lunes, 2 de noviembre de 2015

Los próximos treinta años

Las guerras del futuro no se librarán en un campo de batalla ni en el mar. Se librarán en el Espacio o, en su lugar, en la cima de una montaña muy alta. En cualquier caso, la mayor parte del combate será llevado a cabo por pequeños robots. Cuando salgáis hoy de aquí recordad siempre que vuestro deber está muy claro: construir y mantener esos robots.
—Los Simpson 4F21

Hablaba hace unos días con una amiga sobre cómo el futuro imaginado por los guionistas del largometraje Regreso al futuro II no se ha materializado. En lugar de zapatillas que se atan solas tenemos paloselfis, en lugar de ropa cuya talla se ajusta automáticamente tenemos paloselfis, y en lugar de patinetes y coches voladores tenemos... memes y emojis. Mi amiga y yo nos preguntábamos en qué momento la Humanidad se había perdido.

Aún así, algunas predicciones de la película sí se han hecho realidad, como los remakes en tres dimensiones, las videollamadas o la nostalgia de los ochenta. Si ustedes creen que pueden hacerlo mejor, Luis Tarrafeta ha comenzado en su blog una casa de apuestas al estilo de longbets.org. En caso de que su pronóstico (con un horizonte mínimo de dos años) resulte acertado pueden ganar una cena o unas cervezas gratis.

Foto de rjrgmc28
No es más que la verdad sencilla cuando decimos que a los humanos se nos da fatal predecir el futuro. A este respecto les recomiendo el libro de Dan Gardner titulado Future Babble: Why Expert Predictions Are Next to Worthless, and You Can Do Better. En él encontrarán célebres predicciones fallidas, como las de Paul Ehrlich sobre superpoblación y hambrunas, o aquella otra muy popular en la década de los setenta que aseguraba que se acabaría todo el petróleo en unos treinta años, con consecuencias desastrosas. Otras son menos conocidas pero igualmente erradas, como la aseveración hecha por el periodista H. N. Norman de que se había llegado a la paz eterna meses antes de que estallara la Primera Guerra Mundial. Muchas otras las he vivido de primera mano. A finales de los ochenta, verbigracia, parecía que Japón iba encaminado a dominar la economía mundial, cuando lo que ocurrió fue que pocos años después su economía se hundió. A finales de los noventa, con la economía estadounidense funcionando a todo gas daba la impresión de que eso del crecimiento económico estaba dominado, y se publicó Dow 36,000. Poco después de la aparición del libro el índice Dow Jones marcó su máximo en menos de 12.000 y empezó un doloroso descenso producido por la explosión de la burbuja de las puntocom.

Un compendio de todas las razones por las que los humanos somos tan malos haciendo predicciones da para llenar una biblioteca, pero una de las causas más importantes tiene que ver con nuestra propia psicología. Cuando hacemos predicciones sobre el futuro solemos limitarnos a extender de forma ingenua las tendencias actuales, de manera que si vivimos una época de bonanza vaticinaremos un futuro brillante, mientras que en épocas de crisis la mayoría de voces advertirá que el fin de la civilización está cerca. Esto se conoce como sesgo del statu quo:

In psychology and behavioral economics, status quo bias is a term applied in many different contexts, but it usually boils down to the fact that people are conservative: We stick with the status quo unless something compels us otherwise. In the realm of prediction, this manifests itself in the tendency to see tomorrow as being like today. Of course, this doesn’t mean we expect nothing to change. Change is what made today what it is. But the change we expect is more of the same. If crime, stocks, gas prices, or anything else goes up today, we will tend to expect it to go up tomorrow. And so tomorrow won’t be identical to today. It will be like today. Only more so.
En realidad, esta no es una mala regla heurística. En 2007, Ron Alquist y Lutz Kilian observaron que el mejor método para predecir el precio futuro del petróleo es, simplemente, suponer que será el mismo que hoy. Parece una regla absurda y está lejos de ser precisa pero, aún así, tal como demostraron estos dos economistas en su estudio es mejor que cualquier otro método, ya sean modelos econométricos, precios en mercados de futuros u opiniones de expertos. En este mismo sentido, Philip Tetlock advirtió en su experimento que quienes más aciertan en sus augurios son aquellos que menos se alejan del statu quo:

Each step from the equilibrium is harder than the last. Negative feedback stabilizes social systems because major changes in one direction are offset by counterreactions. Good judges appreciate that forecasts of prolonged radical shifts from the status quo are generally a bad bet.
El problema es que los cambios económicos, políticos y sociales son acumulativos, y cuanto más largo es el horizonte de predicción mayor es la probabilidad de que aparezcan cisnes negros en el camino (ibídem Gardner):

This tendency to take current trends and project them into the future is the starting point of most attempts to predict. Very often, it’s also the end point. That’s not necessarily a bad thing. After all, tomorrow typically is like today. Current trends do tend to continue. But not always. Change happens. And the farther we look into the future, the more opportunity there is for current trends to be modified, bent, or reversed. Predicting the future by projecting the present is like driving with no hands. It works while you are on a long stretch of straight road, but even a gentle curve is trouble, and a sharp turn always ends in a flaming wreck.
Dejemos a un lado las predicciones políticas y económicas y hablemos brevemente sobre los cambios tecnológicos. Actualmente se habla mucho sobre el impacto que tendrán los robots y tecnologías como Bitcoin. Obviamente, todas las predicciones al respecto son mera especulación y solo con el paso del tiempo veremos qué ocurre. De la misma manera que no podemos hacer predicciones precisas a treinta años vista cuando se trata de sistemas sometidos al caos y a la aleatoriedad tampoco estamos en posición de hacerlos en lo que a tecnología se refiere. Una razón para ello fue expuesta por Karl Popper allá por la década de 1930 (ibídem Gardner):

“The course of human history is strongly influenced by the growth of human knowledge,” Popper wrote. But it’s impossible to “predict, by rational or scientific methods, the future growth of our scientific knowledge” because doing so would require us to know that future knowledge, and, if we did, it would be present knowledge, not future knowledge. “We cannot, therefore, predict the future course of human history.”
Existe otra razón posible, propuesta por Nassim Taleb, que tiene que ver con la forma en que enfocamos el problema de hacer predicciones. Cuando imaginamos el futuro tendemos a pensar en las novedades cuando lo correcto –según él– es centrarse en aquello que desaparecerá (énfasis en el original):

Now close your eyes and try to imagine your future surroundings in, say, five, ten, or twenty-five years. Odds are your imagination will produce new things in it, things we call innovation, improvements, killer technologies, and other inelegant and hackneyed words from the business jargon. These common concepts concerning innovation, we will see, are not just offensive aesthetically, but they are nonsense both empirically and philosophically.
Why? Odds are that your imagination will be adding things to the present world. I am sorry, but [...] this approach is exactly backward: the way to do it rigorously, according to the notions of fragility and antifragility, is to take away from the future, reduce from it, simply, things that do not belong to the coming times. Via negativa. What is fragile will eventually break; and, luckily, we can easily tell what is fragile.
Por supuesto, eso no quiere decir que no vayan a aparecer nuevas tecnologías. Lo que este autor sostiene es que algunas tecnologías será reemplazadas por otra cosa, y que esa «otra cosa» es impredecible. Para saber qué tecnologías tienen más probabilidad de desaparecer, Taleb sugiere una regla sencilla (el énfasis es mío):

For the nonperishable, every additional day may imply a longer life expectancy.
So the longer a technology lives, the longer it can be expected to live.
[...] If a book has been in print for forty years, I can expect it to be in print for another forty years. But, and that is the main difference, if it survives another decade, then it will be expected to be in print another fifty years. This, simply, as a rule, tells you why things that have been around for a long time are not “aging” like persons, but “aging” in reverse. Every year that passes without extinction doubles the additional life expectancy. This is an indicator of some robustness. The robustness of an item is proportional to its life!
De acuerdo con este razonamiento, uno los grandes aciertos de Regreso al Futuro II es suponer que en 2015 aún habría periódicos en papel.

Independientemente del zeitgeist, una de las predicciones que siempre está ahí es la del fin del mundo: que si el LHC, que si los Mayas, que si el efecto 2000, que si la energía nuclear, que si Nostradamus, que si la caída del Imperio Romano. Es como si la Humanidad pensara, a cada paso que da, que todo está estropeado sin remedio y que el apocalipsis nos aguarda en los próximos años, si no meses. Pero aquí seguimos, oiga.

Incluso en nuestra vida diaria podemos ver la obsesión con proclamar el fin de algo, ya sea la prensa escrita, alguna tecnología concreta o el dominio de un equipo como el Barcelona de Guardiola. Yo, verbigracia, llevo ya cinco años oyendo a la gente que se marcha de la empresa en la que trabajo decir que la compañía está acabada, que va a cerrar y que huya cuanto antes. Bien es cierto que hace aproximadamente año y medio estuvo a punto de declararse en bancarrota, pero el hecho es que superó el bache y ahí sigue, ofreciendo sus servicios. Y, si Taleb tiene razón, ahí seguirá otros quince años. Personalmente, tengo mis reservas de que vaya a durar tanto pero no se preocupen, en 2030 les diré quién tenía razón. Si el mundo no se ha acabado, claro.

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