
Tráfico. Por qué el carril de al lado avanza más rápido y otros misterios de la carretera. Tom Vanderbilt.
Como reza el título, este libro habla de curiosidades sobre el tráfico. Está lleno de estadísticas interesantes (accidentes, riesgo, etc.) y estudios sobre el comportamiento humano en la carretera (por ejemplo, por qué nos volvemos unos cafres al volante).
Mala ciencia. Ben Goldacre.
Un libro para aprender cómo funciona la ciencia basada en pruebas, centrado sobre todo en la medicina. De forma divertida y sarcástica, Goldacre habla de cómo se crean y prueban los medicamentos, cómo se usan mal las estadísticas (en la línea de El tigre que no está) y por qué la homeopatía y otras supercherías son un timo. 
El hombre en busca de sentido. Viktor Frankl.
Viktor Frank cuenta aquí sus experiencias en dos campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial, y cómo esas experiencias le llevaron a alumbrar su terapia del fin (logoterapia). Sobrecogedor y profundo.
Los descubridores. Daniel J. Boorstin.
No recuerdo cómo llegó este libro a mi lista, pero es una joya alucinante. La invención del tiempo, de los relojes, la exploración geográfica, la imprenta y los libros... una obra maestra llena de historias, personajes y datos fascinantes.
El prisma del lenguaje. Guy Deutscher.
Apareció mencionado en la lista de lectura para el verano de la Royal Society. Es un libro muy curioso sobre el lenguaje y su relación con el mundo: cómo lo vemos, cómo lo representamos, cómo nos afecta. Relata curiosidades como que casi cada cultura tiene nombres distintos para los mismos colores, y que casi todas las sociedades humanas nombran (descubren) los colores en el mismo orden. 
The Know-it-all. A. J. Jacobs.
Este lo tenía pendiente al menos desde 2005. Gracias al Kindle pude hacerme con él finalmente. Es la historia de un hombre que se lee la Enciclopedia Británica de principio a fin. Narra cómo afecta eso a su vida y qué cosas le llaman la atención de lo que lee. A.J. Jacobs es muy divertido y tiene unas profundas percepciones sobre aspectos mundanos.
La hipótesis de la felicidad. Jonathan Haidt.
Una buena y sencilla explicación del funcionamiento del cerebro. Mezcla de psicología y filosofía, de ciencia actual y sabiduría ancestral, trata sobre los conceptos de felicidad y la búsqueda de la misma a través del amor, el significado de la vida, la virtud y la religión. Sensato y profundo.
Si el lector está interesado, la lista (casi) completa de libros leídos está disponible en nuestra estantería de anobii.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Papá Estado

Cuando hablé de la distribución de la riqueza por parte del Estado a base de leyes -disculpe el lector que me cite a mí mismo nuevamente- dije que quizá debamos aceptar que el gobierno se comporte como un padre. Me gustaría reflexionar un poco más sobre eso.

Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona, escribió sobre el Estado paternalista defendiendo la tradición liberal:
«el Estado no tiene la misma finalidad que tiene un padre sobre sus hijos menores, esto es, procurar su bien. El Estado debe, simplemente, procurar la igual libertad de todos, dado que es un instrumento que los hombres se han inventado para alcanzar este fin. Por tanto, ese Estado debe respetar la libertad de los individuos – aun a riesgo de que, al ejercer esta libertad, se perjudiquen a sí mismos- y su función es, mediante leyes, limitar esa libertad sólo para impedir que se vulnere la libertad de los demás.»
Foto de _M-j-H_
Según el artículo 1 de la Constitución Española el nuestro es un Estado social. Su fin es asegurar la igualdad de oportunidades para que todas las personas disfruten del mismo grado de libertad. No es su cometido pretender el bien de los ciudadanos. Por tanto, el que yo corra con el coche o fume no sería de su incumbencia y no puede legislar para impedírmelo.

Esta vez no voy a entrar en el debate comunitarismo contra liberalismo (quien esté interesado puede consultar, por ejemplo, a Sandel). En lugar de eso quisiera resaltar nuestra ignorancia, nuestra hipocresía y nuestro rostro de cemento. Entra en escena el Estado del bienestar.

El Estado del bienestar y el Estado social no son exactamente lo mismo, aunque cuesta tanto distinguirlos que a veces se toman como equivalentes.  La idea del primero es que el gobierno asume la responsabilidad del bienestar social y económico de los ciudadanos. Para ello hubo que nacionalizar el riesgo:
«el Estado del bienestar cubriría a la gente frente a todos los caprichos de la vida moderna. Si nacían enfermos, el Estado les pagaría. Si no podían permitirse una educación, el Estado les pagaría. Si no podían encontrar trabajo, el Estado les pagaría. Si estaban demasiado enfermos para trabajar, el Estado les pagaría. Cuando se jubilaran, el Estado les pagaría. Y cuando finalmente murieran, el Estado pagaría a las personas que dependieran de ellos.»
Así pues, sí que es tarea del gobierno pretender el bien de sus ciudadanos. Pero se trata de un bien mundano, práctico, no de un bien moral.

Que el Estado se haga cargo de algunos de nuestros apuros supone, a mi juicio, un cambio fundamental. La garantía (teórica) de un nivel de vida mínimo a los necesitados se paga con los impuestos de todos (de nuevo, en teoría). El resultado es, creo yo, que las libertades individuales se entrelazan hasta el que punto de que perjudicarse a uno mismo implica perjudicar a los demás. Cuando alguien se estrella porque considera que es libre de conducir borracho, sin cinturón de seguridad o a la velocidad que le venga en gana, todos pagamos la reparación de la carretera, los bomberos, los sanitarios, la policía, etc. Cuando alguien acaba en el hospital porque considera que es libre de fumar o de comer toda la mierda que quiera, todos pagamos su tratamiento (si alguien cree que su hospitalización la paga él mismo con lo que lleva contribuido es que no tiene ni idea de cuánto cuesta una cama de hospital). Aquí entra en juego la hipocresía y cara dura de la que hablaba antes. Queremos poder actuar irresponsablemente y nos la sopla que los demás paguen las consecuencias. Nos comportamos como adolescentes.

Habrá muchos a los que no les guste que les digan que no pueden tal o cual. Tal vez eso no sería necesario si, simplemente, no fuéramos estúpidos. Al final el gobierno debe protegernos de nosotros mismos. ¿Cuántos estadounidenses ahorrarían para su jubilación si no se les obligara mediante contribuciones periódicas a su plan de pensiones?  ¿Cuántos españoles tendrían dinero para costearse su sanidad si no estuvieran obligados a contribuir cada mes a través de retenciones en sus rendimientos del trabajo? La realidad es que muchas veces no sabemos qué es lo mejor para nosotros (como tampoco lo saben los que mandan).

Pienso que lo importante es, dado que dependemos unos de otros, saber qué es lo mejor para todos. Y sí, obligarnos a cumplirlo. Eso es algo que se puede acordar democráticamente.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

En el fondo del pozo nos encontraremos (IV)

Lea la primera, segunda y tercera parte de esta serie de artículos.

¿Cómo sale uno del pozo? La respuesta, como tantas otras veces, está escondida en un capítulo de Los Simpson. En este caso se trata del undécimo episodio de la quinta temporada, Homer El vigilante (1F09). En él se cuenta cómo Homer monta una patrulla de barrio para atrapar al «ladrón felino». Al final del capítulo los ciudadanos de Springfield se dirigen a la gran T y empiezan a cavar para desenterrar el tesoro que el ladrón había escondido ahí. Después de haber ahondado en el terreno hasta el anochecer, y en vista de que no van a encontrar nada, deciden abandonar. Es entonces cuando se plantea la duda:
Otto: A ver, y ahora ¿cómo salimos?
Homer: Cavando hasta encontrar la salida.
Wiggum: Así no. Hay que cavar hacia arriba.
De eso se trata, efectivamente, de cavar hacia arriba. Por aquello de estirar la metáfora hasta dejarla exhausta me referiré a la medicación como «el pico» y a la terapia como cognitiva como «la pala». Muchas veces se usan juntas, aunque no siempre es necesario: las depresiones endógenas mejoran solo con medicación y no todas las depresiones requieren tratamiento con fármacos.

Respecto a los medicamentos, decir que siempre que uno trata con drogas debe buscar un camello de confianza. Por tanto, es imprescindible encontrar un psiquiatra competente y de buen trato, tarea que es más difícil de lo que debiera, pero a la que es mejor aplicarse con diligencia dado lo que hay en juego.
Hay que ser responsable y paciente con el uso de esta herramienta. La medicación se ha de tomar tal como es pautada por el médico durante el tiempo que sea necesario. Los antidepresivos suelen tardar varias semanas en hacer efecto, así que es normal no sentir una mejora inmediata. También es importante no dejarlos por cuenta propia cuando uno se siente bien, ya que lo que se consigue así un buen «mono» acompañado de una recaída. El galeno es el único capacitado para determinar la retirada del tratamiento.

Con lo que más debe esmerarse el enfermo es con la pala. Aquí la mayor parte del trabajo depende de uno mismo. El objetivo oficial de la terapia es reestructurar la cognición y la conducta para sustituir los patrones actuales por unos más realistas y adaptativos. En español eso significa que lo que se pretende es que el llorica se dé cuenta de que es imbécil, se enfrente a la realidad y la asuma de una forma constructiva. Para ello se entrena al sujeto en detectar y corregir sus pensamientos erróneos.
También aquí es imprescindible contar con alguien capacitado y en quien se confíe. Hay psicólogos muy malos, y por desgracia no es fácil distinguirlos de los buenos. Creo que tan importante es el mensaje como el mensajero y el sobre en el que se entrega. Con esto quiero decir que la terapia será más eficaz si uno se siente seguro con su terapeuta, cómodo al hablar durante las sesiones y esperanzado en la eficacia del tratamiento.

Continuará.


domingo, 4 de diciembre de 2011

El mundo del regalo

Apenas pasaban unos minutos de las ocho de la mañana cuando entró Rodolfo en la oficina despotricando de la navidad. Es una de esas personas que, si no fuera por sus hijos, en nochebuena y nochevieja cenaría como cualquier otro día. Lo que más le molestaba, según dijo, era la hipocresía característica de estas fiestas.

Foto de Ken's Oven
Me gusta la navidad. Me gusta no tener que ir a trabajar, refugiarme del frío bajo una docena de mantas y comer dulces. Como no soy católico no me siento mal por no estar aprehendiendo el verdadero significado de estas fechas. Disfruto tanto esta época del año que hasta lo peor que tiene -las reuniones familiares multitudinarias- se me hace llevadero.

Supongo que esta año no será muy distinto de los anteriores y las tres frases más repetidas serán las habituales, a saber:

¡Feliz navidad!
¡Feliz año nuevo!
¡Tengo el tique por si quieres cambiarlo!

Porque la navidad es también época de regalos a discreción, como bien se ha encargado de recodarme el periódico de hoy incluyendo un par de catálogos especiales. Es el momento en el que yo me gasto los cuartos en ti y tú te los gastas en mí de modo que ambos acabemos teniendo un trasto más en casa. No obstante al enfocarlo de esa forma se pierde el significado real del gesto. Daniel Hruschka escribe:
«Viewed by a cynical outsider, the transfer of gifts may look like the mere movement of non-usable trifles among people. For example, in one of the most through descriptions of gift givin in a small-scall society, anthropologist Bronislaw Malinowski showed that shell jewelry literally traveled in circles among island traders off the coast of New Guinea. Most Westerners would consider this movement of gifts, called the Kula ring, a program in "re-gifting" taken to extremes. However, in most cases, these and other gifts are not valued for their direct economic uses. Rather, gifts are bestowed as an expression of the giver's feelings and goodwill for his or her partner.»
Según parece las dádivas son una característica universal del ser humano (apud Hruschka):
«Gift giving is probably a universal element of life in human communities and is a hallmark of friendship in Wester society. The HRAF [human relations area files] texts also suggest that giving gifts is an important signal of friendship ina  awide range of human societies (in 60 percent of all societies, no disconfirmations). »
Aunque no es fácil acertar. Como dice Miguel Nadal, regalar cosas es una fuente de problemas. En ocasiones es difícil dar con algo que guste al destinatario, que sea especial. Algo que no acabe aparcado en un rincón o en el fondo del armario -uno de mis compañeros tiene una balda del suyo dedicada únicamente a esconder los horribles jerseys que recibe cada año-. Con tanto estrés parece mentira que sea más feliz el que da que el que recibe.

Para los economistas el mejor obsequio es, sin duda, el dinero en efectivo, porque maximiza la utilidad. Aún así se suele considerar que regalar dinero está feo (apud Hruschka):
«Money is the antithesis of a good gift -it has no extrinsically greater value to any one person than to another, does not require a long search, and can be easily exchanged. Indeed, the ways that people modify money in attempts to make it an appropriate gift provide a window into the symbolic importance of exclusivity in a gift giving.» 
Con todo y con eso sigue siendo una opción bien valorada por el receptor según esta lista de consejos para elegir presentes. Si el lector necesita más orientación puede echar un vistazo a esta otra. Personalmente prefiero agasajar con algo que no deje rastro: comida o experiencias (o ambas a la vez). Así, al menos, no pongo a nadie en el compromiso de vestir, usar o poner a la vista algo que en realidad no le gusta.