lunes, 24 de febrero de 2014

Cantos de sirena

Avdi Grimm (no se preocupen si no les suena) publicó un interesante artículo sobre el actual evangelio de la pasión en las ofertas de trabajo del sector IT. No hay oferta hoy día en dicho sector que, estando escrita en inglés, no incluya la pasión entre los requisitos solicitados. Cuenta Avdi que para él el trabajo no es objeto de pasión, pues esta es una emoción reservada a cosas como la familia o causas como el hambre en el mundo. Te puede encantar programar, te puede gustar mucho lo que haces, puedes estar entusiasmado en tu día a día laboral pero «pasión» no es la palabra correcta para ello:
«is passion the right word for that? This is a word people use to describe the deepest desires of their hearts; things they would sacrifice and perhaps even die for. As I said in the original post, my enthusiasm for programming is tremendous, but compared to how I feel about giving my children a safe and fulfilling life it’s not even in the same category. One of those topics can bring me to tears, and it isn’t programming.»
Foto de Peat Bakke
Para Avdi decir que eres un apasionado de la programación suena tan raro y ridículo como si mi padre, camarero para más señas, dijera que es un apasionado del transporte de comida (incidentemente, el mensaje de estado que mi progenitor tiene puesto en WhatsApp es «Yo transporto comida»).

A muchos no se les escapa que cuando se habla de pasión en las ofertas de trabajo en realidad se está usando ese vocablo como eufemismo de «esperamos de usted que trabaje hasta caerse muerto». Es la última palabra que he visto unirse al glosario de términos sobreutilizados en el ámbito empresarial, allí donde los vocablos son pervertidos y pierden su significado para convertirse en transporte de simple y llana verborrea. Trabajo en equipo, carrera, sinergia, proactividad, valor añadido... términos que, como decía Lázaro-Carreter, ahorran la fatiga de hacer funcionar el cerebro:
«Pocas cosas hay más útiles que los tópicos: dan la idea acuñada, sin haber hecho el esfuerzo de troquelarla; circula como la buena moneda (es decir, el euro) que no va de mano en mano, porque 'to' er mundo se la quea'. Nada más desgarrador que la avaricia de una enorme masa de hablantes para apropiarse de lo mostrenco, que, tal vez, tuvo gracia u originalidad en el momento de su invención. Después, repetido como una señal de modernidad, es sólo una ortopedia que ahorra el esfuerzo de hablar por cuenta propia.»
Ahora bien, ¿qué ofrecen estas empresas a cambio de tu pasión? ¿Un trabajo estable? ¿Un buen sueldo? ¿Conciliación con la vida familiar? ¿Vacaciones más largas? Nah, eso son menudencias materialistas. Minucias, futesas. Lo que prometen a cambio es algo mucho más elevado, algo que no puede medirse con dinero. Prometen realización espiritual (ibídem Avdi):
«The evangelists of the “passion gospel” have crafted a message which is purpose-built to appeal to younger-me. [...] The passion gospel says “Relax, you’ve arrived! The same thing that brings you pleasure and money can also give your life meaning!”
It’s an easy pill to swallow. It’s what you want to hear. Forget wrestling with the hard questions of what to dedicate your life to. God your merits have lead you to be a Maker. Now just throw yourself into your work (which you enjoy anyway!) and we promise, The World Will Be Changed. Trust Us.»
De manera que uno acaba encontrando libros como el del creador de Zappos (Delivering Happiness: A Path to Profits, Passion, and Purpose) y tuits como este de Jeff Atwood, antiguo cofundador de uno de los portales con más tráfico de internet (más que la CNN o la BBC, aunque menos que xHamster):
«How to hire great people 1. Embark on a challenging, important, inspiring mission 2. There is no step 2»
Casi nada. «A challenging, important, inspiring mission». Si te unes a nosotros vas a cambiar el mundo. ¿Qué más se puede pedir? El mogollón de horas extras gratuitas que vas a hacer será tu propia recompensa. No busques fuera, trabajar es todo lo que necesitas hacer para dotar de sentido a tu vida. Etcétera. Lástima que, como ya vimos, Silicon Valley en realidad está más centrada en copiar lo existente y producir el próximo Flappy Bird que en mejorar el mundo (ibídem Avdi):
«Which would almost be OK if the world actually were being changed, and for the better. But back in the real world, the biggest difference Silicon Valley is making is changing the rich into the very rich. And nine times out of ten, the “disruptive” idea these “makers” wind up working on is Facebook for Ferrets, or some other equally vapid and ephemeral folly.
In rare cases the product is useful and/or successful. But even then, usually the only way it can be said to have “changed lives” is in the sense that it changed “people who don’t use product” to “people who use the product”.»
Por no mencionar el hecho de que la misión dura lo que dura el capital riesgo. Las empresas son impacientes y se centran en lo inmediato. La economía entera está entregada al corto plazo.

El dogma de la pasión no es una únicamente la perversión de una palabra. Es, a mi modesto entender, otro de los cantos de sirena laborales que nos llegan desde el otro lado del Atlántico y que, tarde o temprano, arriba en Europa. Parece que a cada crisis económica que acaban pagando los trabajadores le sigue una milonga de estas. Tras la de 1987 fue el pensamiento positivo. Después de la burbuja de las puntocom, abrazar el cambio. Ahora que el capitalismo huele mal tras la crisis financiera nos hablan de la pasión y la misión. Las tendencias son tangibles pero difíciles de notar para quienes vivimos inmersos en ellas, hasta el punto de que nos vemos influídos por las mismas sin darnos cuenta. Así lo describía Ortega y Gasset:
«De todo aquello que es un impulso colectivo y empuja la vida histórica entera en una u otra dirección, no nos damos cuenta nunca, como no nos damos cuenta del movimiento estelar que lleva nuestro planeta, ni de la faena química en que se ocupan nuestras células. Cada cual cree vivir por su cuenta, en virtud de razones que supone personalísimas. Pero el hecho es que bajo esa superficie de nuestra conciencia actúan las grandes fuerzas anónimas, los poderosos alisios de la historia, soplos gigantes que nos movilizan a su capricho.»
El trabajo es parte de la vida, pero la vida no es solo trabajo, como tampoco es únicamente diversión y jodienda. El culto anglosajón al trabajo (trabajar es lo primero, trabajar te lleva a realizarte, trabajar te define) es un fenómeno relativamente reciente cuyas raíces Bárbara Ehrenreich sitúa en el calvinismo de los colonos americanos. Mucho antes que eso trabajar era despreciado por Aristóteles como la actividad propia de esclavos que nos iguala a las bestias, disminuye nuestra libertad y nos aleja de la vida contemplativa que lleva a la virtud propia del hombre. Desafortunadamente, la mayoría de nosotros somos esclavos en alguno de los grados descritos por Nozick y no podemos permitirnos el lujo de la vida contemplativa que predicaba el estagirita, así que no queda otra que laborar para poder comer. Claro que si puede ser en algo que nos gusta y se nos da bien (lo que Ken Robinson llama nuestro Elemento), algo que nos sumerge cada día en estados de flujo, mejor que mejor.

De la misma forma que verse a uno mismo como una marca no nos valora adecuadamente como personas, cabe pensar que considerar las pasiones del alma como una mercancía u objeto de uso a disposición de las empresas supone cosificarlas y degradarlas. Y, en el mismo sentido, equiparar la felicidad y realización personales a actividades comerciales mundanas puede trivializar aquellas o elevar estas últimas a niveles que no les corresponden. Es posible que tener una tienda online de ropa sea muy gratificante pero dudo mucho que su negocio consista realmente en «entregar felicidad a todo el mundo, incluyendo sus empleados», a menos que entendamos la felicidad simplemente como el acto de comprar cosas. Como misión en la vida no está, desde luego, a la altura de otras como la lucha por erradicar la polio en la India. Eso sí es significativo. Eso sí es cambiar el mundo.

lunes, 17 de febrero de 2014

Tú S.L.

El año pasado asistí a una conferencia en la que tuvo una lugar una mesa redonda sobre «Futuro profesional, estudios y carrera en TI-Seguridad». Allí estaba el director de seguridad de riesgos tecnológicos de PricewaterhouseCoopers con su traje, su camisa impecable, sus modales taimados y el discurso al uso, sin olvidar la proverbial escoba de Fuckowski bien introducida por retambufa. Tan estereotipado era que parecía fabricado con una impresora 3D a partir de los planos obtenidos de un libro de tópicos. Su motto en esta ocasión era «tú eres tu propia marca» (minuto 20:45):
«La cuestión es que cada uno se haga mirar interiormente (sic) y diga qué ofrece él al mercado ¿vale? Yo esto a mi gente, cuando me siento con ellos, les digo "tú eres una sociedad limitada, tú eres un freelance, tú eres un autónomo" ¿vale? ¿Por qué tú para mí eres sexy dentro de la empresa? ¿Tú qué me das? Aparte de darme tu tiempo ¿tú qué me das? ¿cómo hago negocio contigo? [...] ¿Cómo yo voy a sacar rendimiento contigo? ¿Tú qué me ofreces?»
Tu propia marca. Esa me la sé. Invierte en ti mismo. Haz márquetin sobre ti. Construye tu red de contactos. Aporta valor añadido. Sé tu propio CEO. Sé productivo.
«Simply put, it's up to you to carve out your place in the work world and know when to change course. And it's up to you to keep yourself engaged and productive during a work life that may span some 50 years.»
–Peter F. Drucker, Managing Oneself
«View yourself as an enterprise and invest accordingly in being economically viable by developing skills that command income in the market. The old paradigm of steady employment in large organizations that so many of our institutions, from health insurance to retirement savings, revolved around was falling apart for a generation before the crisis. Now it’s shattered, and we all have to live in an economy where we justify our economic value day by day in competition with others in a networked economy. Hoping the old world of promised economic security—the world of the New Deal consensus—can be revived will not make it so. Build up your network and constantly be looking for a way to create your next opportunity.»
–Kevin Mellyn, Broken Markets
Foto de justin_levy
Ahí lo tienen, la receta para alcanzar la excelencia profesional (pueden incluso llevarlo un paso más allá y gestionar también su familia como si fuera un negocio). Ya el propio consultor al que me he referido reconocía que esto de la marca era un tema «hipercapitalista», pero en un mundo postcrisis de alto desempleo, bajo crecimiento y salarios estancados o a la baja no parece que haya otra opción que tratar de destacar y no solo ser bueno, sino también parecerlo.

Ahora bien, hay una gran diferencia entre tratar de ser bueno en tu trabajo y considerarse a uno mismo como una marca, como un producto expuesto en las estanterías del mercado laboral a la espera de que el consumidor de turno (en este caso consumidor de fuerza de trabajo) tenga a bien elegirnos. Es tan obvio que no debería hacer falta tener que decirlo: somos personas, no marcas.

Puede parecer una tontería. Podemos pensar que dicha actitud es solo una forma de hablar y que solo se refiere a que nos formemos, aprendamos a vender, a comunicarnos y a hacer buenas entrevistas de trabajo. Pero con el tiempo he aprendido que las metáforas importan. La manera en la que planteamos un problema, así como el lenguaje que empleamos para definirlo activan en nuestro cerebro unos esquemas u otros. «El enmarcado cuenta», nos advierte Lakoff, quien se ha dedicado a estudiar esto, especialmente en relación con el discurso político. «Los marcos, una vez que se atrincheran, es difícil que se desvanezcan». En otra parte del libro asevera:
«El enmarcado tiene que ver con elegir el lenguaje que encaja en tu visión del mundo. Pero no sólo tiene que ver con el lenguaje. Lo primero son las ideas. Y el lenguaje transmite esas ideas, evoca esas ideas.»
Cuando uno se valora a sí mismo como una marca o empresa y se lo toma en serio, la vida cambia. Los fines de una compañía son viabilidad y rentabilidad. La existencia se reduce así a la construcción de un currículum presentable; cualquier actividad que no nos acerque a ese objetivo habría de ser desechada. ¿Ocio? ¿Hijos? ¿Voluntariado? Ni hablar, es perder tiempo y dinero. No es bueno para la marca. Ninguna empresa querría desperdiciar recursos de esa forma.

Las empresas –por mi experiencia– no son proclives a dar formación, más bien esperan que vengas sabiendo de casa. Y no se conforman con que sepas lo básico o los principios generales: buscan que seas experto en sus herramientas y procedimientos concretos para que puedas ser productivo y «aportar desde el primer minuto», tal como me dijo un entrevistador de una gran empresa tecnológica. De manera que, dada la amplitud de conocimiento existente, habría que dedicar cada minuto de vigilia a aprender aquello que nos pueda conseguir un trabajo. Hoy día quienes se dedican a la selección de personal buscan unicornios que lo sepan todo sobre todo (y que tengan décadas de experiencia. Y que sean jóvenes. Y que trabajen gratis muchas horas. Y así siguiendo). Las ofertas de trabajo de mi sector hablan de gurús, ninjas, rock stars, astronautas, caballeros medievales y jedis. Cuando el pobre Timmy (hijo de un bobo falto de compromiso con su propia marca) le pregunte a su madre por qué papi no ha podido ir a verle a su primer partido de béisbol esta tendrá que responderle: «cariño, papá no ha podido venir porque tiene que trabajar. Está tratando de convertirse en un ninja».

Obviamente estoy exagerando (salvo en lo de los ninjas, gurús, etc. que, por desgracia, es totalmente cierto) pero la idea es sencilla: considerarse a uno mismo como una marca, producto o empresa no es la manera apropiada de valorarse. Somos, en palabras de Michael Sandel, «seres merecedores de dignidad y respeto, y no instrumentos de ganancias y objetos de uso» por parte de las corporaciones. Una persona no puede reducirse únicamente a su valor como empleado potencial o actual.

Aceptar el discurso del yo como empresa conlleva indeseables consecuencias en lo atinente al desarrollo personal y como ciudadano. Todo es «yo, yo, yo»: mi tiempo me lo dedico a mí para mejorar yo, para ser sexy de cara a la empresa, para ser –otra de las perlas del cantamañanas de PwC– un profesional completo, un «profesional esférico». Los demás son tratados como medios y se dividen en útiles (aquellos que pueden conseguirme una oportunidad o ayudarme a ser más exitoso) e inútiles (con los que ni siquiera vale la pena relacionarse). Aquello que no tenga un valor de mercado en tu sector profesional deja de cultivarse. Adiós a todo lo que no aporte un beneficio tangible. No más hacer algo por el mero placer de hacerlo. El ocio no está permitido: es haraganeo. Y, por supuesto, si estás en paro la culpa es tuya: eres un mal gestor y te lo mereces.

Personalmente, cada vez que persigo un interés intelectual no relacionado con mi trabajo pienso lo mismo. Podría escribir un blog técnico en lugar de divagar en este. Podría leer libros relacionados con mi trabajo en lugar de los que cito en estas páginas. Podría dedicar mi tiempo libre a programar para adjuntar en mi currículum un lucido repositorio de GitHub. Al final, sin embargo, la cabra tira al monte y yo siempre abro otro libro que no me ayudará en mi próxima entrevista. Antes que empleado prefiero ser una «persona esférica».

lunes, 3 de febrero de 2014

Sexo, filosofía y malentendidos (y III)

Comprender a los demás –especialmente cuando son muy diferentes a nosotros– exige un gran esfuerzo. Si les juzgamos usando nuestra propia perspectiva como base y no hacen lo que nosotros hubiéramos hecho o lo que es más común en general (aquello que consideramos «normal») entonces nos parecen hipócritas, raros o locos, y nos quedamos perplejos, rascándonos la cabeza mientras nos preguntamos cómo puede haber gente tan gilipollas. Mi experiencia me dice que, además de eso, tendemos a atribuir maldad si el comportamiento del otro nos afecta negativamente: pensamos que fulanito es un maleducado, un mentiroso, un egoísta, un caradura o que solo busca hacernos daño, cuando es posible que haya buenas razones para actuar como lo hace.
Foto de Pierre Phaneuf

Valorar la conducta del resto usando el patrón de la propia ahorra tiempo y energía, y hasta cierto sentido es lógico: los seres humanos somos más o menos iguales a grandes rasgos, y quienes nos rodean tenderán a ser aún más parecidos a nosotros mismos. El problema surge cuando dejamos de tener en cuenta que nuestra generalización no es infalible, que hay personas muy diferentes con un rango muy variado de experiencias que son procesadas de formas varias, lo que produce emociones distintas a las propias, a veces casi inconcebiblemente alejadas de todo lo que uno haya podido conocer. Observa Guy Deutscher:
«Basta imaginar qué ideas erróneas se pueden sacar sobre la «religión universal» o la «comida universal» si nuestro universo se limita a la franja de territorio entre el Mediterráneo y el Mar del Norte. Al viajar por diferentes países europeos uno puede quedarse impresionado por la gran disparidad que existe entre ellos: la arquitectura de las iglesias es completamente distinta y el pan y el queso no tienen el mismo sabor. Pero si nunca se aventura en lugares más lejanos, donde no hay iglesias, pan o queso, nunca podrá darse cuenta de que tales diferencias intraeuropeas son en última instancia variaciones menores de la misma religión y la misma cultura culinaria.»
Las vivencias y emociones relatadas por alguien en ocasiones nos pueden resultar tan extrañas como si nos hablaran del decimotercer huevo de una docena. Podemos repetir las palabras, conocer su significado en el diccionario y decir que sí lo entendemos, pero hay cosas que no se pueden hacer entender. En ausencia de los mismos esquemas mentales y de las emociones que acompañan a la experiencia es como si conociéramos la letra, pero no la melodía de la canción. Hay un chiste muy tonto que dice:
- Mi novia me ha engañado con mi mejor amigo.
- Te entiendo perfectamente.
- ¿Te ha pasado a ti también?
- No, pero hablo español igual que tú.
Es posible que dos personas hablen el mismo idioma y no se entiendan porque utilizan lenguajes distintos nacidos de sus respectivas experiencias subjetivas. Vas a alguien buscando apoyo y comprensión y en lugar de eso te dice cómo debes vivir tu vida. Le cuentas a una persona cercana un problema personal que para ti es importante y te sale con algo totalmente distinto, ningunea tu preocupación o su respuesta viene a decir que la culpa es tuya. Lo que para ti es una tragedia otro se lo toma a risa. Seguro que les suena.

Esa es, supongo, una de las razones por las que las chicas hablan de sus problemas con sus amigas y los chicos hacemos lo propio con nuestros amigos. A mi juicio, el compartir biología permite que la empatía alcance un grado más; incluso el lenguaje empleado es más parecido. Claro que hablar solo con quien piensa igual que nosotros nos puede privar de valiosas perspectivas alternativas.

Tal vez sea imposible llegar a comprender totalmente a otra persona en el mismo sentido en que no podemos «saber» cómo es ser un murciélago. Sabiendo esto lo que sí podemos es pararnos a pensar dos segundos e intentar adoptar la perspectiva del otro, aunque sea parcial. Si Pepa llora por sus gardenias marchitas yo puedo acordarme del mucho trabajo esmerado que les dedicó y de lo orgullosa que estaba de su aspecto, en lugar de herirla diciéndole que está haciendo una montaña de un grano de arena y que solo eran unas flores. Eso no quiere decir que a veces no saquemos las cosas de quicio, que todo comportamiento sea excusable o que no haya personas realmente malvadas. Solo digo que antes de juzgar podemos tratar de comprender, y que dicha comprensión, al ser inevitablemente limitada, conduce a juicios sesgados.