lunes, 30 de septiembre de 2013

El ataque de los clones

El pasado 30 de marzo se estrenó Dragon Ball Z: Battle of Gods, la primera película japonesa en ser proyectada en los cines IMAX. La historia se sitúa en el lapso de diez años tras la derrota de Buu y es la primera película que se considera parte de la historia oficial de la serie. El DVD y el Blu-ray salieron a la venta hace apenas unos días, el 13 de septiembre. Si bien no es una gran película (al fin y al cabo no deja de ser un shonen) como fan de la serie debo decir que me gustó. Por momentos se me pusieron los pelos como escarpias al retrotraerme a la niñez y recordar emociones pretéritas.

El último número de Dragon Ball Z se publicó el 5 de Junio de 1995, es decir, hace casi veinte años. Sin embargo, vemos que todavía se hacen películas sobre la serie y, sobre todo, videojuegos. Algo parecido ocurre –aunque en menor medida– con otra de las series favoritas de mi infancia, Caballeros del Zodíaco (Saint Seiya). Mis primos pequeños, que tienen once y nueve años, no conocen ninguna de las dos. Lógico, dado que han pasado dos generaciones. ¿Cómo es que Dragon Ball Z sigue viva?

Siendo el lector tan sagaz como le imagino intuirá que la razón es la misma por la que hay siete películas de Superman y ocho de Batman. Es la misma razón por la que cada verano las carteleras rebosan de remakes, secuelas y precuelas. La razón de que tengamos siete partes de la muy prescindible saga The Fast and the Furious y vayamos a contar al menos con tres de Los mercenarios (The Expendables). El periodista Edward Jay Epstein, experto en el mundo de Hollywoodexplica dónde está el problema (el énfasis es mío):
«In Hollywood, originality is anything but a virtue. Paramount rejected a recent project that had attached stars, an approved script, and a bankable director by telling the producer: “It’s a terrific idea, too bad it has not been made into a movie already or we could have done the remake.” This response, alas, is not untypical. Studios today, as a former executive explained, tend to green-light four types of movies for wide openings: remakes (such as King Kong), sequels (such as Star Wars: Episode III), television spin-offs (such as Mission: Impossible), or video game extensions (such as Lara Croft: Tomb Raider).
If Hollywood is originality-challenged, it is not because studio executives find particular joy in mindlessly imitating bygone successes, or lack imagination. It is because they must take into account the underlying reality of today’s entertainment economy. In the prior system (1928–1950), each studio was identified with a particular genre of movie [...] To this end, a studio could rely on a vast habitual herd of moviegoers to go to the movies in an average week. Most of these people went to see not just a new movie—the main attraction—but also a program of weekly entertainment that included newsreels, a slapstick short, a cliffhanger serial, a “B” feature, such as a Western, and needed no national advertising to prod it. That was before TV provided an alternative source of entertainment.
Today there is a different story. The studio names mean little, if anything at all, to audiences. Nor can the weekly audience, which has shrunk to less than 10 percent of the population, be relied on to show up for any particular movie. Studios must therefore create audiences from scratch for each and every film. For the studios, “audience creation” has become just as important a creative product as the film itself.»

«Since the publicity campaigns for these blockbusters have proven effective in the popcorn economy, studios recycle their elements into endless sequels, such as those for Spider-Man, Pirates of the Caribbean, Shrek, and Mission Impossible, which then become the studios’ franchises on which they earn almost all their profits. That is their unoriginal sin and, alas, salvation in the new system.»
Cuando uno quiere ganar dinero puede arriesgarse a hacer algo nuevo o jugar sobre seguro y copiar algo existente que funcione. Los superhéroes y sagas como Star Wars cuentan con audiencias ya consolidadas que garantizan cierto nivel de emolumentos incluso aunque el resultado final no sea muy bueno (a menudo los fans se muestran decepcionados con los remakes). Al parecer es más rentable eso que gastar dinero en mercadotecnia para dar a conocer algo nuevo y original.

La falta de innovación no afecta únicamente a firmas como Sony, creadora tanto de películas como de videojuegos. Las compañías farmacéuticas son propensas a crear sus propias copias de medicamentos superventas existentes cuya patente haya expirado, lo que Ben Goldacre llama medicamentos «yo también»:
«[E]l desarrollo de una nueva molécula, con un mecanismo de acción completamente nuevo sobre el organismo, es un asunto muy arriesgado y difícil. Por este motivo, si una empresa tiene a la venta un medicamento que se receta, habrá muchas ocasiones en que otras intentarán fabricar una versión propia, razón por la cual hay, por ejemplo, muchísimos antidepresivos del tipo llamado «inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina» o SSRI. Desarrollar un fármaco de este tipo es mucho más seguro comercialmente.
Los medicamentos «yo también» no suelen tener un efecto terapéutico beneficioso, por lo que muchos los consideran un derroche, un gasto innecesario de los fondos para el desarrollo de medicamentos, con el que, además, se expone potencialmente a los participantes de los ensayos clínicos a un riesgo innecesario solo para ganancia de las empresas farmacéuticas y no para el progreso de la medicina.»
También Silicon Valey es víctima de la aversión al riesgo. Otrora sinónimo de innovación, el valle parece estar convirtiéndose en una máquina fotocopiadora de Facebooks, más preocupada por esquilmar a los veinteañeros que por solucionar problemas realmente significativos:
«Perhaps the most common critique of the technology industry today is that too much money, ability, and energy is focused on social games, photosharing, advertising, todo lists, and the like. Some critics harken to a past where the Valley invested in tangible breakthroughs in PCs, semiconductors, and networking, others can’t find much positive to say about technology in general, and generally many people feel that the Valley is now suffering from a failure of imagination (1, 2, 3, 4, 5, 6).»

Pero como dice siempre el piloto español Pedro de la Rosa al comentar las carreras de Fórmula 1, si no vas primero tu única opción para obtener un resultado mejor es hacer algo diferente; si copias al que va por delante estás perdido. Jason Fried y David Heinemeier Hansson, fundadores de 37signals, aconsejan olvidarse de la competencia y centrarse en hacer algo distinto. Lo explican en Rework, su libro sobre los negocios:
«Focus on competitors too much and you wind up diluting your own vision. Your chances of coming up with something fresh go way down when you keep feeding your brain other people's ideas. You become reactionary instead of visionary. You wind up offering your competitor's products with a different coat of paint.
If you're planning to build "the iPod killer" or "the next Pokemon," you're already dead. You're allowing the competition to set the parameters. You're not going to out-Apple Apple. They're defining the rules of the game. And you can't beat someone who's making the rules. You need to redefine the rules, not just build something slightly better.»

«If you're just going to be like everyone else, why are you even doing this? If you merely replicate competitors, there's no point to your existence. Even if you wind up losing, it's better to go down fighting for what you believe in instead of just imitating others.»
Claro que hacer algo fuera de lo habitual tampoco garantiza el éxito. Oliver Burkeman nos habla de un almacén en Ann Arbor, Michigan, propiedad de la empresa GfK Custom Research North America cuyas estanterías están pobladas de miles de paquetes de alimentos y enseres domésticos con una particularidad: todos fueron un fracaso. En sus baldas podemos encontrar productos tales como cerveza con cafeína, Pepsi para el desayuno y huevos revueltos precocinados listos para calentar en el microondas y consumir en el coche.

Para el economista Paul Ormerod el fracaso es la característica distintiva de la vida empresarial. Yo supongo que es más difícil justificar un descalabro cuando has apostado por algo innovador que cuando te has limitado a seguir al rebaño, yendo a lo que funciona a pesar de que el mercado esté ya copado. Cuando uno intenta ser original y se la pega a menudo es señalado con el dedo y se le espeta «¿en qué estabas pensando?». Por contra, como bien señala el también economista Raghuram G. Rajan «failing in a herd rarely has adverse consequences».

lunes, 16 de septiembre de 2013

El hombre desactualizado

Todo lo que sabemos tiene fecha de caducidad. A quienes fuimos a EGB nos enseñaron en la escuela que había 103 elementos en la tabla periódica; los que no hayan tocado la química desde la aquel entonces ignorarán que el número actual es 118 . Los planetas ya no son nueve, sino ocho, dado que Plutón salió de la lista en 2006. La población mundial ha pasado de los 5.900 millones de personas que me dijeron de pequeño a más de 7.000. Los macronutrientes siguen siguen siendo los mismos (glúcidos, lípidos y proteínas) pero sus efectos sobre la salud y su influencia en la composición corporal han ido cambiando en las últimas décadas. Y he aquí trece mitos sobre ciencia que tal vez usted aún crea ciertos (no deje de leer los comentarios). Tal como escribe Samuel Arbesman:
Foto de Parksy1964
«Facts change all the time. Smoking has gone from doctor recommended to deadly. Meat used to be good for you, then bad to eat, then good again; now it’s a matter of opinion. The age at which women are told to get mammograms has increased. We used to think that the Earth was the center of the universe, and our planet has since been demoted. I have no idea any longer whether or not red wine is good for me. And to take another familial example, my father, a dermatologist, told me about a multiple-choice exam he took in medical school that included the same question two years in a row. The answer choices remained exactly the same, but one year the answer was one choice and the next year it was a different one.»
El campo de trabajo de Arbesman es la cienciometría, una disciplina cuyo objetivo es medir y analizar la investigación científica. Según este autor los hechos o datos que forman el conocimiento científico tienen una vida media que obedece ciertas reglas matemáticas. Algunos datos cambian constantemente, como la temperatura en nuestra ciudad, mientras que otros cambian tan despacio que se consideran constantes, como el número de dedos de la mano. A medio camino se sitúan los mesodatos, aquellos que cambian con el paso de los años: los elementos de la tabla periódica que comentamos al principio, nuestros conocimientos sobre los dinosaurios, la tecnología informática y los tratamientos médicos.

Buena parte del conocimiento que va cambiando no afecta a nuestra vida diaria de forma directa. Dudo, verbigracia, que la vida del lector se haya vuelto patas arriba al conocer el nuevo número de elementos químicos. Como tampoco le explotará la cabeza al saber que, aunque en la película Jurassic Park los velociraptores son representados con una piel reptiliana, en 2007 se descubrió que en realidad estaban cubiertos de plumas. ¿Curioso? Tal vez. ¿Útil? Probablemente no (a no ser que esté considerando producir una película sobre dinosaurios).

Analicemos, pues, un ámbito más práctico como puede ser el de la medicina, donde los galenos más próximos dispuestos a educarnos son nuestras abuelas y nuestras madres. Que levante la mano a quien la hacedora de sus días le haya reprochado haber salido sin suficiente abrigo arriesgándose a coger un catarro. ¿Es cierto que uno puede resfriarse por el frío? Ocurre que la respuesta a esa pregunta ha ido cambiando con el tiempo:
«La sabiduría popular dice que sí. [...] Cualquier madre o médico de familia así lo afirmaría.
Pero los científicos llevan también años insistiendo en que la relación entre enfermedad y frío no es más que una quimera, argumentando que los resfriados son más comunes en invierno porque la gente se cierra en el interior de sus casas, donde los gérmenes tienen más posibilidades de pasar de una persona a otra.
[...] Pero hace algunos años, los científicos descubrieron la causa más común del resfriado: el rinovirus. A partir de ahí comenzaron a observar sus efectos en el sistema inmune. ¿El tiempo frío podría debilitar el sistema inmune y facilitar que el rinovirus causara una infección? A medida que fueron estudiando el rinovirus descubrieron que éste en realidad causa más daño en primavera y otoño, cuando el tiempo es lluvioso y húmedo, que en invierno.
[...] A partir de esos nuevos descubrimientos, los científicos vieron que la respuesta no es tan clara como parecía. La balanza se inclina a favor de la creencia popular, pues las investigaciones cada vez se encuentran más con el hecho de que un descenso de la temperatura corporal puede ocasionar un resfriado.
[...] Las personas nos resfriamos más en invierno en parte porque el mal tiempo nos hace entrar en sitios cerrados, pero también porque las temperaturas muy bajas afectan al sistema inmune, haciéndole más vulnerable a las infecciones o agravando alguna infección latente que ya teníamos.»
Entre las obligaciones de los padres se halla la de procurar la mejor salud al hijo. Por desgracia para estos la mayoría de progenitores atesoran un conocimiento médico basado mayormente en mitos, tradición y medios de comunicación de masas, tres vías de dudosa eficacia para transmitir un conocimiento real. El padre interesado en mantenerse al día encontrará interesante este libro (para un resumen con doce mitos populares y su validez o no puede consultar este artículo). Descubrirá, para alivio del crío, que no es necesario esperar dos horas después de comer para volver a zambullirse en la piscina (tortura de tantos niños de mi generación).

Todavía en relación con los cuidados parentales y entrando en la zona de las consecuencias fatales, aún recuerdo la reacción de mi madre cuando vio en el telediario que los médicos empezaban a recomendar que los bebés durmieran boca arriba. «¡De toda la vida los niños han dormido boca abajo!» exclamó algo perpleja. Al parecer la costumbre de colocar a los infantes en decúbito prono se debe al consejo dado por el pediatra norteamericano Benjamin Spock en su libro superventas Tu hijo. Su indicación se basaba en un razonamiento a priori, a saber, que si el niño vomitaba era más probable que se ahogara si dormía boca arriba. Estudios empíricos posteriores observaron sin embargo que el riesgo de muerte súbita era significativamente mayor en quienes dormían sobre su abdomen. Como decía, desde hace algunos años se insta a que los niños duerman sobre su espalda. En este mismo sentido, hace apenas unos meses se publicó en el British Medical Journal un estudio que concluía que el colecho (práctica aconsejada por el Ministerio de Salidad español en su informe Maternidad y Salud del año pasado) podría aumentar el riesgo de muerte súbita. Es de esperar que con el tiempo, gracias a la acumulación de evidencias, se pueda dar una indicación informada en uno u otro sentido.

Si los bebés son los seres que consideramos más frágiles y ante quienes procuramos con especial ahínco cumplir la máxima hipocrática primum non nocere, las mujeres embarazadas ocuparían el segundo puesto de la lista. A tenor por la interminable lista de advertencias y precauciones que reciben las mujeres en estado de buena esperanza se diría que gestar una criatura es un proceso harto delicado, y uno se pregunta cómo es posible que hayamos conseguido perpetuar la especie durante tanto tiempo, habida cuenta de la falta de medios en épocas pretéritas. Sea como fuere, los médicos suelen andar con pies de plomo y ser bastantes conservadores cuando tratan con mujeres en estado de buena esperanza. Recientemente la economista Emily Oster relataba en un artículo para el Wall Street Journal su experiencia con el embarazo, y cómo analizó los datos relativos a cada una de las recomendaciones dadas por su médico para averiguar cuánto había de verdad en ellas. Concluyó que no pasaría nada por beber un vaso de vino de vez en cuando, tomar café y hacer ejercicio cuando quisiera. Habrá que esperar cuarenta y cinco años (el tiempo estimado por John Hughlings Jackson para expulsar de la medicina una idea errónea) para ver si Oster tenía razón o si expuso a su criatura a riesgos innecesarios.

La gente tiene su vida, su trabajo (no todos los que quieren, por desgracia) y niños a los que criar (incluyendo algunos que no lo buscaban, para su desgracia). No es de esperar que se sienten periódicamente a reciclar sus conocimientos. En lugar de eso, confían en los medios de comunicación o internet. El problema es que gran parte de lo que oímos es engañoso cuando no directamente falso. Recibimos mucho más ruido que información real. Y como humanos hay límites a lo que podemos saber y el ritmo al que podemos aprender cosas nuevas. Sin embargo, hemos visto que mantenerse al día puede ser realmente importante por las consecuencias negativas que acarrea en ocasiones. No todas ellas son tan trágicas como la muerte de un infante, claro. A veces el daño se limita a pasar hambre de forma honorable mientras uno se pregunta perplejo cómo es que no consigue adelgazar cuando está cenando únicamente fruta y yogur.

Nassim Taleb publicó en su muro de Facebook su propia heurística para determinar lo que es importante:
«The odds of using, 10 years from now, something picked up today from random media is < 1 in 50,000. In science (outside of mathematics) it is < 1 in 30,000. On the other hand, you have more than 50 % chance of using (or remembering) something that you are interested in and has been "in print" more than a century. There is a very easy filter. What you search for is less likely to be noise. Further, word of mouth is more potent filtering than we think.»
Aunque no sea nada recomendable cambiar nuestros hábitos con cada nuevo estudio que sale a la luz (pues hacerlo nos hará víctimas del ruido) tampoco parece muy buena idea esperar cien años antes de hacerlo. Las tablas que aparecen en el libro de Arbesman muestran que el lugar del término medio varía según el campo del saber.

En ocasiones, tener un poco de algo es peor que no tener nada. Una falsa sensación de seguridad, verbigracia, puede hacernos asumir riesgos innecesarios. Respecto al tema que nos ocupa hoy ya entrevimos algunas complicaciones cuando hablamos del conocimiento incompleto. El conocimiento no actualizado supone un problema mayor que la ausencia total del mismo porque creer que ya sabemos algo nos puede hacer periclitar el reciclaje intelectual. En palabras del entrenador Charles Staley:
«I’ve frequently said that “knowing” is the most significant impediment to continued learning, because when you think you know, you cease further exploration.»
Quizá por eso Max Planck estaba en lo cierto al afirmar que las verdades científicas no acaban imponiéndose por sus propios méritos, sino porque sus detractores acaban muriendo y nace una nueva generación familiarizada con las nuevas ideas. La erudición es una empresa que comparte características con el castigo de Sísifo, devolviéndonos a menudo al punto de partida. Nuestro cerebro, con su gusto por lo fácil y rápido, no parece estar a la altura. Paradójico, si tenemos en cuenta que fue lo que usamos para adquirir todos esos datos en primer lugar.

lunes, 9 de septiembre de 2013

El denominador común

Nadie como el difunto Lázaro Carreter para describir Septiembre, el mes que para tantos marca el fin de las vacaciones y la vuelta al trabajo:
«Ya estamos todos. Hemos vuelto al pie de la misma montaña, la del año pasado, la del anterior, la del anterior... Hay que subir empujando la peña, aun sabiendo que rodará otra vez. Debemos descansar de las estúpidamente llamadas 'bien merecidas vacaciones'. Desde fines de junio sacan por la tele kilómetros de parálisis motora rumbo a la playa, que aguarda llena de mosquitos, plásticos y rayos ultravioleta. Pero, según digo, hemos regresado y ya estamos completos: las tiendas han abierto, y es posible cortarse el pelo, encontrar los quioscos expeditos, y hasta enfermar y hallar a los médicos con las batas puestas. Debemos, pues, descansar del descanso currando y dando cada uno su propio callo.»
Hay quien está recién llegado. Los hay que se fueron hace tiempo y para los que los días de asueto son solo un recuerdo ya algo emborronado. También están aquellos que no han podido permitirse el lujo de unos días libres. Pero una cosa es segura: todos y cada uno de ellos están unidos por un sentimiento común que los hermana, sin importar color de piel, estatus socioeconómico o afiliación política. Todos y cada uno de ellos piensan que los demás son gilipollas.


Me encontré hace no mucho con tuit que explicaba esta sensación:
«When you look at Twitter's trending topics, it's a lot easier to understand why they have to write "Do Not Eat" on silica gel packets.»
Otro decía que ciertamente vivimos en un mundo en el que hay explicar lo más básico y obvio de la vida a los estúpidos, y como muestra de ello aportaba la siguiente imagen:


Es difícil no perder la fe en la especie humana cuando uno lee los comentarios de las noticias en los periódicos digitales, o cuando se topa con vídeos como esteeste (NSFW), este o este (NSFW) –sin mencionar los fail compilation, encuentra preguntas como esta (digna del ya clásico Yahoo Answers), cuando oye hablar a los políticos o los «expertos» que proliferan en los medios de comunicación, ve Telecinco o, sencillamente, sale a conducir. Por no hablar de los Premios Darwin o lo que el personal busca en Google.

Nótese que no estamos hablando del tipo de irracionalidad que comentamos habitualmente, esa que solo se pone de relieve a través de sesudos estudios y experimentos científicos. No, estamos hablando de algo mucho más básico. Se trata de la inteligencia básica para pasar el día sin liarla parda.


Visto lo visto no es de extrañar que «todo el mundo es idiota» y frases similares sea una de las búsquedas que más visitantes trae al blog (aunque no sé muy bien qué querrán hallar esas personas, si una causa, una solución o compartir experiencias). Como dice a menudo un buen amigo mío, gente es plural de estúpido. People equal shit. People... what a bunch of bastards!.


Decía Scott Adams en su libro El principio de Dilbert que la imbecilidad es una enfermedad en la que todos entramos y salimos varias veces al día:
«Todo el mundo es imbécil, no solo la gente que no aprueba los exámenes finales de secundaria. Lo único que nos diferencia es que somos imbéciles con respecto a diferentes cosas, en momentos distintos. Por muy inteligente que uno sea, se pasa la mayor parte del día siendo imbécil.
[...] La imbecilidad en la época moderna no es una condición permanente para la mayoría de la gente. Es una enfermedad en la que uno cae varias veces al día: la vida es demasiado difícil como para ir siempre de listo.
[...] La capacidad del ser humano para entrar y salir de la imbecilidad muchas veces a lo largo del día, sin darse cuenta siquiera de la transición, y sin matar a más de un testigo inocente, es asombrosa.»


Es una buena descripción. Claro que eso lo escribió antes de la llegada de Facebook, Twitter, Instagram y los grupos de WhatsApp. Al tener acceso a lo que los demás hacen o piensan las veinticuatro horas del día es más difícil pensar que la estupidez no es una condición permanente para la mayoría.