Me atrevería a decir que todos somos askholes en mayor o menor medida. A menudo no buscamos un consejo sincero sino que nos digan lo que queremos oír (ya saben, el sesgo de confirmación). En esas ocasiones solo haremos caso si las sugerencias recibidas concuerdan con lo que ya teníamos pensado hacer (hay gente que incluso llega a pagar a un psicólogo para que le dé indicaciones que luego ignorará). Pero también puede ocurrir que no apliquemos el asesoramiento que nos dan porque no nos sea útil o practicable.
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Supongamos, dice Felten, que un amigo de otro país viene a visitarnos a nuestra ciudad y nos pregunta por un sitio en el que cenar. Este es un caso sencillo pero la pregunta podría tener más enjundia (¿debo cambiar de trabajo? ¿sigo luchando por mi relación?). Una primera aproximación al problema es no querer involucrarse demasiado en la vida de la otra persona, esto es, partir de la premisa de que no estamos capacitados para decirle a alguien cómo vivir su vida. Desde esta perspectiva podemos responder a su pregunta solo con hechos y dejar que el otro decida. De modo que le damos a nuestro amigo un mapa, la carta de cada restaurante en la ciudad y un libro sobre nutrición humana. De esta manera ya tiene todo lo que necesita para tomar una decisión informada.
Obviamente, hacer eso no va a servir de nada a nuestro amigo. Si ante la pregunta «¿debo cambiar de trabajo?» sacamos a colación la tasa de paro actual, el número de ofertas disponibles para su perfil laboral, los salarios y horarios disponibles, etcétera, no estamos siendo útiles. Todo ello son datos que nuestro amigo ya conoce de antemano o que puede buscar por sí mismo. Lo que él busca, continúa Felten, no son datos, sino nuestra valoración, nuestro juicio.
Pasemos ahora al extremo opuesto, es decir, a aquellas personas a las que les encanta decirles a los demás cómo vivir su vida. Cuando pedimos consejo a tales individuos lo que obtenemos es una decisión dictada («haz esto») con el añadido habitual de que, si no lo hacemos, nos tachará de idiotas. Este comportamiento es típico de personas con opiniones fuertes que están convencidos de que solo hay una forma de ver el mundo o hacer las cosas: la suya. Además creen que sus conclusiones deberían ser obvias para cualquier ser viviente, por lo que cualquiera que no piense como ellos o no hagan lo que ellos proponen es un desviado.
De acuerdo con el profesor de Princeton, decirle a alguien lo que tiene que hacer tampoco es la forma más apropiada de dar consejos. Siguiendo con nuestro ejemplo, lo que haría uno de estos dictadores es enviar al amigo a su hamburguesería favorita sin tener en cuenta si a este último le gustan las hamburguesas, tiene el colesterol alto o debe vigilar la ingesta de sal (y no digamos ya si resulta que su amigo es vegetariano, en cuyo caso le tomará por anormal directamente y le explicará con pelos y señales lo idiota que es por no comer carne). Por otro lado, pedir consejo no equivale a dar permiso para que nos digan cómo vivir nuestra vida. Cada uno de nosotros responde antes ciertas personas y ante sí mismo. En mi humilde opinión, decirle a alguien cómo vivir su vida es sobrepasarse:
We have to try to do the right thing on our own. We can ask for advice, we can read books, but in the end, we have to make our own decisions and live with them. There are no moral experts. There are no gurus so wise and clever that they can lead our lives for us. Living successfully and being moral isn’t a kind of knowledge at all. It’s a matter of making judgements based on our own experience and our own principles. We have to choose what we think is the correct course of action and hope that we’re more or less right.La tercera forma de asesoramiento que analiza Felten es descargar nuestro cerebro. En el caso que nos ocupa lo que haríamos es decirle a nuestro amigo todo lo que sabemos sobre los restaurantes de la ciudad, cómo solemos decidir nosotros mismos dónde cenar, qué solemos aconsejar a otras personas, así como todos los pros y los contras que conocemos de cada sitio («este está muy lleno a partir de cierta hora», «en este otro te atienden muy despacio», etcétera). Al hacer esto es posible que nuestro amigo se convierta en un experto en los restaurantes de nuestra ciudad pero sigue sin saber dónde cenar porque muy probablemente no tendrá ni el tiempo ni las ganas necesarios para oír nuestra disertación.
¿Cómo podemos ser útiles a nuestro amigo? Para Felten es una cuestión de sumar a nuestro conocimiento los conocimientos de nuestro amigo y sus preferencias. Siempre habrá cosas que nosotros no sepamos y que sean relevantes a la hora de actuar, como el colesterol alto que hemos mencionado antes. La manera de proceder, por tanto, sería obtener de la otra persona su conocimiento y sus preferencias (¿tienes coche? ¿te gusta la comida picante? ¿eres alérgico a algún alimento? ¿te gusta probar cosas nuevas? ¿qué restaurantes sueles visitar en tu ciudad natal?). Con esa información podemos hacernos una idea de lo que le gusta y lo que realmente quiere y hacer un puñado de recomendaciones basadas en dicha información, mencionando las ventajas y desventajas en términos que sean importantes para la otra persona («en este sirven menú sin sal», «en este otro no hay platos sin gluten ni frutos secos»).
El inconveniente de este proceso es que requiere bastante comunicación y, por tanto, puede ser un poco lento. Hay que hacer unas cuantas preguntas, de cuyas respuestas se pueden derivar más cuestiones, así como recoger información sobre cómo fue la decisión («¿te gustó el sitio al que fuiste al final?») de forma que la próxima vez podamos aconsejar aún mejor. También es necesario que haya confianza mutua, sostiene finalmente Felten.
A mi juicio, una de las falacias más extendidas acerca de la toma de decisiones es que la calidad de la misma depende de los datos de los que disponemos. Lo cierto es que las decisiones de un político o un amigo no tienen por qué mejorar por el mero hecho de que les proveamos de una extensa lista de números o de hechos. Este año hemos hablado mucho sobre cómo los hechos por sí mismos no afectan a nuestras creencias como suponemos. También hemos hablado de cómo a nuestra mente no se le da demasiado bien manejar grandes cantidades de datos y determinar qué es realmente importante y qué no.
Al igual que los buenos sistemas, los buenos consejos tienen en cuenta tanto nuestros juicios como las preferencias, virtudes y limitaciones de quien los recibe. Puede que una combinación de ejercicios con cargas e intervalos de alta intensidad sea lo mejor para perder peso, pero a una persona con un gran sobrepeso probablemente le convendrá más andar que hacer ejercicios pliométricos. A alguien tímido y con baja autoconfianza no le servirá de mucho proponerle que se plante ante su jefe y le cante las cuarenta para conseguir un aumento. Y así siguiendo.
¿Servirán los buenos consejos para reducir el número de askholes? No tengo respuesta para eso. En cualquier caso, no se sientan askholes si ignoran todo lo expuesto aquí. Al fin y al cabo, ustedes no pidieron consejo sobre cómo dar consejos.
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