lunes, 4 de junio de 2018

Hacer por hacer

Es posible que a final de año resulte que mi empresa me ha pagado un salario para nada. Ocurre que una de mis tareas principales es desarrollar herramientas informáticas para la compañía pero, debido a luchas políticas intestinas, quizá dichas herramientas no lleguen a utilizarse nunca.

Mi situación me ha recordado la anécdota que contaba el psicólogo conductual Dani Ariely en una de sus charlas sobre un amigo que trabajó en vano:

This was one of my students from a few years earlier, and he came one day back to campus. And he told me the following story: He said that for more than two weeks, he was working on a PowerPoint presentation. He was working in a big bank, and this was in preparation for a merger and acquisition. And he was working very hard on this presentation -- graphs, tables, information. He stayed late at night every day. And the day before it was due, he sent his PowerPoint presentation to his boss, and his boss wrote him back and said, "Nice presentation, but the merger is canceled." And the guy was deeply depressed. Now at the moment when he was working, he was actually quite happy. Every night he was enjoying his work, he was staying late, he was perfecting this PowerPoint presentation. But knowing that nobody would ever watch it made him quite depressed.
A Ariely se le ocurrió entonces un experimento para saber cómo nos comportamos dependiendo de lo que ocurra con el resultado de nuestro trabajo:

[W]e created a little experiment in which we gave people Legos, and we asked them to build with Legos. And for some people, we gave them Legos and we said, "Hey, would you like to build this Bionicle for three dollars? We'll pay you three dollars for it." And people said yes, and they built with these Legos. And when they finished, we took it, we put it under the table, and we said, "Would you like to build another one, this time for $2.70?" If they said yes, we gave them another one, and when they finished, we asked them, "Do you want to build another one?" for $2.40, $2.10, and so on, until at some point people said, "No more. It's not worth it for me." This was what we called the meaningful condition. People built one Bionicle after another. After they finished every one of them, we put them under the table. And we told them that at the end of the experiment, we will take all these Bionicles, we will disassemble them, we will put them back in the boxes, and we will use it for the next participant.

There was another condition. [...] And this other condition we called the Sisyphic condition. [...] We asked people, "Would you like to build one Bionicle for three dollars?" And if they said yes, they built it. Then we asked them, "Do you want to build another one for $2.70?" And if they said yes, we gave them a new one, and as they were building it, we took apart the one that they just finished. And when they finished that, we said, "Would you like to build another one, this time for 30 cents less?" And if they said yes, we gave them the one that they built and we broke. So this was an endless cycle of them building, and us destroying in front of their eyes.

Now what happens when you compare these two conditions? The first thing that happened was that people built many more Bionicles -- eleven in the meaningful condition, versus seven in the Sisyphus condition.
Después pensó otro experimento: preguntar a varias personas qué harían si formaran parte del experimento antes descrito. Los sujetos de este segundo estudio predijeron correctamente que las personas en la condición Sísifo construirían menos muñecos pero erraron en la magnitud del efecto, pues calcularon que la diferencia sería de tan solo uno, en lugar de los cuatro observados.

La economía del conocimiento está llena de trabajo baldío: correos electrónicos que los destinatarios ignoran, informes que nadie lee, análisis que nadie recuerda, presentaciones que nunca ven la luz, cursos a los que nadie acude, procedimientos que nadie sigue, reuniones en las que nadie presta atención, y un larguísimo etcétera. Como Sísifo, nos vemos obligados a laborar en tareas vanas pero con el escozor añadido de recibir uno de los mayores desprecios existentes, esto es, no recibir ningún aprecio.

Foto de Matesanz
Limpiar es una tarea de estilo Sísifo en tanto en cuanto al cabo de poco tiempo aquello que dejamos impoluto volverá a estar sucio y tendremos que volver a empezar, mas aún podemos encontrar cierto consuelo en el hecho de que es nuestra labor lo que mantiene la suciedad a raya (algo que las madres tienen a bien recordarnos cuando somos pequeños con su clásica amenaza: «¡un día me voy a hartar, me voy a ir de esta casa y os va a comer la mierda!»). Pero cuando hacemos un trabajo cuyos resultados no van a ser visibles nos invade el desánimo. No solo porque no podemos extraer orgullo y significado de nuestro hacer sino porque además se nos priva de tener un impacto en el mundo. Nos irrita pensar cómo nuestro tiempo se podía haber aprovechado en otros menesteres, nos sentimos infravalorados o menospreciados e, incluso, llegamos a sentirnos insignificantes y prescindibles («¿qué más daría que yo no estuviera?»), lo que lleva asociado consigo la ansiedad de un posible despido.

Consideremos la siguiente cita de Murray Rothbard:

Crusoe encontró en su isla una tierra virgen, sin cultivar, una tierra no utilizada ni controlada por nadie y, por tanto, sin propietario. Al descubrir los recursos de la tierra, al aprender a utilizarlos y, en especial, al transformarlos mediante una remodelación más utilizable, Crusoe —según una frase memorable de John Locke— «mezcló su trabajo con el suelo». Al actuar así, al estampar el sello de su personalidad y de su energía en la tierra, la convirtió, de manera natural, a ella y a sus frutos, en su propiedad.
No me interesa aquí analizar la teoría de la propiedad de Locke sino recalcar cómo imprimimos el sello de nuestro acción en lo que producimos. En su charla, Ariely llama «efecto IKEA» al sesgo por el cual valoramos más nuestras creaciones más esforzadas aunque su calidad objetiva sea peor que la de otros objetos similares. Dicho con otras palabras: el fruto de nuestro trabajo nos parece más valioso a nosotros mismos que a cualquier observador externo.

Lo anterior me hace pensar en una analogía. Imaginen que venden entradas para su casa pero, en lugar de una consumición, la entrada da derecho a una destrucción, es decir, la persona que entre en su hogar puede elegir un objeto cualquiera y romperlo frente a ustedes. ¿Cuántas entradas tendrían estómago para vender? Si son ustedes aficionados a las manualidades o a la pintura ¿cómo se sentirían dejando que gente extraña destrozara sus creaciones a cambio de dinero?

Lo cierto es que hay ocasiones en el mundo real en las que el propósito del trabajo es la destrucción de lo fabricado como ocurre, verbigracia, con las fallas. Sin embargo, en todos los casos que se me ocurren de este estilo la destrucción sirve a un fin (el entretenimiento). El fin de una falla es ser quemada; el fin de una presentación de Power Point es ser mostrada. Es cuando nos privan del ethos de nuestro trabajo cuando nuestro yo se ve atacado, en la medida en que nuestro esfuerzo encarna una pequeña parte de nuestro yo.

El trabajo inútil es inevitable y las empresas toleran este desperdicio como parte del coste de hacer negocio. No obstante, cuando la mayor parte de nuestras faenas son desechadas no solo la compañía está malgastando dinero más allá de lo tolerable sino que es de esperar que la motivación disminuya y el compromiso con el trabajo se vuelva superficial.

¿Por qué? ¿Por qué no es suficiente con que nos paguen? ¿Por qué no basta con disfrutar del proceso de creación, aunque al final sea estéril? He aquí otro experimento mental. Supongamos que nos ofrecen un contrato de trabajo que consista en crear cosas que nos gustan pero que nunca verán la luz del día. El contrato es de por vida y está bien pagado pero aquello que creen irá directo a un almacén o disco duro sin que nadie le eche siquiera un vistazo superficial. Sus quehaceres no modificarán el mundo de ninguna forma.

¿A ustedes también les parece deprimente?

No hay comentarios:

Publicar un comentario