lunes, 22 de junio de 2015

La serpiente que no está

Hoy voy a contarles algo de mi vida. No es algo alegre, así que pueden saltárselo si no están de humor; no voy a ofenderme. Se lo cuento, como me dijo el médico aquel después de relatarme pormenorizadamente su fin de semana, por si les sirve.

Foto de docentjoyce
Estaba durmiendo tranquilamente cuando me desperté para ir al baño. Al volver a acostarme comencé a sentir un malestar general. Me incorporé un poco y entonces empezó: el corazón latiendo a toda prisa, la respiración agitándose, el pulso en las sienes, el calor en las extremidades. Era la primera vez que me ocurría algo así. Tomando una decisión mezcla de miedo y de precaución me fui al hospital. Durante el trayecto vinieron los temblores, el frío inmenso en una noche calurosa, nuevas rachas de palpitaciones y la presión en el pecho.

Eran las dos y media de la madrugada así que no había mucha gente en urgencias. Enseguida me hicieron el electrocardiograma, me tomaron la tensión y me auscultaron. Todo estaba bien. «¿Has tomado Red Bull? ¿Drogas? ¿Hay algo que te preocupe». No, no y no. La cara de incredulidad de la doctora crecía con cada negativa. Finalmente, optó por recetarme un ansiolítico, me dijo que visitara al cardiólogo «por descartar» y me mandó a casa.

Múltiples teorías y modelos tratan de explicar y dar sentido a los trastornos de ansiedad. Algunos han quedado relegados al interés que tienen históricamente, como los freudianos o los conductistas. Otros descansan en tesis cognitivas, como el de la evaluación o el del autocontrol. Por último, están los modelos basados en la biología que utilizan perspectivas evolutivas o neurofuncionales. Al parecer, la ansiedad tiene tantas causas, manifestaciones y desarrollos posibles que ningún modelo actual puede explicarlo todo por sí mismo.

En mi caso, dado que no se ha podido identificar una causa, quizá los síntomas sean únicamente falsas alarmas de esta emoción moldeada por la selección natural. A veces una de nuestras respuestas viscerales automáticas puede activarse en ausencia de causa aparente, o podemos responder de forma exacerbada a un estímulo. Desde el punto de vista evolutivo tiene sentido. Es mejor tomar como serpiente lo que no es más que un palo que al revés, pues en caso de error quizá no haya una segunda oportunidad:

Overall, anxiety evolved to promote evolutionary fitness— that is, survival and reproduction. Whereas a modicum of anxiety is functional and adaptive, a total lack of anxiety or fear might bring a person to walk straight into a dangerous or life-threatening situation, reducing one’s chances for survival. From an evolutionary perspective, it is better to have a “wired-in” tendency to be somewhat oversensitive to threat. By “oversensitivity,” we mean making a “false-positive” decision, by responding with anxiety when no danger is present. There may be minor costs to unnecessary alarm reactions and futile mobilization of somatic and cognitive resources. However, the cost of a “false negative,” that is, failing to respond to a genuine threat, may be very high indeed. As noted by LeDoux (1996), it is better to have treated the stick as a snake than not to have responded to a possible snake. In fact, as succinctly phrased by Beck and Emery (1985), “One false negative and you are eliminated from the gene pool” (p. 4). Indeed, research shows that anxious individuals are inclined to overestimate the probability and seriousness of unfortunate events (Butler & Mathews, 1983).
Aunque es un sistema diseñado para proteger al individuo del daño, lo cierto es que puede volverse en contra del mismo. La «paradoja de la ansiedad» identificada por Beck y Emery en 1985 establece que una persona puede hacer florecer sin querer lo que más teme o detesta, perjudicándole. Por ejemplo, un jugador de fútbol encargado de lanzar un penalti decisivo puede estar tan preocupado por no fallar que la ansiedad le haga equivocarse en algo que ha hecho perfectamente mil veces antes. Más comúnmente, las alteraciones del sueño producidas por la ansiedad pueden generar una nueva angustia acerca de la falta de sueño en sí, lo que lleva a un círculo vicioso de ansiedad e insomnio crecientes.

Pocas semanas después del primer episodio me hice todas las pruebas de cardiología que la doctora estimó convenientes, y todas ellas dieron un resultado negativo. Al parecer, mi patata está perfectamente. Aún así, las palpitaciones habían vuelto a ocurrir de forma irregular, ora de noche, ora de día, siempre seguidas de temblores, frío, dolor en el pecho y problemas gastrointestinales. La cardióloga que me atendió volvió sobre lo mismo. «¿Hay algo que te preocupe?». De nuevo respondí que no.

Todo esto se me antojaba extraño. El primer ataque había tenido lugar después de pasar una de las mejores semanas de mi vida visitando Roma. Por lo general llevo una vida tranquila y mi trabajo no me estresa especialmente (o eso pienso yo). Hago ejercicio con regularidad, no bebo, no fumo y no tomo drogas. Ni siquiera tomo cafeína y, aunque bebo mucho té, hacía meses que me había pasado al desteinado. Empecé a pensar que quizá fuera eso. Tal vez la vida sana me estaba matando.

Con el paso de los días fueron apareciendo nuevos síntomas: mareos, parestesias en los antebrazos, la imposibilidad de quedarme dormido... El médico de familia no supo darme un diagnóstico. Cuando le interrogué sobre ello me dijo que había evitado a propósito hablar de ansiedad, pues lo consideraba un diagnóstico baúl del que los galenos abusaban. Me mandó al especialista en medicina interna el cual sentenció que, efectivamente, era un problema de ansiedad, así que bromazepam por las noches para poder dormir y nueva cita para dentro de un mes y medio.

Al principio me mostré reacio a tomar la medicación. Con las benzodiazepinas ocurre como con Hacienda: uno siempre acaba pagándolo más tarde. Claro que después de pasar casi tres días sin dormir un solo segundo, perder la visión del ojo derecho durante siete horas y con los ataques repitiéndose cada vez con más frecuencia, al final cambié de opinión y me uní al club del opio moderno. Por desgracia, no puede decirse que fuera mano de santo. Seguía (sigo) sin poder quedarme dormido con frecuencia y las sensaciones desagradables en el pecho, en lugar de desaparecer, se notan ahora de forma extraña, como algo sordo, lejano. Es como si estuviera desconectado de mis sensaciones internas.

En 1884, William James se preguntaba: ¿huimos corriendo de un oso porque estamos asustados, o estamos asustados porque hemos salido corriendo? Cuando vemos el oso, argumentó James, ponemos pies en polvorosa. Durante este acto de escape, el cuerpo experimenta ciertos cambios fisiológicos: sube la presión arterial, se acelera el pulso, las palmas de las manos nos sudan, etcétera. Situaciones emocionales distintas dan lugar a diferentes cambios corporales. En cada caso, las respuestas fisiológicas vuelven al cerebro en forma de sensaciones físicas, y este patrón único de retroalimentación sensorial es el que identifica cada emoción. Así, el miedo se siente de manera distinta al amor porque su firma fisiológica es diferente. El aspecto mental de la emoción, el sentimiento, sería esclavo de la fisiología, y no al revés. Por tanto, según James, tenemos miedo porque hemos salido corriendo y, de la misma forma, no lloramos porque estemos tristes, sino que estamos tristes porque lloramos.

Allá por la década de los sesenta del siglo pasado, Stanley Schachter y Jerome Singer tomaron como base el trabajo de William James para desarrollar su propia teoría de las emociones. Según ellos, los respuestas fisiológicas a las emociones son demasiado similares en muchos casos, lo que no nos permitiría identificar cada emoción basándonos solo en ellas como creía William James. Estos psicólogos sociales pensaron que cuando detectamos sensaciones físicas, evaluamos cognitivamente dichas sensaciones en el contexto de la situación y eso es lo que determina qué emoción sentimos:

Schachter and Singer tested this hypothesis by giving subjects injections of adrenaline, a drug that induces physiological arousal by artificially activating the sympathetic division of the ANS. The subjects were then exposed to either a pleasant, unpleasant, or emotionally neutral situation. As predicted, mood varied in accord with the context for the subjects given adrenaline but not for the control group that received placebo injections: adrenaline-treated subjects exposed to a joyful situation came out feeling happy, those exposed to an unpleasant situation came out feeling sad, and the neutral ones felt nothing in particular. Specific emotions were produced by the combination of artificial arousal and social cues. By inference, then, when emotionally ambiguous physiological arousal occurs naturally in the presence of real emotional stimuli, the aroused feeling is labeled on the basis of social cues. Emotions, in short, result from the cognitive interpretation of situations. 
La primera vez que se me aceleró el corazón yo era como uno de los sujetos de aquel experimento. Noté el corazón revolucionándose y me pregunté a santo de qué venía aquello. Enseguida me vinieron a la mente los antecedentes familiares de problemas cardíacos, lo cual (sospecho) no ayudó precisamente. Una vez descartadas las causas físicas para las palpitaciones, la interpretación de los ataques y, por ende, de las emociones que lo acompañan van mutando. Del miedo pasé a la frustración porque me ocurriera aquello sin venir a cuento y no pudiera controlarlo. A ratos esa frustración se convertía en depresión. Finalmente ha ido dando paso al mero fastidio conforme me he ido acostumbrando. Mi esperanza es que en algún momento próximo se vaya igual que vino.

Como podrán imaginar (o ya bien sabrán, si lo han sufrido en carne propia) la ansiedad se cobra un peaje. No es de extrañar que a menudo venga acompañada de depresión: la mezcla de insomnio, agitación, dolor e indefensión es un mal cóctel. Andrew Solomon describe muy bien lo que ocurre:

I had had anxiety, which is sheer terror; this was much more full of hatred, anguish, guilt, self-loathing. I have never in my life felt so temporary. I slept badly, and I was ferociously irritable. I stopped speaking to at least six people, including one with whom I had thought I might be in love. I took to slamming down the phone when someone said something I didn’t like. I criticized everyone. It was hard to sleep because my mind was racing with tiny injustices from my past, which now seemed unforgivable. I could not really concentrate on anything: I am usually a voracious summer reader, but that summer I couldn’t make it through a magazine. I started doing my laundry every night while I was awake, to keep busy and distracted. 
Por mi parte, yo también he hecho cosas de las que me arrepiento y por las que me ha tocado y aún me tocará pedir perdón. Para una persona como yo, inestable por naturaleza y carente de toda habilidad social, la irritabilidad y las respuestas emocionales desmesuradas no hacen más que empeorar la situación. Solo puedo, como digo, implorar el perdón de aquellos que lo han sufrido, y dar las gracias a quienes me soportan en esta época en la que soy más agotador que de costumbre.

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