domingo, 29 de enero de 2012

El mundo encima

A mi hermana mayor le encantaba tomarnos el pelo a mi hermana pequeña y a mí cuando éramos pequeños. Una de sus sólitas actuaciones era aquel truco de magia en el que nos enseñaba un objeto, nos decía dónde quería que apareciera, nos hacía cerrar los ojos y abrilos pasados unos segundos. ¡Voilá! El objeto se había movido hasta donde habíamos dicho. ¡Mi hermana realmente hacía magia! Ni a mi tata ni a mí se nos ocurrió nunca abrir los ojos mientras la magia tenía lugar. Nunca hemos sido muy listos.

Foto de wilhelmja
De entre los cuentos chinos que nos relató a lo largo de la infancia recuerdo especialmente el de la historia del Atlas. Lo sacó a colación un día que le pregunté por qué el agua del mar es salada. Según ella, había un hombre encargado de sujetar el cielo. El esfuerzo le causaba mucho dolor y le hacía llorar. Fueron esas lágrimas las que dieron lugar a los océanos. «¿Y cómo se formaron las montañas?», pregunté a continuación. Mi hermana respondió: «un día el hombre no pudo más y el cielo le cayó encima. Las montañas son las piernas de aquel hombre». «¿Y el Everest?», inquirí. «Es que el hombre tenía una pierna más larga que la otra, y el Everest nació de su pierna derecha». Supongo que esa capacidad de amoldar los hechos sobre la marcha le facilita mantener su fe católica.

¿Quién no se ha sentido alguna vez como el Atlas, abrumado por el peso de la existencia? Esos días en los que se acumulan los problemas laborales, las tareas que hacer en casa, las citas pendientes con los amigos, estás acatarrado, no para de llover y la sombra del futuro incierto planea en el horizonte. Días en los que parece mejor no haber salido de la cama.

Es curioso cómo esos días se tiñen de negro a sí mismos. Los sentimientos parecen modificar los filtros de nuestra percepción. Como se piensa así se siente, como se siente así se piensa. Mihalyi Csikszentmihalyi lo describe así:
«La mayoría de las personas sólo piensan en sí mismas cuando las cosas no van bien, y con ello entran en un círculo vicioso en que la ansiedad del momento colorea el pasado y, acto seguido, los recuerdos dolorosos hacen que el presente parezca aún más negro.»
En el entrenamiento deportivo de la fuerza hay unos ejercicios llamados de prehabilitación utilizados para prevenir lesiones. Se definen informalmente como aquellos que deben trabajarse habitualmente o acabarán haciéndose como parte de la terapia rehabilitación. Ocurre que también para la mente hay ejercicios de prehabilitación, y al igual que los físicos deben practicarse cuando nos sentimos bien (ibídem Csikszentmihalyi):
«Una forma de romper ese círculo consiste en desarrollar el hábito de reflexionar sobre la propia vida cuando existe una buena razón para sentirse bien respecto a ella, cuando se está de humor optimista.»
¿A qué tipo de reflexión se refiere? Las investigaciones en psicología cognitiva apuntan a los siguientes:
  • Dar gracias: por los amigos, por una relación, por el trabajo, por tener un techo o suficiente comida, por haber aprobado, por tu bebé, por un chocolate excelente, tu mascota, un beso, una sonrisa, un olor... cuenta tanto lo grande como lo pequeño.
  • Pensar en las experiencias más maravillosas del pasado. Revivir la situación, lo que pasaba y cómo se sentía uno.
  • Imaginar el mejor futuro posible. Siendo realista, imaginar un futuro en el que se han alcanzado las metas y la vida es un sueño hecho realidad. 
  • Pensar en alguien muy querido para ti y cómo decirle lo importante que es, lo mucho que te importa y lo que significa en tu vida.
  • Revivir lo que haya ido bien en los últimos días. De nuevo se debe tener en cuenta lo grande y lo pequeño. Quizá te hayan ascendido, quizá simplemente hayas encontrado aparcamiento a la primera. Trae de nuevo a tu memoria un puñado de esas cosas.
La mejor forma de hacer estas reflexiones parece ser por escrito, una técnica que se conoce como escritura afectiva.

Otro ejercicio que en mi opinión merece la pena aprender es el ABCDE de Martin Seligman (Adversity-Belief-Consequences-Disputation-Energization), basada en el ABC de Albert Ellis. Se entenderá mejor en qué consiste con un ejemplo banal:
  • Adversity: un conductor realiza una maniobra indebida como colarse en una salida atascada de la carretera.
  • Belief: pensar «menudo morro», «qué cara», «vaya gilipollas», etc.
  • Consequence: enfadarse y maldecir, quizá acompañándolo con pitadas, gestos obscenos y gritos que el destinatario no podrá oír.
  • Disputation: puede ser que no ha encontrado un sitio mejor para hacer la maniobra, no lo haya podido hacer antes, o no sabe bien por dónde va y se ha equivocado.
  • Energization: todos cometemos errores al volante, no hay nada que pueda hacer al respecto y conducir enfadado es peligroso para mí, por lo que en este caso será mejor dejarlo correr.
Como decía, estos ejercicios han de practicarse en nuestra vida cotidiana. No se debe esperar a tener un mal día para hacerlos: para entonces ya será tarde. La técnica debe estar refinada cuando lleguen los malos momentos. El mejor momento para ensayar no es el día de la final.

Aprender a reflexionar y discutir con uno mismo permite no olvidarse del sol escondido tras las nubes en esos momentos llenos de achares.


domingo, 15 de enero de 2012

Azul mejor que rojo

Antes de que desembarcara Simon Baker con su chaleco y su Citroen DS21, el mentalista era James Roday, protagonista de Psych. Con el paso de las temporadas esta serie se ha convertido en una de mis favoritas. Se trata de una comedia sin grandes pretensiones del canal USA Network en la que un falso vidente, Shawn, y su amigo de la infancia, Gus, se dedican a resolver crímenes aprovechando las inusuales capacidades de observación del primero.
La serie sigue la típica estructura del «caso de la semana» con casi nulas tramas transversales. Lo que me gusta del programa es el dúo cómico formado por la pareja protagonista, cuyos desbarres se han ido acentuando según han ido pasando los capítulos. Shawn y Gus son dos treintañeros inmersos en la investigación de casos de homicidio que se comportan como críos: creen en los OVNIS, los fantasmas y los vampiros, no paran de ver la tele y comer guarrerías, malgastan el dinero en juguetes y tienen piques ridículos entre ellos. Los diálogos absurdos son otro de sus sellos, como este del undécimo capítulo de la tercera temporada:
Gus: ¿Cómo puedes estar tan seguro de que Lassiter no disparó a Chávez?
Shawn: Relativamente fácil: decidí estarlo y, por tanto, lo estoy. Lo dijo Sócrates.
Gus: No, fue Descartes.
Shawn: Esa era la colonia que llevábamos en el insti.
Gus: No, eso era Drakkar Noir.
Shawn: No, eso es un vino.
Gus: Eso es Pinot Noir.
Foto de Aaron Wagner
Ese tipo de convencimiento («decidí estar convencido de ello, y por tanto, lo estoy») me vino a la mente hace poco cuando mis compañeros empezaron a discutir a la hora del pan y el postre sobre qué sistema operativo móvil es mejor, iOS o Android. La lucha consistió en el clásico toma y daca de clichés, estereotipos, datos dudosos o directamente falsos, insultos y demás. Lo que viene siendo un enfrentamiento trol contra trol en el mundo real.

Me he encontrado discusiones parecidas en todas partes. Probablemente el lector pueda referir situaciones similares en su campos de especialización o aficiones, donde se libren semejantes guerras santas dicotómicas entre fanáticos de cada extremo, con partisanos de uno y otro bando tirándose piedras a la cabeza sin mejores argumentos que el «viva mi pueblo y su patrona» o el «porque yo lo digo». Diálogos que en realidad son monólogos concurrentes, en los que la razón queda aparcada y cada interlocutor piensa en lo que va a responder mientras el otro habla, sin considerar siquiera la información nueva que le están transmitiendo. A veces se llega a extremos ridículos en los que, parafraseando a un amigo, se discute si el azul es mejor que el rojo. Los deportes son un terreno especialmente fructífero para tal clase de discusiones vesicantes.

Creo que muchas veces no hay una opción superior en términos absolutos. Cuando buscamos consejo queremos que nos digan qué es lo mejor, asumiendo erróneamente que tal cosa existe. Algunos de los que me conocen se desesperan cuando me preguntan mi opinión sobre si es mejor X o Y y yo respondo «depende». No es que no pueda mojarme, es que la respuesta realmente va en función del contexto o del fin. Sin esa información la cuestión se convierte en algo abstracto del tipo ¿es mejor grande o pequeño? Pues depende de si hablamos de un premio de la lotería o de los dedos del médico que te va a examinar la próstata.

Sugiero que el problema surge cuando pasamos de cuestiones banales a las realmente importantes, defendiendo posturas que no han sido sometida a un juicio crítico con inmerecida vehemencia, protegiéndolas además del análisis. Hablo de decisiones respecto al cuidado y educación de los hijos, la eutanasia y el aborto, las corridas de toros, la gestión de la deuda estatal, la inmigración, el matrimonio homosexual, la discriminación positiva, el reparto de la riqueza, las tradiciones, la legislación sobre drogas recreativas y otras tantas más. Cuestiones demasiado importantes como para dejarlas a cargo de creencias a la que se han llegado antes que a los argumentos y sin pasar por ellos. ¿Qué posiciones del lector respecto a dichos temas están basadas en algo realmente sólido, y cuáles son simplemente fruto de una intuición o de una sensación?

domingo, 8 de enero de 2012

Fea

Fea y gorda. Así se describía Magdalena hace unos días. Los que la conocen saben que con esas palabras había errado el tiro, y así se lo hicieron saber, si bien nuestra amiga no se bajó de la burra. Quizá sea que vemos lo que queremos ver, no lo que realmente hay.

Todo esto me recordó estos vídeos del programa de televisión APM (apenas duran unos segundos cada uno):


[Mis más sinceras disculpas a los estetas con piel de cuero por mi aspecto desaliñado. Como compensación prometo regalarles algo precioso para cubrirse las cicatrices que les deje la extirpación de sus futuros melanomas.]

«Nadie debería ser feo», dicen aquí mis primos de fatua laya. Según ellos, la fealdad es un defecto y hay que erradicarla. Ser feo es malo. Como nos cuenta Ulrich Renz:
«"Las personas atractivas deberían llevar siempre una máscara», afirma uno de los manuales de belleza más populares del Renacimiento. Ser feo era un delito que se podía castigar con velos o con afeites, con el encierro o con la hoguera, según la época. En los años setenta, en algunas ciudades de Norteamérica existían todavía las llamadas ugly laws, unas leyes que permitían a la policía arrestar a los transeúntes que tuvieran mal aspecto.»
Pero ¿qué tiene exactamente de malo ser feo?

Tradicionalmente, la fealdad se ha asociado al mal. Ya en el 600 a.C. Safo de Mitilene decía «quien es bello, es también bueno». Los protagonistas de cuentos, leyendas y películas son guapos y virtuosos, mientras que sus antagonistas son malvados y antiestéticos. Los monstruos y demonios representados en el folclore son horrendos. ¿Por qué asociamos una cosa a la otra?

Quizá sea cosa del lenguaje, que nos confunde (ibídem Renz):
«bello y bueno son en hebreo una misma palabra. En muchas lenguas africanas y americanas encontramos la misma tacañería: una misma noción significa bueno y bello según el contexto.
[...] El adjetivo inglés
fair es un buen ejemplo de esta mezcla de lo bello, lo claro y lo bueno, puesto que significa a la vez bello, claro, cristalino y rubio, además de justo.»
Aunque esta es una conjetura discutible. Puede que en realidad la asociación se deba a cómo nuestro cerebro categoriza las cosas, agrupando los contrarios. El mejor ejemplo de esto es el concepto de yin yang. Como el lector probablemente ya sepa, en el lado del yang están la luz, lo masculino, lo alto, lo caliente, etc., mientras que en el lado del ying se sitúan la oscuridad, lo femenino, lo bajo, lo frío, y demás. Si, como hizo el confucianismo, agregamos la dimensión moral a este símbolo, lo bueno queda junto a lo bello y lo masculino. Tal vez de ahí se siga que lo femenino y lo feo son malos.

Acaso se trate sencillamente de un estereotipo más del tipo «mujer inútil», «negro tonto» y «homosexual enfermo». No obstante, sabemos que ni las mujeres son inútiles, ni los negros son tontos, ni los homosexuales están enfermos (por mucho que diga Richard Cohen).

Todo lo anterior son meras especulaciones del abajo firmante. Tampoco es que nada de eso importe. Lo cierto es que las palabras «bueno» o «malo» pertenecen a la ética, no a la estética (ibídem Renz):
«Hubo que esperar a que un erudito de Königsberg de corta estatura llamado Immanuel Kant acabara con la absurda disputa sobre el valor moral de la belleza. Kant derribó de un plumazo tanto el culto platónico a la belleza como el desprecio hacia lo bello que tanto propugnaban los adversarios de Platón. Lo bello es bello y lo bueno, bueno; cuestión resuelta. En un abrir y cerrar de ojos, la prohibición kantiana de mezclar el juicio ético con la valoración estética conquistó el discurso filosófico y aún hoy es una parte esencial del estándar filosófico.»
Aclarado este punto ¿es la fealdad un defecto, o algo que deba corregirse? Diez minutos de anuncios de televisión bastarán para, cuanto menos, considerar una respuesta afirmativa a dicha pregunta. Supongamos, por mor del argumento, que ser feo es un defecto. ¿Deberíamos entonces usar la tecnología que menciona la torda del primer vídeo para arreglar la situación? Nuestros actos parecen indicar que ya lo estamos haciendo. L'Oreal obtuvo en 2010 unos beneficios netos de 2.240 millones de euros. Mientras tanto, y según datos de la ONU, en 2006 había mil millones de personas viviendo con menos de un dólar al día.

Hace unos meses escribí sobre la vacuidad que supone vivir del aspecto. Sugiero que, del mismo modo que los guapos tal vez deberían cultivar facetas más significativas que su don superficial, todos deberíamos usar de forma juiciosa nuestro presupuesto en cuanto al aspecto. En lugar de gastar miles de euros en ponerse tetas, creo que Sara hubiera hecho mejor dando de comer al personal.

La ciencia ha confirmado que ser guapo conlleva ventajas sociales, económicas y psicológicas (de nuevo, véase el libro de Renz). Siendo así, son precisamente los bellos quienes más obligados están a repartir:
«Los talentos naturales que permiten el éxito de algunos no son obra suya, sino más bien de su buena fortuna, el resultado de una lotería genética. Si nuestra donación genética es un don, y no un logro del que podamos atribuirnos el mérito, es erróneo y presuntuoso asumir que tenemos derecho a apropiarnos de todos los beneficios que genera en una economía de mercado. Tenemos pues una obligación de compartir estos beneficios con aquellos que carecen de dones comparables, sin que sea una falta por su parte.»