Pero no es eso. Cuando hay arroz con leche de postre, Benito sabe que es para él; es su postre favorito. Pero si hay pasta y arroz de primer plato, por ejemplo, siempre tiene que consultar su nota. Benito, como el resto de mis compañeros, y al igual que todos nosotros, no siempre es capaz de saber qué le apetecerá en el futuro.
Foto de Xjs-Khaos |
La comida es, obviamente, un ejemplo banal; los problemas empiezan con cosas más importantes. Te compras una casa en el centro de la ciudad para estar cerca de una zona de copas; años después tienes hijos y preferirías vivir en un barrio de la periferia para que los niños corran libremente. Decides estudiar medicina y cuando muere tu primer paciente por un error tuyo descubres que ya no quieres ser médico. Te dedicas en cuerpo y alma a tu profesión para lograr el éxito y a los cuarenta años lamentas no haber formado una familia. Ahorras toda la vida y en tu jubilación te arrepientes no haber disfrutado el dinero cuando tu cuerpo estaba en plena forma. O, como decía el doctor Cox en Scrubs, «te casas con alguien que te recuerda a tu madre y luego recuerdas que odias a tu madre». El futuro está envuelto en una niebla formada por la impredicibilidad, no solo sobre cómo se desarrollarán los factores externos que te rodean, sino también sobre cómo cambiarás tú mismo.
Forma parte del vivir el adelantarnos a lo que querremos dentro de diez, veinte o cincuenta años. Pero la persona que serás mañana te es desconocida. Haces planes, llevas a cabo proyectos y preparas el terreno para un extraño, alguien del futuro que se llama igual que tú, pero cuyos deseos en realidad desconoces. Si, como pensaba MacIntyre, la capacidad de planear y comprometerse en proyectos a largo plazo es condición necesaria para encontrar sentido a la vida, entonces puede que actualmente estés dando sentido a una vida en cierto modo ajena.
Cuando era adolescente soñaba con tener un deportivo biplaza. Hoy conduzco un utilitario, y no se me ocurriría comprarme otra cosa. Aquel sueño de mi yo adolescente es tirar el dinero para mi yo actual.
Cuando llegó la hora de elegir una carrera universitaria dudé entre matemáticas, física, ciencias de la tierra y fisioterapia. Al final elegí la última y la abandoné, como ya conté. Yo me alegro de haberlo hecho: aunque quería aprender a curar a la gente con el tiempo me he dado cuenta de que en realidad no me gusta la gente. Los desconocidos son para mí fuente de ansiedad y mis habilidades sociales son nulas; mala cosa para un profesional de la salud o un profesor (que es lo que hubiera acabado siendo de haber optado por matemáticas o física). Cuando meditaba el cambio de rumbo profesional temía que si hacía de mi afición mi profesión pudiera dejar de gustarme, mas no ha sido el caso. Creo que esto me ha salido bien, aunque haya sido de casualidad.
Bertrand Russell escribió:
«El hábito de mirar al futuro y de creer que la vida no tiene otro sentido que el de producir el porvenir es pernicioso. No puede tener valor el todo si no lo tiene cada una de las partes. La vida no debe concebirse como un melodrama en el cual el héroe y la heroína atraviesan dificultades increíbles hasta llegar a un final dichoso»Así que supongo que quien me aconsejó que me dedicara a lo que me apeteciera en ese momento tenía parte de razón. No parece tener mucho sentido preocuparse por todo esto. Al fin y al cabo ese yo futuro contrariado por las decisiones de mi yo presente no existe y quizá no llegue a existir. Acaso el mejor plan para el futuro sea simplemente dejarlo venir.
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