sábado, 3 de septiembre de 2011

Animalia

El conejito de la foto se llama Gus y tiene menos de un año. Le encanta que le rasquen detrás de las orejas, roer todos los cables que encuentre y brincar por el largo pasillo de la casa en la que vive. Tiene unos preciosos ojos azabache, un pelaje suave, y ese gesto encantador que hacen los conejos con el hocico cuando husmean. Es, como dice su dueña, «una cucada».

Cuando le enseñé esta foto a mi hermana, me dijo «¿Un conejo como mascota? Los conejos son para comérselos». No es la única que ha reaccionado así; son varios los que bromean con cocinar al pobre bicho al ajillo.

En sociedades occidentales de tradición cristiana creces con la cantinela de que Dios puso a todos los animales al servicio del hombre; que somos la cúspide de la pirámide alimentaria, el más avanzado de los seres vivos. Porque Dios así lo quiso, el hombre tiene derecho a usar al resto de seres vivos en su beneficio como mejor le convenga (alimento, abrigo, adornos). Pero ni la religión -una creencia- ni la tradición -inercia cultural- son razones válidas para criar animales en cautividad, explotarlos en granjas o torturarles y darles muerte en ese infame espectáculo que son las corridas de toros.

¿Por qué está mal matar y torturar a las personas pero no a los animales? Recordemos que los miembros de la especie Homo sapiens también somos animales. ¿Acaso hay algo que nos haga diferente y nos dé permiso para someter al resto de especies? Dejo como ejercicio al lector encontrar dichas diferencias, si las hay. En su diálogo interno tenga siempre en cuenta estos tres casos: un bebé, una persona que se ha quedado en coma, y otra nacida anencéfala. Descubrirá que no es tan fácil mantener al género humano en el pedestal. Por ejemplo, la racionalidad suele ser una de las primeras razones aducidas, pero un bebé no es racional. ¿Significa eso que podemos comérnoslo? Alguien nacido anencéfalo nunca llegará a serlo, ni siquiera logrará tener conciencia. ¿Preparamos la parrilla?
Cuidado también con la falacia naturalista. Puede que en estado salvaje el grande o el listo se coma al pequeño o al tonto, pero ni las vacunas ni el ordenador con el que escribo esto no nacen de una mata. La marca a partir de la cual empezamos a ir contra la naturaleza no debería situarse arbitrariamente según nos convenga.
Como último punto a tener en cuenta, respecto a la salud, es cierto que la grasa y la proteína de los animales hicieron posible el desarrollo del cerebro humano, que proporcionalmente necesita muchas calorías para funcionar. Pero ahora que el alimento nos sobra -otra cosa es que esté mal repartido- parece posible vivir perfectamente sin recurrir a alimentos de origen animal.

La igual consideración de todos los animales tiene grandes implicaciones. No se debería matar animales para comer, pero tampoco se podrían explotar para obtener leche o huevos (¿quién estaría a favor de ordeñar a mujeres para tener algo en que mojar las madalenas?). Tampoco deberían utilizarse para hacer ropa o adornos, ni privarles de su libertad encerrándolos en un zoo. Incluso el tener a un animal como mascota es discutible. Habría que terminar con todos los experimentos con animales, ya sean para probar champús o para desarrollar fármacos. Lo cual me parece totalmente lógico: si las medicinas son para los Homo sapiens ¿con qué derecho maltratamos a otras especies, que ni siquiera se beneficiarán del resultado? Claro que usar a personas para experimentos también está mal, y plantea un montón de problemas. La ética es peliaguda.

Dicho todo lo anterior, se podría considerar nuestra obligación moral seguir los pasos de Lisa Simpson en el episodio 3F03, ir incluso más allá, y abrazar el veganismo ético. Claro que llevar ese comportamiento hasta sus últimas consecuencias exige una clase de heroísmo moral del que muy pocos -si es que hay alguien- serían capaces, máxime teniendo en cuenta cómo está montado el mundo ahora mismo. Habría que renunciar a muchísimas cosas, algunas de las cuales -como el desarrollo de fármacos o técnicas quirúrgicas- son sumamente importantes para nuestra supervivencia. A ver quién es el majo que se niega a matar a un cerdo para transplantar la válvula cardíaca del susodicho a su ser más querido. Como he dicho antes, la ética es peliaguda.