miércoles, 16 de noviembre de 2011

En el fondo del pozo nos encontraremos (III)

Lea la primera y segunda parte de esta serie de artículos.

Me fascina la capacidad que tiene el cerebro de hacerse daño a sí mismo y al resto del cuerpo. Cuando anticipamos un suceso desagradable los efectos negativos se producen ya en ese mismo momento, en el presente. Por otro lado, si se le da suficientes vueltas a un hecho doloroso del pasado el cerebro puede entrar en barrena. En principio cualquier persona puede ser víctima de sus propios pensamientos, si bien algunas tienen mejores defensas que otras.

Foto de Angelff
El pensamiento depresivo es irracional, circular y obsesivo. La comedia No sos vos, soy yo lo retrata muy bien. Después de dejarlo con su pareja el protagonista acaba logrando que su mejor amigo se duerma de aburrimiento en la noria tras contarle lo mismo día tras día. Curiosamente esa película me la recomendó mi mejor amigo cuando se estaba comportando exactamente así, debido también a los problemas que tenía con su novia.

El cerebro es un poco como un jardín Zen: cuanto más se traza la misma senda (más se veces se piensa o se hace algo) más profunda se vuelve (más automático y real de cara a uno mismo). También dentro del cerebro la electricidad sigue el camino de menor resistencia. En este caso es aquel cuyas conexiones neuronales están más fortalecidas. Este mecanismo nos permite aprender y automatizar conductas. Si eso ocurre con un hábito positivo como el ejercicio, genial. Pero también se puede automatizar el dolor. Así es cómo un recuerdo o un razonamiento se vuelve obsesivo.

La depresión se alimenta a sí misma. Al haberse convertido en principales los caminos que llevan a imaginaciones terribles de falta de valía y esperanza, la vida del sujeto se tiñe de negro. Todo es una mierda, nada vale la pena. Eso hace que la persona se sienta mal. Y cuando alguien se siente mal su cognición está sesgada (más de lo normal), orientada hacia lo malo. Los filtros de la percepción intelectual se polarizan para dejar paso únicamente a lo doloroso, aquello que confirma la visión oscura del mundo. Además, el mero hecho de centrarse en algo ya lo magnifica. En cierto modo cavamos nuestro propio pozo.

Puede ser difícil para los que rodean al enfermo entender cómo se puede ser tan... tan... bueno, tan idiota. Quien no está deprimido puede ver con claridad la irracionalidad de quien sufre. Un ejemplo claro es la dicotomía que se instala en la mente del deprimido. No todo es malo, no es que no haya ninguna esperanza, ni que uno no valga para nada. Casi parece evidente que esa forma de pensar no soporta un análisis empírico o racional. Darse cuenta de ello es uno de los objetivos de la psicoterapia.

Continuará

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