domingo, 27 de noviembre de 2011

Tú, yo, nosotros

Eso no volverá a pasarme, dijo mi amigo. Se refería a enamorarse. Es de los que ha cortado una relación amorosa de varios años y las ha pasado putas a causa de ello. Acabado el periodo de duelo empezó a comportarse cual novillo joven que todo lo embiste, conquistando plaza tras plaza los fines de semana con su nuevo yo -simpático, caradura y los escrúpulos reducidos a lo imprescindible-, sin más intención que vestir su garrocha con ese traje de gala hecho de látex señal de una noche de triunfo. Tras, pum, zas. Hasta la última gota echada al chubasquero del polifemo. Y si te he visto no me acuerdo... pero repitamos la cabalgada.

Foto de Milzero Photography
En fin. Él es solo uno de los varios amigos puteros, algunos ya retirados, que me rodean (a veces me pregunto cómo puedo manter amistad con semejante jarca de golfos). Esta tropa podría juntar corazones femeninos rotos suficientes para montar una casquería. Todos ellos estuvieron enamorados una vez y se las dieron con queso. Que puestos a ser hijoputas, ellas pueden serlo tanto como ellos.

Es por ello que uno no se extraña de que, según avanza la vida, el personal se ande con mucho tiento en las relaciones románticas, probando el agua primero, introduciéndose de a poco, y siempre con un ojo puesto en la puerta, algo que es posible en parte gracias a la independización de la mujer en las sociedades occidentales modernas. Ahora podemos elegir qué tipo de implicación queremos con nuestro adlátere:
«Las relaciones de pareja pueden interpretarse según diversos modelos: sometimiento de un plan vital al plan de la otra persona, coordinación de dos planes privados, o subordinación de ambos a una meta común. La sumisión ha sido el modelo de la sociedad patriarcal. Con frecuencia se solapaba con el modelo de la subordinación de ambos a una meta común -la familia, por ejemplo-, a la que se consideraba una realidad superior, que había que defender incluso contra alguno de sus miembros.»
Con la autonomía individual en buena forma, y dada la sensación de que uno no se puede fiar de nadie, diría que el modelo predominante es el de coordinación de dos planes privados. Una compañera de la facultad me dijo que, para ella, el y el yo siempre estaba antes que el nosotros. Cuando encontró trabajo en Francia no dudó en dejar a su novio de toda la vida en su ciudad natal. Cuando fue su nuevo novio francés el que halló laboro en otro país, lo dejó marchar. Al menos fue consecuente.

¿Se han convertido las parejas en un dilema del prisionero? Lo mejor para ambos miembros es colaborar, pero como uno de los dos defeccione el otro se puede quedar con cara de espanto, el corazón deshecho y las mejillas húmedas y saladas, preguntándose eso de «por qué a mí» y pensando aquello otro de «esto no volverá a pasarme», haciendo pagar el pato al siguiente coso encontrado en el camino. Porque ante la posibilidad de que jodan a alguien se suele considerar que mejor que sea al otro. Cada cual para sí y todo eso.

Una pena. Por eso me gusta tanto ver juntos a María y José (son sus nombres reales; si tienen un hijo digo yo que lo llamarán Jesús). Estoy seguro de que cada uno puede ver sobre el hombro del otro la luz que según Paulo Coelho identifica a tu alma gemela. Llevan casi cuatro años juntos, y lo que les queda. Hace no mucho presencié una mirada de amor infinito de ella hacia él cuando José recogió del correo un regalo que María le había comprado. Era solo una chuchería, algo barato, con más significado que valor material. Un gesto de «pienso en ti cada momento». No olvidaré la cara iluminada de la chica, media sonrisa puesta y sus ojos clavados en él con adoración, viéndolo disfrutar con el detalle. Sus planes vitales están tan unidos que parece se hayan fundido en uno solo.

Afrontar cada nueva relación sin llevar cuidado podría dar a entender que no se ha aprendido nada del pasado, pero emparejarse sin implicación «por lo que pudiera pasar» quizá dé lugar a una profecía autocumplida. Frente a la incertidumbre, y a falta de una tabla fiable de probabilidades, cada uno se maneja como puede. Me temo que aquel que busque una receta sobre cómo actuar en esta situación no encontrará una respuesta definitiva. Aunque parece haber quien cree ofrecerla.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

I want... stop thinking about it

El otro día, como aficionado a la psicología, me llamó la atención un artículo sobre la psicopatía en el que afirman que entre el uno y el dos por ciento de la población española podría encajar con el perfil. Eso no me resulta demasiado extraño ya que la sociedad en la que vivimos se encarga de fabricar más y mejores psicópatas que antaño. Esto no quiere decir que vayan matando por ahí a diestro y siniestro; son personas completamente integradas pero que no sienten ni padecen demasiado.

Dentro del sistema desarrollado por Robert Hare (denominado PCL-R) hay algunos rasgos -que también comenta el artículo- con los que cualquiera nos podríamos identificar, como la locuacidad y encanto superficial, necesidad de estimulación y tendencia al aburrimiento, impulsividad, insensibilidad afectiva y ausencia de empatía. Por supuesto hay otros más extremos con los que no encajaría cualquiera en la definición, pero se podría decir que todos tenemos a un pequeño psicópata dentro.

Esta es una coña que mantengo con una amiga, a la que llamaremos Luisa, en la que yo afirmo que ella tiene algo de psicópata. Luisa por supuesto se indigna, pero en realidad sólo lo considero así porque simplemente parece darle la importancia que merece a cada cosa, ni más ni menos.

Está claro que ni ella ni el 99% restante lo somos. Tenemos inteligencia interpersonal, por eso somos capaces de empatizar, aunque para ello previamente hayas tenido que observar el sufrimiento infligido a otra persona por tus propios actos, conscientes o inconscientes. Según el modelo de inteligencias múltiples de Howard Gardner, también tenemos inteligencia intrapersonal, a través de la cual conocemos e interpretamos nuestros propios sentimientos.

Lo difícil es usar ambas a la vez de forma correcta, ya que aunque a priori parezca sencillo, no suele serlo, al menos para mí. El problema es cuando se mezclan sentimientos ajenos y propios con nuestras expectativas, transformándose en un conflicto interno del que es difícil salir. Algunas veces sólo necesitamos dejar de pensar y ser nosotros mismos.




Gracias por todo abuela...

domingo, 20 de noviembre de 2011

V de vendetta

A quien le gusten las series de televisión americanas le recomiendo el libro Prime Time, de Concepción Cascajosa. La obra se publicó en 2005 por lo que ya está un poco desactualizada (faltan grandes series que nacieron después, como Dexter), aunque no por ello deja de ser un interesante retrato de cómo funciona la televisión en EEUU, y de cómo nacen y mueren las series. La autora describe la trama y características de series clásicas (Bonanza, Los Ángeles de Charlie) y modernas (CSI, 24, Nip/Tuck, y Mujeres desesperadas entre otras).

Fue por este libro precisamente por el que me animé a ver de una vez por todas Los Soprano, la serie creada por David Chase de la que tanto y tan bien había oído hablar:
«El protagonista Tony Soprano es un mafioso de media edad que tiene problemas ocasionados por sus dos familias. [...] Incorporando otro elemento autobiográfico, Chase hizo que además Tony Soprano estuviera deprimido y viera a una psiquiatra, la doctora Melfi»
Aunque nunca llegan a hablar de ello explícitamente por cuestiones obvias, la doctora Melfi sabe a qué se dedica Tony Soprano para ganarse la vida. Como era de esperar el oficio de su paciente trae unos cuantos quebraderos de cabeza a la doctora, algunos de ellos inesperados.

Por ejemplo, en el capítulo Empleado del mes de la tercera temporada, Jennifer (nombre de pila de la doctora) es violada en un parking. La policía atrapa al agresor pero lo deja libre por un defecto de forma. Poco después de eso la doctora se encuentra a su atacante en un restaurante de comida rápida. Resulta que el pollo trabaja ahí: su foto está colgada en la pared como empleado del mes. Al final del capítulo, Melfi se desmorona durante su sesión con Tony. Sabe que podría contarle al mafioso lo que le ha pasado y que su asaltante acabaría sirviendo de comida para peces. Como ella misma le había dicho a su propio psiquiatra «podría aplastarle como a un bicho». Sin embargo, cuando Tony Soprano le pregunta si quiere decirle algo, si hay algo que quiera contarle, Jennifer responde «no». ¿Qué cree el lector que habría hecho en esa situación?

La venganza es un argumento clásico desde Homero hasta Tarantino. En inglés hay dos verbos para referirse a ella que se distinguen por quién lleva a cabo el castigo:
«Revenging and avenging are related, but distinct. Avenging has to do with justice, and may be sought by anyone, not just the victims of a crime or wrongdoing. Superheroes usually pursue justice in the names of the people they are sworn to protect, not for themselves. Revenge, on the other hand, is personal. I cannot revenge a wrong done to you--no offense, but I probably don't even know you. I can't feel the kind of personalized harm necessary for revenge.»
En uno de esos casos en los que somos muy malos prediciendo cómo nos sentiremos resulta que la venganza pudiera no ser tan dulce como parece:
«Carlsmith and company concluded in a 2008 issue of the Journal of Personality and Social Psychology, people erroneously believe revenge will make them feel better and help them gain closure, when in actuality punishers ruminate on their deed and feel worse than those who cannot avenge a wrong.»
 ¿Qué pasa cuando el Estado falla en su labor de castigar el crimen? Delegamos en él esa potestad porque reconocemos los problemas que conlleva que cada uno se tome la justicia por su mano. Por desgracia, la justicia no es perfecta. ¿Qué hacer cuando el criminal se va de rositas? En el mundo real no tenemos a Dexter ni a Rorschach -¿acaso deberíamos?-. ¿Cómo lograr que deje de hervirnos la sangre?

Francisco Holgado Cintado, el apodado padre coraje, lo dejó todo para intentar conseguir pruebas y encerrar a los asesinos de su hijo (aunque no lo consiguió). No puedo ni imaginar el sufrimiento de un caso así, pero me pregunto si poner en pausa la propia vida (o renunciar a ella) para perseguir al malhechor no le da al delicuente un poder sobre uno mismo que no merece.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

En el fondo del pozo nos encontraremos (III)

Lea la primera y segunda parte de esta serie de artículos.

Me fascina la capacidad que tiene el cerebro de hacerse daño a sí mismo y al resto del cuerpo. Cuando anticipamos un suceso desagradable los efectos negativos se producen ya en ese mismo momento, en el presente. Por otro lado, si se le da suficientes vueltas a un hecho doloroso del pasado el cerebro puede entrar en barrena. En principio cualquier persona puede ser víctima de sus propios pensamientos, si bien algunas tienen mejores defensas que otras.

Foto de Angelff
El pensamiento depresivo es irracional, circular y obsesivo. La comedia No sos vos, soy yo lo retrata muy bien. Después de dejarlo con su pareja el protagonista acaba logrando que su mejor amigo se duerma de aburrimiento en la noria tras contarle lo mismo día tras día. Curiosamente esa película me la recomendó mi mejor amigo cuando se estaba comportando exactamente así, debido también a los problemas que tenía con su novia.

El cerebro es un poco como un jardín Zen: cuanto más se traza la misma senda (más se veces se piensa o se hace algo) más profunda se vuelve (más automático y real de cara a uno mismo). También dentro del cerebro la electricidad sigue el camino de menor resistencia. En este caso es aquel cuyas conexiones neuronales están más fortalecidas. Este mecanismo nos permite aprender y automatizar conductas. Si eso ocurre con un hábito positivo como el ejercicio, genial. Pero también se puede automatizar el dolor. Así es cómo un recuerdo o un razonamiento se vuelve obsesivo.

La depresión se alimenta a sí misma. Al haberse convertido en principales los caminos que llevan a imaginaciones terribles de falta de valía y esperanza, la vida del sujeto se tiñe de negro. Todo es una mierda, nada vale la pena. Eso hace que la persona se sienta mal. Y cuando alguien se siente mal su cognición está sesgada (más de lo normal), orientada hacia lo malo. Los filtros de la percepción intelectual se polarizan para dejar paso únicamente a lo doloroso, aquello que confirma la visión oscura del mundo. Además, el mero hecho de centrarse en algo ya lo magnifica. En cierto modo cavamos nuestro propio pozo.

Puede ser difícil para los que rodean al enfermo entender cómo se puede ser tan... tan... bueno, tan idiota. Quien no está deprimido puede ver con claridad la irracionalidad de quien sufre. Un ejemplo claro es la dicotomía que se instala en la mente del deprimido. No todo es malo, no es que no haya ninguna esperanza, ni que uno no valga para nada. Casi parece evidente que esa forma de pensar no soporta un análisis empírico o racional. Darse cuenta de ello es uno de los objetivos de la psicoterapia.

Continuará

domingo, 13 de noviembre de 2011

Manual del empresario español

  • Sé mediocre. Puedes ganar mucho dinero ofreciendo servicios basura. La calidad está sobrevalorada y no es sinónimo de éxito; lo más importante es que lo que vendes sea barato. ¿Dónde come más gente, en El Bulli o en McDonald's? Cuando la gente necesita un repuesto electrónico ¿va a la tienda oficial del fabricante o se pasa por DealExtreme? No te preocupes por la competencia, ellos ofrecen la misma mierda. Quizá haya algún alma descarriada que haya leído Rework y se preocupe por la calidad. No importa. Al hacerlo bien están cavando su propia tumba, ya que esa política limita la cantidad de clientes que pueden asimilar. El Bulli nunca podría haber tenido tantas sucursales como McDonald's. Prepárate para hacerte con sus consumidores cuando esos idiotas bienintencionados cierren.

  • Oriéntate de espaldas al cliente. Los libros de gestión empresarial americanos insisten en cuidar al cliente. No seas bobo, eso no es necesario aquí. Trátalos como lo que son: dispensadores de dinero. ¿Acaso tú le preguntas al cajero qué tal está? ¿Te interesas por sus problemas? La satisfacción del cliente está sobrevalorada. El que no llora no mama: esa debe ser la regla que rija tu gestión de clientes. Solo hay que trabajar para el que más y más alto se queje. Haz lo justo para que deje de gimotear y pasa a lo siguiente. Un cliente que no berrea se debe tomar como un cliente satisfecho. No pasa nada porque alguno de ellos se harte y se vaya. Aún habrá muchos usuarios potenciales que no hayan oído hablar de ti, y muchos nuevos vendrán con el tiempo. La gente sobrevalora el poder del boca a boca. Esos estúpidos creen que pueden hundir una empresa con sus opiniones, pero nadie importante oirá sus quejas. La realidad es que no van a cambiar nada. 

  • Tus empleados son una infección. Quienes trabajan para ti solo te quieren por tu dinero. Trátales como lo que son: unas malditas putas interesadas. Parásitos. Debes reducir su número al mínimo imprescinbile para sacar algo de trabajo adelante. Cuando hayas llegado a ese número, redúcelo a la mitad o más. Todos trabajan menos de lo que son capaces en realidad. Busca hombres con cargas (hipotecas, hijos, etc) para poder exprimirlos al máximo, y huye de las mujeres cercanas a la treintena que aún no hayan sido madres, pues se aprovecharán de ti para que les financies su maternidad (las muy aprovechadas se tirarán meses cobrando sin trabajar). Solo contratan las empresas que se están hundiendo; es lo que se llama huir hacia delante.

  • Vende. Tu equipo no es como un ajedrez, donde hay varios tipos de piezas con distintas virtudes. Una empresa española es más bien como un tablero de damas. Solo necesitas un tipo de ficha: el comercial. Hazte con tantos como puedas teniendo en cuenta el punto anterior. Lo importante es encasquetarle tu servicio a alguien, sin importar cuánto haya que mentir. Para cuando se hayan dado cuenta del engaño ya habrás cobrado. De hecho, quizá nunca se den cuenta. Cuanto más grande sea tu cliente, más distancia habrá entre quien toma la decisión de compra y quien realmente usa tu servicio. Las quejas de los trabajadores de a pie serán convenientemente ignoradas.

  • Juega al golf. España es tierra de amiguetes, bares y prostíbulos. Aquí los clientes se ganan a base de copazos, y los grandes contratos se firman en campos de golf. En este país, un empresario que piense que puede ganarse el mercado a base de hacerlo bien es como un perro con sombrero. Es una imagen muy tierna, pero es una tontería.

  • Aplica el españolismo. Aprende de la historia. El fordismo fracasó porque durante una crisis las empresas se comen con patatas sus excedentes. Para evitar ese problema se pasó al toyotismo, al justo-a-tiempo. A Toyota no le va mal, pero a ti te puede ir mejor si aprendes la lección subyacente: cuanto más tarde mejor. Vender pronto, entregar muy tarde. No empieces a dar servicio hasta que el cliente te lo haya reclamado varias veces. Hay quien no se preocupa de lo que ha comprado. ¿Por qué te vas a preocupar tú? Lo importante es cobrar.

  • A la saca. Si montas una empresa es para ganar dinero. Vende a un precio desorbitado y paga lo mínimo posible a tus esclavos. Recuerda que tú te quedas con la diferencia. Aprovéchate de cualquier trampa financiera (legal o no) de la que puedas rascar algo de pasta. 

  • Insiste. Quizá no tengas éxito a la primera con esta receta. Al fin y al cabo, se puede fallar hasta un penalti. No pasa nada: echa a todo el mundo, cierra y vuelve a intentarlo. Si lo has hecho bien incluso la bancarrota te saldrá rentable. Pero antes de echar el cierre intenta venderle tu empresa a algún inocente. Un tonto puede encontrar a otro más tonto que le compre.

domingo, 6 de noviembre de 2011

You’ll never walk alone... or will you?

Una amiga escribía en Facebook:
«Cuando más necesitas a las personas es cuando te das cuenta de lo solo que estás. La gente está demasiado ocupada con sus propias vidas como para preocuparse de la de los demás.»
Foto de Jonath
He oído esa queja a menudo. Yo mismo pensaba que somos incapaces de oír un grito de auxilio aunque nos lo peguen directamente en la oreja. Reconozco ahora que no es justo pensar así. ¿Has probado a pedir ayuda explícitamente? Hazlo. Al parecer subestimamos la disposición de los demás a apoyarnos.

Hay quien piensa que un amigo es alguien capaz de darse cuenta él solo de que estás mal y de auxiliarte en ese caso. Pero nadie es adivino ni telépata, y nuestras teorías personales sobre cómo actúan los amigos no tienen por qué ser compartidas por los demás. Es posible que tengas cerca a alguien dispuesto a echarte una mano pero que solo intervendrá si se lo pides, porque no quiere entrometerse. A veces las personas de tu alrededor optan por mantener la distancia porque piensan que es lo mejor para ti.

En ocasiones lo que ocurre en realidad es que no recibimos el tipo de ayuda que queremos, o de la forma o de la persona que nos gustaría. No por ello podemos tachar a todo el mundo de egoísta o falto de empatía. Puede que estemos ignorando los esfuerzos de quienes realmente se preocupan por nosotros y siempre han estado allí, como (en mi caso) los padres. Obviarlos tal vez equivalga a despreciarlos.

Quizá se trate de un caso de ver  la viga en el ojo ajeno. Cuando tú te sientes bien ¿te preocupas por los demás? ¿Y si esa gente no te hace caso ahora porque también está sufriendo y te necesita? En lugar de quedarnos cada uno en una habitación aderezando la soledad propia con lágrimas ¿no sería mejor ayudarnos mutuamente?

Pero el error más grande aquí es, bajo mi punto de vista, asumir que los demás están ahí para nosotros. No es así. Cada persona es un fin en sí mismo, no un bote de bálsamo para nuestras emociones. No creo que podamos «acusar» a alguien de vivir su vida. Sí, pienso que todos deberíamos ayudar a los demás porque es lo moralmente correcto, pero es una de esas cosas que deben salir de dentro de cada uno. Dudo que podamos pedir a nuestra gente que rinda cuentas por un comportamiento que no se ajusta a lo que consideramos como bueno.

Suelo decir que cada uno se amarga la vida como quiere. Regodearse con pensamientos distorsionados como los que abren este artículo son estupendos para ello. ¿Por qué dejar que la realidad nos estropee un buen drama?

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Yo, mi yo y mi iPhone

«La felicidad es un estado mental». Cuántas veces habremos oído esta expresión, proveniente del Budismo, con la que siempre hay alguien que contesta algo como «bueno, si me tocase la quiniela yo también sería feliz». No es mi intención discutir aquí si el dinero da o no la felicidad, que por todos es sabido que no (aunque ayude ^_^), sino de lo que realmente es necesario para ser feliz.

Una cosa está clara, la felicidad hay que trabajarla. El problema de las sociedades modernas está en que nos imponen necesidades y exigencias que nos hacen luchar durante toda nuestra vida para alcanzar una meta inexistente, creyendo que una vez allí seremos felices, pero que cuando parece que hemos llegado, empieza una nueva carrera. Todo esto se puede extrapolar a estudios, carrera profesional, popularidad, familia, etc. Desde luego si una cosa ha sabido hacer Steve Jobs, ha sido la de crear nuevas necesidades. Por supuesto ha innovado y seguramente mejorado nuestro día a día, pero sobre todo ha convertido sus productos en una meta más en la vida para todo su ejército de seguidores.

Imagen de Edwin Dalorzo
Esto no quiere decir que el Sr. Jobs sea el responsable de nuestra infelicidad, el responsable de eso es más bien nuestro egocentrismo (que no egoísmo). Todo esto hace que me venga a la cabeza otra frase típica de madre: «no es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita». Pero ¿cómo podemos necesitar menos sin llegar a convertirnos en un ermitaño?.

Volviendo al Budismo, la felicidad estaría en nuestra mente, de tal forma que todas nuestras respuestas a las situaciones estarían condicionadas por el estado mental que poseamos en dicho momento. Un ejemplo sencillo podría ser que si alguien te hace una pregunta justo en el momento de mayor obcecación con un problema al que no encuentras solución, es más probable que sueltes una bordería a que si justo la hiciera en el momento posterior a la resolución del mismo.

La idea sería evitar el enfado en lo posible, con uno mismo o con otros. Eso, por supuesto, es muy fácil decirlo, pero no tan fácil conseguirlo, y más cuando nuestras experiencias pasadas van aumentando nuestro ego y condicionando nuestro futuro.

El origen del ego (el «yo») es la historia que hemos creado inconscientemente para justificar nuestra manera de ser. Ya Piaget nos habla de la etapa infantil centrada en el yo, y aunque a partir de los 6 años salgamos de ella, no nos llegará a abandonar nunca. Al fin y al cabo, es un mecanismo de defensa.

El problema de esto es, como decimos, cuando condicionamos nuestro futuro a nuestro pasado. Se puede haber tenido un pasado horrible, pero es probable que en muchas ocasiones, cuando miramos a lo ocurrido exactamente, descubramos que realmente no han existido esos fantasmas que tan firmemente hemos pensado que condicionaban nuestro presente y nuestra forma de ser.

En cualquier caso, el ego, entendido como las vivencias que han conformado nuestra personalidad, ha de ser una herramienta que nos ayude a avanzar en la consecución de cualesquiera sean nuestros objetivos, pero no podemos cerrarnos en él o si no siempre caminaremos ciegos.
«Aprende a tener tu boca cerrada y comprenderás que has hablado demasiado.» Chen Meikung (s.XVI, China)