domingo, 18 de septiembre de 2011

Costumbrismo

Luis Piedrahita interpretó un fantástico monólogo sobre los juguetes de playa en el que se refiere a las madres como seres todopoderosos definidos por sus frases características. Una de tales frases -no mencionada en el monólogo- incluso tiene su calco en el idioma inglés. Dicha frase era el argumento definitivo con el que la autora de nuestros días quería hacernos reflexionar y evitar un comportamiento borreguil. Podía usarla con múltiples fines: afear nuestra conducta, prohibirnos una fiesta, o negarnos la compra de algún objeto codiciado. Hablo de ese «meme» en forma de pregunta retórica, ejemplo de reducción al absurdo, que nuestras progenitoras formulaban tal que así:
«Y si todos tus amigos se tiran por un puente ¿tú también te tiras?»
Había montones de respuestas posibles, ninguna de las cuales conseguía hacer cambiar de opinión a mamá -era, pues, el momento de probar con papá-.

Existen buenas razones que justifican el «donde fueres, haz lo que vieres». Gracias a los comportamientos imitativos y automáticos podemos desenvolvernos necesitando menos energía psíquica, y tomar decisiones rápidas. También puede ayudarnos a integrarnos en el grupo, sacar partido del conocimiento acumulado y la experiencia del mismo o, si algo sale mal, evitar que te linchen, al haber hecho lo que cualquiera habría hecho en tu lugar.

Si bien lo más probable es que en la mente de nuestras madres solo estuviera presente el protegernos o el poder ahorrarse unos duros en esas cosas «que todos mis amigos tienen», lo cierto es que su pregunta pone de relieve el peligro de actuar acríticamente.  A lo largo de la vida acumulamos modos de acción que tienen un coste asociado en forma de límites aprendidos. Límites, además, de los que muchas veces ni siquiera somos conscientes. Hay una fábula al respecto:
«Un día una mujer iba a cocinar un trozo de carne. Antes de ponerlo en la cazuela, cortó una pequeña rodaja. Cuando se le preguntó por qué lo hizo, se detuvo, se sintió un poco turbada y dijo que lo hacía porque su madre siempre había hecho lo mismo cuando cocinaba un trozo de carne. Ella misma sintió curiosidad, así que telefoneó a su madre para preguntarle por qué siempre cortaba una rodaja de la carne antes de cocinarla. La respuesta de la madre fue la misma: "porque así lo hacía mi madre". Por último, para obtener una respuesta más útil, le hizo la misma pregunta a su abuela. Sin dudar, su abuela le respondió: "Porque es la única manera de que quepa en mi cazuela"».
Somos libres de aceptar o rechazar las tradiciones y costumbres que heredamos de nuestros mayores, los procedimientos en el trabajo cuya única justificación es que «siempre se ha hecho así», o la forma en que resolvemos nuestros problemas personales y tomamos nuestras decisiones. Para no vernos arrastrados por la marea de la costumbre podemos estar atentos, tomar conciencia y preguntarnos a menudo «¿es esto necesario?», «¿realmente necesito esto?» o «¿tiene esto que ser de esta forma?». Si todos los caminos llevan a Roma es posible que la autopista represente la peor elección, ya que, al ser la primera opción de todo el mundo, siempre está atascada.

Para mí, este proceso es la semilla de la que brotaron cosas como el fin de la segregación racial o el voto femenino. Alguien se pregunta «¿por qué tiene esto que ser así?», y da comienzo una reacción que cambia el mundo.

Al actuar de esta manera quizá encontremos ocasiones en las que habremos de ir en contra del grupo. Eso puede requerir de nosotros cierta dosis de un tipo de heroísmo poco valorado y no muy común: algunos experimentos psicológicos revelan que somos propensos a someternos al grupo.

Esta semana he visto en la televisión a una señora ladrando que iban a continuar alanceando toros en su pueblo porque es la tradición, y nadie se la va a quitar. Que algo se haya venido haciendo toda la vida no es razón suficiente para seguir haciéndolo, ni justifica el que se esté haciendo ahora mismo. Porque ¿y si la tradición fuera que todos se tiraran desde un puente?

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