sábado, 28 de julio de 2012

Los hombres que no amaban a las mujeres (I)

La escena de Alberto Ruiz-Gallardón saltando a la portada de los periódicos por su intención de prohibir el aborto de fetos con malformaciones me ha recordado aquel episodio de Los Simpsons en el que Lisa se pone a cantar para evitar una fuerte discusión entre los padres de Milhouse. Con la que está cayendo en España es difícil no verlo como un torpe intento de despejar la carretera que lleva a los cerros de Úbeda.

Tal como se esperaba el anuncio se comenta y discute por doquier. Quisiera tratar los argumentos que más se repiten al respecto (no sobre el problema del aborto en general -aunque algunos se solapan-, sino sobre este supuesto en concreto) y hacer algunas observaciones sobre los mismos. Mi intención
Foto de mabelzzz
no es convencer de mi punto de vista al lector, sino diseccionar las tesis en liza para ver qué hay detrás de ellas, calibrar su solidez y detectar posibles errores. A menudo, lo que hacemos primero frente a un dilema ético es adoptar una postura a favor o en contra, después de lo cual ya elegimos con qué defender nuestro punto de vista (qué se le va a hacer, así funciona el cerebro humano). Sugiero que en cuestiones como la del aborto no podemos depender de meras intuiciones, sino que nuestra posición debe ser fruto de un diálogo racional basado en principios universales como -y no es una lista completa- la dignidad de la persona, la protección de la autonomía individual, la igual consideración de intereses, la responsabilidad social y la obligación de no hacer daño.

Puede que el lector eche en falta de entre los puntos que analizaremos las tesis religiosas. La razón es que pienso igual que Julian Baggini cuando escribe:
«Para responder a estas preguntas creo que tenemos que emprender una búsqueda racional [...] nuestros argumentos no deben partir de ninguna supuesta verdad revelada, doctrina religiosa o texto sagrado. En cambio, deben recurrir a razones, pruebas y argumentos que todo el mundo pueda comprender y valorar, independientemente de que las personas profesen una fe o no. Esto es así porque para muchos creyentes, la autoridad de las religiones establecidas no se puede tomar como absoluta»
Como dicen Victoria Camps y Adela Cortina, las religiones «deben ser consideradas como un asunto privado, y no tienen derecho a universalizar sus doctrinas morales». La religión se basa en la fe, no en la razón, de modo que sus premisas no tienen cabida en una discusión que nos afecta a todos y, por lo tanto, requiere razones universales.

En esta primera parte veremos los argumentos a favor de la prohibición pretendida por el ministro de justicia. En la segunda parte repasaremos los argumentos contrarios, es decir, los que se oponen al cambio de la ley. La tercera parte versará sobre algunos puntos adicionales a tener en cuenta y además trataremos más en profundidad la cuestión sobre el valor de la vida humana.

CONSIDERACIONES SOBRE LOS ARGUMENTOS A FAVOR


Permitir el aborto de fetos con malformaciones es eugenesia


Este es el primer argumento que vi a favor de la prohibición y que más veces me he encontrado. La idea es más o menos así:

  • El aborto de fetos con malformaciones es una herramienta eugenésica.
  • La eugenesia es mala (aquí suele hacerse una referencia al nazismo).
  • Conclusión: el aborto de fetos con malformaciones es mala y debe prohibirse.

Para una breve historia de la eugenesia puede consultarse el libro de Michael J. Sandel. Quizá el lector se sorprenda al averiguar que hay unos cuantos filósofos a favor de la eugenesia. La razón es que se distinguen dos tipos de la misma. El primero es la eugenesia tradicional, cuyo ejemplo paradigmático es la que llevó a cabo el régimen nazi. Ese tipo de eugenesia lo impone el Estado de forma coercitiva. Se basa en un único molde central diseñado por el gobierno y se ceba entre los desfavorecidos. El resultado es conocido: esterilizaciones forzosas, asesinato en masa, etc.

Por otro lado tenemos la eugenesia liberal. Aquí son los padres quienes, libre y voluntariamente, deciden qué optimizaciones genéticas quieren para sus hijos. Según los defensores de esta postura no hay nada malo en querer que la raza humana sea cada vez mejor, siempre que sea una decisión individual y libre. Además, dado que los padres tienen la obligación de fomentar el bienestar de sus hijos ¿no cabe la posibilidad de que la mejora genética sea una obligación moral, de la misma forma que lo es la escolarización o la leche hidrolizada? No todos los filósofos están de acuerdo, claro, pero el debate nos muestra que existen argumentos en favor de la eugenesia (liberal), y que no podemos rechazarla solo porque sintamos que está mal o porque la versión tradicional esté relacionada con la barbarie nazi.

Incluso aunque asumamos que la eugenesia liberal no es aceptable, tampoco podemos pensar que si empezamos por filtrar los fetos según sus deficiencias acabaremos por hacerlo según el color del pelo o de los ojos. Son dos extremos de un amplio espectro y suponer que el primero acabará llevando inevitablemente al segundo es caer en la falacia de la pendiente resbaladiza. La sociedad es capaz de ponerse límites.

Debe darse idéntico nivel de protección a un ser concebido, tanto si presenta alguna minusvalía como si no


Es razonable suponer que todos los fetos tienen los mismos derechos. Ahora bien, el problema radica precisamente en decidir si el feto tiene derechos y, si así fuere, cuáles son. Esto nos lleva al problema general en torno al aborto: ¿es el feto una persona y, por lo tanto, tiene los mismos derechos? Esa es una cuestión que se sale del orden de cosas que ahora me interesa, a saber, el caso específico de la interrupción del embarazo cuando el feto presenta alguna deficiencia. Por tanto, no lo trataremos en esta entrada.

La vida de las personas con discapacidad no es menos valiosa que la del resto.
Permitir el aborto de los fetos con malformaciones es discriminar a los discapacitados


Este es el argumento principal de Ruiz-Gallardón. Se sugiere que terminar con la gestación de un embrión que dará lugar a una persona con discapacidad es una forma de prejuicio y discriminación contra todas las personas discapacitadas. Estaríamos asumiendo que la vida de los discapacitados no es digna de vivirse, o que son personas menos válidas.

En la forma presentada por el ministro esta tesis lleva implícita la equivalencia feto-persona de la que hablábamos en el punto anterior. Dicha equivalencia es muy discutible pero, como he dicho antes, analizarla en detalle no está en el orden del día.

Algunos parecen pensar que el aborto de fetos con malformaciones es lo mismo que querer dar muerte a todos los discapacitados. Pero estamos hablando de fetos, no de personas conscientes de sí mismas capaces valorar su propia vida y expresar su deseo de seguir viviendo, algo que debemos respetar según el principio de igual consideración de intereses y la autonomía individual.

También se aduce que este tipo de aborto significa minusvalorar la vida de los discapacitados. Me parece un salto lógico difícil de salvar. No hay duda de que la vida de los discapacitados es tan valiosa como la de cualquier otra persona. ¿De qué manera exactamente querer que nuestros hijos tengan todos sus miembros, sus sentidos y sus capacidades cognitivas intactas puede suponer un desprecio hacia los lisiados, los ciegos o los discapacitados mentales? Cualquier progenitor quiere un hijo sano; es un deseo legítimo de tantos que se pueden tener hacia la progenie, y que no tiene que estar ligado en modo alguno con la actitud hacia algún colectivo. Quizá una analogía sea ilustrativa aquí. A mi madre le gustaría que alguno de sus nenes se haga rico, pero de ello no se sigue que desprecie a los pobres, ni que quiera matarlos a todos.

Permitir el aborto en estos casos es retrógrado


Según algunos la actual ley nos ha llevado a una pretérita época bárbara y salvaje en la que no se respetaba la vida humana, ni siquiera la de los niños. Esa época podría ser, por ejemplo, la Grecia clásica, donde Platón y Aristóteles abogaban por el infanticidio de aquellos que tuvieran deformidades.

Aquí se asume nuevamente que el feto es una persona y su muerte un asesinato, por lo que acabar con dicho feto equivaldría a acabar con cualquier discapacitado. Pero semejante equivalencia es, como he dicho, una cuestión que no vamos a discutir en este momento.

Los médicos pueden estar equivocados


El diario La Razón presentó en portada el caso de una madre a la que advirtieron que su hijo padecía de síndrome de Down y que finalmente nació sano. La madre se pregunta cuántas veces habrá ocurrido eso.

Es cierto que los médicos pueden errar y por ello podrían optar por ser extremadamente conservadores en su diagnóstico, de manera que no se arriesguen a que finalmente se dé a luz a un hijo enfermo por si las demandas. ¿No será mejor ser conservadores antes que deshacernos de fetos sanos?

Eliminemos de la ecuación la discusión feto-persona y pensemos en un niño de cinco años al que sus padres llevan en coche al centro comercial un sábado por la tarde. ¿No será mejor que no lo hagan, dado que siempre hay una probabilidad de que el niño muera en el trayecto en un accidente de tráfico, por más que vaya en su sillita bien sujeto? ¿Debemos considerar a los padres negligentes si lo hacen (y condenarlos si el niño sufre un accidente)? Este ejemplo ilustra el problema de razonar en base a probabilidades límite. (Casi) siempre cabe la posibilidad de que las cosas sean de otra manera, pero es irracional comportarse basándose en las excepciones. Además, una vez liberada la presa del «y si» las posibilidades son infinitas. ¿Y si el feto se convierte en la edad adulta en una mezcla de Joker y Lex Lutor?

Otra consideración cabe aquí: la potencialidad no es hecho. Yo podría, verbigracia, llegar a ser el director de la empresa en la que trabajo, pero eso no me permite dictar las normas en este momento; me tengo que jorobar con lo que deciden otros. Si intentara actuar como director nadie me haría caso. Si probara a convencerles diciéndoles que «podría llegar a ser el jefe» probablemente me responderían «pero no lo eres».

La vida siempre es valiosa


Las premisas en este caso son:
  • La vida es siempre valiosa.
  • Algo de valor siempre es mejor que nada de valor.
  • Conclusión: cualquier vida, por terrible y sufrida que sea, es mejor que ninguna vida.

Este es un argumento que solía defender el doctor House: mejor vivo de cualquier forma que muerto.

Podríamos empezar por preguntarnos dónde reside el valor de la vida humana. Lo cierto es que una vez eliminados los argumentos teológicos no queda mucho donde rascar. Tal vez el valor «sagrado» que otorgamos a la vida de los Homo sapiens sea fruto de un mecanismo implantado en el cerebro por la evolución. Algunos filósofos optan por otorgar valor únicamente a la vida de seres pensantes, «racionales», conscientes de sí mismos como entidades distintas de los demás en diferentes momentos y lugares (es decir, a la vida de lo que John Locke definió como personas). Eso dejaría fuera a los fetos e incluso a los recién nacidos (lo cual no significa que podamos ir por ahí matando bebés ya que, entre otras cosas, debemos respetar el deseo de los padres de que sus hijos sigan viviendo). Por tanto, la explicación basada en el valor de la vida ya no sería válida.

Evidentemente uno puede renunciar a tal precisión y considerar que toda vida humana es valiosa en sí misma, pero entonces tendrá que argüir qué tiene de especial la vida del sapiens para considerarla de forma distinta a la de otros seres vivos. Si la única razón es la especie hablamos entonces de un límite arbitrario que podríamos querer mover, por ejemplo para incluir a otros primates o para excluir a algunas razas humanas.

sábado, 21 de julio de 2012

Pastilla azul, pastilla roja

«Si tomas la pastilla azul, fin de la historia. Despertarás en tu cama y creerás lo que quieras creerte. Si tomas la roja te quedarás en el país de las maravillas y yo te enseñaré hasta dónde llega la madriguera de conejos. Recuerda: lo único que te ofrezco es la verdad. Nada más.»
– The Matrix 

La idea de que el mundo no exista «en realidad», de que todo sea una ilusión orquestada por un ente externo se remonta a Platón y su mito de la caverna. Siglos después, René Descartes, en sus Meditaciones metafísicas, planteaba Matrix como un:
«genio depravado, no menos engañador y astuto que poderoso, [que] ha empleado toda su industria en engañarme; pensaré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y todas las demás cosas exteriores, no son más que ilusiones y ensueños de que se ha servido para tender redes a mi incredulidad»
El tono usado por el autor con palabras como depravado, engañador e incredulidad deja entrever que, al menos para el pensador francés, tal ilusión no es deseable. Descartes, como Neo, parece preferir la pastilla roja. Como otras tantas personas, ambos valoran la autenticidad de la experiencia. Hay quien sitúa esa autenticidad incluso por encima de la felicidad, por lo que para ellos algo como el soma de la novela de Aldous Huxley resulta una idea repugnante.

Hace no mucho estuve planteando entre gente cercana un dilema a lo Matrix en forma de experimento mental similar al formulado por Robert Nozick con su máquina de experiencias. Mi formulación era la siguiente:
Foto de NightRStar

Imagina que hubiera una pastilla que, al tomarla, hiciera que un gran problema que tuvieras no te importara. Supón que si no la tomas ese problema te hace sufrir una gran angustia. Por último, asumamos que tal problema tiene solución en principio, pero nada te asegura que tu esfuerzo por resolverlo garantice algún resultado. ¿Tomarías dicha pastilla? ¿Por qué?
¿Qué elegiría el lector? ¿Cuál cree usted que fue la opción elegida por mayoría?

La forma en que planteé la duda conlleva ciertas asunciones. Una de ellas es que la angustia es un fuerte motivador: se asume que cualquier persona trabajaría por reducir o erradicar una sensación así. Sin embargo, tal regla no tiene por qué valer para todo el mundo. Puede haber gente que acepte la gragea para eliminar la desazón pero que no por ello va a ignorar el problema. Eso podría ser hasta más productivo, ya que no se toman las mismas decisiones cuando uno es feliz que cuando está acongojado. Supongamos, no obstante, que la mencionada pastilla hace a uno olvidarse totalmente del brete en el que se haya.

Otra premisa que se debe establecer es el tipo de problema. Se asume aquí que el sujeto debe poder intervenir para solucionarlo, aunque esa solución no dependa enteramente de él. Por poner algunos ejemplos, el aprieto podría consistir en tener un trabajo que se odia -cambiar de empleo depende de que alguien te contrate-, una relación que no funciona -la marcha de la pareja depende de la otra parte- o ser obesido mórbido -con la genética hemos topado, amiguete-.

Finalmente, aquí la opción elegida no irrevocable, esto es, en cualquier momento uno puede cambiar su decisión por la contraria. El comprimido no tiene por qué administrarse para siempre, si bien estará disponible en todo momento para recurrir a él si se desea.

Si tomas la pastilla el problema como tal desaparece (al menos a tus ojos), dado que cuando no te importa algo deja de haber conflicto. La eliminación de esa angustia contribuiría a tu felicidad, al menos en el sentido de que no te restaría parte de ella. Se evaporaría la posibilidad de frustración o sentimiento de fracaso por no haber podido resolver ese problema. Sería conformarse, mirar hacia otro lado y seguir adelante tranquilamente sin volver a pensar en ello. Para qué perder el tiempo lamentándonos, si podemos dirigir nuestra energía optimista recién adquirida a otros menesteres con mayores probabilidad de mejorar.

Si no tomas la pastilla tal vez seas de los que valoran lo auténtico. No quieres vivir en mundo de fantasía sino en la realidad, aunque sea una puñeta. O quizá lo haces porque aspiras a ser cierto de tipo de persona, una de esas que afrontan la papeleta de forma responsable, yendo de cara, o una de esas otras que no dejan de intentarlo aunque fracasen y se sienten reconfortados con el «al menos lo intenté». Acaso te produzca rechazo la idea de vivir anestesiado, sin que te importen cosas de tu vida que están mal. También puede tratarse sencillamente de que no te gustan los atajos ni seguir el camino fácil.

La abrumadora mayoría de los encuestados dijeron que no tomarían la oblea. ¿Qué nos dice eso? En primer lugar, que es muy fácil hablar. Cuando el sufrimiento es solo hipotético no cuesta nada declarar que se haría esto o lo otro, pero cuando te levantas cada mañana con ganas de pegarte un tiro en la boca la cosa cambia. En segundo lugar, tampoco tengo muy claro que sea una cuestión de autenticidad. Al fin y al cabo, a varios de los que me contestaron les gusta emborracharse y fumarse un porro de vez en cuando; que la diversión sea fruto del etanol o el cannabis no plantea un problema para ellos. Aquí cabe argüir, no obstante, que uno puede desear experimentar sensaciones genuinas en ciertas contextos y no en otros. Por usar los términos en los que lo planteó un amigo, si bebes cuando sales de fiesta con tus amigos no pasa nada, pero si solo bebes para olvidar eres un alcohólico. A este hombre no se le ocurriría embriagarse estando solo en casa cuidando de su hija pequeña. Por último, cabe considerar el papel redentor del dolor. En las sociedades de tradición cristiana hay quien considera el sufrimiento como algo purificador, incluso como algo que da sentido a la vida. Gente así preferirá la angustia por el valor que le otorga en la vida presente o en una hipotética vida más allá de la muerte.

Podría ser, entonces, que lo más importante de cara a decidir si tragar o no la píldora sea el tipo de persona que uno es, cree ser o quiere llegar a ser. ¿Quedaré bien ante mí mismo si la tomo? Si no lo hago, ¿me sentiré como un imbécil? ¿Me servirá el mal trago para madurar y mejorar?

Cuando me ha tocado decidir ha sido precisamente el problema de la identidad el que más me ha hecho reflexionar. La cuestión del yo es muy amplia para tratarla aquí pero querría al menos plantear las preguntas que me hice. Si la química cambia tu visión del mundo ¿sigues siendo tú? ¿No te defines en parte por lo que te preocupa? ¿Cabe renunciar a uno mismo cuando tu forma de ser actual entorpece o impide tu deseada forma de ser futura? Por ejemplo, puede que quieras ascender a lo más alto pero que te interese también ser una persona de familia. En tal caso tu presente excluye el futuro deseado. ¿Y si resulta que la química solo está compensando una tara de la naturaleza? Podría darse el caso de que tu verdadera personalidad sea la que aparece cuando estás drogado y tienes unos niveles normales de, digamos, neurotransmisores.

Aunque he planteado todo esto como un experimento mental, lo cierto es que la pastilla de la que hemos hablado existe. Solo hay que ponerle nombre: alcohol, drogas, antidepresivos... Todas ellas son sustancias que alteran la conducta y nuestra forma de pensar y ver las cosas. Una vieja amiga, verbigracia, ha empezado a tomar citalopram hace poco. Me dijo que ahora es capaz de «mandar a la mierda» a su jefe de vez en cuando. Las preocupaciones que antes le impedían hacer tal cosa y le obligaban a tragarse su resignación han desaparecido. Ella se siente mejor y yo me alegro. ¿Le ha convertido la píldora en alguien diferente, o en una versión mejorada de ella misma, con valor suficiente para enfrentarse a la autoridad? ¿Es su bienestar recién adquirido genuino o una ilusión? Si es un ilusión ¿acaso importa?

Gracias de corazón a todos los que soportasteis estoicamente mi interrogatorio. Parafraseando a Newton, si alcancé a ver tan lejos (lo que en mi caso equivale únicamente a aquello situado más allá de mis narices) es porque me alcé sobre vuestros hombros de gigantes.

sábado, 7 de julio de 2012

30 Rock

Ya está aquí, ya llegó: el primer aniversario de mi vigésimo noveno cumpleaños. Para los que -como yo- son de la LOGSE: he cumplido treinta años.

Desde más o menos los catorce años he tenido la sensación de que no llegaría a la treintena. No sé muy bien por qué, pero presentía que mi vida acabaría antes. Tal sospecha se vio «confirmada» cuando me dedicaba a la quiromancia y vi que mi línea del destino se detenía a la altura de la línea de la cabeza. Según la bibliografía eso podría significar la muerte antes de la tercera década, si bien podía tener otros tantos significados. En cualquier caso, aquí estoy.

Foto de DafneCholet
Algunos datos deprimentes para los de mi generación: a esta edad Albert Einstein ya había completado el trabajo que le valió el Premio Nobel (igual que James D. Watson), amén de otros dos sobre la relatividad especial y la equivalencia masa-energía. Kurt Gödel publicó sus teoremas de la incompletitud a los veinticinco. Mozart escribió el Concierto para piano Nº9 en mi bemol con veintiuno. Rafael Nadal ha ganado siete veces Roland Garros y dos veces Wimbledon, y solo tiene 26 años. Fernando Alonso ya tenía dos títulos de campeón del mundo cuando sopló treinta velas. Y sigue así la lista. Es como si el cerebro tuviera un ciclo preprogramado de creatividad y productividad que terminara a los treinta. Lo malo es que nadie te avisa de ello cuando eres joven, de manera que para cuando te quieres poner a hacer algo importante ya eres viejo. Supongo, no obstante, que en mi caso particular pesa más el hecho de ser un botarate sin el más mínimo rastro de talento.

Descartada la posibilidad de hacer algo realmente trascendente, toca centrarse en la propia vida. Dos capítulos de dos comedias diferentes son apropiados aquí. Uno es de Friends, "En el que todos cumplen treinta años" (S07E14). El otro es de Scrubs, en el que es J. D. quien llega a la marca (S05E03). Algo que comparten los dos capítulos son las listas hechas por los protagonistas, listas de cosas que hacer antes de cumplir los treinta que aún no tienen ningún elemento tachado.

Parafraseando el chiste, hay dos tipos de personas: las que hacen listas de cosas que hacer o lograr en la vida, y las que no las hacen. Por usar la metáfora de la vida como un viaje, las primeras tienen una ruta planificada, un itinerario con paradas definidas, quizá incluso con horas de llegada. Cumplir su plan requiere verse a sí mismas situadas en el asiento del conductor. Por otro lado estamos aquellos que nos sentamos en el asiento del copiloto, dejando que la vida nos lleve a donde nos tenga que llevar, deseando quizá que pase por aquí o por allá, pero sabiendo que uno no tiene el control último sobre el camino. Cambias de dirección según vas llegando a las bifurcaciones, procurando tomar ciertas salidas cuando se te permite, tratando de situarte cómodamente en tu carril, dejándote llevar, siendo más espectador que actor.

Envidio a las personas que tienen claro lo que quieren obtener en su paso por este planeta. Personalmente nunca se me ha ocurrido hacer una lista de objetivos vitales. De hecho, solo he conocido a dos personas que las tuvieran. Este tipo de planificación parece una fuente segura de frustraciones: la vida es contingente y no siempre puedes elegir. A nadie que haya pasado la veintena hay que decirle que las cosas no siempre salen como uno quiere. Por más que desees tener una gran casa llena de hijos jugando con tu cónyuge, si no tienes dinero para la hipoteca y una pareja mal vas. Mas viajar sin rumbo también puede ser frustrante: de la ausencia de un destino surge la preocupación por no haber aprovechado la vida, la angustia de una vida sin sentido, la banalidad de una historia personal sin argumento.

En mi caso, hoy día, habiendo asumido que mi vida no va a ser lo que esperaba, me encuentro un poco perdido, pues no tengo ninguna meta a la que dirigirme. Borrados del mapa los puntos de interés que en su día consideré, conociéndome un poco y sabiendo más o menos de qué soy capaz y de qué no, resulta que no sé qué querer. Desgraciadamente, la vida en ese sentido no es como el mar: no hay ningún faro para guiarte. En lugar de eso existe una multitud de pequeñas luces muy parecidas e igualmente intrascendentes, señales confusas y a menudo contradictorias que solo se distinguen por nuestros sentimientos hacia cada una de ellas.

Una amiga me decía hace un par de años:
«Yo sigo intentando encontrar algo que me falta. No sé lo que es pero a pesar de tener mi vida, mi trabajo, mi casa, mi coche, ser independiente, no termino de encontrarlo. No sé si es a nivel profesional, o a nivel personal, o a nivel sentimental, pero algo falta (o muchas cosas más bien). No sé, necesito algo para ser feliz, y me siento vacía».
Niña, ahora sí que te entiendo.

domingo, 1 de julio de 2012

El cubo sin fondo

Hace cosa de un mes he tenido la suerte, porque cada vez es más complicado, de poder visitar un país como Japón. Desde luego ha merecido la pena. Aunque hay pequeñas cosas de su sociedad con las que no me quedaría, de pocas podremos extraer tanto como de la suya.

Respeto y honor. Son las bases sobre la que se asienta y valores marcados a fuego en la conciencia de los nipones, sociedad que da importancia a la colectividad por encima de todo.

Foto de donjd2
Colectividad. Palabra cuyo significado parecen haber olvidado nuestros políticos hace tiempo. Como seguro saben los lectores, en Japón, político que no cumple con lo prometido, político que dimite. Y, si el tema es algo más serio, como en el caso de posible corrupción, prefieren suicidarse a pasar la vergüenza que supondría un proceso de esas características. Eso pasa en un país serio, con una ciudadanía exigente que no tolera la mentira en los políticos. Allí, un político que miente descarada y calculadamente para conseguir sus objetivos, es severamente castigado por la sociedad entera, que le hace sentir su rechazo, rechazo suficiente como para que tenga que retirarse, en el mejor de los casos.

Aquí no sólo no se dimite y mucho menos se suicidan, sino que encima salen forrados en vez de esposados después de haberla liado parda, no vaya a ser que hablen y les estropee el chiringuito a los dos grandes partidos políticos (y amigos) que nos han llevado a la ruina.

Una de las consecuencias más inmediatas para el ciudadano de a pie, que al final es el que paga los abusos de unos pocos, son los ya famosos recortes. Recortes que, aunque en muchos casos pudieran ser necesarios y no tienen una consecuencia más allá del gasto mismo, en otros puede perdurar a mucho más largo plazo, como en el caso de la educación, ya que la esperanza de un futuro mejor para nuestra sociedad pasa por ella. Eso nos aleja del objetivo de aproximarnos al modelo educativo finés, el considerado como mejor del mundo, como demuestran sus bajas tasas de fracaso escolar. Y, aunque su éxito no se apoya en una gran inversión económica, los numerosos cambios y conflictos derivados de todo esto son un paso atrás en la consecución de dicho objetivo.

En este sentido, el modelo japonés, aunque muy occidentalizado desde el final de la segunda guerra mundial, y contando con una gran tasa de éxito, es, quizá, demasiado férreo y competitivo. Todo lo contrario al modelo de educación diferenciada y de libertades propuesto en Finlandia. Pero no por ello podemos dejar de extraer algunas de sus esencias. La forma que tenían antiguamente de poner a prueba a los estudiantes, difiere mucho de las realizadas en la actualidad, pero esa esencia se mantiene en parte. Una de las pruebas que, a mi modo de ver, mejor lo recoge, es la que nos dejaba el Reverendo Kensho Furuya, conocida como “el entrenamiento del cubo de agua”:
«Como siempre, la prueba más inusual, era la conocida como entrenamiento del cubo de agua”. Un profesor que no tenía sucesor determinó realizar una prueba con el fin de decidir cuál de sus estudiantes sería el mejor para sucederle. Finalmente lo redujo a tres, pero la decisión seguía siendo muy difícil. Pidió a estos tres estudiantes que fueran al patio trasero de su hogar, temprano al día siguiente. Les explicó que estaban a punto de experimentar un inusual entrenamiento y que de este entrenamiento el que tuviera éxito se convertiría en el heredero de la escuela. Los estudiantes, por supuesto, estuvieron de acuerdo, satisfechos y algo excitados por este “test”. Cada uno de los tres estudiantes cogió un cubo de agua  y un gran barril vacío que estaban enfrente de cada uno de ellos. El maestro explicó que el primero que llenara su barril  de agua que había en un pozo cercano a él ganaría la prueba. A la orden de comienzo de la prueba los tres estudiantes corrieron al pozo para llenar su cubo y llenar el barril. Para su sorpresa, cuando llegaban al barril para llenarlo toda el agua que echaban se perdía por el fondo del barril. Cuando miraron dentro con atención, descubrieron con sorpresa y enfado ¡que este no tenía fondo! “Qué test más desesperante” pensaron.

Aun así cada estudiante tomo su cubo y para complacer al maestro pasaron todo el día y la noche llenando con el cubo, el barril sin fondo. A la mañana siguiente el maestro salió al patio a ver los resultados del test y determinó que ninguno de ellos lo había superado, ya que ninguno había conseguido llenar el barril hasta el borde. Los estudiantes protestaron enfadados y finalmente el maestro dijo: “os daré a cada de vosotros una nueva oportunidad, venid mañana por la mañana”. A la mañana siguiente los tres estudiantes estaban allí. Como el día anterior los grandes barriles esperaban ser llenados. Inmediatamente los tres miraron el fondo del barril y comprobaron, para su tranquilidad, que estaban reparados.

Pero cuando estos cogieron el cubo descubrieron para su sorpresa que éste era ahora el que no tenía fondo. Era ya bastante humillante llenar un barril sin fondo como para ahora intentar llenar un barril ¡con un cubo sin fondo! ¿Cómo puede alguien llevar agua en un cubo sin fondo? Dos estudiantes tiraron los cubos y se marcharon muy enfadados. El tercero decidió seguir las instrucciones de su maestro y comenzar a sumergir el cubo sin fondo en el pozo y “llenar” el barril.

Y, aunque el cubo no podía llevar mucha agua, unas pocas gotas se quedaban en el cubo y se depositaban en el barril. De tal forma que, tras mucho esfuerzo, el barril fue llenado con agua del pozo. Ya tenía sucesor y este fue la mejor elección después de todo.» (Traducción de Santiago García Almaráz)

Hoy en día se juzgan exclusivamente los resultados del entrenamiento. En tiempos pasados el maestro juzgaba también la “capacidad” para el entrenamiento. Por ese motivo, un estudiante sin la adecuada actitud es como el barril sin fondo, no retiene nada. En cualquier caso, sin importar el triunfo o el fracaso, si has dado lo mejor de ti, ya has superado tu examen con éxito.