Champán y fuegos artificiales, campanadas y cenas pantagruélicas. Buenos deseos para los demás y buenos propósitos para uno mismo. Es la noche de fin de año, aquella en la que -tal vez víctimas del alcohol- emerge un ánimo global de enmienda movido por un barco de optimismo que normalmente desaparece en la niebla pasados los primeros días del año nuevo.
Hacer una promesa de año nuevo es muy fácil, como todos sabemos. Uno dice «este año...»:
... voy a dejar de fumar
... voy a ir al gimnasio y me voy a poner petao'.
... voy a ahorrar.
... voy a ponerme a dieta.
... voy a dejar de beber.
... voy a hacer todo lo anterior.
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Claro que no. Sabemos que el problema no es decidirse a hacer algo, sino llevarlo a buen término. Pero ocurre que nuestros propósitos (sean o no de año nuevo) nacen enfermos, y por ende suelen morir prematuramente. Los objetivos que nos fijamos están infectados por la falacia del yo futuro: el hecho de suponer que, este año sí, tendremos la fuerza de voluntad necesaria para cambiar, que las circunstancias serán propicias para cumplir lo prometido, y que no habrá dificultades ni imprevistos que nos aparten del buen camino.
Dan Ariely tiene una magnífica charla sobre el autocontrol que retrata perfectamente lo que quiero decir:
«In the future we are wonderful people. We will exercise, we will diet, we will save, we will not text while driving... in the future we are wonderful people. The problem is we don't get to live in that future. We get to live in the present, and in the present we fail to temptation over and over.»Nunca llegamos a conocer a esa maravillosa persona que es nuestro yo futuro. Dado que vivimos en el presente es normal que el aquí y el ahora sean lo que más nos influye. Tal vez sea nuestra naturaleza:
El comportamiento correcto, ese que nos lleva a cumplir nuestro objetivo, pasa a ser asunto de nuestro futuro yo. Por tanto, nuestro yo presente lo pospone:«En momentos de tentación o indecisión [...] nos damos cuenta, de forma dolorosa, de que no hay motivos ni decisiones pasadas, por muy firmes que puedan ser, que determinen lo que queremos hacer ahora. Cada momento requiere una elección nueva o renovada.»
«Present bias is why you’ve made the same resolution for the tenth year in a row, but this time you mean it. You are going to lose weight and forge a six-pack of abs so ripped you could deflect arrows.
You weigh yourself. You buy a workout DVD. You order a set of weights.
One day you have the choice between running around the block or watching a movie, and you choose the movie. Another day you are out with friends and can choose a cheeseburger or a salad. You choose the cheeseburger.
The slips become more frequent, but you keep saying you’ll get around to it. You’ll start again on Monday, which becomes a week from Monday. Your will succumbs to a death by a thousand cuts. By the time winter comes it looks like you already know what your resolution will be the next year.»
¿Cómo podemos cumplir lo prometido? Hay varias listas de recomendaciones al respecto, y la charla de Ariely que he mencionado antes también menciona algunas técnicas. La idea básica en todos los casos es reconocer que cambiar es una guerra contra uno mismo, por lo que hay que minimizar el número de batallas que librar (elegir un solo propósito por año). El autocontrol es un recurso limitado, de manera que debemos recompensarnos cuando lo hacemos bien para seguir luchando. Por último, tendemos a dejar las cosas para mañana, así que debemos medir nuestro progreso. Revisar regularmente cuánto camino llevamos andado puede evitar que pasados once meses aún estemos en la posición de salida.
A mi juicio, las resoluciones de año nuevo son necesarias. Es reconocer que podemos -que debemos- mejorar, someternos a nuestra propia ley en busca de esa perfección personal que Kant señaló como deber y fin, y a la que me refiero frecuentemente. Es asumir que, como pensaba Sartre, somos responsables de nuestra vida y de todo lo que nos atañe. Somos responsable de fijarnos esta clase de objetivos y obligarnos a cumplirlos.
Hay una última cosa que quiero decir. La propia perfección es solo la mitad de la ecuación; también está la parte de la felicidad ajena. Consideremos, pues, incluir entre nuestras buenas intenciones para el próximo año hacer algo que redunde en beneficio de los otros (dar donativos, trabajar como voluntario, comportarse de forma más ecológica, hacerse vegetariano...), de modo que sea un feliz año nuevo para todos.
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