En primer lugar, los partidos se presentan a las elecciones registrándose como partido de izquierdas o como partido de derechas. Verbigracia:
Derecha
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Izquierda
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Partido Derecha Uno
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Partido Izquierda Uno
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Partido Derecha Dos
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Partido Izquierda Dos
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Partido Derecha Tres
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Partido Izquierda Tres
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Partido Derecha Cuatro
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Partido Izquierda Cuatro
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Llega la hora de votar. En la primera vuelta los votantes deben introducir en la urna una papeleta en la que ponga «izquierda» o «derecha», según prefieran un gobierno de unas ideas u otras. Digamos que el sesenta y tres por ciento de los ciudadanos vota a favor de un gobierno de derechas, en cuyo caso se reserva un sesenta y tres por ciento de escaños a partidos que representen esas ideas. El resto va a parar al otro bando (por simplicidad omitiremos los votos en blanco equiparándolos a los votos nulos).
Derecha
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Izquierda
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63%
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37%
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Derecha (63%) | Izquierda (37%) |
Partido Derecha Uno 42% | Partido Izquierda Uno 35% |
Partido Derecha Dos 36% | Partido Izquierda Dos 33% |
Partido Derecha Tres 17% | Partido Izquierda Tres 23% |
Partido Derecha Cuatro 5% | Partido Izquierda Cuatro 9% |
Finalmente, los escaños se reparten proporcionalmente según el cupo asignado en la primera vuelta y la proporción resultante de la segunda. Por tanto, nuestro parlamento imaginario quedaría de esta forma:
Partido | Representantes | |
Partido Derecha Uno | 26 | (42% de 63%) |
Partido Derecha Dos | 23 | (36% de 63%) |
Partido Izquierda Uno | 13 | (35% de 37%) |
Partido Izquierda Dos | 12 | (33% de 37%) |
Partido Derecha Tres | 11 | (17% de 63%) |
Partido Izquierda Tres | 9 | (23% de 37%) |
Partido Derecha Cuatro | 3 | (5% de 63%) |
Partido Izquierda Cuatro | 3 | (9% de 37%) |
Las normas para la aprobación de las leyes serían las mismas que hay ahora por lo que cuando se requiere mayoría absoluta se necesitarían cincuenta y un votos en ese hipotético Congreso de cien parlamentarios. Así, en nuestro caso Partido Derecha Uno necesitaría el apoyo de Partido Derecha Dos y Partido Derecha Tres para sacar adelante sus propuestas.
La presentada aquí es solo una de varias opciones. Una alternativa es elegir un sistema mayoritario en la segunda vuelta de tal forma que el partido más votado sea el que gobierne. Personalmente, soy reacio a un sistema que permita a un solo partido imponer sus normas a pesar de la oposición del resto pero cabe argumentar que si, como parece, la versión proporcional de este sistema lleva a un parlamento con muchas voces disonantes, entonces se hace difícil gobernar porque es muy complicado sumar los votos suficientes llegando a acuerdos con otros partidos.
Foto de Wikimedia Commons |
Finalmente, habría que estudiar más a fondo cómo hacer los redondeos y qué hacer con los votos en blanco, cuestiones que no trataré por razones de espacio y porque son detalles de implementación algo ajenos al quid de la cuestión.
Preguntémonos ahora qué pasa con las opciones políticas de centro. El teorema de imposibilidad de Arrow se cumple cuando hay que ordenar más de dos opciones de manera que nuestro extravagante sistema electoral no aportaría nada si añadiéramos una tercera opción. A mi juicio, no es una grave omisión ya que dudo mucho que en el mundo real haya personas y partidos que se sitúen exactamente a la misma distancia entre derecha e izquierda. Además, si el sistema funcionara como se pretende y resultara en un mayor número de partidos presentes en la asamblea sería más probable que aparecieran formaciones de centro-derecha o centro-izquierda que satisficieran las preferencias de los votantes de centro.
Hay un problema adicional que surgiría de introducir el centro como tercera opción, a saber, que entonces todos los partidos podrían registrarse como tales, en cuyo caso no habríamos solucionado nada pues las elecciones serían las mismas que son ahora.
Proponer una solución a un problema presente sin tener en cuenta las formas en que dicha solución podría explotarnos en las manos es un error tan antiguo como la condición humana. Preguntémonos, por tanto, ¿qué podría salir mal con este sistema?
Lo primero que se me ocurre es que una sociedad podría estancarse en un lado del espectro de ideas, es decir, que en la primera ronda siempre se opte por derecha o por izquierda. Esto podría considerarse una dictadura de la mayoría y ser malo para el país si pensamos que los mejores frutos se obtienen con la diversidad de pareceres. El problema será mayor si usamos un sistema donde el partido más votado es el que gobierna, sin necesidad de apoyos. Hay países que limitan el número de años que un presidente puede permanecer en el cargo pero es difícil ver cómo una norma similar podría encajarse en este sistema, dependiente como es de la primera vuelta para decidir cuántos escaños corresponden a cada opción política.
También debemos considerar las maneras en las que nuestro sistema puede explotarse en contra de su espíritu para sacar ventaja. Se me ocurre que los partidos podría dividirse en dos y registrarse con nombres distintos como opción de derechas y como opción de izquierdas. Sería una mentira flagrante, claro está, pero de eso viven los políticos y podría ocurrir. Este tejemaneje tiene más sentido en la versión mayoritaria porque los partidos se asegurarían así de tener opciones de ser los más votados en la segunda vuelta. Si este comportamiento se generalizara y todos los partidos se presentaran por ambos lados de nuevo estaríamos en la situación que estamos ahora.
Consideremos ahora la versión proporcional. A todos los partidos les interesa estar en el lado ganador porque así necesitan menos votos para obtener un escaño. Para los partidos de derechas que han ganado nuestras elecciones imaginarias dividirse para aparecer en el lado opuesto diluiría su representación. Sin embargo, a los partidos de izquierdas sí les conviene registrarse como garantes de ideas de derechas de tal forma que el mismo número de votos se traduzca en más representantes de los que tendrían si se presentaran únicamente como partidos de izquierdas. Eso podría resultar en que, si los sondeos muestran que los ciudadanos prefieren una opción sobre otra holgadamente en la primera vuelta, todos los partidos acudirían a las elecciones como representantes de ese bando. De nuevo, no habríamos ganado nada respecto a la situación actual.
Así pues, parece evidente que para que este sistema funcione debe haber partidos que se presenten como de derechas y partidos que se presenten como de izquierdas. Se podría obligar a que hubiera un número mínimo por bando, a que hubiera el mismo número de cada lado, o ambos aunque lo ideal, claro está, sería establecer unas reglas que aseguraran que los partidos defienden las ideas que dicen defender.
Creo que el sistema electoral aquí propuesto no es perfecto pero sí mejor que los actuales en lo que a ampliar el catálogo de partidos con representación se refiere. Como hemos dicho, el teorema de imposibilidad de Arrow solo se cumple cuando se tienen más de tres alternativas por lo que al limitar las opciones a dos en la primera votación ya hemos ganado algo: determinar fielmente el conjunto de principios y valores por los que la sociedad quiere regirse. Una vez tomada una decisión en este sentido, cada ciudadano puede votar al partido que prefiere sin tener en cuenta las alternativas, es decir, sin tener que preocuparse de considerar qué van a votar los demás.
La primera vuelta satisface varios criterios importantes de un sistema electoral ideal. Es no dictatorial, anónimo (todos los votos cuentan lo mismo), se respeta el orden de las preferencias y (creo) permite que los votantes reflejen siempre su verdadera opinión, lo que hace que sea inmune a estrategias. Considerado en conjunto, la doble vuelta invertida es un sistema de normas sencillas, fácil de entender y con consecuencias previsibles y entendibles incluso por los más iletrados. Y, a diferencia de la lotocracia, no es una desviación exagerada del statu quo, por lo que tiene más probabilidades de hacerse realidad.
En cuanto a las debilidades de este sistema, veo difícil evitar que los partidos se declararan defensores de unas ideas que no son las suyas con el objetivo de captar asientos en la cámara de representantes. Además, carezco de la formación matemática necesaria para saber qué implementación de todas las que hemos considerado sería la mejor, así como para anticipar otras consecuencias negativas que podrían darse. Finalmente, siempre hay cosas que no sabemos que no sabemos y que solo descubrimos cuando llevamos nuestras ideas a la práctica.