lunes, 25 de junio de 2018

Ideas extravagantes: elecciones a doble vuelta invertida (y II)

Veamos algo más detalladamente cómo funcionaría el sistema propuesto con un ejemplo en una cámara de representantes de cien asientos.

En primer lugar, los partidos se presentan a las elecciones registrándose como partido de izquierdas o como partido de derechas. Verbigracia:

Derecha
Izquierda
Partido Derecha Uno
Partido Izquierda Uno
Partido Derecha Dos
Partido Izquierda Dos
Partido Derecha Tres
Partido Izquierda Tres
Partido Derecha Cuatro
Partido Izquierda Cuatro

Llega la hora de votar. En la primera vuelta los votantes deben introducir en la urna una papeleta en la que ponga «izquierda» o «derecha», según prefieran un gobierno de unas ideas u otras. Digamos que el sesenta y tres por ciento de los ciudadanos vota a favor de un gobierno de derechas, en cuyo caso se reserva un sesenta y tres por ciento de escaños a partidos que representen esas ideas. El resto va a parar al otro bando (por simplicidad omitiremos los votos en blanco equiparándolos a los votos nulos).
Derecha
Izquierda
63%
37%

En la segunda vuelta cada persona emite dos votos. El primero va para uno de los partidos que se registró como partido de derechas. El segundo, para uno de los partidos que se registró como partido de izquierdas. Imaginemos que el reparto de votos para cada partido queda así en esta ronda final:

Derecha (63%)Izquierda (37%)
Partido Derecha Uno 42%Partido Izquierda Uno 35%
Partido Derecha Dos 36%Partido Izquierda Dos 33%
Partido Derecha Tres 17%Partido Izquierda Tres 23%
Partido Derecha Cuatro 5%Partido Izquierda Cuatro 9%

Finalmente, los escaños se reparten proporcionalmente según el cupo asignado en la primera vuelta y la proporción resultante de la segunda. Por tanto, nuestro parlamento imaginario quedaría de esta forma:

PartidoRepresentantes
Partido Derecha Uno26(42% de 63%)
Partido Derecha Dos23(36% de 63%)
Partido Izquierda Uno13(35% de 37%)
Partido Izquierda Dos12(33% de 37%)
Partido Derecha Tres11(17% de 63%)
Partido Izquierda Tres9(23% de 37%)
Partido Derecha Cuatro3(5% de 63%)
Partido Izquierda Cuatro3(9% de 37%)

Las normas para la aprobación de las leyes serían las mismas que hay ahora por lo que cuando se requiere mayoría absoluta se necesitarían cincuenta y un votos en ese hipotético Congreso de cien parlamentarios. Así, en nuestro caso Partido Derecha Uno necesitaría el apoyo de Partido Derecha Dos y Partido Derecha Tres para sacar adelante sus propuestas.

La presentada aquí es solo una de varias opciones. Una alternativa es elegir un sistema mayoritario en la segunda vuelta de tal forma que el partido más votado sea el que gobierne. Personalmente, soy reacio a un sistema que permita a un solo partido imponer sus normas a pesar de la oposición del resto pero cabe argumentar que si, como parece, la versión proporcional de este sistema lleva a un parlamento con muchas voces disonantes, entonces se hace difícil gobernar porque es muy complicado sumar los votos suficientes llegando a acuerdos con otros partidos.

Foto de Wikimedia Commons
Otra variación de la segunda vuelta es permitir a los votantes hacer un ranking de sus partidos favoritos en lugar de elegir uno solo, sistema que da resultados más precisos. También se podría hacer que solo se pueda votar a un partido de un lado, en lugar de dar un voto a un partido por lado. Mi idea original es que cada persona pueda votar a un partido de cada lado porque creo que así se tendería más hacia el centro (los votantes de derechas votarían por los partidos menos de izquierdas de entre los presentados, y viceversa), lo cual favorecería los acuerdos, pero reconozco que no tengo pruebas al respecto y habría que ver qué ocurre en la práctica.

Finalmente, habría que estudiar más a fondo cómo hacer los redondeos y qué hacer con los votos en blanco, cuestiones que no trataré por razones de espacio y porque son detalles de implementación algo ajenos al quid de la cuestión.

Preguntémonos ahora qué pasa con las opciones políticas de centro. El teorema de imposibilidad de Arrow se cumple cuando hay que ordenar más de dos opciones de manera que nuestro extravagante sistema electoral no aportaría nada si añadiéramos una tercera opción. A mi juicio, no es una grave omisión ya que dudo mucho que en el mundo real haya personas y partidos que se sitúen exactamente a la misma distancia entre derecha e izquierda. Además, si el sistema funcionara como se pretende y resultara en un mayor número de partidos presentes en la asamblea sería más probable que aparecieran formaciones de centro-derecha o centro-izquierda que satisficieran las preferencias de los votantes de centro.

Hay un problema adicional que surgiría de introducir el centro como tercera opción, a saber, que entonces todos los partidos podrían registrarse como tales, en cuyo caso no habríamos solucionado nada pues las elecciones serían las mismas que son ahora.

Proponer una solución a un problema presente sin tener en cuenta las formas en que dicha solución podría explotarnos en las manos es un error tan antiguo como la condición humana. Preguntémonos, por tanto, ¿qué podría salir mal con este sistema?

Lo primero que se me ocurre es que una sociedad podría estancarse en un lado del espectro de ideas, es decir, que en la primera ronda siempre se opte por derecha o por izquierda. Esto podría considerarse una dictadura de la mayoría y ser malo para el país si pensamos que los mejores frutos se obtienen con la diversidad de pareceres. El problema será mayor si usamos un sistema donde el partido más votado es el que gobierna, sin necesidad de apoyos. Hay países que limitan el número de años que un presidente puede permanecer en el cargo pero es difícil ver cómo una norma similar podría encajarse en este sistema, dependiente como es de la primera vuelta para decidir cuántos escaños corresponden a cada opción política.

También debemos considerar las maneras en las que nuestro sistema puede explotarse en contra de su espíritu para sacar ventaja. Se me ocurre que los partidos podría dividirse en dos y registrarse con nombres distintos como opción de derechas y como opción de izquierdas. Sería una mentira flagrante, claro está, pero de eso viven los políticos y podría ocurrir. Este tejemaneje tiene más sentido en la versión mayoritaria porque los partidos se asegurarían así de tener opciones de ser los más votados en la segunda vuelta. Si este comportamiento se generalizara y todos los partidos se presentaran por ambos lados de nuevo estaríamos en la situación que estamos ahora.

Consideremos ahora la versión proporcional. A todos los partidos les interesa estar en el lado ganador porque así necesitan menos votos para obtener un escaño. Para los partidos de derechas que han ganado nuestras elecciones imaginarias dividirse para aparecer en el lado opuesto diluiría su representación. Sin embargo, a los partidos de izquierdas sí les conviene registrarse como garantes de ideas de derechas de tal forma que el mismo número de votos se traduzca en más representantes de los que tendrían si se presentaran únicamente como partidos de izquierdas. Eso podría resultar en que, si los sondeos muestran que los ciudadanos prefieren una opción sobre otra holgadamente en la primera vuelta, todos los partidos acudirían a las elecciones como representantes de ese bando. De nuevo, no habríamos ganado nada respecto a la situación actual.

Así pues, parece evidente que para que este sistema funcione debe haber partidos que se presenten como de derechas y partidos que se presenten como de izquierdas. Se podría obligar a que hubiera un número mínimo por bando, a que hubiera el mismo número de cada lado, o ambos aunque lo ideal, claro está, sería establecer unas reglas que aseguraran que los partidos defienden las ideas que dicen defender.

Creo que el sistema electoral aquí propuesto no es perfecto pero sí mejor que los actuales en lo que a ampliar el catálogo de partidos con representación se refiere. Como hemos dicho, el teorema de imposibilidad de Arrow solo se cumple cuando se tienen más de tres alternativas por lo que al limitar las opciones a dos en la primera votación ya hemos ganado algo: determinar fielmente el conjunto de principios y valores por los que la sociedad quiere regirse. Una vez tomada una decisión en este sentido, cada ciudadano puede votar al partido que prefiere sin tener en cuenta las alternativas, es decir, sin tener que preocuparse de considerar qué van a votar los demás.

La primera vuelta satisface varios criterios importantes de un sistema electoral ideal. Es no dictatorial, anónimo (todos los votos cuentan lo mismo), se respeta el orden de las preferencias y (creo) permite que los votantes reflejen siempre su verdadera opinión, lo que hace que sea inmune a estrategias. Considerado en conjunto, la doble vuelta invertida es un sistema de normas sencillas, fácil de entender y con consecuencias previsibles y entendibles incluso por los más iletrados. Y, a diferencia de la lotocracia, no es una desviación exagerada del statu quo, por lo que tiene más probabilidades de hacerse realidad.

En cuanto a las debilidades de este sistema, veo difícil evitar que los partidos se declararan defensores de unas ideas que no son las suyas con el objetivo de captar asientos en la cámara de representantes. Además, carezco de la formación matemática necesaria para saber qué implementación de todas las que hemos considerado sería la mejor, así como para anticipar otras consecuencias negativas que podrían darse. Finalmente, siempre hay cosas que no sabemos que no sabemos y que solo descubrimos cuando llevamos nuestras ideas a la práctica.

lunes, 18 de junio de 2018

Ideas extravagantes: elecciones a doble vuelta invertida

Inauguramos hoy esta sección hablando de la que probablemente sea la menos extravagante de todas las ideas que veremos. Es también la última que se me ha ocurrido, nacida tras el cambio de gobierno en España y la posibilidad de que se convoquen elecciones a corto o medio plazo. Los periódicos nacionales andan ya atareados cocinando sondeos que no buscan contarnos lo que podría pasar sino influirnos para que pase lo que sus amos quieren que pase. Por ejemplo, si leen diarios afines al Partido Popular habrán podido observar que, según los sondeos que publican, vuelve el bipartidismo, mientras que si revisan los situados más a la izquierda encontrarán que el voto está cada vez más repartido. Es mi opinión que tamaña diferencia se debe a que los métodos empleados en las encuestas buscan una respuesta concreta.

Foto de Natlas
Revisando la ley electoral española comprobé hasta qué punto España (como tantos otros países que eligen a sus gobernantes mediante votación) está infectada por el mal del «voto útil». Ya saben a qué me refiero: si quieres tener un diputado que te represente más te vale votar a una formación con posibilidades de ganar porque de lo contrario te quedarás fuera. En las últimas elecciones el dos y medio por ciento de los votos fue a parar a partidos que no lograron entrar en el Congreso. En las de 2011, antes de la llegada de Ciudadanos y de Podemos, el porcentaje fue superior al tres y medio por ciento. Quizá no parezca mucho (entre seiscientos mil y novecientos mil votos) pero hemos de tener presente que los ciudadanos votan sesgados por la existencia del voto útil. Si la representación fuese realmente proporcional (esto es, el porcentaje de votos a nivel nacional equivale al porcentaje de diputados) es muy probable que el reparto de votos cambiara.

Habrá para quienes el sistema actual no suponga ningún problema. Para mí, un procedimiento que reduce un surtido florilegio de opciones electorales a un puñado de partidos con opciones reales, obligando así a los votantes a elegir una opción que no es la que realmente prefieren, es menos legítimo. Además, creo que hay buenas razones para pensar que bipartidismo y corrupción van de la mano, y que para limpiar las cloacas de la política es necesario que se puedan renovar los partidos con más agilidad.

En su momento analizamos con cierto detalle los sistemas de votación. También hablamos de la paradoja del voto y del teorema de imposibilidad de Arrow. Las conclusiones más relevantes para nuestra disquisición de hoy son:

  • Los sistemas electorales de distritos en los que el ganador se lo lleva todo (el partido más votado se hace con todos los representantes de ese distrito) tienden a sistemas bipartidistas.
  • No hay ningún sistema de voto que ordene más de dos opciones de forma que el resultado sea consistente con las verdaderas preferencias de todos los votantes (esto es, que respete la transitividad de las opciones), y en el que la presencia de unas alternativas u otras sean irrelevantes (es decir, que los votantes no cambien su papeleta según a quién se enfrenten sus favoritos o las opciones de ganar que tengan).

Investigando sobre los sistemas de voto di con un ejemplo sacado de las elecciones francesas. El francés es un sistema a doble vuelta: se vota una primera vez, los dos candidatos más votados pasan a la segunda vuelta y se vota nuevamente. El ganador de la segunda ronda es elegido presidente de la República. No recuerdo los nombres de los candidatos pero la historia que narraba el artículo era la de siempre: el tercero en discordia, nuevo en escena, se quedaba fuera de la ronda final porque, a pesar de estar mejor valorado que los otros dos, se pensaba que tenía menos opciones de ganar. Cuando ocurre esto, cuando los ciudadanos cambian su voto según lo que creen que harán otros, se dice que el sistema de votación no es inmune a estrategias.

Pero ¿por qué los votantes dejamos de reflejar nuestras verdaderas preferencias según las opciones de victoria de quien las encarna? La respuesta es que no lo hacemos. Al menos, no completamente.

Se supone que en las elecciones se nos está preguntando qué partido queremos que gobierne. Esa es una pregunta muy complicada. No creo que nadie estudie los programas electorales con detalle y analice pormenorizadamente las propuestas de cada partido, sopese pros y contras, y decida su voto después de un sesudo análisis. Más bien convendrán conmigo en que, a lo sumo, los ciudadanos tenemos una idea vaga de las pretensiones de los partidos y acabamos apoyando a aquel cuyas ideas coinciden con las nuestras.

Esto sucede porque, como dice Kahneman, «cuando nos vemos ante una cuestión difícil, a menudo respondemos a otra más fácil, por lo general sin advertir la sustitución». Así que cuando nos convocan a las urnas cambiamos una pregunta complicada y menos relevante (¿quién quiere que gobierne?) por una mucho más sencilla e importante (¿quiere usted un gobierno de izquierdas o de derechas?). Los humanos somos así. El mundo es demasiado complicado así que simplificamos. En el caso que nos ocupa reducimos dos siglos de filosofía política a un simple yin-yang.

En otra parte escribí que votar es principalmente una cuestión de identidad. Los propios políticos lo han recalcado con sus palabras estos últimos años. Para ellos y para sus votantes lo más importante es ganar porque eso significa que no gobernarán «los otros». Los otros son el enemigo, la ruina, el horror, el diablo, el apocalipsis; pase lo que pase hay que alejarlos del poder. Ya se nos puede llenar la boca con llamadas a la pluralidad, la colaboración, el entendimiento y los acuerdos que, al final, todo se reduce a la dicotomía del azul frente al rojo, demócrata frente a republicano, nosotros frente a ellos (no lo llaman «oposición» por nada). Es por todo esto que si toca apoyar de mala gana a un partido corrupto o con propuestas estúpidas pero que se sitúa en nuestro lado del espectro de ideas, que así sea. Cualquier cosa con tal de que no ganen los otros.

Es por eso que los distritos del tipo «el ganador se lo lleva todo» conducen al bipartidismo. Es por eso que las personas cambian su voto a quienes más opciones tienen de entre todos los que comparten su visión acerca de cómo debería organizarse la sociedad. Es por eso que las elecciones están mal planteadas, forzándonos a dar dos respuestas en una aun cuando una de las preguntas es mucho más importante que la otra. Es por eso que el sistema de doble ronda es equivocado, porque plantea las preguntas en el orden incorrecto.

Observemos de nuevo la votación a doble vuelta desde esta perspectiva de las dos preguntas. Veremos que en la primera ronda, allí donde se presentan todas las opciones, se interroga a los votantes simultáneamente sobre sus ideas y sobre su candidato o partido preferido defensor de esas ideas. En la segunda ronda, a la que inevitablemente llega un representante de cada lado de la gama de ideas, se interpela sobre qué conjunto de principios políticos deben seguirse y qué fines buscarse. Como lo más importante para nosotros es que nuestras ideas prevalezcan no queda otra que unirse en la primera ronda en torno a unas siglas con buenas perspectivas de victoria, aunque no nos gusten demasiado.

Tomemos, pues, a los votantes como son e invirtamos el orden de las preguntas (de ahí el nombre «doble vuelta invertida»). En la primera vuelta preguntemos sin tapujos: ¿quiere usted un gobierno de derechas o de izquierdas? En la segunda vuelta preguntemos: ¿qué partido (afín a las ideas que han ganado en la ronda anterior) quiere que gobierne? ¿Qué pasaría entonces? ¿Qué consecuencias negativas podrían darse con este sistema? ¿Cómo se podría manipular? ¿Y qué pasa con el centro?

Continuará.

lunes, 4 de junio de 2018

Hacer por hacer

Es posible que a final de año resulte que mi empresa me ha pagado un salario para nada. Ocurre que una de mis tareas principales es desarrollar herramientas informáticas para la compañía pero, debido a luchas políticas intestinas, quizá dichas herramientas no lleguen a utilizarse nunca.

Mi situación me ha recordado la anécdota que contaba el psicólogo conductual Dani Ariely en una de sus charlas sobre un amigo que trabajó en vano:

This was one of my students from a few years earlier, and he came one day back to campus. And he told me the following story: He said that for more than two weeks, he was working on a PowerPoint presentation. He was working in a big bank, and this was in preparation for a merger and acquisition. And he was working very hard on this presentation -- graphs, tables, information. He stayed late at night every day. And the day before it was due, he sent his PowerPoint presentation to his boss, and his boss wrote him back and said, "Nice presentation, but the merger is canceled." And the guy was deeply depressed. Now at the moment when he was working, he was actually quite happy. Every night he was enjoying his work, he was staying late, he was perfecting this PowerPoint presentation. But knowing that nobody would ever watch it made him quite depressed.
A Ariely se le ocurrió entonces un experimento para saber cómo nos comportamos dependiendo de lo que ocurra con el resultado de nuestro trabajo:

[W]e created a little experiment in which we gave people Legos, and we asked them to build with Legos. And for some people, we gave them Legos and we said, "Hey, would you like to build this Bionicle for three dollars? We'll pay you three dollars for it." And people said yes, and they built with these Legos. And when they finished, we took it, we put it under the table, and we said, "Would you like to build another one, this time for $2.70?" If they said yes, we gave them another one, and when they finished, we asked them, "Do you want to build another one?" for $2.40, $2.10, and so on, until at some point people said, "No more. It's not worth it for me." This was what we called the meaningful condition. People built one Bionicle after another. After they finished every one of them, we put them under the table. And we told them that at the end of the experiment, we will take all these Bionicles, we will disassemble them, we will put them back in the boxes, and we will use it for the next participant.

There was another condition. [...] And this other condition we called the Sisyphic condition. [...] We asked people, "Would you like to build one Bionicle for three dollars?" And if they said yes, they built it. Then we asked them, "Do you want to build another one for $2.70?" And if they said yes, we gave them a new one, and as they were building it, we took apart the one that they just finished. And when they finished that, we said, "Would you like to build another one, this time for 30 cents less?" And if they said yes, we gave them the one that they built and we broke. So this was an endless cycle of them building, and us destroying in front of their eyes.

Now what happens when you compare these two conditions? The first thing that happened was that people built many more Bionicles -- eleven in the meaningful condition, versus seven in the Sisyphus condition.
Después pensó otro experimento: preguntar a varias personas qué harían si formaran parte del experimento antes descrito. Los sujetos de este segundo estudio predijeron correctamente que las personas en la condición Sísifo construirían menos muñecos pero erraron en la magnitud del efecto, pues calcularon que la diferencia sería de tan solo uno, en lugar de los cuatro observados.

La economía del conocimiento está llena de trabajo baldío: correos electrónicos que los destinatarios ignoran, informes que nadie lee, análisis que nadie recuerda, presentaciones que nunca ven la luz, cursos a los que nadie acude, procedimientos que nadie sigue, reuniones en las que nadie presta atención, y un larguísimo etcétera. Como Sísifo, nos vemos obligados a laborar en tareas vanas pero con el escozor añadido de recibir uno de los mayores desprecios existentes, esto es, no recibir ningún aprecio.

Foto de Matesanz
Limpiar es una tarea de estilo Sísifo en tanto en cuanto al cabo de poco tiempo aquello que dejamos impoluto volverá a estar sucio y tendremos que volver a empezar, mas aún podemos encontrar cierto consuelo en el hecho de que es nuestra labor lo que mantiene la suciedad a raya (algo que las madres tienen a bien recordarnos cuando somos pequeños con su clásica amenaza: «¡un día me voy a hartar, me voy a ir de esta casa y os va a comer la mierda!»). Pero cuando hacemos un trabajo cuyos resultados no van a ser visibles nos invade el desánimo. No solo porque no podemos extraer orgullo y significado de nuestro hacer sino porque además se nos priva de tener un impacto en el mundo. Nos irrita pensar cómo nuestro tiempo se podía haber aprovechado en otros menesteres, nos sentimos infravalorados o menospreciados e, incluso, llegamos a sentirnos insignificantes y prescindibles («¿qué más daría que yo no estuviera?»), lo que lleva asociado consigo la ansiedad de un posible despido.

Consideremos la siguiente cita de Murray Rothbard:

Crusoe encontró en su isla una tierra virgen, sin cultivar, una tierra no utilizada ni controlada por nadie y, por tanto, sin propietario. Al descubrir los recursos de la tierra, al aprender a utilizarlos y, en especial, al transformarlos mediante una remodelación más utilizable, Crusoe —según una frase memorable de John Locke— «mezcló su trabajo con el suelo». Al actuar así, al estampar el sello de su personalidad y de su energía en la tierra, la convirtió, de manera natural, a ella y a sus frutos, en su propiedad.
No me interesa aquí analizar la teoría de la propiedad de Locke sino recalcar cómo imprimimos el sello de nuestro acción en lo que producimos. En su charla, Ariely llama «efecto IKEA» al sesgo por el cual valoramos más nuestras creaciones más esforzadas aunque su calidad objetiva sea peor que la de otros objetos similares. Dicho con otras palabras: el fruto de nuestro trabajo nos parece más valioso a nosotros mismos que a cualquier observador externo.

Lo anterior me hace pensar en una analogía. Imaginen que venden entradas para su casa pero, en lugar de una consumición, la entrada da derecho a una destrucción, es decir, la persona que entre en su hogar puede elegir un objeto cualquiera y romperlo frente a ustedes. ¿Cuántas entradas tendrían estómago para vender? Si son ustedes aficionados a las manualidades o a la pintura ¿cómo se sentirían dejando que gente extraña destrozara sus creaciones a cambio de dinero?

Lo cierto es que hay ocasiones en el mundo real en las que el propósito del trabajo es la destrucción de lo fabricado como ocurre, verbigracia, con las fallas. Sin embargo, en todos los casos que se me ocurren de este estilo la destrucción sirve a un fin (el entretenimiento). El fin de una falla es ser quemada; el fin de una presentación de Power Point es ser mostrada. Es cuando nos privan del ethos de nuestro trabajo cuando nuestro yo se ve atacado, en la medida en que nuestro esfuerzo encarna una pequeña parte de nuestro yo.

El trabajo inútil es inevitable y las empresas toleran este desperdicio como parte del coste de hacer negocio. No obstante, cuando la mayor parte de nuestras faenas son desechadas no solo la compañía está malgastando dinero más allá de lo tolerable sino que es de esperar que la motivación disminuya y el compromiso con el trabajo se vuelva superficial.

¿Por qué? ¿Por qué no es suficiente con que nos paguen? ¿Por qué no basta con disfrutar del proceso de creación, aunque al final sea estéril? He aquí otro experimento mental. Supongamos que nos ofrecen un contrato de trabajo que consista en crear cosas que nos gustan pero que nunca verán la luz del día. El contrato es de por vida y está bien pagado pero aquello que creen irá directo a un almacén o disco duro sin que nadie le eche siquiera un vistazo superficial. Sus quehaceres no modificarán el mundo de ninguna forma.

¿A ustedes también les parece deprimente?