«¿Vosotros qué, troncos? Aquí salvando vidas todos los días, y aún así salís y quemáis los bares. Porque vosotros salís de noche ¿verdad?»
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«Tíos, ya dormiréis cuando estéis muertos. Tenéis que salir a la calle, tenéis que hablar con extraños. Desayunar cervezas. Enrollaros con la chica más fea de la fiesta. Iros de viaje a Texas ¿sabéis? Bailad con mujeres cansadas de sus maridos. La vida os pone todo en el regazo. Atreveos a abrazarla»Su personaje me recordó al también irlandés George Best, un futbolista de la década de los sesenta a quien se atribuye la frase «he gastado mucho dinero en mujeres, alcohol y coches; el resto lo he desperdiciado». En la vida real, Farrell tiene un tatuaje en el brazo con la frase carpe diem. Según él, esa locución latina significa que hay que aprovechar el día, vivir el momento y dejar que el ayer desaparezca. Para el filósofo Julian Baggini dicha interpretación es una receta para el desastre:
«Si eso fuera lo que carpe diem significa realmente, yo diría que Farrell ha cometido un error al intentar vivir siguiendo esa definición. Vivir sólo para el momento y olvidar el mañana o el ayer no es una receta para la satisfacción. El problema es que los placeres van y vienen, y el mañana que imaginamos que jamás llegará casi siempre llega. El hedonismo puro nos deja vacíos, siempre estamos anhelando más placer y jamás no sentimos saciados. Las llamadas de atención están ahí, desde Platón y Aristóteles hasta Dorothy Parker pasando por Kierkegaard.»Nunca he comulgado con el hedonismo simple típico del filósofo de bar. En primer lugar, porque no creo que dé sentido a la vida. Stephen Hetherington lo resume muy bien:
«La gente no piensa por lo general que si un gato siente placer, eso le otorga sentido a su vida. Así que la próxima vez que oigas a alguien explayarse entusiasmada sobre el sentido que dan a su vida la "buena comida, el buen vino, la buena conversación, en fin, el placer puro y llano", pregúntate si es tan obvio que su vida adquiera por ello más signifcado que la vida de un gato feliz. ¿Es acaso el placer como tal demasiado frívolo como para contribuir a darle verdadero significado a una vida?»En segundo lugar, porque soy una de esas personas que necesita la narrativa para vivir. Una existencia basada en la mera sucesión de episodios de goce me parece vacía y sin significado. No quisiera que, si algún día viera pasar toda mi vida por delante de mis ojos, lo único que se proyectara ante ellos fuera una comilona seguida por otra comilona, seguida por un polvo, seguido por una comilona. Creo que la vida, como las buenas series de televisión, necesita una trama transversal que alumbre un todo satisfactorio. La típica serie basada en el caso de la semana acaba aburriendo a cualquiera.
Vivir cada día como si fuera el último implicaría la imposibilidad de llevar a cabo proyectos vitales. «He aprendido a depender [de Dios], a vivir al día y a renunciar a hacer planes. Tenemos el día de hoy, pero quizá no tengamos el de mañana», dijo una de sus entrevistadas a la doctora Kubler Ross. Nada nos garantiza que llegue el mañana, es cierto, pero eso es una invitación a no postergar las cosas, no a renunciar a nuestros planes a largo plazo. La flexibilidad mal entendida que conlleva renunciar al timón da un resultado opuesto al buscado.
Hay una tercera razón para que no comparta el enfoque del que estamos hablando. Es una razón que, además, hace que se me atraganten las personas que se guían por un estilo de vida así. Me temo, sufrido lector, que hemos llegado al punto en el que me pongo a pontificar, de modo que le entenderé si se salta los dos párrafos siguientes.
No somos el puto oso Yogui. El mundo no es un panal de miel puesto a nuestra disposición para darle gusto al cuerpo. No estamos solos. Otras personas -cercanas o no- nos necesitan. Tenemos obligaciones para con los demás. La vida no es solo diversión y jodienda. Nuestro disfrute no puede subvertir nuestro sentido del deber. ¿Qué pensaríamos de un médico que no atiende una urgencia porque está disfrutando del postre en su hora libre para comer?
No digo que debamos hacer vida ascética. Lo que digo es que hacer de los chutes de serotonina y dopamina un fin en sí mismo es reprochable, más aún cuando muchos sufren tanto y tan continuamente. Mientras unos pocos nos ponemos ciegos a aperitivos, otros muchos tienen que atarse fuertemente una cuerda a la cintura para dejar de sentir hambre. Los analgésicos que algunos toman para la resaca los fabrican empresas que llevan a cabo sus ensayos médicos en países del tercer mundo sin ninguna ética médica. Millones de personas no tienen acceso a los avances científicos producidos en los últimos cien años. La fruición propia no es lo más importante del mundo. A mi juicio, es una obligación moral renunciar a parte de ella por el bien de los demás dedicando, verbigracia, el dinero que gastamos en comida y bebercio de utilidad marginal reducida o nula a mejores fines.
Una vez conversaba con alguien acerca de visiones sobre la vida y, en su caso, solo supo decirme que lo que tenía claro era que la vida hay que disfrutarla. En casos así, ya se refiriera a placeres simples, a gratificaciones o a estados de flujo la perspectiva es siempre la misma: «¿qué puedo obtener yo del mundo?». Curiosamente, las investigaciones en psicología apuntan en la dirección contraria: si lo que se busca es ser feliz la perspectiva adecuada tal vez sería «¿qué puedo darle al mundo?».
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