«I have no idea why people vote. One hundred million Americans cast votes for president in 1992. I wager that no one of those hundred million was naive enough to believe that he was casting the decisive vote in an otherwise tied election. It is fashionable to cite John F. Kennedy's razor-thin 300,000 vote margin over Richard M. Nixon in 1960, but 300,000 is not the same as 1–even by the standards of precision that are conventional in economics. It is equally fashionable to cite the observation that "if everyone else thought that way and stayed home, then my vote would be important", which is as true and as irrelevant as the observation that if voting booths were space-ships, voters could travel to the moon. Everyone else does not stay home. The only choice that an individual voter faces is whether or not to vote, given that tens of millions of others are voting. At the risk of shocking your ninth-grade civics teacher, I am prepared to offer you an absolute guarantee that if you stay home in 1996, your indolence will not affect the outcome. So why do people vote? I don't know.»
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Cuando Apple presentó el iPhone 5c hubo quienes hicieron un vídeo parodia sobre cómo la marca de la manzana había expandido así su mercado a los plebeyos:
«We realized that poor people do actually have some money. It is not a lot money but it does exist, so we thought "we would like some that poor people money". So we designed a more less advanced version of our previous products and marketed them towards this new emerging demographic which, quite frankly, I had no idea existed up until moments ago.»Ciertamente, los pobres tienen poco dinero, pero tienen algo. Sin embargo, dado que son muchos, es posible sacar una buena suma esquilmándolos. Esa es, supongo, una de las razones de que las subidas de impuestos se centren en la base de la pirámide. Mi propia investigación informal con estadísticas del INE sobre la distribución de sueldos en España me mostró que se ingresa mucho más subiendo los impuestos a aquellos que cobran hasta setenta mil euros anuales que subiéndolos a quienes ganan más de doscientos cincuenta mil, para quienes habría que aplicar impuestos de hasta el noventa por ciento si se quiere igualar la recaudación. Pero dejemos la discusión sobre la mejor política de tributos a un lado, pues es ajena al asunto tratado hoy. Lo que me interesa es recalcar el hecho de que la fuerza de la gente de la calle reside en su número. Eso es algo que tratan de mostrar los gráficos que pululan estos días por las redes sociales: si las abstenciones se sustituyeran por votos a partidos pequeños sería fácil expulsar del poder a los dos más grandes. De hecho, es suficiente con mucho menos: cuando un partido necesita un escaño para sacar adelante su propuesta los pocos votos del partido minoritario valen tanto como los millones que dieron amplia representación al partido mayoritario. Por desgracia, la fuerza de la gente de a pie es también nuestra mayor debilidad: es mucho más difícil coordinar las acciones de diez millones de personas que de diez mil.
Cuantos menos votos hacen falta para obtener la mayoría parlamentaria más fácil es para los de siempre ganar, porque ellos sí que van a votar (siempre me he preguntado si no sería buena idea instaurar el voto obligatorio o fijar un porcentaje mínimo de participación para declarar válidas unas elecciones). Quienes sacan tajada (políticos, grupos de presión, etcétera) siempre votan, porque, como digo, le sacan provecho. Cada vez que oigo a mi madre gruñir entre dientes murmurando que no piensa votar porque son todos unos sinvergüenzas yo le digo, medio broma, medio en serio, que piensa como un pobre o un esclavo; estoy bastante seguro que gente como Florentino Pérez no falta a las urnas. La abstención de la mayoría no hace más que allanar el camino para que los más cercanos a quienes nos gobiernan se llenen los bolsillos mediante transferencia de rentas; qué menos que dificultarles la tarea.
Téngase en cuenta, además, que los comicios son una de las maneras en la que los políticos rinden cuentas. Si todos los jubilados, verbigracia, dejan de acudir a las urnas porque están hartos ¿qué incentivo tienen los diputados para mantener las pensiones? Podrían eliminarlas y repartírselas entre ellos sin perder aquello que tanto ansían, que es el poder en sí mismo (quien haya leído libros escritos por políticos como el de Zapatero sabrá de qué hablo). Cuando el sistema nominal de «una persona, un voto» consiste más bien en «un euro, un voto» solo la suma de todos los que no formamos parte de un grupo de cabildeo puede darnos influencia política.
Obviamente, sería absurdo pensar que el mero acto de introducir un papel en una caja de cristal es suficiente para resolver todos nuestros problemas, tan absurdo como creer que lo único que hace falta para recuperarse de una lesión es placenta de yegua. Los lobbies seguirán financiando las campañas electorales de los dos grandes partidos para que ganen quienes pueden satisfacer sus intereses. Muchísimas personas continuarán votando a los de siempre porque, por extraño que parezca, votar es más una cuestión de identidad que de raciocinio. Pero el sistema no es inmutable, y puede moldearse desde dentro y desde fuera del mismo. Las elecciones son solo uno más entre otros muchos campos de batalla donde luchar por una sociedad más justa.
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