domingo, 4 de noviembre de 2012

El elogio de la ociosidad

El primer monólogo que interpretó Eva Hache en El club de la comedia trataba sobre el dinero, algo que según ella es lo que en definitiva nos distingue de los animales. Con su peculiar estilo atacaba la idea del trabajo como fuente de dignidad:
Foto de mabelzzz
«Lo de que el trabajo dignifica... que me digan por favor quién se ha sacado eso de la manga. [...] Vale, vale, vamos a  jugar. Yo puedo imaginarme que sí, el trabajo dignifica. Muy bien. Me levanto a las cinco y media de la mañana. Pongo la lavadora, limpio un poquito por encima la casa. Me monto en mi coche. En el atasco, de dos horas y media, me alegro -y mucho- porque ya he repasado todos los objetivos de la reunión de mi jefe. Llego tarde a la reunión, sin tiempo para desayunar. A la hora de comer me voy al gimnasio para ponerme cañón. Luego por la tarde aprendo una barbaridad en un curso de formación para la empresa. [...] Me monto en mi coche. En el atasco de por la tarde -que son tres horas y cuarto- me digo "¡Qué feliz soy! ¡Qué raro! Si no tengo la regla... ¡ah! Que a lo mejor va a ser porque solo me quedan doce años para pagar los intereses de mi chalet adobado (sic)". Llego a mi casa que parezco la exnovia de Chucky. Mi marido me da tres camisas para planchar, un niño para limpiarle los mocos y además me dice: "¿qué tal cariño?". ¿Y yo qué le digo? Yo le digo: "¡Digna! ¡Me siento digna! ¡Estoy levantando España con estas dos manos!"»
Bertrand Russell rechazó de forma parecida esa misma idea de que el trabajo dignifica en su ensayo El elogio de la ociosidad, escrito en 1932:
«Si le preguntáis [al que trabaja] cuál es la que considera la mejor parte de su vida, no es probable que os responda: «Me agrada el trabajo físico porque me hace sentir que estoy dando cumplimiento a la más noble de las tareas del hombre y porque me gusta pensar en lo mucho que el hombre puede transformar su planeta. Es cierto que mi cuerpo exige períodos de descanso, que tengo que pasar lo mejor posible, pero nunca soy tan feliz como cuando llega la mañana y puedo volver a la labor de la que procede mi contento». Nunca he oído decir estas cosas a los trabajadores.»
Para el británico carecía de sentido el rumbo que estaba tomando la economía, basada en la producción de una cantidad mayor de bienes. Basta con visitar cualquier supermercado de un país desarrollado para ver una larga serie de productos cuya necesidad es dudosa, o cuya infinita variedad y abundancia son difíciles de justificar. ¿Por qué habríamos de seguir trabajando largas horas una vez satisfechas las necesidades básicas? Russell pensaba que lo lógico sería aprovechar el aumento de productividad para disfrutar de más tiempo libre:
«La solución racional sería, tan pronto como se pudiera asegurar las necesidades primarias y las comodidades elementales para todos, reducir las horas de trabajo gradualmente [...] Cuando propongo que las horas de trabajo sean reducidas a cuatro, no intento decir que todo el tiempo restante deba necesariamente malgastarse en puras frivolidades. Quiero decir que cuatro horas de trabajo al día deberían dar derecho a un hombre a los artículos de primera necesidad y a las comodidades elementales en la vida, y que el resto de su tiempo debería ser de él para emplearlo como creyera conveniente.»
En el mismo sentido se manifestó Keynes, celebérrimo economista y contemporáneo de Russell. Él creyó que los progresos tecnológicos nos permitirían vivir tranquilamente sin apenas necesidad de trabajar. Hace poco el hombre más rico del mundo también ha opinado que se debería trajinar menos horas (aunque durante más años). Al fin y al cabo ¿para que están las máquinas?

Lo cierto es que tanto el trabajo como sus frutos -la riqueza- están mal repartidos. Los hay que no trabajan nada y les sobra el dinero. ¿Qué lógica tiene que algunos trabajen cincuenta, sesenta o setenta horas a la semana mientras otros están parados y no pueden ganar dinero suficiente ni para comer? ¿Por qué matarse a currar si la riqueza generada va ir a parar al uno por ciento de la población más rico, que ya tiene de sobra sin merecerlo? Buena parte de los habitantes de este mundo no saldrá de la pobreza por más que laboren. ¿De qué sirve ser globalmente más ricos si se tira a espuertas en un lado del planeta mientras lo esencial escasea en buena parte del otro? ¿Y por qué perder tiempo y recursos fabricando la enésima copia de mermelada de melocotón? ¿No podríamos pasar tranquilamente sin explotar al personal para sacar un nuevo modelo de iPhone cada año? Quizá no deberíamos guiar la mano invisible para que nos haga bregar aún más, sino para repartir mejor.

Si la perspectiva general no convence al lector, tal vez lo haga particular. La mayoría de nosotros nos dedicamos a trabajos sin sentido, totalmente prescindibles, vacuos y, a menudo, absurdos. Aunque el trabajo puede ser una fuente inmensa de satisfacción, cada vez estoy más seguro de que solo disfruta de ello un pequeño porcentaje de la población. Me atrevería a decir que nueve de cada diez lectores del blog trabajan solo por dinero (para averiguar si es su caso compruebe lo siguiente: ¿trabaja el domingo en lo mismo que hace durante la semana, solo porque le satisface?). Así pues, ¿cuánto tiempo de su vida quiere el lector echar a perder? ¿No sería mejor que ocupara su tiempo en disfrutar con los amigos o sus hijos en lugar de estar luchando con una panda de gilipollas? Una vez asegurado lo esencial (cobijo, alimento y esas cosas) parece recomendable apuntar hacia otros aspectos de la vida.

Haber trabajado mucho es un arrepentimiento común en las fases tardías de la vida. Para los griegos trabajar no era una virtud, sino un mero requisito de la vida. En su visión del mundo el trabajo es necesario para subsistir, pero el que solo da el callo es un esclavo, alguien que ha perdido su autonomía y no puede alcanzar la vida buena. Como decía Russell en su ensayo:
«El hecho es que mover materia de un lado a otro, aunque en cierta medida es necesario para nuestra existencia, no es, bajo ningún concepto, uno de los fines de la vida humana. Si lo fuera, tendríamos que considerar a cualquier bracero superior a Shakespeare.»
Desgraciadamente, no siempre podemos elegir cuánto tiempo trabajamos al día. Pero si usted puede, considere que reivindicar la dignidad del trabajo podría ser un truco de algunos para mantener contentos a los pobres esclavos (a fin de cuentas, bien se cuidan ellos de permanecer indignos). Y si finalmente opta por tener más tiempo para sí, por favor, no lo malgaste.

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