lunes, 28 de octubre de 2013

17 cosas que no me contaron sobre la vida

Mis padres hicieron lo que creyeron más conveniente, supongo, tratando de transmitirme las lecciones que juzgaron más correctas y valiosas. Cuando uno crece se da cuenta de que algunas de esas lecciones estaban equivocadas (y seguirlas a pies juntillas ya la he ocasionado más de un problema) mientras que otras se prueban ciertas bien pronto. Y aún queda un tercer tipo: las que solo se entienden cuando uno llega a la edad adecuada.

En el lado opuesto a las enseñanzas explícitas se hallan las omisiones, es decir, todo aquello de lo que no me advirtieron. Seguro que ustedes también querrían poder hablar con su yo pasado para sugerirle un par de cosas en aras de una vida más satisfactoria, transmitirle lo que llevan aprendido en su existencia presente para ahorrarse alguna hostia. Si yo pudiera hacerlo esto es lo que me diría. Notarán que algunos de los consejos que van a leer pueden considerarse contradictorios. No hay nada extraño en ello: las normas generales no son infalibles, y por ende no son aplicables en el cien por cien de las ocasiones. Puede haber matices y circunstancias adicionales que desaconsejen su uso. Decidir qué regla utilizar en qué situación queda a criterio de uno mismo.

Las notas no importan (casi nunca) más allá del aprobado. Un expediente brillante solo es necesario o útil en circunstancias muy concretas (cuando uno quiere optar a un puesto en Wall Street, por ejemplo), pero en la inmensa mayoría de ocasiones son irrelevantes. El éxito en el sistema educativo no es un indicador de capacidad personal ni sirve para pronosticar un próspero o nefasto porvenir.

Ninguna buena acción queda sin su correspondiente castigo. Es una mera cuestión de probabilidad, como dice Kahneman:
«I had stumbled onto a significant fact of the human condition: the feedback to which life exposes us is perverse. Because we tend to be nice to other people when they please us and nasty when they do not, we are statistically punished for being nice and rewarded for being nasty.»
«Cada cual para sí, zagal», le advertía el capitán Alatriste al joven Íñigo Balboa. Aunque les parecerá mal, nadie te culpará por preocuparte únicamente de ti mismo: es lo que todos esperamos que los demás hagan. Por contra, si quieres hacer algo bueno por alguien, tú verás. No esperes nada a cambio, ni siquiera un simple gracias. Primero, porque los actos de bondad deben hacerse por sí mismos, no por la recompensa. Segundo, porque la mayoría de nosotros somos unos desagradecidos. Algunas personas incluso te rechazarán directamente de mala manera cuando quieras ayudarles o tener algún detalle. Si no puedes soportar la ingratitud tienes dos opciones: aguantarte o no molestarte en dar.

Leer el periódico es perder el tiempo. «What about the need to be informed in order to be a responsible citizen?» le preguntaba Barbara Ehrenreich a una persona que había decidido dejar de ver las noticias sobre la guerra de Iraq. El hecho es que no vas a obtener información a base de leer la prensa diaria. Casi todo es ruido, relleno, como esos capítulos de Naruto en los que usan sus técnicas ninja para ganar una competición de Ramen. La mayor parte de lo escrito en prensa es irrelevante, sesgado, incorrecto o pura mentira.

No des lecciones a los demás si no te han preguntado. El equivocado podrías ser tú. Y, aunque estés en lo cierto, a nadie le gustan los sabiondos ni los presumidos. Si, verbigracia, les hablas de las bondades de las dietas bajas en azúcar o sin gluten te despreciarán con algún cliché manido del tipo «¿y lo rico que está?», «la vida es para disfrutarla» o «de algo hay que morir». Si le sugieres a alguien una manera de hacer mejor su trabajo te mandará a freír espárragos (cuanto más incompetentes somos, más ciegos estamos ante ese hecho). Y si –lo que es aún peor– pretendes que los demás actúen de cierta forma mejor será que te estés aplicando el cuento (aunque desde el punto de vista lógico eso sea irrelevante).

Alcohol. La costumbre de embriagarse con los amigos debe de ser tan antigua como el descubrimiento del alcohol por parte del hombre. Asume que si no participas te dejarán de lado, y que acudir a una reunión social de ese estilo y abstenerse del alcohol es como ir a una orgía y no quitarse la ropa. No viene a ser lo mismo. Es mucho más aburrido. Y es raro. Y a nadie le gustan los raros.

Empieza a ahorrar cuanto antes. Construir un capital activo que genere intereses suficientes para lograr la independencia financiera lleva tiempo, sobre todo cuando tu sueldo es una miseria. También necesitarás un colchón para imprevistos y otro para la jubilación. Para ahorrar no es necesario llevar una vida miserable, solo prestar atención a la manera en que gastas el dinero.

Tus amigos son aquellos que te tratan mejor de lo que te mereces. Da igual lo tonto, aburrido, desagradable, maquiavélico o mezquino que seas, siempre encontrarás a alguien que te apreciará a pesar de tus defectos y te dará más de lo que tú a él (o ella). Es la parte positiva de que haya gente para todo.

No te creas nada de lo que te dicen. El escepticismo es una buena heurística en general, no solo en ciencia. Hablar no cuesta nada. Las personas no somos conscientes de nuestros autoengaños y contradicciones internas. Hablamos para defender nuestros intereses. Hablamos para persuadir a los demás. Los actos son mejores portadores de información: hablan por sí mismos. Como dice el refrán, obras son amores y no buenas razones.

Los expertos de radio y televisión no tienen ni idea. Están en antena porque dan juego, no porque sus pronósticos sean acertados o sus razonamientos incólumes.  «El periodismo», escribe Nassim Taleb, «es puro entretenimiento, y no una búsqueda de la verdad, sobre todo cuando se trata de radio y televisión».

Cuidado con el individualismo. Si tus amigos se tiran por un puente, considera seriamente hacerlo tú también. «Failing in a herd rarely has adverse consequences», que dice Raghuram Rajan. Formar parte de la manada tiene muchas ventajas. No sale a cuenta ser un bicho raro.

No engordes durante la adolescencia. Cargarás con los adipocitos extra el resto de tu vida. Cuanto menos azúcar consumas, mejor. Nada de chocolate con menos del 70% de cacao (no te preocupes, te acostumbrarás al sabor y con el tiempo podrás elegir una variedad cada vez más pura).

Aléjate de las drogas. No solo de las recreativas, sino de los medicamentos en general (a no ser, obviamente, que sean imprescindibles, lo que ocurre menos a menudo de lo que pensamos). El negocio farmacéutico encierra muchos riesgos ocultos en sus productos. Es mejor aguantar un dolor si es posible y corregir la causa del mismo que tragar un cóctel de paracetamol, ibuprofeno y metamizol.

Cuidado con seguir las normas. A menudo están puestas para proteger el statu quo. Otras veces los resultados no son los que se dan por sentado. Se suponía que estudiar para obtener una licenciatura llevaría a conseguir un buen trabajo con el que poder comprar una casa para tu familia. Que se lo digan a los españoles.

Es inútil tratar de agradar a todo el mundo. Haters gonna hate, que dicen por la internet: algunos te odiarán hagas lo que hagas, digas lo que digas (o hagas lo que no hagas y digas lo que no digas). Además de eso hay quien se comporta como si fuera la última coca-cola del desierto y se aprovecha de tus ganas de caer bien. Ándate con ojo o te explotarán, dejándote seco física, emocional y financieramente.

No seas nenaza. Los hombres no lloran. La autoconsciencia, el hecho estar conectado con el mundo interior de tus sentimientos, no es una cualidad bien valorada. La sociedad no es tan tolerante con esto como se supone.

La vida no es una serie de televisión americana. Aquellas escenas en las que dos personajes hablan de sus sentimientos y solucionan sus problemas de forma razonable son tan inverosímiles como el argumento de The Walking Dead. Tratar de discutir asuntos emocionales es absurdo y estéril en la mayor parte de los casos.

Esta es mi lista (por ahora). Obviamente es un reflejo de mis experiencias y muestra mis cicatrices. No trata sobre hacer lo correcto, sino de cómo compensar mis debilidades para ir tirando sin tanta acrimonia. Me encantaría saber qué se dirían a ustedes mismos. Compártanlo en los comentarios si lo creen conveniente.

lunes, 14 de octubre de 2013

La práctica de la inteligencia emocional

Si han leído los celebérrimos libros de Daniel Goleman sobre el tema tal vez piensen que eso de la inteligencia emocional es algo bueno, útil e incluso deseable. Quizá pensaron que valía la pena intentarlo y puede que se sintieran impelidos a poner en práctica los consejos dados por el autor. Si tuvieron la ocasión de hacerlo con otra persona con la que tenían un problema es probable que descubrieran eso que dicen los militares de que ningún plan sobrevive al contacto con el enemigo.

Tomemos un ejemplo del primer libro para ver a qué me estoy refiriendo:
«El arte de hablar de forma no defensiva consiste en la capacidad de ceñirse a una queja concreta sin terminar desembocando en un ataque personal. El psicólogo Haim Ginott, el pionero de los programas de comunicación eficaz, afirma que la mejor forma de expresar una demanda responde al modelo «XYZ», es decir, «cuando dices X me haces sentir Y, pero me habría gustado sentirme Z». Por ejemplo: «cuando no me llamaste por teléfono y no me avisaste de que llegarías tarde a nuestra cita para cenar me sentí despreciada y enfadada. Me habría gustado que me advirtieras de tu retraso», en lugar del habitual «eres un desconsiderado y un egoísta». En resumen, pues, la comunicación abierta no supone un desafío, una amenaza ni un insulto, y tampoco deja lugar para ninguna de las innumerables manifestaciones de una actitud defensiva, como las excusas, la evitación de responsabilidades, los contraataques destructivos, etcétera.»
La ingenuidad de la que son acusados a veces los filósofos éticos palidece ante la de los psicólogos que asumen que es posible para dos personas cualesquiera discutir una afrenta de forma sosegada y racional por el mero hecho de cambiar la manera de comunicarse. Al toparnos con la realidad el guión de color rosa con final feliz a menudo se torna en una espiral de reproches mutuos, cuando no directamente insultos. De repente todos los trapos sucios se sacan a la luz del día y uno termina preguntándose si es que ha empleado mal la técnica o es que el psicólogo que la propuso nunca ha tenido pareja, hijos, amigos o vecinos.

Por mi experiencia diría que a menudo la gente no quiere solucionar el problema en cuestión; quiere tener razón. O peor aún: que te pliegues a sus voluntades sin rechistar. Hemos de recordar que cuando tratamos con seres humanos no tratamos con seres lógicos y racionales, sino con animales portadores de deseos, miedos, esperanzas, prejuicios y otros sesgos cognitivos, así como una visión del mundo y de sí mismos, de lo que es «normal» y de cómo deberían ser las cosas. Dependiendo de la personalidad o el estado de ánimo una misma frase o un mismo hecho puede ser interpretado de manera totalmente opuesta por el mismo individuo, bien sea con tal de llevar razón y ganar la discusión (si es que eso es posible), o bien para sentirse ofendido (si es de los que gusta jugar el papel de mártir). A todo lo anterior se une el hecho de que la mayoría de personas no está entrenada en el arte de la argumentación (y además no tienen ningún interés por el tema), lo que hace de la discusión un ejercicio inútil, una carretera sin salida labrada con falacias. Incluso aunque logremos dialogar de forma calmada las razones de uno pueden no parecer sinceras al otro. En ese caso solo se puede confiar en que es la verdad, pero a menudo optamos por pensar que la otra persona nos oculta la verdadera razón. Lo cual no sería raro, ya que mentir es fácil y barato. El resultado es que toda la cuestión acaba reducida a un asunto de fe.

En lo atinente a «hablar las cosas» es posible que el sesgo de acción –nuestra tendencia al intervencionismo, el querer «hacer algo»– sea peor remedio que la enfermedad. Yo creo que a menudo es mejor dejarlo pasar, que se enfríen los ánimos y el asunto acabe en el olvido. Algunos pensarán que obrar así solo hace que el rencor se acumule y sea peor cuando la bomba estalle más adelante, pero tengo mis dudas que ese sea efectivamente el caso. Pienso que es mucho más ponzoñoso para una relación hablar largo y tendido sobre cualquier ofensa, real o imaginaria, que tenga lugar. Con esto no quiero decir que mis juicios sean aplicables a todo caso y que sea mejor no hablar nada. De ninguna manera. Pero en casos en los que una persona se ofende porque ha malinterpretado algo que hemos dicho o hecho opino que es mejor obviar el tema, pues darle vueltas solo sirve para añadir cicatrices innecesarias. Si además ocurre que los oprobios van siempre en la misma dirección (porque una de las dos personas sea muy susceptible) a uno le quedará la sensación de que siempre anda pidiendo disculpas.

Lo dicho hasta aquí no significa que el concepto entero de inteligencia emocional sea una patraña. Mi queja tiene que ver con la dificultad práctica a la hora de relacionarse con otros no versados sobre el tema y nada dispuestos a aprender. Estas técnicas solo funcionan si ambas partes entran en el juego y se atienen a las reglas: de nada sirve utilizar fina esgrima intelectual mientras el otro nos arrea salvajes dentelladas emocionales (o nos golpea con unos tangibles yogures de frutas —cosas de las reuniones de vecinos). No hay inteligencia emocional en el mundo que haga bajarse del burro a quien ha decidido parapetarse tras el muro pasivo-agresivo del «haz lo que quieras». Es como discutir sobre política: si no hay un acuerdo en los principios fundamentales el proceso entero es absurdo e inútil. Contra principia negantem non est disputandum.