lunes, 16 de noviembre de 2015

Después de la tragedia

Tal vez lo hayan oído. Me refiero al tronar producido por los pasos de esa horda de cuñados que sigue a cada tragedia como el trueno sigue al rayo. Desde la noche del pasado viernes, expertos en terrorismo de nuevo cuño monopolizan las conversaciones con su pensamiento simplista, absoluto y desinformado, escupiendo a la cara de todo aquel con el que se encuentran una retahíla de juicios tan equivocados como prescindibles. De nuevo se alza ese ejército de individuos intelectualmente vírgenes que creen saberlo todo sobre todo y piensan que todo el mundo es idiota menos ellos. ¿La primera víctima de este ejército? La lógica. Verbigracia:

Muchas personas confunden la afirmación «casi todos los terroristas son musulmanes» con la de «casi todos los musulmanes son terroristas». Supongamos que la primera afirmación sea cierta, es decir, que el 99% de los terroristas sean musulmanes. Esto significaría que alrededor del 0,001% de los musulmanes son terroristas, ya que hay más de mil millones de musulmanes y sólo, digamos, diez mil terroristas, uno por cada cien mil. Así que el error lógico nos hace sobreestimar (inconscientemente) en cerca de cincuenta mil veces la probabilidad de que un musulmán escogido al azar (supongamos que de entre quince y cincuenta años) sea un terrorista.
La fuente principal de conocimiento de esta ralea son los medios de comunicación de masas, allí donde a los cuñados se les llama «tertulianos»:

Parece mentira la cantidad de tertulianos y especialistas radiofónicos que tenemos en este país. Cada vez que se me ocurre enchufar la radio sale uno empeñado en arreglarme la vida. Algunos, además, son polivalentes y polifacéticos y polimórficos, pues lo mismo te asesoran sobre lo que debes votar, que te dan una magistral sobre terrorismo, valoran el año económico, u opinan a fondo sobre la crisis agropecuaria de Mongolia interior.
Cadenas y emisoras se sirven de las opiniones de estos especímenes para rellenar veinticuatro horas de programación especial en las que comentar lo ocurrido. A menudo son los mismos charlatanes con los que la cadena de turno cuenta habitualmente, por lo que sus conocimientos sobre terrorismo y contraterrorismo estarán al mismo nivel que los de ustedes o los míos. Cabe la posibilidad, no obstante, de que el productor del programa se lo curre y traiga a algún experto a hablar del tema. Cuando vean a uno de tales expertos recuerden lo que ya dijimos: las características que hacen a un experto atractivo para los medios de comunicación son las mismas que le llevan a estar equivocado la mayor parte del tiempo.

Mientras dure este maremagno, no está de más tener en mente las consideraciones para el consumidor de noticias que aparecen en la imagen que ilustra este artículo; es una cuestión de higiene intelectual. Bastante cuñados hay ya en el mundo.


La programación machacona después de un suceso como el de París tiene profundos efectos psicológicos. Tal como explica Daniel Kahneman, las imágenes vívidas de muertos, repetidas una y otra vez, así como la frecuencia con que son temas de conversación, sobreactivan nuestra heurística de disponibilidad, esto es, el proceso de juzgar la frecuencia de un evento por la facilidad con que los ejemplos vienen a la mente:

En el mundo de hoy, los terroristas son quienes más destacan en el arte de inducir cascadas de disponibilidad. Con unas pocas horrendas excepciones, como el 11-S, el número de víctimas de ataques terroristas es muy pequeño en proporción con el de otras causas de muerte. Incluso en países que han sido el blanco de intensas campañas terroristas, como Israel, el número semanal de víctimas casi nunca se aproxima al número de muertes por accidentes de tráfico. La diferencia la crean la disponibilidad de los dos riesgos y la facilidad y la frecuencia con que nos vienen a la mente.
Como consecuencia de dicha sobreactivacion acabamos pensando que el suceso extraordinario en cuestión es mucho más frecuente de lo que realmente es. Cuando ese incidente puede suponer la muerte de cualquiera de nosotros o de nuestra gente cercana es normal ponerse nervioso y tener miedo. De acuerdo con Richard Restak, ver repetidamente las imágenes de acontecimientos catastróficos y terroríficos puede ser una experiencia muy destructiva psicológicamente:

Encuestados una semana después de los atentados [del 11 de septiembre], casi tres de cada cuatro estadounidenses acusaron sensaciones de depresión; uno de cada dos dijo sufrir pérdidas de la capacidad de concentración, y uno de cada tres se quejó de trastornos del sueño. Esta proporción fue también, aproximadamente, la de los que dijeron hallarse «adictos» a ver la repetición de aquellas tomas y a seguir los noticiarios de la televisión para saber más acerca de los atentados terroristas.
Más adelante concluye:

En efecto, las imágenes impresionan a veces el cerebro tan vivamente, que retornan con independencia de la voluntad del sujeto para cobrarse un tributo psíquico que puede ir desde la ansiedad hasta el trastorno por estrés postraumático.

En este clima es difícil razonar con claridad, pues cuando una emoción como el miedo (Sistema 1) entra en escena es difícil hacerle caso a la razón (Sistema 2):

La excitación emocional es de naturaleza asociativa, automática e incontrolada, e impulsa a la acción protectora. El Sistema 2 podrá «saber» que la probabilidad es baja, pero este conocimiento no elimina la incomodidad que uno mismo se crea y el deseo de evitarla. El Sistema 1 no puede desconectarse. La emoción no solo es desproporcionada a la probabilidad; también es insensible al grado exacto de probabilidad. Supongamos que dos ciudades han sido alertadas de la presencia de terroristas suicidas. Los habitantes de una de ellas han recibido la información de que hay dos individuos dispuestos a activar sus bombas. Y los de la otra se han enterado de que hay uno solo dispuesto a cometer el mismo acto. El riesgo en esta segunda es la mitad del de la primera, pero ¿se sienten más seguros?
Kahneman sabe bien de lo que habla. Nacido en Tel Aviv, el célebre psicólogo vivió en Israel durante la Segunda Intifada, periodo en el que los atentados suicidas en el interior de autobuses eran relativamente frecuentes. Incluso alguien como él, que ha dedicado treinta años a investigar la irracionalidad del ser humano (incluyendo la heurística de disponiblidad), no podía dejar de verse afectado por el miedo, aún sabiendo que el riesgo era insignificante. Según sus propias palabras (ibídem Kahneman):

No tuve muchas ocasiones de viajar en un autobús, pues utilizaba un coche de alquiler, pero estaba apesadumbrado porque me di cuenta de que mi comportamiento también resultó afectado. Frente a un semáforo en rojo evitaba parar cerca de un autobús, y cuando se encendía la luz verde, arrancaba más deprisa de lo normal. Me sentía avergonzado, porque yo conocía mejor la situación. Sabía que el riesgo era insignificante, y que cualquier efecto del mismo en mis actos me haría asignar un «valor decisorio» desmesuradamente alto a una probabilidad minúscula. Era más probable que resultara herido en un accidente de tráfico que por pararme junto a un autobús. Pero el motivo de que evitara los autobuses no era una preocupación racional por sobrevivir. Me dominaba la experiencia del momento: el hallarme cerca de un autobús me hacía pensar en bombas, y ese pensamiento era incómodo. Evitaba los autobuses porque quería pensar en cualquier otra cosa.
Curiosamente, el propio hecho de no ser viajero habitual en autobús pudo impedir a Kahneman superar su medio. Los economistas Becker y Rubinstein analizaron el comportamiento de la población Israelí durante la Intifada y encontraron que la bajada en la demanda de servicios que han sido objeto de ataques terroristas (bares, centros comerciales, etcétera) se debe únicamente a la reacción de los consumidores ocasionales de los mismos. Según ellos, la predisposición a controlar las propias emociones depende de los costes y beneficios económicos asociados con la adquisición de este autocontrol:

Consistent with the theoretical predictions, Becker and Rubinstein find, for instance, that the overall effect of attacks on the usage of goods and services subject to terror attacks (buses, malls, restaurants) reflects solely the reactions of occasional users and consumers. Terrorist attacks do not have any effect on the demand for these goods and services by frequent users and consumers. The reason is that frequent users are those who also tend to receive greater benefits from learning to overcome fear. Furthermore, once an individual learns to control fear triggered by, say, bus attacks, this control reduces the degree to which other types of terrorism (e.g., attacks in malls, coffee shops, or restaurants) cause her or his subjective and objective beliefs to diverge.
Como dice Nassim Taleb: «el terrorismo mata, pero el mayor asesino sigue siendo el entorno». La diferencia, continúa, es que las respuestas emocionales en ambos casos son distintas. «Sentimos el aguijón del daño producido por el hombre más que el que causa la naturaleza». El terror le habla directamente a la zona más primitiva del cerebro, y los medios de comunicación no hacen sino empeorarlo. Momentos como este son propicios para poner énfasis en dos sanas costumbres de la vida diaria: controlar nuestras emociones e ignorar a nuestro cuñado.

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