«Ya estamos todos. Hemos vuelto al pie de la misma montaña, la del año pasado, la del anterior, la del anterior... Hay que subir empujando la peña, aun sabiendo que rodará otra vez. Debemos descansar de las estúpidamente llamadas 'bien merecidas vacaciones'. Desde fines de junio sacan por la tele kilómetros de parálisis motora rumbo a la playa, que aguarda llena de mosquitos, plásticos y rayos ultravioleta. Pero, según digo, hemos regresado y ya estamos completos: las tiendas han abierto, y es posible cortarse el pelo, encontrar los quioscos expeditos, y hasta enfermar y hallar a los médicos con las batas puestas. Debemos, pues, descansar del descanso currando y dando cada uno su propio callo.»Hay quien está recién llegado. Los hay que se fueron hace tiempo y para los que los días de asueto son solo un recuerdo ya algo emborronado. También están aquellos que no han podido permitirse el lujo de unos días libres. Pero una cosa es segura: todos y cada uno de ellos están unidos por un sentimiento común que los hermana, sin importar color de piel, estatus socioeconómico o afiliación política. Todos y cada uno de ellos piensan que los demás son gilipollas.
Me encontré hace no mucho con tuit que explicaba esta sensación:
«When you look at Twitter's trending topics, it's a lot easier to understand why they have to write "Do Not Eat" on silica gel packets.»Otro decía que ciertamente vivimos en un mundo en el que hay explicar lo más básico y obvio de la vida a los estúpidos, y como muestra de ello aportaba la siguiente imagen:
Es difícil no perder la fe en la especie humana cuando uno lee los comentarios de las noticias en los periódicos digitales, o cuando se topa con vídeos como este, este (NSFW), este o este (NSFW) –sin mencionar los fail compilation–, encuentra preguntas como esta (digna del ya clásico Yahoo Answers), cuando oye hablar a los políticos o los «expertos» que proliferan en los medios de comunicación, ve Telecinco o, sencillamente, sale a conducir. Por no hablar de los Premios Darwin o lo que el personal busca en Google.
Nótese que no estamos hablando del tipo de irracionalidad que comentamos habitualmente, esa que solo se pone de relieve a través de sesudos estudios y experimentos científicos. No, estamos hablando de algo mucho más básico. Se trata de la inteligencia básica para pasar el día sin liarla parda.
Visto lo visto no es de extrañar que «todo el mundo es idiota» y frases similares sea una de las búsquedas que más visitantes trae al blog (aunque no sé muy bien qué querrán hallar esas personas, si una causa, una solución o compartir experiencias). Como dice a menudo un buen amigo mío, gente es plural de estúpido. People equal shit. People... what a bunch of bastards!.
Decía Scott Adams en su libro El principio de Dilbert que la imbecilidad es una enfermedad en la que todos entramos y salimos varias veces al día:
«Todo el mundo es imbécil, no solo la gente que no aprueba los exámenes finales de secundaria. Lo único que nos diferencia es que somos imbéciles con respecto a diferentes cosas, en momentos distintos. Por muy inteligente que uno sea, se pasa la mayor parte del día siendo imbécil.
[...] La imbecilidad en la época moderna no es una condición permanente para la mayoría de la gente. Es una enfermedad en la que uno cae varias veces al día: la vida es demasiado difícil como para ir siempre de listo.
[...] La capacidad del ser humano para entrar y salir de la imbecilidad muchas veces a lo largo del día, sin darse cuenta siquiera de la transición, y sin matar a más de un testigo inocente, es asombrosa.»
Es una buena descripción. Claro que eso lo escribió antes de la llegada de Facebook, Twitter, Instagram y los grupos de WhatsApp. Al tener acceso a lo que los demás hacen o piensan las veinticuatro horas del día es más difícil pensar que la estupidez no es una condición permanente para la mayoría.
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