domingo, 24 de junio de 2012

¿Lleva pan el gazpacho?

A la hora del yantar en la cantina te topas con las discusiones más productivas que el cerebro humano pueda concebir. He aquí lo mejor de la semana:
-Encima al gazpacho este le han puesto pan.
-Es que el gazpacho lleva pan.
-¡Qué dices! El gazpacho no lleva pan.
-¡Que sí lleva!
-¡Que no lleva pan!
-¡Que sí lleva pan!
-¡Que no! ¡Que eso es el salmorejo!
-¡El salmorejo es el que no lleva pan!
Y así un rato más, en tono de voz cada vez más alto, terminando con el clásico «no tienes ni puta idea» y su correspondiente «tú sí que no tienes ni puta idea».

Como sabe cualquiera que haya discutido con alguien de política o de fútbol, no todo el mundo es razonable. Están los creyentes, con quienes no se puede razonar porque su juicio está nublado por sus ganas de creer.
Foto de BocaDorada
Y luego están los fanáticos, con quienes no cabe argumentación de ningún tipo ya que no comparten nuestra base para la argumentación (por ejemplo, nuestros principios). Las personas nos enzarzamos una y otra vez en discusiones con gente así a pesar de que tales disquisiciones no tienen salida lógica. ¿Alguien ha logrado convencer alguna vez a su interlocutor de que cambiara su bufanda del F. C. Barcelona por una del Real Madrid mediante argumentos racionales?

Mi mejor amiga cree que es fea (no lo es). La abuela de mi amigo cree que Rajoy sacará a España de la crisis (la economía mejora o empeora por razones distintas y a distinto ritmo; una sola persona no puede arrojarse todo el mérito o la culpa). Mi hermana cree en Dios (el ejemplo más ilustrativo de creencia). Carl Sagan dijo: «You can't convince a believer of anything; for their belief is not based on evidence, it's based on a deep seated need to believe». Recordemos a Mulder, de Expediente X, con su póster del ovni y la frase «I want to believe» en él inscrita. La creencia surge del convencimiento interno. No sólo no depende de las pruebas (a veces su única prueba es una sensación, sentimiento o preferencia del creyente, es decir, algo no nacido de la razón), sino que a veces existe a pesar de las pruebas. Pensemos en la fe, que consiste en aceptar lo improbable o lo imposible sin pedir ninguna prueba, en tomar algo como cierto solo por nuestra propia confianza en que sea cierto. Para mi hermana la falta de pruebas en favor de la existencia de Dios no es un problema para su creencia. Todo lo contrario: es poner a prueba su fe. Y su fe requiere superar dicha prueba. La creencia se perpetúa a sí misma.

Hasta los quince años yo también creía en Dios, pero después perdí la fe. Al ser las creencias algo subjetivo creo que los cambios en ellas suelen venir de dentro, no porque alguien logre persuadirnos. En un momento dado empezamos a interpretar los mismos factores externos de forma distinta, cambiamos el peso relativo que otorgamos a nuestro valores, ocurre algo que trastoca nuestra visón del mundo... y uno empieza a pensar que quizá todos esos jóvenes deberían estar buscando trabajo en lugar de acampar en una plaza, cuando resulta que a su edad compartíamos su forma de obrar.  Con la edad y la experiencia cambian los objetivos vitales, las preferencias, los esquemas mentales, etc., lo que lleva de forma natural a que creamos en cosas distintas.

Si las creencias se quedaran en el ámbito privado tal vez sería indiferente lo que cada uno crea. Pero no es así: las creencias afectan al mundo. El filósofo británico Frank Ramsey pensaba en ellas como en mapas con los que nos guíamos o conducimos («maps which one steers»). Es decir, nuestras creencias guían nuestro comportamiento. Cuando una creencia está equivocada lo que hacemos basándonos en ella también lo está. Uno puede creer que es una mierda inútil y pegarse un tiro. O creer que las vacunas son nocivas y no inmunizar a sus hijos. O creer que su pareja le engaña y serle infiel como venganza. O creer que los aficionados del otro equipo son el enemigo y deben ser combatidos. O, de forma más banal, creer que la verdura engorda y dejar de tomarla. Así pues ¿no deberíamos examinar nuestras creencias minuciosa y periódicamente?

El fanatismo es el caso extremo de una ideología o religión. Podría considerarse también un caso extremo de creencia, pero no es exactamente así. Como dijimos al principio, no se puede discutir con un creyente porque él quiere creer. El caso del fanático está en otro nivel, uno donde no se trata de las pruebas, sino de las premisas mismas de la discusión.

Tomemos, por ejemplo, el caso de Anders Behring Breivik, cuyo juicio por el asesinato de 77 personas ha terminado esta semana. Él ha declarado:
«Los atentados del 22 de julio fueron ataques preventivos en defensa de mi grupo étnico, y por eso no puedo reconocer la culpa. Actué en nombre de mi pueblo, mi religión y mi país. Exijo ser puesto en libertad.»
El ilustrado francés Voltaire se preguntaba ya en el siglo XVIII:
«¿Qué se puede responder a un hombre que nos dice que quiere obedecer más a dios que a los hombres y que por tanto está seguro de ganarse el cielo matándonos?»
Hubert Schleichert deja claro que no hay nada que hacer:
«Naturalmente, se intenta reiteradamente reconducir la discusión con un fanático a la forma estándar de argumentación, es decir, encontrar una base común para la argumentación, por ejemplo apelando a los derechos humanos, sentimientos elementales o la responsabilidad por el futuro de la humanidad. Semejante proceder es optimista y se basa en la suposición de que el fanático extrae conclusiones falsas de principios que compartimos con él. Pero uno debe ser cuidadoso con semejantes suposiciones. No debe considerarse al fanático como inconsecuente o intelectualmente limitado, esto es, como si él y noostros compartiéramos los mismos principios supremos aunque él no sea lo suficientemente inteligente para aplicarlos correctamente. Debe afrontarse el hecho de que puede discutirse sobre los principios mismos y que al hacerlo no es posible recurrir a otros principios superiores».
Es una perspectiva deprimente. No hay ningún Principia que demuestre inequívocamente que no se debe matar, o que debemos observar en todo momento alguna versión de la regla de oro (no hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan, tratar a los demás como querríamos ser tratados), o que nuestro comportamiento deba poder ser ley universal. Todo ello es discutible en su nivel más básico y elemental, y no se puede demostrar con certeza matemática (de ahí que surjan movimientos como el relativismo postmoderno). Nadie podrá convencer a Breivik de que lo que hizo es una atrocidad; ese salvaje no comparte nuestra máximas ni nuestro sistema de valores.

Hubo un tiempo en el que pensaba que la gente creía y hacía cosas erróneas porque no contaba con toda la información necesaria, no sabía razonar correctamente o no tenía en cuenta todos los argumentos relacionados con el quid de la cuestión. Pero el libro de Schleichert me hizo darme cuenta de que no se trata de eso; lo que ocurre en realidad es que las ideologías son indecidibles. Uno puede hacer como los niños y preguntar «¿por qué?» una y otra y otra vez hasta que el otro deba a recurrir a una premisa tomada como axioma, momento en el que se puede invocar la premisa contraria, convirtiendo la discusión en un asunto estéril de afirmación y contra-afirmación. Y todo para que, al final, resulte que el pan es un ingrediente tanto del gazpacho como del salmorejo.

domingo, 17 de junio de 2012

5,8 (VI)

El círculo se ha cerrado: hemos medido lo que nos ha parecido como hemos podido, y basándonos en eso hemos establecido unos objetivos como hemos querido, que hemos cumplido retorciendo lo medido. QED.

VI.
«Dadas éstas y otras complicaciones, unos datos buenos pueden estar diciéndonos cualquiera de estas cuatro cosas: a) todo va bien, los resultados están mejorando y los números reflejan lo que pasa; b) los números reflejan lo que pasa en las partes que estamos midiendo, pero no lo que pasa en los demás lugares; c) el resultado, tal como lo estamos midiendo, parece bueno, pero no es lo que parece porque se hacen trampas; d) las cifras son mentira.»
Siendo así las cosas, uno no se extraña cuando se siente como los animales de la granja de Orwell:
«Durante este año los animales trabajaron aún más duramente que el año anterior. [...] A veces les parecía que trabajaban más y no comían mejor que en la época de Jones. Los domingos por la mañana Squealer, sujetando un papel largo con una pata, les leía largas listas de cifras, demostrando que la producción de toda clase de víveres había aumentado en un 200 por ciento, 300 por ciento, o 500 por ciento, según el caso. Los animales no vieron motivo para no creerle, especialmente porque no podían recordar con claridad cómo eran las cosas antes de la Rebelión. Aun así, preferían a veces tener menos cifras y más comida.
Foto de mabelzzz
[...] la vida seguía siendo dura. El invierno era tan frío como el anterior, y la comida aún más escasa. Nuevamente fueron reducidas todas las raciones, exceptuando las de los cerdos y las de los perros. «Una igualdad demasiado rígida en las raciones —explicó Squealer—, sería contraria a los principios del Animalismo». De cualquier manera no tuvo dificultad en demostrar a los demás que, en realidad, no estaban faltos de comida, cualesquiera que fueran las apariencias. Ciertamente, fue necesario hacer un reajuste de las raciones (Squealer siempre mencionaba esto como «reajuste», nunca como «reducción»), pero comparado con los tiempos de Jones, la mejoría era enorme. Leyéndoles las cifras con voz chillona y rápida, les demostró detalladamente que contaban con más avena, más heno, y más nabos de los que tenían en los tiempos de Jones; que trabajaban menos horas, que el agua que bebían era de mejor calidad, que vivían más años, que una mayor proporción de criaturas sobrevivía a la infancia y que tenían más paja en sus pesebres y menos pulgas. [...] Ellos sabían que la vida era dura y áspera, que muchas veces tenían hambre y frío, y generalmente estaban trabajando cuando no dormían. »
Ocurre continuamente. Reduces tu colesterol en sangre a menos de 200 mg/dL y aún así mueres de enfermedad coronaria. Las inversiones calificadas como AAA resultan ser CCC. Los resultados de las encuestas enviadas a tus clientes indican satisfacción pero los empleados que tratan directamente con ellos no oyen más que quejas. Elevas el PIB del país y más gente muere de hambre que antes porque los recursos están mal repartidos. Donde antes la deuda era de 1.000 millones ahora, con un segundo vistazo, es de 3.000. Reduces la listas de espera hospitalarias pero las operaciones siguen sin hacerse a tiempo. Alcanzas el objetivo del 3% de déficit y los problemas económicos siguen ahí. Hay más comida, más coches y más casas pero las personas son cada vez menos felices. Es lo que ocurre cuando tratas de gobernar el mundo a base de hojas de Microsoft Excel.

sábado, 9 de junio de 2012

Regreso al futuro

Algunos compañeros de trabajo piden comida a domicilio para no tener que cocinar. Han encontrado un servicio barato por el cual reciben cada semana el menú para los cinco días siguientes, eligen qué querrán comer cada día de la semana y listo, a la hora del almuerzo reciben su pedido en la oficina. Invariablemente, cada uno de esos días todos ellos han de recurrir a su propia chuleta para saber qué pidieron para ese día en concreto. Lo cual me resulta curioso, pues es como si no conocieran sus propias preferencias.

Pero no es eso. Cuando hay arroz con leche de postre, Benito sabe que es para él; es su postre favorito. Pero si hay pasta y arroz de primer plato, por ejemplo, siempre tiene que consultar su nota. Benito, como el resto de mis compañeros, y al igual que todos nosotros, no siempre es capaz de saber qué le apetecerá en el futuro.
Foto de Xjs-Khaos

La comida es, obviamente, un ejemplo banal; los problemas empiezan con cosas más importantes. Te compras una casa en el centro de la ciudad para estar cerca de una zona de copas; años después tienes hijos y preferirías vivir en un barrio de la periferia para que los niños corran libremente. Decides estudiar medicina y cuando muere tu primer paciente por un error tuyo descubres que ya no quieres ser médico. Te dedicas en cuerpo y alma a tu profesión para lograr el éxito y a los cuarenta años lamentas no haber formado una familia. Ahorras toda la vida y en tu jubilación te arrepientes no haber disfrutado el dinero cuando tu cuerpo estaba en plena forma. O, como decía el doctor Cox en Scrubs, «te casas con alguien que te recuerda a tu madre y luego recuerdas que odias a tu madre». El futuro está envuelto en una niebla formada por la impredicibilidad, no solo sobre cómo se desarrollarán los factores externos que te rodean, sino también sobre cómo cambiarás tú mismo.

Forma parte del vivir el adelantarnos a lo que querremos dentro de diez, veinte o cincuenta años. Pero la persona que serás mañana te es desconocida. Haces planes, llevas a cabo proyectos y preparas el terreno para un extraño, alguien del futuro que se llama igual que tú, pero cuyos deseos en realidad desconoces. Si, como pensaba MacIntyre, la capacidad de planear y comprometerse en proyectos a largo plazo es condición necesaria para encontrar sentido a la vida, entonces puede que actualmente estés dando sentido a una vida en cierto modo ajena.

Cuando era adolescente soñaba con tener un deportivo biplaza. Hoy conduzco un utilitario, y no se me ocurriría comprarme otra cosa. Aquel sueño de mi yo adolescente es tirar el dinero para mi yo actual.
Cuando llegó la hora de elegir una carrera universitaria dudé entre matemáticas, física, ciencias de la tierra y fisioterapia. Al final elegí la última y la abandoné, como ya conté. Yo me alegro de haberlo hecho: aunque quería aprender a curar a la gente con el tiempo me he dado cuenta de que en realidad no me gusta la gente. Los desconocidos son para mí fuente de ansiedad y mis habilidades sociales son nulas; mala cosa para un profesional de la salud o un profesor (que es lo que hubiera acabado siendo de haber optado por matemáticas o física). Cuando meditaba el cambio de rumbo profesional temía que si hacía de mi afición mi profesión pudiera dejar de gustarme, mas no ha sido el caso. Creo que esto me ha salido bien, aunque haya sido de casualidad.

Bertrand Russell escribió:
«El hábito de mirar al futuro y de creer que la vida no tiene otro sentido que el de producir el porvenir es pernicioso. No puede tener valor el todo si no lo tiene cada una de las partes. La vida no debe concebirse como un melodrama en el cual el héroe y la heroína atraviesan dificultades increíbles hasta llegar a un final dichoso»
Así que supongo que quien me aconsejó que me dedicara a lo que me apeteciera en ese momento tenía parte de razón. No parece tener mucho sentido preocuparse por todo esto. Al fin y al cabo ese yo futuro contrariado por las decisiones de mi yo presente no existe y quizá no llegue a existir. Acaso el mejor plan para el futuro sea simplemente dejarlo venir.