domingo, 11 de septiembre de 2011

Palos y zanahorias

Durante una de sus sesiones de zapping, mi hermana acabó viendo un documental sobre tráfico rodado que emitían en La 2. Hablaron principalmente sobre los atascos y sus posibles soluciones. Entre las propuestas que se barajaban estaba el pago por kilómetro, según el cual cada conductor pagaría una cuota en función de la distancia recorrida, disuadiendo de este modo a la gente de usar el coche. La cara de mi hermana era un poema: «sí, hombre, voy a pagar yo por conducir. Ya pago la gasolina». Cuando le indiqué que ni con eso ni con el impuesto de circulación se acerca siquiera a compensar las externalidades negativas que su conducción genera respondió: «pues que me paguen un coche eléctrico». Mientras discutíamos, el documental siguió adelante, dando paso a otra alternativa. En lugar de cobrar, se sugería pagar a los conductores por usar rutas alternativas menos congestionadas. Tiempo le faltó a mi querida hermana para declararse fan de dicha opción.

Foto de Carly & Art
¿Cómo hacer que los conductores dejen el coche en casa? ¿Cómo conseguir que los empleados no vagueen? ¿De qué manera puede lograrse que se respeten las leyes?

Mi tata, que además de conductora es profesora de educación infantil, me dice que a los niños hay que premiarlos cuando se portan bien y castigarlos cuando hacen algo mal, ya que el condicionamiento es lo único que entienden. Así que por un lado están las zanahorias para quienes se esfuerzan y son cumplidores y, por otro, los palos para aquellos que haraganean y no cumplen las normas.

Esas dos opciones parecen funcionar igual de bien con los adultos. Sin embargo, en este caso la equivalencia entre mal comportamiento y palo, y entre buen comportamiento y zanahoria, no está tan definida. Como escribió Mark Buchanan:
La economía tradicional sostiene que el rendimiento de los empleados se mejora mediante la imposición de sanciones. Pero nuestro sentido de la justicia puede dar algunas sorpresas. En unos experimentos, por ejemplo, Ernst Fehr y sus compañeros han descubierto que la aplicación de sanciones puede llevar algunas veces al decrecimiento de los esfuerzos de los trabajadores, en la medida en que lo que hacen es reaccionar a un trato que consideran injusto. Es una lección aprendida hace mucho tiempo por los adiestradores de animales -que las recompensas son más útiles que los castigos-. Eso no quiere decir que los castigos sean inútiles. En algunos casos, al parecer, pueden ser beneficiosos, pero sobre todo si no tienen que ser aplicados. Con más experimentos, Fehr y sus compañeros descubrieron que los empleados responden mejor cuando las sanciones on posibles en principio -especificadas en un contrato, por ejemplo-, pero la dirección nunca o raramente las usa. Los trabajadores ven el desuso de las posibles sanciones como una conducta cooperativa y responden a la gratitud incrementando sus esfuerzos, más incluso que en ausencia de cualquier sanción hipotética.
Economistas como Steven Levitt y Stephen Dubner tienen claro que no hay nada como los premios:
Las gente no es «buena» ni «mala». Las personas son personas y responden a incentivos. Casi siempre pueden ser manipuladas -para bien o para mal- si se encuentran las palancas adecuadas.
Eso significa pagar a los malos estudiantes para que mejoren sus notas. O pagar a la gente para que recicle o reduzca sus emisiones de dióxido de carbono. O, como en la película Malditos Bastardos de Tarantino, dar a un criminal casa, dinero y seguridad para poder cazar al pez gordo. Quizá deberíamos cobrar todos un sueldo de «buen ciudadano» y que, en lugar de ir a la cárcel, simplemente nos retiraran los emolumentos al infringir la ley. Pero es que a veces ni el dinero funciona.

A mi juicio, hacer lo correcto -lo que para mí incluye buscar la perfección- es nuestra obligación. Dadas las capacidades de raciocinio de las personas, creo que nuestro comportamiento no debería guiarse por palos y zanahorias. Si bien somos animales, no somos burros -aunque eso sea algo que suele quedarse en el campo de la teoría-.

1 comentario:

  1. Leyendo tu post no he podido evitar recordar el gran palo y la gran zanahoria que rigen la vida de mucha gente de principio a fin: El cielo y el infierno.

    He llegado a hablar con compañeros de carrera (años universitarios ya, no chavalines) que me decían muy serios que si no fuera porque sabían que irían al infierno, serían unos auténticos cabrones.

    Qué poder el de aquellos que administran ese palo y zanahoria invisibles todavía a tanta gente, verdad??

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