lunes, 6 de julio de 2015

El amargo sabor de la tarta de cumpleaños

«Tick, tick, tick. That's the sound of your life running out.»
—Dexter S05E08

Puede que no quede elegante, pero nunca está de más hacer referencia al cumpleaños propio en un blog personal por si acaso el personal se anima y envía alguna que otra presea, aunque sea con retraso. Yo completé hace unos días una nueva elipse alrededor del Sol y sobreviví, lo cual no es moco de pavo si tenemos en cuenta aquel estudio que aseguraba que nuestra probabilidad de muerte es un catorce por ciento mayor el día que celebramos nuestro portentoso nacimiento. Al parecer, la depresión del cumpleaños puede generar un estrés letal. Avisados quedan.

Foto de Debbie R
Es la elipse una metáfora muy apropiada en mi caso pues el tiempo pasa y al final vuelvo al punto de partida, sin progresar pero más viejo. Los años transcurren y no hay ningún avance en lo atinente a aquellas dudas vitales que ya expresé en aniversarios anteriores. Durante los primeros veinticinco años de vida cada cumpleaños abría nuevas posibilidades: más libertad, más independencia, mayor responsabilidad. Experimentamos nuevos eventos, memorables y radicalmente distintos, casi a diario. Es la época de las primeras veces: el primer día de escuela o universidad, las primeras vacaciones, el primer viaje, el primer beso, la primera relación sexual. Nuestras capacidades físicas y mentales van aumentando hasta alcanzar su cénit. A partir de los treinta, sin embargo, la vida diaria se convierte en una rutina automática de la que apenas somos conscientes. Como dijo William James: «los días y las semanas se diluyen en nuestro recuerdo hasta convertirse en unidades carentes de sentido. Los años se vacían y se derrumban». Es la época del ciclo vital en la que nuestro bienestar comienza a descender. Aquella tarta de cumpleaños otrora dulce se va amargando conforme crece la sensación de que el tiempo para realizar nuestros planes o hacer algo en la vida se agota, el envejecimiento empieza a dejar su marca y, en muchos casos (entre los que me incluyo), uno se da cuenta de que esto no es lo que había imaginado de pequeño.

A estas alturas la mayoría de los que conozco a mi alrededor y tienen más o menos mi edad ha optado por o está en trámites de casarse y tener hijos, no necesariamente en ese orden. He concluido que esa es una manera conveniente de dotarse a uno mismo de un proyecto vital a largo plazo. Supone crear una vida y darle forma a una persona, la forma más habitual de dejar huella en el mundo. Durante dos décadas todo girará en torno a los cachorros. Eso da sentido y significado, y tiene la ventaja añadida, oída en boca de varios padres, de que la paternidad «te quita mucha tontería». Respecto a quienes no contemplan la descendencia en sus vidas, he observado que suelen optar por experiencias recreativas: fiestas, viajes, aventuras, etcétera. Vivir la vida, lo llaman. Para mí, todo eso no es más que una variación de la rueda hedónica, algo que no casa con mi carácter por razones que ya expliqué.

Carente (al menos por el momento) de objetivos y proyectos, no puedo sino considerar mi vida completa, en el sentido de que no habrá nada nuevo o reseñable en años venideros. Esto es todo. No hay más. Solo queda el tedio. No puedo sino hacer mías aquí las palabras de Bertrand Russell cuando escribió:

Yo no nací dichoso. De niño, mi himno favorito era: «Cansado del mundo y con el peso de mis pecados». A los cinco años yo pensaba que si había de vivir setenta no había pasado aún más que la catorceava parte de mi vida vital, y me parecía casi insoportable la enorme cantidad de aburrimiento que me aguardaba. En la adolescencia la vida me era odiosa, y estaba continuamente al borde del suicidio, del cual me libré gracias al deseo de saber más matemáticas.
Pero quizá esté enfocando la vida de forma equivocada. Tal vez no se trate de objetivos y proyectos. Acaso sea erróneo concebir la vida como una lista de cosas por hacer de la que ir tachando elementos. He descubierto muy recientemente que lo que me ocurre puede deberse a que me haya saltado un paso, a saber, no me he preguntado qué tipo de persona quiero ser:

Goals are ultimately informed by our values. Many folks don't take the time to actually set goals and strive to attain those. That's because they haven't done the initial work, which is the values work, clarifying who you want to be in the particular areas of your life, and then, developing goals and taking steps in your life to achieve those goals. And when you accomplish those goals, they communicate back to you that you're living life to its fullest. Essentially, you're doing what matters most.
La cita anterior es de Clay Cook, instructor de un MOOC sobre gestión del estrés. Una de las lecciones de este curso versa sobre la «teoría de la aceptación y el compromiso» (ACT, por sus siglas en inglés), una forma de psicoterapia que, entre otras cosas, busca aclarar nuestros valores y hacer que nos comprometamos a obrar de acuerdo con ellos. Estos valores deberían guiarnos en cada instante para decidir qué es lo verdaderamente importante, lo que tenemos que hacer en cada momento:

Values are all about being the person you want to be, doing what matters most to you in life. It just so happens when people commit to living consistent with their values, that as being the person they want to be, they reflect on their lives as being more meaningful, purposeful, and, ultimately, more fulfilled.
Un buen ejemplo de esta idea aristotélica sería Benjamin Franklin, uno de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, el cual, a los veinte años, se enmbarcó en la augusta tarea de alcanzar la perfección moral. Para ello se comprometió a regirse por trece virtudes, midiendo diariamente su progreso:

When Benjamin Franklin was an old man he revealed the secret of his fulfilling life. It was, he said, a technique that he had invented in his twenties to improve his personality.

[...] The approach Franklin took to building good character began by identifying its essential ingredients. Franklin was already clear about the character traits that interested him, which he called “the moral virtues.” [...] In Franklin’s case, he decided “for the sake of clearness, to use rather more names, with fewer ideas annexed to each,” and settled on 13 virtues, with brief explanations

[...] Day by day he kept a record in a tiny book in which he “might mark, by a little black spot, every fault I found upon examination to have been committed respecting that virtue.”

[...] Franklin kept returning to the program from time to time and always carried his list with him, even in old age. In assessing this lifetime of practice, he concluded, “[T]hough I never arrived at the perfection I had been so ambitious of obtaining, but fell far short of it, yet I was, by the endeavor, a better and happier man than I otherwise should have been if I had not attempted it.”
Por una parte suena bien: nuestros valores nos dotan de una brújula vital y comprometernos a actuar según los mismos es un trabajo a largo plazo pero que también llena al día a día. Por otro lado, no deja de ser un paso atrás en el que estamos contestando una pregunta («¿qué hago con mi vida?») con otra («¿qué tipo de persona quiero ser?») para la que puede que tengamos respuesta, o no.

La vida es muy puñetera. Para empezar, solo tenemos una oportunidad, de manera que, en cierto modo, tenemos que hacerlo perfecto a la primera. Nuestra naturaleza y nuestro entorno nos ponen límites. Hemos de tomar decisiones cuyas consecuencias acarrearemos el resto de nuestras vidas cuando aún somos ignorantes. No hay respuestas únicas y definitivas para las preguntas más importantes. La incertidumbre nos produce ansiedad y las circunstancias pueden echar por tierra hasta el plan más cuidadoso. Además, como dice el chiste, cuando tenemos tiempo y energía, no tenemos dinero. Cuando tenemos energía y dinero, no tenemos tiempo. Cuando tenemos tiempo y dinero, no tenemos energía. Y cada año que pasa surge esa vocecilla que se pregunta si no estaremos desperdiciando nuestra vida. Esto de vivir, mucho me temo, es una trampa mortal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario