lunes, 23 de noviembre de 2015

Counter-Strike

Después de investigar más de cuatro décadas de atentados terroristas, el profesor de la Universidad de Colorado en Boulder Aaron Clauset descubrió que dichos eventos exhiben una curiosa propiedad matemática: su magnitud, medida en número de víctimas, sigue la misma ley de potencias que la magnitud de los terremotos. La mayoría de incidentes producen pocas muertes o ninguna, mientras que un reducido conjunto de sucesos (el 11 de septiembre, Maiduguri o Iraq) suman el grueso de víctimas totales.

Fuente: Silver (2012)

La ley de potencias posee ciertas propiedades que son importantes cuando se trata de cuantificar el riesgo futuro. Tal como explica Nate Silver:

In particular, they imply that disasters much worse than what society has experienced in the recent past are entirely possible, if infrequent. For instance, the terrorism power law predicts that a NATO country (not necessarily the United States) would experience a terror attack killing at least one hundred people about six times over the thirty-one-year period from 1979 through 2009. (This is close to the actual figure: there were actually seven such attacks during this period.) Likewise, it implies that an attack that killed 1,000 people would occur about once every twenty-two years. And it suggests that something on the scale of September 11, which killed almost 3,000 people, would occur about once every forty years.
Sin embargo, igual que ocurre con los terremotos, la ley de potencias no nos dice cuándo y dónde ocurrirá el próximo ataque, solo nos muestra la tendencia a largo plazo. No obstante, a diferencia de los terremotos, los golpes terroristas sí pueden prevenirse. En Israel, por ejemplo, hay menos asaltos de gran magnitud de los que predice la ley de potencias, hecho que puede observarse en la imagen siguiente.

Fuente: Silver (2012)


Lo más frustrante de la lucha contraterrorista quizá sea lo difícil que es impedir un ataque. Los métodos y objetivos posibles son prácticamente ilimitados. Es imposible blindar todos los objetivos y proteger a toda la población. Las fuerzas de seguridad necesitan poder anticiparse a los terroristas y detenerlos antes de que actúen.

Para Levitt y Dubner es una cuestión de averiguar quiénes son los terroristas. Estos dos autores crearon un algoritmo en colaboración con un banco inglés para identificar a posibles terroristas:

In SuperFreakonomics, published in 2009, we described an algorithm that we built with a fraud officer at a large British bank. It was designed to sift through trillions of data points generated by millions of bank customers to identify potential terrorists. It was inspired by the irregular banking behavior of the 9/11 terrorists in the United States. Among the key behaviors:
  • They tended to make a large initial deposit and then steadily withdraw cash over time, with no steady replenishment.
  • Their banking didn’t reflect normal living expenses like rent, utilities, insurance, and so on.
  • Some of them routinely sent or received foreign wire transfers, but the amount inevitably fell below the reporting limit.
[...] One marker, we noted, was particularly powerful in the algorithm: life insurance. A budding terrorist almost never bought life insurance from his bank, even if he had a wife and young children. Why not? As we explained in the book, an insurance policy might not pay out if the holder commits a suicide bombing, so it would be a waste of money.
No solo desarrollaron el algoritmo sino que lo publicaron con una lista de recomendaciones que cualquier futuro terrorista podía usar para no ser marcado como tal:

Todo esto sugiere que si un terrorista en ciernes quisiera borrar sus huellas, debería ir al banco y cambiar el nombre de su cuenta por otro que no sea musulmán (Ian, por ejemplo). Tampoco le vendría mal contratar un seguro de vida. El banco de Horsley ofrece pólizas para primerizos por unas pocas libras al mes.
Estas revelaciones fueron intencionadas. En Estados Unidos y Reino Unido, casi nadie contrata seguros de vida a su banco. Las únicas personas que se sentirían impelidas a hacerlo serían aquellas que necesitaran ocultar sus huellas. Al contratar un seguro de vida al banco, los terroristas se estarían delatando a sí mismos.

A primera vista, algoritmos como el anterior serían todo lo que necesitamos para prevenir matanzas. Con ellos se podría identificar a los posibles terroristas y meterlos en la cárcel. Asunto zanjado. O no. Porque el problema no es solo identificar a los malhechores. Por lo que sé, los terroristas de París ya habían sido identificados como sospechosos por las fuerzas de seguridad francesas. También los terroristas de Madrid eran conocidos por la policía, y los del 11 de septiembre habían sido vigilados por el FBI. No basta, pues, con tenerlos en el radar; es necesario rastrearlos para ver qué traman. Si consideramos a cada posible terrorista como una señal de radio, los analistas de inteligencia se enfrentan a algo parecido a lo siguiente:

Fuente: Silver (2012)

Las unidades antiterroristas tienen que ser capaces de aislar el ruido de esta amalgama de líneas enredadas (en este caso, diez) y centrarse en la señal, esto es, las personas que están planeando la próxima masacre.

Fuente: Silver (2012)

Desafortunadamente, no es nada fácil saber qué señal es la importante. A este respecto, el miembro de la unidad contraterrorista de la Policía Federal de Bruselas Alain Grignard observa que el coste de seguir a varios sospechosos rápidamente se vuelve prohibitivo. Por tanto, deben decidir a quién rastrear y a quién no. De acuerdo con Grignard, aquí entra en juego la suerte. A veces eligen bien y consiguen desbaratar los planes de los terroristas. Otras veces, como ha ocurrido en Francia, no tienen tanta suerte:

Even though the attackers were on the radar screen you cannot put more than a very limited number of people under 24/7 surveillance. To tail just a few suspects you need agents in several cars. And you’re talking about three different shifts through the day. You also need teams back in the operational center to coordinate wiretaps and file paperwork. All this amounts to hundreds of people being assigned to just one operation. Very quickly the expense becomes prohibitive.

Let me outline a scenario to explain all this. If we have, say, three extremists we are worried about, we’ll apply to a judge for wiretaps. The legal bar for this is generally higher than in the United States. For using informants it is higher still. But if we get the green light we may have to prioritize one of the three. If you’re unlucky you pick the wrong one. That’s what happened in France. They were unlucky. There are dozens of radicals on their radar screen who had the same profile as the Kouachi brothers. Belgium counterterrorism agencies were praised for thwarting the Verviers plot, but luck played its role. Tomorrow we might not be so lucky.
A ello se suma otro hecho inquietante. Los terroristas no buscan únicamente el máximo número de cadáveres; intentan asimismo causar el mayor miedo posible a la población para que altere su comportamiento. Cualquier malnacido que logre hacerse con un kalashnikov puede salir a la calle y matar a una docena de personas en pocos minutos, sembrando el pánico durante semanas. Acciones de ese tipo requieren poca planificación, lo que da a la policía menos tiempo y margen de maniobra para actuar:

CTC: What keeps you up at night?
Grignard: Extremists launching attacks with little warning—going out and buying a Kalashnikov and shooting up a shopping center and then disappearing into the crowd before we can find them What I’ve long dreaded is starting to materialize. The Chattanooga attack on U.S. military personnel in July appears to fit this pattern. Previously we had weeks and months to intercept terrorist plots because terrorists would spend months planning an attack, buying components for a bomb and so on. It’s so much more difficult to stop this new form of terrorism.
No es de extrañar que este tipo de acciones sean las que organizaciones terroristas como ISIS tratan de inducir a sus acólitos.

El terrorismo, según Levitt y Dubner, impone costes a todos, no solo a sus víctimas directas. Uno de los más notorios es el miedo desproporcionado del que hablamos en el artículo anterior, pero hay otros muchos, menos obvios. Los atentados nos cuestan nuestra salud mental (aumento del estrés postraumático) y nuestro tiempo (perdido en innumerables cacheos). También nos cuesta dinero, ya sea en bajadas del mercado de valores o en negocios que pierden clientes (por ejemplo aerolíneas, hostelería o turismo). Todos estos costes tienen lugar incluso aunque el acto terrorista en sí haya fracasado, es decir, aunque no haya habido víctimas.

La lucha antiterrorista debe de ser una de las tareas más desagradecidas que existen. Los fracasos son trágicos y evidentes, mientras que los éxitos a menudo deben quedar ocultos por razones de inteligencia. Nunca se puede estar seguro del éxito que se está teniendo (¿habría ocurrido algo de no haber tomado todas estas medidas?). No se puede proteger a todo el mundo en todo momento. El presupuesto es limitado y, como suele ocurrir, el gasto en prevención obedece a rendimientos decrecientes. Además, dado que es varios miles de veces más probable morir de causas mundanas (obesidad, cáncer) que en un atentado ¿hasta qué punto hay que desviar fondos de planes de salud a la lucha antiterrorista?

Para algunas personas es aceptable tener que cambiar su vida diaria y que les recorten sus libertades civiles en aras de la seguridad. Para otros, todo eso supone una victoria de los terroristas. Equilibrar seguridad y libertad es una delicada tarea a la que se enfrentan todas las sociedades que sufren este tipo de ataques. Buscar ese equilibrio es algo que ya hacemos en otras áreas, como cuando permitimos a las personas usar su propio coche o motocicleta. Queramos admitirlo o no, si queremos vivir en una sociedad libre no queda otra opción que aceptar cierta cantidad de riesgo de atentados.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Después de la tragedia

Tal vez lo hayan oído. Me refiero al tronar producido por los pasos de esa horda de cuñados que sigue a cada tragedia como el trueno sigue al rayo. Desde la noche del pasado viernes, expertos en terrorismo de nuevo cuño monopolizan las conversaciones con su pensamiento simplista, absoluto y desinformado, escupiendo a la cara de todo aquel con el que se encuentran una retahíla de juicios tan equivocados como prescindibles. De nuevo se alza ese ejército de individuos intelectualmente vírgenes que creen saberlo todo sobre todo y piensan que todo el mundo es idiota menos ellos. ¿La primera víctima de este ejército? La lógica. Verbigracia:

Muchas personas confunden la afirmación «casi todos los terroristas son musulmanes» con la de «casi todos los musulmanes son terroristas». Supongamos que la primera afirmación sea cierta, es decir, que el 99% de los terroristas sean musulmanes. Esto significaría que alrededor del 0,001% de los musulmanes son terroristas, ya que hay más de mil millones de musulmanes y sólo, digamos, diez mil terroristas, uno por cada cien mil. Así que el error lógico nos hace sobreestimar (inconscientemente) en cerca de cincuenta mil veces la probabilidad de que un musulmán escogido al azar (supongamos que de entre quince y cincuenta años) sea un terrorista.
La fuente principal de conocimiento de esta ralea son los medios de comunicación de masas, allí donde a los cuñados se les llama «tertulianos»:

Parece mentira la cantidad de tertulianos y especialistas radiofónicos que tenemos en este país. Cada vez que se me ocurre enchufar la radio sale uno empeñado en arreglarme la vida. Algunos, además, son polivalentes y polifacéticos y polimórficos, pues lo mismo te asesoran sobre lo que debes votar, que te dan una magistral sobre terrorismo, valoran el año económico, u opinan a fondo sobre la crisis agropecuaria de Mongolia interior.
Cadenas y emisoras se sirven de las opiniones de estos especímenes para rellenar veinticuatro horas de programación especial en las que comentar lo ocurrido. A menudo son los mismos charlatanes con los que la cadena de turno cuenta habitualmente, por lo que sus conocimientos sobre terrorismo y contraterrorismo estarán al mismo nivel que los de ustedes o los míos. Cabe la posibilidad, no obstante, de que el productor del programa se lo curre y traiga a algún experto a hablar del tema. Cuando vean a uno de tales expertos recuerden lo que ya dijimos: las características que hacen a un experto atractivo para los medios de comunicación son las mismas que le llevan a estar equivocado la mayor parte del tiempo.

Mientras dure este maremagno, no está de más tener en mente las consideraciones para el consumidor de noticias que aparecen en la imagen que ilustra este artículo; es una cuestión de higiene intelectual. Bastante cuñados hay ya en el mundo.


La programación machacona después de un suceso como el de París tiene profundos efectos psicológicos. Tal como explica Daniel Kahneman, las imágenes vívidas de muertos, repetidas una y otra vez, así como la frecuencia con que son temas de conversación, sobreactivan nuestra heurística de disponibilidad, esto es, el proceso de juzgar la frecuencia de un evento por la facilidad con que los ejemplos vienen a la mente:

En el mundo de hoy, los terroristas son quienes más destacan en el arte de inducir cascadas de disponibilidad. Con unas pocas horrendas excepciones, como el 11-S, el número de víctimas de ataques terroristas es muy pequeño en proporción con el de otras causas de muerte. Incluso en países que han sido el blanco de intensas campañas terroristas, como Israel, el número semanal de víctimas casi nunca se aproxima al número de muertes por accidentes de tráfico. La diferencia la crean la disponibilidad de los dos riesgos y la facilidad y la frecuencia con que nos vienen a la mente.
Como consecuencia de dicha sobreactivacion acabamos pensando que el suceso extraordinario en cuestión es mucho más frecuente de lo que realmente es. Cuando ese incidente puede suponer la muerte de cualquiera de nosotros o de nuestra gente cercana es normal ponerse nervioso y tener miedo. De acuerdo con Richard Restak, ver repetidamente las imágenes de acontecimientos catastróficos y terroríficos puede ser una experiencia muy destructiva psicológicamente:

Encuestados una semana después de los atentados [del 11 de septiembre], casi tres de cada cuatro estadounidenses acusaron sensaciones de depresión; uno de cada dos dijo sufrir pérdidas de la capacidad de concentración, y uno de cada tres se quejó de trastornos del sueño. Esta proporción fue también, aproximadamente, la de los que dijeron hallarse «adictos» a ver la repetición de aquellas tomas y a seguir los noticiarios de la televisión para saber más acerca de los atentados terroristas.
Más adelante concluye:

En efecto, las imágenes impresionan a veces el cerebro tan vivamente, que retornan con independencia de la voluntad del sujeto para cobrarse un tributo psíquico que puede ir desde la ansiedad hasta el trastorno por estrés postraumático.

En este clima es difícil razonar con claridad, pues cuando una emoción como el miedo (Sistema 1) entra en escena es difícil hacerle caso a la razón (Sistema 2):

La excitación emocional es de naturaleza asociativa, automática e incontrolada, e impulsa a la acción protectora. El Sistema 2 podrá «saber» que la probabilidad es baja, pero este conocimiento no elimina la incomodidad que uno mismo se crea y el deseo de evitarla. El Sistema 1 no puede desconectarse. La emoción no solo es desproporcionada a la probabilidad; también es insensible al grado exacto de probabilidad. Supongamos que dos ciudades han sido alertadas de la presencia de terroristas suicidas. Los habitantes de una de ellas han recibido la información de que hay dos individuos dispuestos a activar sus bombas. Y los de la otra se han enterado de que hay uno solo dispuesto a cometer el mismo acto. El riesgo en esta segunda es la mitad del de la primera, pero ¿se sienten más seguros?
Kahneman sabe bien de lo que habla. Nacido en Tel Aviv, el célebre psicólogo vivió en Israel durante la Segunda Intifada, periodo en el que los atentados suicidas en el interior de autobuses eran relativamente frecuentes. Incluso alguien como él, que ha dedicado treinta años a investigar la irracionalidad del ser humano (incluyendo la heurística de disponiblidad), no podía dejar de verse afectado por el miedo, aún sabiendo que el riesgo era insignificante. Según sus propias palabras (ibídem Kahneman):

No tuve muchas ocasiones de viajar en un autobús, pues utilizaba un coche de alquiler, pero estaba apesadumbrado porque me di cuenta de que mi comportamiento también resultó afectado. Frente a un semáforo en rojo evitaba parar cerca de un autobús, y cuando se encendía la luz verde, arrancaba más deprisa de lo normal. Me sentía avergonzado, porque yo conocía mejor la situación. Sabía que el riesgo era insignificante, y que cualquier efecto del mismo en mis actos me haría asignar un «valor decisorio» desmesuradamente alto a una probabilidad minúscula. Era más probable que resultara herido en un accidente de tráfico que por pararme junto a un autobús. Pero el motivo de que evitara los autobuses no era una preocupación racional por sobrevivir. Me dominaba la experiencia del momento: el hallarme cerca de un autobús me hacía pensar en bombas, y ese pensamiento era incómodo. Evitaba los autobuses porque quería pensar en cualquier otra cosa.
Curiosamente, el propio hecho de no ser viajero habitual en autobús pudo impedir a Kahneman superar su medio. Los economistas Becker y Rubinstein analizaron el comportamiento de la población Israelí durante la Intifada y encontraron que la bajada en la demanda de servicios que han sido objeto de ataques terroristas (bares, centros comerciales, etcétera) se debe únicamente a la reacción de los consumidores ocasionales de los mismos. Según ellos, la predisposición a controlar las propias emociones depende de los costes y beneficios económicos asociados con la adquisición de este autocontrol:

Consistent with the theoretical predictions, Becker and Rubinstein find, for instance, that the overall effect of attacks on the usage of goods and services subject to terror attacks (buses, malls, restaurants) reflects solely the reactions of occasional users and consumers. Terrorist attacks do not have any effect on the demand for these goods and services by frequent users and consumers. The reason is that frequent users are those who also tend to receive greater benefits from learning to overcome fear. Furthermore, once an individual learns to control fear triggered by, say, bus attacks, this control reduces the degree to which other types of terrorism (e.g., attacks in malls, coffee shops, or restaurants) cause her or his subjective and objective beliefs to diverge.
Como dice Nassim Taleb: «el terrorismo mata, pero el mayor asesino sigue siendo el entorno». La diferencia, continúa, es que las respuestas emocionales en ambos casos son distintas. «Sentimos el aguijón del daño producido por el hombre más que el que causa la naturaleza». El terror le habla directamente a la zona más primitiva del cerebro, y los medios de comunicación no hacen sino empeorarlo. Momentos como este son propicios para poner énfasis en dos sanas costumbres de la vida diaria: controlar nuestras emociones e ignorar a nuestro cuñado.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Consejos vendo

Existe una expresión en el habla inglesa para referirse a esas personas que piden consejo constantemente pero que siempre acaban haciendo lo contrario de lo que les dicen. Los llaman askholes, un juego de palabras mezcla de ask (preguntar) y asshole (gilipollas). Sospecho que ustedes también conocen a mucha gente así.

Me atrevería a decir que todos somos askholes en mayor o menor medida. A menudo no buscamos un consejo sincero sino que nos digan lo que queremos oír (ya saben, el sesgo de confirmación). En esas ocasiones solo haremos caso si las sugerencias recibidas concuerdan con lo que ya teníamos pensado hacer (hay gente que incluso llega a pagar a un psicólogo para que le dé indicaciones que luego ignorará). Pero también puede ocurrir que no apliquemos el asesoramiento que nos dan porque no nos sea útil o practicable.

Foto de www.gotcredit.com
Edward Felten es profesor en Princeton y en 2011 comenzó a trabajar como jefe de tecnología en una agencia del gobierno de los Estados Unidos. Cuando se trata de asuntos técnicos, a menudo los políticos toman decisiones que se nos antojan absurdas o ridículas, lo cual no hace sino confirmar nuestra visión de ellos como seres carentes de seso, corruptos, aprovechados o ladrones. Sin embargo, para Felten la realidad es más complicada. En una magnífica charla cuenta sus experiencias tras dieciocho meses en el gobierno y explica por qué se aprueban leyes que parecen no tener sentido. También reflexiona sobre cuál es la mejor manera de asesorar a un político. Mientras le escuchaba me di cuenta de que sus intuiciones son generalizables y que podía aprender de él cómo dar mejores consejos en general.

Supongamos, dice Felten, que un amigo de otro país viene a visitarnos a nuestra ciudad y nos pregunta por un sitio en el que cenar. Este es un caso sencillo pero la pregunta podría tener más enjundia (¿debo cambiar de trabajo? ¿sigo luchando por mi relación?). Una primera aproximación al problema es no querer involucrarse demasiado en la vida de la otra persona, esto es, partir de la premisa de que no estamos capacitados para decirle a alguien cómo vivir su vida. Desde esta perspectiva podemos responder a su pregunta solo con hechos y dejar que el otro decida. De modo que le damos a nuestro amigo un mapa, la carta de cada restaurante en la ciudad y un libro sobre nutrición humana. De esta manera ya tiene todo lo que necesita para tomar una decisión informada.

Obviamente, hacer eso no va a servir de nada a nuestro amigo. Si ante la pregunta «¿debo cambiar de trabajo?» sacamos a colación la tasa de paro actual, el número de ofertas disponibles para su perfil laboral, los salarios y horarios disponibles, etcétera, no estamos siendo útiles. Todo ello son datos que nuestro amigo ya conoce de antemano o que puede buscar por sí mismo. Lo que él busca, continúa Felten, no son datos, sino nuestra valoración, nuestro juicio.

Pasemos ahora al extremo opuesto, es decir, a aquellas personas a las que les encanta decirles a los demás cómo vivir su vida. Cuando pedimos consejo a tales individuos lo que obtenemos es una decisión dictada («haz esto») con el añadido habitual de que, si no lo hacemos, nos tachará de idiotas. Este comportamiento es típico de personas con opiniones fuertes que están convencidos de que solo hay una forma de ver el mundo o hacer las cosas: la suya. Además creen que sus conclusiones deberían ser obvias para cualquier ser viviente, por lo que cualquiera que no piense como ellos o no hagan lo que ellos proponen es un desviado.

De acuerdo con el profesor de Princeton, decirle a alguien lo que tiene que hacer tampoco es la forma más apropiada de dar consejos. Siguiendo con nuestro ejemplo, lo que haría uno de estos dictadores es enviar al amigo a su hamburguesería favorita sin tener en cuenta si a este último le gustan las hamburguesas, tiene el colesterol alto o debe vigilar la ingesta de sal (y no digamos ya si resulta que su amigo es vegetariano, en cuyo caso le tomará por anormal directamente y le explicará con pelos y señales lo idiota que es por no comer carne). Por otro lado, pedir consejo no equivale a dar permiso para que nos digan cómo vivir nuestra vida. Cada uno de nosotros responde antes ciertas personas y ante sí mismo. En mi humilde opinión, decirle a alguien cómo vivir su vida es sobrepasarse:

We have to try to do the right thing on our own. We can ask for advice, we can read books, but in the end, we have to make our own decisions and live with them. There are no moral experts. There are no gurus so wise and clever that they can lead our lives for us. Living successfully and being moral isn’t a kind of knowledge at all. It’s a matter of making judgements based on our own experience and our own principles. We have to choose what we think is the correct course of action and hope that we’re more or less right.
La tercera forma de asesoramiento que analiza Felten es descargar nuestro cerebro. En el caso que nos ocupa lo que haríamos es decirle a nuestro amigo todo lo que sabemos sobre los restaurantes de la ciudad, cómo solemos decidir nosotros mismos dónde cenar, qué solemos aconsejar a otras personas, así como todos los pros y los contras que conocemos de cada sitio («este está muy lleno a partir de cierta hora», «en este otro te atienden muy despacio», etcétera). Al hacer esto es posible que nuestro amigo se convierta en un experto en los restaurantes de nuestra ciudad pero sigue sin saber dónde cenar porque muy probablemente no tendrá ni el tiempo ni las ganas necesarios para oír nuestra disertación.

¿Cómo podemos ser útiles a nuestro amigo? Para Felten es una cuestión de sumar a nuestro conocimiento los conocimientos de nuestro amigo y sus preferencias. Siempre habrá cosas que nosotros no sepamos y que sean relevantes a la hora de actuar, como el colesterol alto que hemos mencionado antes. La manera de proceder, por tanto, sería obtener de la otra persona su conocimiento y sus preferencias (¿tienes coche? ¿te gusta la comida picante? ¿eres alérgico a algún alimento? ¿te gusta probar cosas nuevas? ¿qué restaurantes sueles visitar en tu ciudad natal?). Con esa información podemos hacernos una idea de lo que le gusta y lo que realmente quiere y hacer un puñado de recomendaciones basadas en dicha información, mencionando las ventajas y desventajas en términos que sean importantes para la otra persona («en este sirven menú sin sal», «en este otro no hay platos sin gluten ni frutos secos»).

El inconveniente de este proceso es que requiere bastante comunicación y, por tanto, puede ser un poco lento. Hay que hacer unas cuantas preguntas, de cuyas respuestas se pueden derivar más cuestiones, así como recoger información sobre cómo fue la decisión («¿te gustó el sitio al que fuiste al final?») de forma que la próxima vez podamos aconsejar aún mejor. También es necesario que haya confianza mutua, sostiene finalmente Felten.

A mi juicio, una de las falacias más extendidas acerca de la toma de decisiones es que la calidad de la misma depende de los datos de los que disponemos. Lo cierto es que las decisiones de un político o un amigo no tienen por qué mejorar por el mero hecho de que les proveamos de una extensa lista de números o de hechos. Este año hemos hablado mucho sobre cómo los hechos por sí mismos no afectan a nuestras creencias como suponemos. También hemos hablado de cómo a nuestra mente no se le da demasiado bien manejar grandes cantidades de datos y determinar qué es realmente importante y qué no.

Al igual que los buenos sistemas, los buenos consejos tienen en cuenta tanto nuestros juicios como las preferencias, virtudes y limitaciones de quien los recibe. Puede que una combinación de ejercicios con cargas e intervalos de alta intensidad sea lo mejor para perder peso, pero a una persona con un gran sobrepeso probablemente le convendrá más andar que hacer ejercicios pliométricos. A alguien tímido y con baja autoconfianza no le servirá de mucho proponerle que se plante ante su jefe y le cante las cuarenta para conseguir un aumento. Y así siguiendo.

¿Servirán los buenos consejos para reducir el número de askholes? No tengo respuesta para eso. En cualquier caso, no se sientan askholes si ignoran todo lo expuesto aquí. Al fin y al cabo, ustedes no pidieron consejo sobre cómo dar consejos.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Los próximos treinta años

Las guerras del futuro no se librarán en un campo de batalla ni en el mar. Se librarán en el Espacio o, en su lugar, en la cima de una montaña muy alta. En cualquier caso, la mayor parte del combate será llevado a cabo por pequeños robots. Cuando salgáis hoy de aquí recordad siempre que vuestro deber está muy claro: construir y mantener esos robots.
—Los Simpson 4F21

Hablaba hace unos días con una amiga sobre cómo el futuro imaginado por los guionistas del largometraje Regreso al futuro II no se ha materializado. En lugar de zapatillas que se atan solas tenemos paloselfis, en lugar de ropa cuya talla se ajusta automáticamente tenemos paloselfis, y en lugar de patinetes y coches voladores tenemos... memes y emojis. Mi amiga y yo nos preguntábamos en qué momento la Humanidad se había perdido.

Aún así, algunas predicciones de la película sí se han hecho realidad, como los remakes en tres dimensiones, las videollamadas o la nostalgia de los ochenta. Si ustedes creen que pueden hacerlo mejor, Luis Tarrafeta ha comenzado en su blog una casa de apuestas al estilo de longbets.org. En caso de que su pronóstico (con un horizonte mínimo de dos años) resulte acertado pueden ganar una cena o unas cervezas gratis.

Foto de rjrgmc28
No es más que la verdad sencilla cuando decimos que a los humanos se nos da fatal predecir el futuro. A este respecto les recomiendo el libro de Dan Gardner titulado Future Babble: Why Expert Predictions Are Next to Worthless, and You Can Do Better. En él encontrarán célebres predicciones fallidas, como las de Paul Ehrlich sobre superpoblación y hambrunas, o aquella otra muy popular en la década de los setenta que aseguraba que se acabaría todo el petróleo en unos treinta años, con consecuencias desastrosas. Otras son menos conocidas pero igualmente erradas, como la aseveración hecha por el periodista H. N. Norman de que se había llegado a la paz eterna meses antes de que estallara la Primera Guerra Mundial. Muchas otras las he vivido de primera mano. A finales de los ochenta, verbigracia, parecía que Japón iba encaminado a dominar la economía mundial, cuando lo que ocurrió fue que pocos años después su economía se hundió. A finales de los noventa, con la economía estadounidense funcionando a todo gas daba la impresión de que eso del crecimiento económico estaba dominado, y se publicó Dow 36,000. Poco después de la aparición del libro el índice Dow Jones marcó su máximo en menos de 12.000 y empezó un doloroso descenso producido por la explosión de la burbuja de las puntocom.

Un compendio de todas las razones por las que los humanos somos tan malos haciendo predicciones da para llenar una biblioteca, pero una de las causas más importantes tiene que ver con nuestra propia psicología. Cuando hacemos predicciones sobre el futuro solemos limitarnos a extender de forma ingenua las tendencias actuales, de manera que si vivimos una época de bonanza vaticinaremos un futuro brillante, mientras que en épocas de crisis la mayoría de voces advertirá que el fin de la civilización está cerca. Esto se conoce como sesgo del statu quo:

In psychology and behavioral economics, status quo bias is a term applied in many different contexts, but it usually boils down to the fact that people are conservative: We stick with the status quo unless something compels us otherwise. In the realm of prediction, this manifests itself in the tendency to see tomorrow as being like today. Of course, this doesn’t mean we expect nothing to change. Change is what made today what it is. But the change we expect is more of the same. If crime, stocks, gas prices, or anything else goes up today, we will tend to expect it to go up tomorrow. And so tomorrow won’t be identical to today. It will be like today. Only more so.
En realidad, esta no es una mala regla heurística. En 2007, Ron Alquist y Lutz Kilian observaron que el mejor método para predecir el precio futuro del petróleo es, simplemente, suponer que será el mismo que hoy. Parece una regla absurda y está lejos de ser precisa pero, aún así, tal como demostraron estos dos economistas en su estudio es mejor que cualquier otro método, ya sean modelos econométricos, precios en mercados de futuros u opiniones de expertos. En este mismo sentido, Philip Tetlock advirtió en su experimento que quienes más aciertan en sus augurios son aquellos que menos se alejan del statu quo:

Each step from the equilibrium is harder than the last. Negative feedback stabilizes social systems because major changes in one direction are offset by counterreactions. Good judges appreciate that forecasts of prolonged radical shifts from the status quo are generally a bad bet.
El problema es que los cambios económicos, políticos y sociales son acumulativos, y cuanto más largo es el horizonte de predicción mayor es la probabilidad de que aparezcan cisnes negros en el camino (ibídem Gardner):

This tendency to take current trends and project them into the future is the starting point of most attempts to predict. Very often, it’s also the end point. That’s not necessarily a bad thing. After all, tomorrow typically is like today. Current trends do tend to continue. But not always. Change happens. And the farther we look into the future, the more opportunity there is for current trends to be modified, bent, or reversed. Predicting the future by projecting the present is like driving with no hands. It works while you are on a long stretch of straight road, but even a gentle curve is trouble, and a sharp turn always ends in a flaming wreck.
Dejemos a un lado las predicciones políticas y económicas y hablemos brevemente sobre los cambios tecnológicos. Actualmente se habla mucho sobre el impacto que tendrán los robots y tecnologías como Bitcoin. Obviamente, todas las predicciones al respecto son mera especulación y solo con el paso del tiempo veremos qué ocurre. De la misma manera que no podemos hacer predicciones precisas a treinta años vista cuando se trata de sistemas sometidos al caos y a la aleatoriedad tampoco estamos en posición de hacerlos en lo que a tecnología se refiere. Una razón para ello fue expuesta por Karl Popper allá por la década de 1930 (ibídem Gardner):

“The course of human history is strongly influenced by the growth of human knowledge,” Popper wrote. But it’s impossible to “predict, by rational or scientific methods, the future growth of our scientific knowledge” because doing so would require us to know that future knowledge, and, if we did, it would be present knowledge, not future knowledge. “We cannot, therefore, predict the future course of human history.”
Existe otra razón posible, propuesta por Nassim Taleb, que tiene que ver con la forma en que enfocamos el problema de hacer predicciones. Cuando imaginamos el futuro tendemos a pensar en las novedades cuando lo correcto –según él– es centrarse en aquello que desaparecerá (énfasis en el original):

Now close your eyes and try to imagine your future surroundings in, say, five, ten, or twenty-five years. Odds are your imagination will produce new things in it, things we call innovation, improvements, killer technologies, and other inelegant and hackneyed words from the business jargon. These common concepts concerning innovation, we will see, are not just offensive aesthetically, but they are nonsense both empirically and philosophically.
Why? Odds are that your imagination will be adding things to the present world. I am sorry, but [...] this approach is exactly backward: the way to do it rigorously, according to the notions of fragility and antifragility, is to take away from the future, reduce from it, simply, things that do not belong to the coming times. Via negativa. What is fragile will eventually break; and, luckily, we can easily tell what is fragile.
Por supuesto, eso no quiere decir que no vayan a aparecer nuevas tecnologías. Lo que este autor sostiene es que algunas tecnologías será reemplazadas por otra cosa, y que esa «otra cosa» es impredecible. Para saber qué tecnologías tienen más probabilidad de desaparecer, Taleb sugiere una regla sencilla (el énfasis es mío):

For the nonperishable, every additional day may imply a longer life expectancy.
So the longer a technology lives, the longer it can be expected to live.
[...] If a book has been in print for forty years, I can expect it to be in print for another forty years. But, and that is the main difference, if it survives another decade, then it will be expected to be in print another fifty years. This, simply, as a rule, tells you why things that have been around for a long time are not “aging” like persons, but “aging” in reverse. Every year that passes without extinction doubles the additional life expectancy. This is an indicator of some robustness. The robustness of an item is proportional to its life!
De acuerdo con este razonamiento, uno los grandes aciertos de Regreso al Futuro II es suponer que en 2015 aún habría periódicos en papel.

Independientemente del zeitgeist, una de las predicciones que siempre está ahí es la del fin del mundo: que si el LHC, que si los Mayas, que si el efecto 2000, que si la energía nuclear, que si Nostradamus, que si la caída del Imperio Romano. Es como si la Humanidad pensara, a cada paso que da, que todo está estropeado sin remedio y que el apocalipsis nos aguarda en los próximos años, si no meses. Pero aquí seguimos, oiga.

Incluso en nuestra vida diaria podemos ver la obsesión con proclamar el fin de algo, ya sea la prensa escrita, alguna tecnología concreta o el dominio de un equipo como el Barcelona de Guardiola. Yo, verbigracia, llevo ya cinco años oyendo a la gente que se marcha de la empresa en la que trabajo decir que la compañía está acabada, que va a cerrar y que huya cuanto antes. Bien es cierto que hace aproximadamente año y medio estuvo a punto de declararse en bancarrota, pero el hecho es que superó el bache y ahí sigue, ofreciendo sus servicios. Y, si Taleb tiene razón, ahí seguirá otros quince años. Personalmente, tengo mis reservas de que vaya a durar tanto pero no se preocupen, en 2030 les diré quién tenía razón. Si el mundo no se ha acabado, claro.