martes, 30 de noviembre de 2010

Una carta abierta

"Cuando solo dispones de palabras gastadas, lo único que puedes hacer es juntarlas y esperar que digan algo nuevo."

Puedo sentir vuestro dolor. Una persona a la que amáis, por razones distintas  en cada caso, habita en la ciudad del llanto.  Os veo lidiar con ello, cada una como puede. No seáis víctimas de los mitos sobre el sufrimiento.

Puedo sentir vuestra frustración. Os he oído preguntaros "¿por qué?", y maldecir rematando con un "no es justo". Me temo que la vida no es justa, y no tiene por qué serlo. A la gente buena le pasan cosas malas. No perdáis el tiempo con esos pensamientos.

Puedo sentir vuestra impotencia. No podéis curar a esas personas, porque no está en vuestra mano. Pero tampoco es lo que se espera de vosotras ahora mismo. Vuestro trabajo en este momento es actuar como lo que sois: seres queridos que brindan apoyo y energía, y hacen la parte que le corresponde en el proceso de recuperación de esa persona.

Puedo sentir vuestra lucha interna. Intentáis disimular vuestro dolor para que esa persona no sufra porque vosotros sufrís por ellos. No podéis derrumbaros ahora que os necesitan. Si veis que necesitáis ayuda para manteneros firmes, buscadla. Ambas contáis con un buen puñado de personas que os ayudarán. Y, por supuesto, podéis contar conmigo.

Puedo sentir vuestro miedo. Soy incapaz de deciros que todo saldrá bien; nadie sabe si será así.  Pero  es inútil torturarse. Si os centráis en lo malo que podría pasar os robaréis energía para lo que de verdad importa: hacer vuestro trabajo. Además, imaginad que se hubieran cambiado las tornas. ¿Cómo os gustaría ver a persona durante vuestro camino por el infierno? ¿Disfrutando en la medida de lo posible los momentos que pasáis juntos, o llorando en la cama?

Espero poder volver a sentir vuestra felicidad en un futuro próximo. Ánimo. Ánimo. Mucho, mucho ánimo.


A mis dos amigas. Ellas saben quiénes son. 

lunes, 22 de noviembre de 2010

El martillo del vecino


Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo. Pero le asalta la duda:
"¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo."
Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir buenos días, nuestro hombre le grita furioso:
"¿Sabe qué le digo? ¡Que se meta el martillo por el culo!"
 Anticipar los pensamientos y movimientos de los demás es una característica de nuestra inteligencia. Sin embargo, no somos conscientes de la cantidad de errores que cometemos en el proceso (el lector quizá piense que eso solo le pasa a los demás, y así es; todos son idiotas menos usted y yo).

Nos olvidamos, por ejemplo, de que los demás no son como nosotros. Hacemos suposiciones basándonos en ese hecho, lo que equivale a usar la mesa para medir la regla. Por otro lado, nadie puede predecir el futuro ni leer la mente. No lo sabemos todo. Y ni siquiera podemos tener toda la información presente a la vez para formar nuestros juicios.

El problema se agrava cuando, después de habernos construído nuestra "película" (errónea), llega la hora del estreno. Cuantas más veces se proyecta esa película en nuestra cabeza más cierta se vuelve para nosotros. Posteriormente, cuando interactuamos en la vida real con uno de los "actores" implicados, éste se queda de piedra con nuestros actos o nuestras palabras, porque le cogemos totalmente fuera de juego.  Es el caso del vecino, que no sabe a santo de qué es insultado. Es el caso de un amigo mío, que no sabe cómo demonios una chica con la que tuvo sexo una vez se pensó que él dejaría a su novia por ella. Es el caso de una amiga, que se encontró con unas disculpas sobre unos hechos que ni siquiera conocía. Es el caso de todos aquellos a los que finalmente alguien le espeta las razones por las que repentinamente dejó de hablarle.
La reacción del afectado suele resumirse en frases como "¿de qué está hablando?", "¿esto a qué viene?" o la más prosaica "¿a éste que coj#@!?% le pasa?".

Todas las películas que se proyectan en el cine de nuestra mente son ciencia ficción. Tengámoslo presente en nuestro trato con los demás.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Cuando era pequeño


Cuando era pequeño...

... pensaba que las personas altas tenían más vértigo, porque su cabeza estaba más lejos del suelo.

... tenía que llevar yo el balón para poder jugar al fútbol.

... pensaba que en las droguerías vendían droga, así que no entendía por qué no las cerraban.

... urdí con mi primo un plan para descubrir a los Reyes Magos in fraganti. Nos quedamos dormidos.

... pensaba que todo lo que venía en los libros era cierto.

... gané el premio a la paz que concedía mi clase.

... pensaba que si, con un poco de sal la sopa estaba más buena, con un mucho de sal estaría mucho más buena. No fue así.

... pensaba que si, eras buen estudiante, te iría bien en la vida.

... decidí que, cuando fuera mayor, no bebería, ni fumaría ni me drogaría.

... quería ser el mejor en algo, variando ese 'algo' con el tiempo.

... pensaba que, cuando fuera mayor, no cometería los mismos errores que veía en los adultos.

... tenía la impresión de que los adultos se complicaban la vida de forma absurda.

... pensaba quer sería fácil declararse a una chica.

... era más fácil romper el hielo, bastaba con tener un sacapuntas del mismo color que tu compañero.

... mis padres contrataron payasos para actuar en el banquete de mi primera comunión. Me hicieron salir delante de todos y contar un chiste o una adivinanza. Opté por lo segundo. La respuesta a la misma era "un ataúd".

... en la guardería, en invierno, nos comíamos el hielo que se formaba en los charcos del patio.

...pensaba que mi familia eran monstruos disfrazados de personas, y que se quitaban la careta cuando yo no estaba.

... creía en Dios y en la Virgen. Rezaba todas las noches.

... las pesadillas acababan cuando me despertaba.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Cuando un tonto coge una linde


Por aquel entonces yo tenía catorce o quince años. Estaba en el instituto y, como pasa a esas edades, me había "enamorado" de una chica. Tras algunos torpes intentos de flirteo, una amiga común que tenía con aquella chica me hizo saber: "Dice que no quiere nada contigo."

Vaya por dios. Recuerdo que primero sentí una punzada en el estómago. Después hice lo que cualquier humano haría en mi situación: negar la realidad. Pensé "ya cambiará de opinión". Cegado por los sentimientos propios de la adolescencia me aferré (durante demasiado tiempo) a la metáfora del agua que horada la piedra, y seguí al acecho.

Huelga decir que aquello no llegó a ninguna parte. Ahora es fácil ver que fuí un cabezota; es la falacia narrativa. Pero si hubiera logrado lo que me proponía no hubiera sido cabezota, sino tenaz. Cuando la diferencia entre una cosa y la otra la marcan los resultados ¿cómo decidir si perseverar o abandonar? ¿Cómo saber cuándo es suficiente?

Me temo que la respuesta es: no hay manera. No podemos saber qué hubiera pasado de haber elegido la opción contraria. No podemos aprender de la experiencia (ni propia ni ajena), porque las situaciones no son siempre exactamente iguales. Pienso que se trata, simplemente, de apostar. Una apuesta cruel ya que, como poco, vas a perder tu tiempo y tu energía. Además,  siempre te quedará la duda de qué hubiera ocurrido si hubieras continuado intentándolo un poco más.

Solo puedo desearle suerte al lector.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Soy más feliz con el dólar


Los Simpsons, episodio 4F01. Homer está llevando a cabo una campaña de telemárketing fraudulento consistente en llamar automáticamente a todos los teléfonos del pueblo y reproducir este mensaje:
"Saludos, amigo. ¿Desea ser tan feliz como yo? Pues ahora tiene la oportunidad de serlo. Aprovéchela y envíe un dólar a 'Hombre feliz', calle Evergreen Terrace 742, Springfield. Dese prisa, la felicidad eterna está a solo un dólar de distancia."
El señor Burns es el primero en oírlo:
"Mmmm, un dólar a cambio de la felicidad eterna... aaah... soy más feliz con el dólar."

Dicen que el dinero no da la felicidad, que la compra hecha. O que el dinero no da la felicidad, sino que son las cosas compradas con el dinero las que la dan. Últimamente me he preguntado si no será verdad.

Razonaré al revés. Dicen que el dinero no da la felicidad porque, cuanto más tienes, más quieres. Cuando compras algo sientes un subidón de endorfinas momentáneo, pero su efecto es efímero y enseguida buscarás el siguiente "chute". No suena bien pero ¿y si eso es la felicidad? Quiero decir que, para mí, la felicidad no es una meta que se cruza tras lo cual se permanece en ese estado para siempre, sino algo que viene en ráfagas a lo largo de la vida. Entonces ¿por qué comprar regularmente (con el "subidón" asociado) no va a ser una buena forma de ser feliz?.

Personalmente, el consumismo no me parece la vía idónea para alcanzar ese estado de dicha. No es sostenible a largo plazo, y carece de un significado profundo. Además, lo que leo una y otra vez es que la felicidad de uno mismo está en los otros.

Puede que el dinero no dé la felicidad, pero intuimos que ayuda. Lo que hay que tener en cuenta es en qué gastarlo, y cómo. O, simple y llanamente, acumularlo para tener más que el vecino.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Tú nunca, tú siempre


Cualquiera que haya tenido una relación de pareja o, en general, una relación muy cercana con alguien, habrá podido disfrutar de una discusión de este tipo:
Uno: Nunca me escuchas, siempre haces lo que te da la gana.
Otro: Eso es mentira, yo siempre pienso en los dos. Eres tú quien que va por libre.
Etcétera, etcétera. Daniel Goleman describe en uno de sus libros una forma mejor de discutir:
"El arte de hablar de forma no defensiva consiste en la capacidad de ceñirse a una queja concreta sin terminar desembocando en un ataque personal. El psicólogo Haim Ginott, el pionero de los programas de comunicación eficaz, afirma que la mejor forma de expresar una demanda responde al modelo "XYZ", es decir, 'cuando dices X me haces sentir Y, pero me habría gustado sentirme Z'. Por ejemplo: 'cuando no me llamaste me sentí despreciada y enfadada. Me habría gustado que me advirtieras de tu retraso', en lugar del habitual 'eres un desconsiderado y un egoísta'".
 Parece que cuando nos enfadamos tendemos a decir las cosas de forma cruel y despiadada, haciendo todo el daño posible. Hay quien, ante las consecuencias que eso puede suponer, opta por callarse. Esos dos extremos no son nuestra única opción, hay todo un abanico de opciones entre ambos. Expresarse de forma asertiva y considerada puede aprenderse, aunque requiere práctica.

Pero claro, hay que dejar el ego a un lado.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

¿Qué hacemos aquí?

Muchos de los personajes de Naruto han tenido una infancia traumática. Gaara, por ejemplo, nació con el demonio de la arena en su interior. Fue su propio padre el encargado de introducirlo en él. Debido a ello, Gaara era considerado un monstruo por todos los habitantes de la villa en la que vivía. Los niños no querían jugar al fútbol con él. Nadie se le acercaba, así que siempre estaba solo, con la única compañía de su osito de peluche. Su propia madre intentó matarle cuando solo tenía seis años.

Todo eso, quieras que no, te marca. El rencor acumulado le lleva más adelante en la historia a intentar matar a un contricante mientras éste duerme en una cama de hospital (situación de la que el propio Gaara era el responsable).

Como suele pasar en estas historias, en el último segundo llegan los amigos del yacente para evitar la tragedia. Cuando le piden explicaciones, Gaara les cuenta la infancia que ha tenido. Naruto y Shikamaru escuchan aterrados cómo matar es la única razón para vivir de ese chico:
Así que ¿por qué existo y vivo? Me hice esa pregunta, pero no pude hallar respuesta alguna. Pero necesito esas razones mientras viva, o sería lo mismo que estar muerto. Y esto es lo que concluí: existo para matar a todos los demás. [...] Lucho sólo por mí, y solamente me amo a mí mismo.
¿Por qué existimos? Geoffrey Miller ofrece una tragicómica visión de la vida en su libro:
All you have to do is sit in classsrooms every day for sixteen years to learn counterintuitive skills, and then work and commute fifty hours a week for forty years in tedious jobs for amoral corporations, far away from relatives and friends, without any decent child care, sense of community, political empowerment, or contact with nature. Oh, and you'll have to take special medicines to avoid suicidal despair, and to avoid having more than two children. It's not so bad, really. The shoe swooshes are pretty cool."
Por su parte, Viktor Frankl hizo de esa pregunta su profesión. Según él:
"Vive como si ya estuvieras viviendo por segunda vez y como si la primera vez ya hubieras obrado tan desacertadamente como ahora estás a punto de obrar. Me parece a mí que no hay nada que más pueda estimular el sentido humano de las responsabilidad que esta máxima que invita a imaginar, en primer lugar, que el presente ya es pasado y, en segundo lugar, que se puede modificar y corregir ese pasado."

"El verdadero sentido de la vida debe encontrarse en el mundo y no dentro del ser humano o de su propia psique, como si se tratara de un sistema cerrado."
Como he dicho en anteriores entradas, para mí la vida es una mera cuestión de replicación de genes. Los genes son como Gaara. No creo que la existencia tenga un signifcado per se, es solo una cuestión biológica.

Pero ya que estamos aquí, aprovechemos. Lo bueno de no tener un significado de fábrica es que podemos ponerle el que queramos, mientras sea ético. Para mí, se trata dejar el mundo un poco mejor que como nos lo encontramos al llegar.