domingo, 23 de diciembre de 2012

Sabiduría tuitera

Uno de mis memes favoritos son los Schrute facts, en los que aparece el rostro del pintoresco personaje de The Office Dwight Schrute echando por tierra algún cliché o frase célebre, tal como hace en la serie con sus compañeros. La primera afirmación que apareció rebatida -y que dio origen al meme- es el título de una canción de los Beatles:
Love is all you need?
False. You need water and rations.
Foto de mabelzzz
El meme consiguió hacerse suficientemente popular como para que los chicos de College Humor eligieran a Riann Wilson (el actor que da vida al personaje) para un vídeo especial grabado con motivo de una campaña contra la malaria. En dicho vídeo, que lleva por título Your Facebook is False, Dwight despoja de todo su encanto a las típicas citas inspiradoras que pueblan Facebook. Por ejemplo:
Dance like nobody is watching.
False. Dancing should be done in a rhythmic, coordinated style regardless of audience.

Don't judge the path I choose to take if you haven't walked the journey I had to make.
False. Firsthand experience is not a prequerisite for criticism, OK? Indeed, objectivity is often helpful, unbiased feedback.

There is nothing to fear except fear itself.
False. Lions.
Es fácil formar este tipo de frases aparentes. Julian Baggini nos muestra una técnica que podemos emplear para ello:
«Nada confiere con tanta eficacia la ilusión de profundidad como una paradoja que suene a sabiduría. ¿Qué les parece ésta?: «Para avanzar, es preciso retroceder». Intenten ustedes inventar una. Es fácil. Piensen primero en algo que deseen explicar (el conocimiento, el poder, los gatos). Luego piensen en su opuesto (la ignorancia, la impotencia, los perros). Finalmente, intenten combinar ambos elementos para sugerir algo sabio. «El conocimiento superior es el conocimiento de la ignorancia.» «Sólo el impotente conoce el verdadero poder.» «Para conocer al gato, hay que conocer también al perro.» En fin, suele funcionar.»
Séame permitido decir de entrada que a mí me han gustado las citas desde pequeño, aunque con el tiempo haya pasado de los proverbios a las citas más extensas que publico en nuestro otro blog, Pérgamo. A juzgar por el número de seguidores de cuentas de Twitter como ifilosofia, y por la cantidad de tuiteros que se dedican a publicar frases del estilo, no soy el único aficionado a las perlas de sabiduría. Me pregunto por qué. Tal vez las usamos para formar un halo de cultura. Puede que las usemos como argumento de autoridad. O quizá nos ahorre pensar por nosotros mismos.

Sea como sea, las grandes citas despojadas de contexto tienen cierto tufillo de sabiduría a lo McDonalds: rápido e insustancial. A menudo resultan pretenciosas y carecen de utilidad, ya que pocas veces mueven a la acción o se traducen en cambios duraderos de comportamiento. Por cada dicho a favor de algo se puede entrar otro de alguien igualmente ilustre que proclama justo lo contrario. Algunas reflexiones nos parecerán banales porque no se relacionan con ningún aspecto de nuestra vida, o porque las englobamos en la categoría de pajas mentales. La brevedad propia de los aforismos hace de ellos un blanco fácil, ya que cuando se condensa una larga disertación en un corto pensamiento es inevitable perder de vista la totalidad proteica del mensaje, llena de matices, advertencias y excepciones. Al leer únicamente las moralejas siempre se corre el peligro de olvidar la abigarrada variedad de experiencias humanas que llevaron a afirmar una cosa u otra. No se nos presentan las premisas, solo las conclusiones, por lo que la única medida de su validez es nuestra propia opinión. Finalmente, hay frases que son falsas o simple y llana tontería.

A mi juicio, un posible uso de este tipo de locuciones es el de antídoto de nuestra forma de ser. Las sentencias que van contra nuestros hábitos podrían acercarnos más a un provechoso término medio. Si somos demasiado conservadores podemos recordarnos que «quien no arriesga no gana». Si por el contrario somos unos temerarios habríamos de tener en cuenta que «los cementerios están llenos de valientes». Etcétera, etcétera. No obstante, como decía más arriba, es poco probable que una frase célebre lleve a una revelación profunda o un cambio sustancial. El efecto de priming que pueda tener probablemente se desvanezca enseguida sin dejar ninguna huella visible.

Yo creo que hay algo placentero en conectar los puntos, ya se trate de un chiste, una ironía o una lección vital reducida a un refrán de pocas palabras. Es como si algo dentro de nuestro cabeza hiciera clic cuando una persona resume de forma concisa nuestro conocimiento intuitivo, ese algo que siempre hemos sabido en el fondo pero que nunca hemos desarrollado de manera consciente.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Un año de libros (edición 2012)

Hay dos épocas del año en el que proliferan las listas de lecturas. Una es el verano, con las recomendaciones para ocupar la mente en vacaciones. La otra es final de año, con las listas de los mejores libros publicados o leídos en los últimos doce meses.

Foto de mabelzzz
Sin más preámbulo, he aquí los mejores libros que he leído en 2012 (puede ver la de 2011 aquí). Como siempre, la lista completa puede consultarse en nuestra estantería de anobii.

“Irreligion”, de John Allen Paulos: un breve libro que refuta doce argumentos comunes aducidos en favor de la existencia de Dios, desde los más clásicos (la primera causa, el argumento del diseño, el principio antrópico y el argumento ontológico) hasta los más subjetivos (coincidencias, profecías, milagros, etc.) pasando por los intentos matemáticos de probar la existencia de una deidad y los errores cognitivos que nos inducen a pensar en un ser superior.

“La ciencia de la belleza”, de Ulrich Renz: sin duda, una de las mejores lecturas de este año. Un libro ameno y lleno de historias interesantes en el que se cuenta cómo procesamos la belleza de las personas, su papel en la cultura, los beneficios y cargas que reporta, así como algunos mitos sobre ella (como el principio de la simetría), su función evolutiva, etc.

“Mindless Eating: Why We Eat More Than We Think”, de Brian Wansink: Wansik es un psicólogo que ha llevado a cabo varias investigaciones sobre el comportamiento de los humanos frente a la comida. Este libro es un resumen de su propio trabajo en el que expone las razones por las que comemos demasiado sin darnos cuenta (acceso fácil a la comida, distracciones, ambiente, etc.) y algunas indicaciones para lograr perder peso poco a poco sin darnos cuenta.

“Sexo, drogas y chocolate: la ciencia del placer”, de Paul Martin: Otro libro lleno de historias y datos interesantes, explicaciones científicas actuales sobre el procesamiento del placer y los comportamientos adictivos.

“La conquista de la felicidad”, de Bertrand Russell: una obra llena de perspicacia cuyos intuiciones y consejos son tan válidos hoy como cuando el libro fue escrito. El lector encontrará aquí reflexiones sobre el amor, el trabajo, el ocio y el sentido de la vida, así como la tensión entre individuo y sociedad.

“Las ventajas del deseo”, de Dan Ariely: de nuevo un libro que resume las investigaciones realizadas por el autor, en este caso el estudiante de economía del comportamiento Dan Ariely. Ariely tiene un estilo cercano, ágil y ameno, y tanto sus intuiciones como sus conclusiones hacen que el lector se sienta identificado y asienta en silencio. En este libro se muestran algunos trucos con los que sacar partido a nuestros errores mentales y cómo mitigar su impacto en la vida cotidiana.

“La trampa del ego”, de Julian Biaggini: si alguna vez has pensado que tienes dos caras o te has preguntado quién eres realmente, entonces este libro es para ti. El yo, nos dice Biaggini, no es una perla situada en nuestro interior. De la misma manera que si vamos separando las distintas partes que forman un reloj no llegamos a un núcleo que represente dicho reloj, al ir desgranando nuestra personalidad (cuerpo, comportamiento, pensamientos) nos encontramos que el yo es algo difuso e intangible, un haz de pensamientos y experiencias interconectadas.

“Cómo discutir con un fundamentalista sin perder la razón”, de Hubert Schleichert: aunque la primera parte es un poco teórica y menos interesante, la segunda debería ser una lectura obligada. Tras leerlo quedará claro por qué el 99% de los «argumentos» vertidos en los periódicos, debates y comentarios de internet son basura inútil, y por qué el 100% de las discusiones con ideologías contrarias, creyentes y trolls no llevan a ninguna parte.

“Por qué creemos en cosas raras”, de Michael Shermer: ¿por qué hay gente que creen en el reiki, el poder de los cristales o el de las pirámides? ¿Por qué siguen publicándose horóscopos? ¿Por qué gente inteligente cree en este tipo de cosas? Shermer argumenta que todo ello puede ser un subproducto de nuestros mecanismos mentales. Dichos mecanismos, desarrollados en nuestra evolución como especie hace miles de años, pueden volverse en ocasiones contra nosotros y hacernos ver tigres donde solo hay rayas.

“¿Quién manda aquí?”, de Michael Gazzaniga: el trabajo que hizo famoso a Gazzaniga mostró cómo el impulso de acción aparece en el cerebro antes de que el sujeto sea consciente de él, lo que dejó en entredicho la cuestión de que poseamos libre albedrío y dejó entrever que las razones por las que creemos haber hecho algo son en realidad historias post hoc. En este libro Gazzaniga resume el estado actual de las investigaciones en este campo, qué se puede entender por libre albedrío, y la conexión entre ambos.

“El gorila invisible”, de Christopher Chabris y Daniel Simons: Chabris y Simons son los creadores de ese popular vídeo en YouTube en el que hay que contar los pases que dan varios jugadores de baloncesto, y que al ver por segunda vez revela algo inesperado. Su libro es un compendio sobre las ilusiones cotidianas (visuales, sobre la propia competencia o valía, nuestro grado de conocimiento, valoración propia y de los demás) contada a través de anécdotas e investigaciones psicológicas.

“La rebelión de las masas”, de José Ortega y Gasset: una lectura necesaria en estos momentos en los que asistimos con bostezos al expolio del estado de bienestar mientras se entroniza a personajes como Belén Esteba o Rafa Mora. El hombre masa es aquel ser vulgar e ignorante que se considera completo, sin necesidad de desarrollarse como persona, que reivindica su vulgaridad y no quiere someterse a instancias superiores. Su vida carece de proyectos definidos y anda a la deriva como una boya. No construye nada, solo reacciona a los estímulos externos. Cree que la civilización es tan natural como el aire que respira y no moverá un solo dedo para trabajar por su mantenimento. Para el hombre masa todo son derechos, no siente ninguna obligación y confía en la técnica para hacer de su vida algo fácil, carente de toda tragedia.

“Tropezar con la felicidad”, de Daniel Gilbert: en este libro no encontrará una receta para ser feliz, sino una lista de razones psicológicas por las que probablemente no llegue a serlo nunca. A través de los estudios realizados en el campo de la psicología positiva, Gilbert desvela nuestras inconsistencias internas y errores cognitivos y conductuales, así como la distancia que separa lo que creemos que nos hará felices de lo que realmente nos hace felices.

“Busca en tu interior”, de Chade-Meng Tan: Chade-Meng era un ingeniero de Google que en un momento dado comenzó a dar clases de meditación basada en la atención plena (mindfulness) a sus compañeros. El libro contiene los ejercicios y prácticas que Chade-Meng enseña en su programa dentro de Google, así como las investigaciones que soportan el valor de la meditación, que va desde la reducción de la ansiedad hasta incremento de la satisfacción general y -al menos en un estudio- la mejora de síntomas de enfermedades como la psoriasis.

“El gobierno de las emociones”, de Victoria Camps: Camps ganó el Premio Nacional de Ensayo con esta obra sobre las emociones y su relación con la ética. Además de ser un buen retrato de la sociedad occidental actual, examina ese trecho que se halla entre el dicho y el hecho aunando psicología de la emoción con la filosofía de Hume, Spinoza y Aristóteles.

domingo, 9 de diciembre de 2012

El oscuro pasajero

Dexter Morgan, el forense asesino experto en salpicaduras de sangre protagonista de las novelas escritas por Jeff Lindsay y la serie de televisión, se refiere a sus perentorias necesidades de matar como «su oscuro pasajero». Según sus propias palabras «es como un ser vivo dentro de mí que me dice qué hacer, que tengo que matar, sin dejarme otra opción». Buena parte de la serie se centra en la lucha de Morgan contra esa parte de su ser a la que se ve sometido sin remedio. Es algo que viene de antiguo. Ya la Medea de Eurípides (tragedia escrita en el 431 a. C.) se encontraba en una pugna similar contra sí misma. Cuando decide matar a los dos hijos que había tenido con Jasón se despide de ellos diciéndoles:
«¡No tengo fuerzas para dirigir sobre vosotros mi mirada, me vencen mis desgracias! Sí, conozco los crímenes que voy a realizar, pero mi pasión es más poderosa que mis reflexiones y ella es la mayor causante de males para los mortales».
El psiquiatra suizo Carl Jung describió el arquetipo de la Sombra como ese lado oscuro dentro de todos nosotros, el Venom dentro de Spiderman, el anillo único en el dedo de Frodo, el kyubi en Naruto:
«According to Jung, the Shadow represents those aspects of the self that are dark and that we try to deny. The Shadow is composed of all of our repressed motives and tendencies, our secret desires—those things we wish we could do but don’t because we realize they are socially unacceptable. For this reason, the Shadow is the part of ourselves that we prefer not to recognize. And, according to Jung in On the Psychology of the Unconscious, no matter how “good” or “bad” you may be, everyone has a shadow-side
Personalmente, mis ganas de matar no van más allá del ocasional deseo de arrancarle los riñones al imbécil de turno en la autopista. Mi oscuro pasajero se ocupa de otras afecciones del alma. Lo conocí hace unos once años, cuando estaba en la universidad. No lo reconocí en un primero momento, de modo que tomó el control con facilidad. Lo arruinó todo. Me costó varios años recuperar el mando. Con tiempo y trabajo las cosas volvieron a la normalidad y se mantuvieron ahí. Llegué a pensar que había conseguido echarle, que aquello era un capítulo cerrado que no volvería a repetirse. Pero ha resultado no ser así. Más bien parece que el muy cabrón solo ha estado dormido todo este tiempo. Otra vez noto su presencia en el pecho, en el estómago, en las piernas, en los ojos, en mi forma de pensar. Se ha despertado y ya ha arreado un par de empellones al volante que me han dejado con el susto en el cuerpo. Porque a diferencia del caso de Dexter mi oscuro pasajero es como los malos virus: su éxito acaba cobrándose al huésped.
Foto de mabelzzz

¿Qué se supone que debemos hacer con nuestro oscuro pasajero? ¿Debemos intentar traerlo a la luz para hacer que se desvanezca (si es que eso puede ocurrir)? ¿Debemos enfrentarnos a él directamente? ¿Anular su influencia a base de fármacos? ¿Aislarnos del mundo si no podemos controlarlo? ¿O debemos asumir esa parte de nosotros, convivir con ella y -tal vez- redirigir sus impulsos a fines más aceptables, como trata de hacer Dexter? A mi juicio, la respuesta depende de a quién le preguntes y de lo que tu sombra te impulse a hacer.

Yo soy reticente a los fármacos por razones filosóficas pero para monstruos de cierta naturaleza funcionan relativamente bien. Alumbrar la oscuridad para que así desaparezca es la estrategia que proponía Freud, no obstante el psicoanálisis deja mucho que desear. La iluminación es también el enfoque del budismo tibetano, según el cual centrar la atención en el oscuro pasajero llevaría a la comprensión de lo ilusorio y vacuo que es, lo que a su vez conduciría a su desaparición. Desde otro punto de vista dentro de la misma tradición el oscuro pasajero sería simplemente una nube negra que puede hacerse desaparecer cultivando la atención plena, dejando ver así el cielo brillante que constituye el verdadero yo. Por probar que no quede.

La siguiente opción, basada en lo que sabemos sobre la plasticidad cerebral (cuanto más pensamos en algo más recurrente se vuelve y más fuerte se hace dicho pensamiento), se basa en dejar morir de hambre al monstruo (el énfasis es mío):
«Let’s pretend that monsters cause our distress, occupying the mind and wreaking havoc on our emotions. What can we do to stop them? They seem so overwhelmingly powerful, we cannot stop them from arising in the mind, and we seem powerless to make them leave. Happily, it turns out that our monsters need us to feed them in order to survive. If we do not feed them, they will get hungry, and maybe they will go away. Therein lies the source of our power—we cannot stop monsters from arising or force them to leave, but we have the power to stop feeding them. Take anger, for example. [...] You may also find your mind constantly feeding the anger by retelling one or more stories to yourself over and over. If you then stop telling the stories, you may find the anger dissipating for the lack of fuel. Anger Monster needs to feed on your angry stories. With no stories to eat, Anger Monster gets hungry and sometimes goes away. By not feeding Anger Monster, you save mental energy and Anger Monster may leave you alone to play elsewhere.»
Hay técnicas cognitivo-conductuales para entrenarse en la detención del pensamiento, pero es una de esas cosas muy fáciles de decir y muy difícil de conseguir. Por último, otras técnicas cognitivas como la restructuración del pensamiento y el ABCDE pueden usarse en una confrontación directa contra ese indeseado pasajero.

Como dicen los ingleses: your mileage may vary. A mí me fue bien en su momento con las dos últimas estrategias que he mencionado, pero teniendo en cuenta lo que decía al principio de la entrada es evidente que su éxito dista de ser definitivo. Lo que es peor: parece que han dejado de funcionar. Tal vez sea que estoy utilizando armas romas; hace tiempo que no echaba mano de ellas y quizá necesiten ser afiladas de nuevo. O puede que mi oscuro pasajero haya aprendido a defenderse. Ahora se aprovecha de lo que hace mi lado no oscuro (que no es gran cosa, pero algo hay) para presentar sus alegaciones. Creo que se ha vuelto más listo.

En la primera temporada de la serie Dexter visita a un terapeuta que le asegura que todos nosotros tenemos un gran lobo malo en nuestro interior, una oscuridad que no queremos que nadie vea. Cuando Dexter le pregunta cómo maneja él su propio lobo, el terapeuta le responde que aceptó su existencia y se hizo su amigo. Eso es más o menos lo que Jung pensaba que debíamos hacer:
«Jung strongly believed that for a person to be mentally healthy, he or she must find a way to incorporate the Shadow into the whole psyche. If the individual simply tries to repress his dark side, the Shadow will find a way through the cracks in the psyche and often express itself in disturbing ways. As Jung stated, “Everyone carries a Shadow, and the less it is embodied in the individual’s conscious life, the blacker and denser it is.” [...] Therefore, according to Jung, a key part of the human experience is to find a way to deal with our Shadow in socially appropriate ways in order to limit its influence on our thoughts and lives.»
Es posible que me engañara al pensar que mi oscuro pasajero se había ido. Acaso deba hacerme a la idea de que siempre estará ahí, de que no hay ninguna solución definitiva y lo único a lo que realmente puedo aspirar es a controlar el daño. Sea como sea debo lograr que vuelva a dormirse.