lunes, 13 de julio de 2015

Confía en mí, soy un experto

La ley de Cunningham, versión actualizada del dicho francés prêcher le faux pour savoir le vrai (predica lo falso para obtener la verdad), establece que la mejor manera de obtener la respuesta correcta en internet no es hacer una pregunta, sino publicar la respuesta equivocada. Se basa en el hecho de que, al parecer, las personas somos más proclives a corregir a los demás que a simplemente responder sus dudas. Huelga decir que esta tendencia no se limita al mundo digital. Si, como el abajo firmante, han pasado algún tiempo en una sala de pesas concurrida sabrán a qué me refiero. No hay gimnasio que no cuente con su experto o grupo de expertos empeñados en afear el entrenamiento de los demás y corregir cada aspecto de su rutina de ejercicio, desde la selección de los movimientos hasta su ejecución, todo ello sin ninguna solicitud previa por parte de la víctima.

XKCD: Dutty Calls
Desde pequeñito he recurrido a los expertos. Siempre que quería hacer algo quería hacerlo bien y procuraba empaparme, principalmente a través de la lectura, de las enseñanzas de los entendidos en el campo en cuestión para saber cuál era la forma «correcta». Recuerdo, verbigracia, un álbum de cromos que tenía en el que Paco Gento enseñaba a jugar al fútbol (cómo regatear, cómo pasar, cómo chutar...). Y así, con el paso de los años mi biblioteca se ha llenado de libros escritos por los maestros de cada palo que he tocado, desde los dinosaurios hasta la programación, pasando por el entrenamiento físico o la fisioterapia, entre muchos otros. Encontré que, sin importar el tema del que se tratara, en cada caso había una gran cantidad de conocimiento por descubrir y un gigantesco ejército de guardianes de dicho conocimiento. Como dice la narración inicial del documental La industria de los expertos:

Expertos: no podemos vivir sin ellos. Nos dicen cómo arreglar nuestro coche, cómo decorar nuestra casa, cómo criar a nuestros hijos y cómo cocinar nuestros alimentos. Nos dicen qué vinos beber, qué arte comprar y qué opiniones debemos tener, además de cómo comer bien, cómo hacer ejercicio bien y cómo vivir eternamente. Están en todas partes y los necesitamos porque vivimos en un mundo frenético donde hay demasiada información para procesarla por nosotros mismos.
Efectivamente, hay expertos para todo. Desde lo más banal (pelar una naranja) a lo más importante (vivir) es posible encontrar un buen puñado de eruditos, entrenadores, analistas y consultores que afirman poseer la solución óptima o el enfoque adecuado. Publican libros, escriben blogs, salen por la televisión, hablan en la radio y ofrecen sus servicios como entrenadores o consejeros. Con tal cantidad de asesoramiento disponible uno no puede dejar de preguntarse cómo es que hay todavía tantos problemas en el mundo. ¿Por qué nuestro equipo favorito sigue fichando jugadores que no dan la talla? ¿Por qué hay todavía millones de personas que viven en la pobreza extrema? ¿Por qué la obesidad continúa aumentando en los países desarrollados? ¿Por qué tomamos tantos antidepresivos? ¿Cómo es posible que aún no se hayan logrado domar los ciclos económicos? Y lo más importante: ¿por qué hay todavía gente tan estúpida y que hace las cosas tan mal?

Sospecho que mentalmente han respondido a dichas preguntas con alguna variación de esta afirmación: los expertos no tienen ni idea. Si ha sido así, sepan que las pruebas en favor de una versión débil de esta hipótesis se han ido acumulando con el tiempo. Los expertos en vino son incapaces de distinguir uno bueno de uno barato (algunos de estos experimentos son mencionados en el documental). Los expertos en arte pueden ser engañados (otro ejemplo del documental). Los inversores financieros son incapaces de batir de manera consistente al mercado, lo que está llevando el dinero de los fondos de gestión activa a los fondos indexados. Los expertos en política son, tomando sus predicciones en conjunto, poco mejores que un chimpancé lanzando dardos a una diana. Por no hablar de los economistas y las crisis financieras.

Una de las pruebas más evidentes de que los expertos saben menos de lo que creen saber es que son incapaces de ponerse de acuerdo entre ellos mismos. Si reunimos a una muestra representativa de gente versada en un mismo tema, entre ellos mantendrán opiniones opuestas. En ese caso, obviamente, no todos pueden tener razón. De nuevo el gimnasio es buen ejemplo: da igual lo que hagas, siempre habrá alguien que te diga que lo estás haciendo mal y debes hacer «esto otro». Si haces press de banca con los pies en el suelo, te dirán que los mantengas en el aire («para aislar el pectoral»). Si los mantienes en el aire, te recomendarán que los apoyes en el suelo («para mantener la estabilidad»). Si corres en la cinta, te mandarán a la máquina elíptica («es menos agresiva con las articulaciones»). Si te subes en la elíptica, te mandarán a la cinta de correr («es un movimiento más natural»). De la misma forma: ¿una economía se reflota con gasto público o con austeridad fiscal? ¿Nuestra dieta debe basarse principalmente en glúcidos, proteínas o grasas? ¿El bebé debe dormir con los padres o en su cuna? ¿Hay que dejarle llorar hasta que se canse o cogerle en brazos? En la vida ¿debemos ser optimistas a toda costa o potenciar nuestro carácter natural? ¿Debemos luchar por mejorar esa relación difícil o abandonarla? La tortilla de patatas ¿con cebolla o sin cebolla?

Curiosamente, las cadenas de radio y televisión aprovechan estas discrepancias para rellenar su programación. Un formato habitual de programa consiste en sentar a uno o varios expertos en política o economía con visiones opuestas y hacerlos discutir durante horas con el pretexto de analizar la actualidad. Por desgracia, los incentivos que tienen los medios de comunicación les hacen escoger los peores expertos de entre todos los disponibles. David Freedman nos recuerda que la prioridad de la prensa, la televisión y la radio no es hacernos llegar la verdad, sino lograr que los leamos, veamos o escuchemos:

The media don’t, by and large, exist solely to tell us what’s right and true; they exist to get us to read about, watch, and listen to them, and that often means selecting and presenting expert findings in a way that is entertaining, provocative, useful sounding, and otherwise satisfyingly resonant. Claiming that journalists are devoted to bringing the truth to light is a bit like saying accountants are dedicated to upholding tax laws—it’s often more about knowing how far you can go in the other direction without getting into real trouble.
Es por ello que las cadenas buscan expertos que ofrezcan consejos simples, decisivos, universales y fáciles de digerir, personas confiadas que puedan decir frases memorables y no atiendan a matices. Philip Tetlock descubrió que, por desgracia, este tipo de experto demandado por los medios de comunicación es el que más se equivoca:

[O]ne of the more disconcerting results of this project has been the discovery of an inverse relationship between how well experts do on our scientific indicators of good judgment and how attractive these experts are to the media and other consumers of expertise. The same self-assured hedgehog style of reasoning that suppresses forecasting accuracy and slows belief updating translates into compelling media performances: attention-grabbing bold predictions that are rarely checked for accuracy and, when found to be wrong, that forecasters steadfastly defend as “soon to be right,” or “almost right” or as the “right mistakes” to have made given the available information and choices.
Un ejemplo paradigmático de esto es el fútbol. Como demuestra casi cada día el blog La libreta de Van Gaal, los expertos y periodistas deportivos no dan una en sus pronósticos sobre resultados, nunca atinan con los fichajes, y se contradicen a sí mismos con toda naturalidad y ninguna vergüenza. A pesar de ello, salmodian como si poseyeran la verdad absoluta, prístina e incuestionable. Desafortunadamente, el panorama en áreas tales como la economía o la política (mucho menos importantes que el fútbol, por supuesto) es igual de deprimente.

Los anglosajones tienen su propio término para esos consejos que salen de boca de los expertos informales de gimnasio: bro science. Evidentemente, se trata de un término peyorativo. También tienen otra expresión que utilizan a modo de escudo aquellos que hacen gala de cierto desarrollo muscular cuando alguien cuestiona sus falsos mitos o creencias sobre la fisiología humana: «do you event lift?». La idea subyacente a dicha frase, y que casi no necesito explicar, es que ciertos logros conllevan cierto conocimiento, por lo que si alguien no alcanza dichos logros se debe que en realidad es un ignorante.

Es esta una barrera de la que cualquier experto puede echar mano para defenderse de los legos en la materia: tú no has logrado nada en este campo, no tienes mis credenciales ni mi experiencia. Por tanto, no sabes nada y no estás capacitados para cuestionarme. Claro que ese es un argumento de autoridad circular: el experto tiene razón porque solo los expertos en un campo son los que saben y él es un experto. Lo bueno es que en estas situaciones siempre es posible señalar a otro experto más distinguido que opine lo mismo que nosotros. Google siempre nos dará la razón.

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