Foto de KamrenB Photography «Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.»
Don Francisco de Quevedo (el cual, como dice Pérez-Reverte, nos conocía hasta por las tapas) sabía que en la España que le tocó vivir el poder político giraba en torno al dinero, dinero que por aquel entonces provenía mayormente de las Indias Occidentales:
«En lo que los hombres de Pizarro llamaban el Alto Perú, un inhóspito territorio de famosas montañas donde a las personas poco acostumbrada a las grandes alturas les cuesta respirar, encontraron algo no menos valioso. Con una altitud de 4.824 metros sobre el nivel del mar, el extrañamente simétrico Cerro Rico de Potosí representaba la suprema encarnación de la más potente de todas las imágenes surgidas en torno al dinero: una montaña de puro mineral de plata. Cuando un indio llamado Diego Hualpa descubrió sus cinco grandes venta de plata en 1545, cambió la historia económica del mundo. [...] Potosí, lugar de muerte para quienes se vieron obligados a trabajar allí, hizo rica a España. Entre 1556 y 1783, Cerro Rico produjo 45.000 toneladas de plata pura, que luego serían transformadas en barras y monedas en la Casa de la Moneda y enviadas a Sevilla. Pese al aire enrarecido y el riguroso clima, Potosí no tardó en convertirse en una de las principales ciudades del Imperio español, con una población en su momento de mayor apogeo de entre 160.000 y 200.000 personas, más que la mayoría de las ciudades europeas de la época.»Esta parte de la historia de España es contada con detalle en el libro del que hablábamos la semana pasada, como ejemplo de sistema político extractivo. Según los autores las instituciones creadas siglos atrás por los españoles han permanecido a lo largo del tiempo y son el origen de los problemas actuales económicos de Sudamérica.
De acuerdo con el argumento de Acemoğlu y Robinson la solución estaría en un sistema inclusivo como el de Estados Unidos: gobierno fuerte y centralizado capaz de imponer orden en todo el territorio y proveer servicios públicos, democracia plural, leyes imparciales, economía de mercado basada en la propiedad privada e igualdad de oportunidades. Se supone que de todo ella deriva el éxito económico estadounidense, éxito que debería mantenerse pues según ellos las instituciones inclusivas forman lo que llaman un círculo virtuoso que se perpetúa a sí mismo:
«The virtuous circle arises not only from the inherent logic of pluralism and the rule of law, but also because inclusive political institutions tend to support inclusive economic institutions. This then leads to a more equal distribution of income, empowering a broad segment of society and making the political playing field even more level. This limits what one can achieve by usurping political power and reduces the incentives to re-create extractive political institutions.»Los autores llegan a afirmar:
«Under inclusive economic institutions, wealth is not concentrated in the hands of a small group that could then use its economic might to increase its political power disproportionately.»Sin embargo, Estados Unidos es un país de una grandísima desigualdad. El premio Nobel de economía Joseph Stiglitz se hace eco de tal hecho en su propio libro:
«[E]l 1 por ciento más alto controla aproximadamente el 35 por ciento de la riqueza. Si se excluye el valor de la vivienda, es decir «riqueza no residencial», la cifra es considerablemente mayor: el 1 por ciento más alto es dueño del 40 por ciento de la riqueza del país.»El problema, identificado por Quevedo y Stiglitz, es que el dinero no sirve únicamente para comprar descapotables, vacaciones y teléfonos de última generación; también se puede comprar influencia política. Y eso es lo que ocurre en sociedades de mercado como la estadounidense. La teoría de una democracia basada en «una persona, un voto» se convierte en la práctica en «un dólar, un voto» (ibídem Stiglitz):
«[L]a política configura los mercados: la política determina las reglas del juego económico, y el terreno de juego está inclinado a favor del 1 por ciento. Por lo menos en parte, eso se debe a que el 1 por ciento también determina las reglas del juego político.»Stiglitz describe pormenorizadamente la manera en que los ricos influyen en la política para modificar las reglas a su antojo. La última obra de Michael Sandel relata otros tantos ejemplos. De este modo, la única diferencia real entre la Europa aristocrática de siglos anteriores o el régimen colonial con las sociedades capitalistas occidentales es que la concentración del poder político, así como la división de privilegios, ahora no es por motivos de raza o de cuna, sino de pecunia.
«Los fallos de la política y la economía están interrelacionados, y se potencian mutuamente. Un sistema político que amplifica la voz de los ricos ofrece muchas posibilidades para que las leyes y la normativa —y su administración— se diseñen de forma que no solo no protejan a los ciudadanos corrientes frente a los ricos, sino que enriquezcan aún más a los ricos a expensas del resto de la sociedad.»
Al analizar la democracia Ortega y Gasset observaba:
«La salud de las democracias, cualquiera que sean su tipo y su grado, depende de un mísero detalle técnico: el procedimiento electoral. Todo lo demás es secundario. Si el régimen de comicios es acertado, si se ajusta a la realidad, todo va bien; si no, aunque el resto marche óptimamente, todo va mal.»Mientras se puedan seguir comprando los votos aquellos más ricos, los que controlan las empresas más grandes, barrerán para casa a costa de los más pobres. Tendremos que pagar por consumir nuestra propia energía solar. La gestión de la sanidad se malvenderá a empresas privadas, que disfrutarán de sus nuevas rentas a costa del contribuyente. Los bancos podrán continuar con sus prácticas abusivas y seguir asumiendo riesgos exagerados porque el estado saldrá en su rescate si lo necesitan, de nuevo a costa de los que menos tienen. La justicia será la que uno pueda comprar. La crisis financiera ha puesto de relieve cómo algunas democracias occidentales han acabado guillotinadas por don Dinero.