domingo, 8 de enero de 2012

Fea

Fea y gorda. Así se describía Magdalena hace unos días. Los que la conocen saben que con esas palabras había errado el tiro, y así se lo hicieron saber, si bien nuestra amiga no se bajó de la burra. Quizá sea que vemos lo que queremos ver, no lo que realmente hay.

Todo esto me recordó estos vídeos del programa de televisión APM (apenas duran unos segundos cada uno):


[Mis más sinceras disculpas a los estetas con piel de cuero por mi aspecto desaliñado. Como compensación prometo regalarles algo precioso para cubrirse las cicatrices que les deje la extirpación de sus futuros melanomas.]

«Nadie debería ser feo», dicen aquí mis primos de fatua laya. Según ellos, la fealdad es un defecto y hay que erradicarla. Ser feo es malo. Como nos cuenta Ulrich Renz:
«"Las personas atractivas deberían llevar siempre una máscara», afirma uno de los manuales de belleza más populares del Renacimiento. Ser feo era un delito que se podía castigar con velos o con afeites, con el encierro o con la hoguera, según la época. En los años setenta, en algunas ciudades de Norteamérica existían todavía las llamadas ugly laws, unas leyes que permitían a la policía arrestar a los transeúntes que tuvieran mal aspecto.»
Pero ¿qué tiene exactamente de malo ser feo?

Tradicionalmente, la fealdad se ha asociado al mal. Ya en el 600 a.C. Safo de Mitilene decía «quien es bello, es también bueno». Los protagonistas de cuentos, leyendas y películas son guapos y virtuosos, mientras que sus antagonistas son malvados y antiestéticos. Los monstruos y demonios representados en el folclore son horrendos. ¿Por qué asociamos una cosa a la otra?

Quizá sea cosa del lenguaje, que nos confunde (ibídem Renz):
«bello y bueno son en hebreo una misma palabra. En muchas lenguas africanas y americanas encontramos la misma tacañería: una misma noción significa bueno y bello según el contexto.
[...] El adjetivo inglés
fair es un buen ejemplo de esta mezcla de lo bello, lo claro y lo bueno, puesto que significa a la vez bello, claro, cristalino y rubio, además de justo.»
Aunque esta es una conjetura discutible. Puede que en realidad la asociación se deba a cómo nuestro cerebro categoriza las cosas, agrupando los contrarios. El mejor ejemplo de esto es el concepto de yin yang. Como el lector probablemente ya sepa, en el lado del yang están la luz, lo masculino, lo alto, lo caliente, etc., mientras que en el lado del ying se sitúan la oscuridad, lo femenino, lo bajo, lo frío, y demás. Si, como hizo el confucianismo, agregamos la dimensión moral a este símbolo, lo bueno queda junto a lo bello y lo masculino. Tal vez de ahí se siga que lo femenino y lo feo son malos.

Acaso se trate sencillamente de un estereotipo más del tipo «mujer inútil», «negro tonto» y «homosexual enfermo». No obstante, sabemos que ni las mujeres son inútiles, ni los negros son tontos, ni los homosexuales están enfermos (por mucho que diga Richard Cohen).

Todo lo anterior son meras especulaciones del abajo firmante. Tampoco es que nada de eso importe. Lo cierto es que las palabras «bueno» o «malo» pertenecen a la ética, no a la estética (ibídem Renz):
«Hubo que esperar a que un erudito de Königsberg de corta estatura llamado Immanuel Kant acabara con la absurda disputa sobre el valor moral de la belleza. Kant derribó de un plumazo tanto el culto platónico a la belleza como el desprecio hacia lo bello que tanto propugnaban los adversarios de Platón. Lo bello es bello y lo bueno, bueno; cuestión resuelta. En un abrir y cerrar de ojos, la prohibición kantiana de mezclar el juicio ético con la valoración estética conquistó el discurso filosófico y aún hoy es una parte esencial del estándar filosófico.»
Aclarado este punto ¿es la fealdad un defecto, o algo que deba corregirse? Diez minutos de anuncios de televisión bastarán para, cuanto menos, considerar una respuesta afirmativa a dicha pregunta. Supongamos, por mor del argumento, que ser feo es un defecto. ¿Deberíamos entonces usar la tecnología que menciona la torda del primer vídeo para arreglar la situación? Nuestros actos parecen indicar que ya lo estamos haciendo. L'Oreal obtuvo en 2010 unos beneficios netos de 2.240 millones de euros. Mientras tanto, y según datos de la ONU, en 2006 había mil millones de personas viviendo con menos de un dólar al día.

Hace unos meses escribí sobre la vacuidad que supone vivir del aspecto. Sugiero que, del mismo modo que los guapos tal vez deberían cultivar facetas más significativas que su don superficial, todos deberíamos usar de forma juiciosa nuestro presupuesto en cuanto al aspecto. En lugar de gastar miles de euros en ponerse tetas, creo que Sara hubiera hecho mejor dando de comer al personal.

La ciencia ha confirmado que ser guapo conlleva ventajas sociales, económicas y psicológicas (de nuevo, véase el libro de Renz). Siendo así, son precisamente los bellos quienes más obligados están a repartir:
«Los talentos naturales que permiten el éxito de algunos no son obra suya, sino más bien de su buena fortuna, el resultado de una lotería genética. Si nuestra donación genética es un don, y no un logro del que podamos atribuirnos el mérito, es erróneo y presuntuoso asumir que tenemos derecho a apropiarnos de todos los beneficios que genera en una economía de mercado. Tenemos pues una obligación de compartir estos beneficios con aquellos que carecen de dones comparables, sin que sea una falta por su parte.»

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