domingo, 16 de septiembre de 2012

Autosabotaje

Como tantos otros, he estado enamorado varias veces. Como tantos otro, he estado enamorado de personas que no me correspondían. Y como tantos otros, he estado enamorado de quien no me convenía. Una de las lecciones de la adolescencia es que uno no elige de quién se enamora; los sentimientos te atrapan sin más.

Foto de mabelzzz
Venimos al mundo con un buen puñado de preferencias, gustos, inclinaciones y necesidades preprogramadas. La crianza, la educación, la cultura y las experiencias vividas añaden algunas más. Para cuando somos adultos cargamos con una mochila considerable de impulsos y frenos automáticos. Algunos son más o menos maleables, pero otros (innatos) parecen inalterables. Según el caso, puede requerir tanta energía cambiar que pocos se toman la molestia.

Para Richard David Precht la conclusión de todo lo anterior es deprimente (el énfasis es mío):
«Even if I liberate myself from many external constraints, my desires, preferences, and longings remain unfree. I am not the one determining my needs -they are determining me! And that is why many neuroscientists claim that people are utterly incapable of 'reinventing' themselves»
A veces esas necesidades y deseos que nos vienen dados no están alineados con lo que nos conviene, como decía al principio. El resultado es que nos saboteamos a nosotros mismos por acción (hacemos cosas que preferiríamos no hacer) o por inacción (no hacemos cosas que querríamos hacer). Los ejemplos abundan por doquier. Mujeres que solo se ven atraídas por hombres proclives a la infidelidad o a desaparecer inmediatamente tras meter. Hombres a los que les gustaría sentar la cabeza pero que están abonados a labrar en tajo ajeno. Parejas en las que uno quiere hijos y el otro no. Individuos envidiosos de todo y de todos. Empleados que anhelan renunciar a obtener satisfacción en su trabajo. Gente dadivosa en lo personal que preferiría no volcarse tanto hacia los demás porque siempre salen escaldados. Celosos patológicos sin ninguna justificación. Personas a las que les gustaría no dejar todo para el último minuto.

Todos ellos desearían cambiar, transformar sus pulsiones internas y pensar o actuar de otra manera. «Quisiera ser el tipo de persona a la que eso no le preocupa» me decía, verbigracia, un amigo cuando hablábamos de la búsqueda de realización en el trabajo. A mí personalmente me gustaría, entre otras muchas cosas, no darle tantas vueltas a todo, no ser tan cobarde y no estar enganchado al azúcar.

Lamentablemente, me temo que no elegimos nada de lo anterior: ni las necesidades ni los deseos ni las preferencias ni el objeto de nuestras preocupaciones. Lo que sucede es que el subconsciente pide algo («¡quiero una casa más grande!») y la razón se lo niega («no hay dinero») pero el primero hace caso omiso y sigue rogando y pataleando, amargando a uno la existencia. Más tarde, cuando es la razón la que se fija un objetivo («debo ver las cosas buenas que tengo») si el subconsciente no está interesado hará oídos sordos y seguirá a lo suyo («¡quiero una casa más grande!»), denegando el impulso interno que tanto ayuda a la consecución de nuestros objetivos.

No digo que seamos totalmente esclavos de nuestras propensiones. A veces podemos hacer valer nuestra voluntad para no llevar a cabo todo lo que nos pide el cuerpo, pero no parece que seamos capaces de cambiar qué es eso que nos pide. Difícilmente nos levantaremos un día queriendo desde lo hondo de nuestra persona aquello que anoche queríamos querer. Es cierto que algunas de las cosas que he mencionado cambian con el tiempo pero, como digo, no ocurre de forma voluntaria. Más bien creo que nos vamos adaptando a base de intentar ignorar esa vocecilla interna -aunque se resista a callar, la condenada-.

Ojalá en el caso del lector sus deseos conscientes coincidan con los que surgen de su interior, especialmente en lo que atañe a cuestiones importantes. Eso le ahorrará muchas amarguras.

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