jueves, 11 de noviembre de 2010

Soy más feliz con el dólar


Los Simpsons, episodio 4F01. Homer está llevando a cabo una campaña de telemárketing fraudulento consistente en llamar automáticamente a todos los teléfonos del pueblo y reproducir este mensaje:
"Saludos, amigo. ¿Desea ser tan feliz como yo? Pues ahora tiene la oportunidad de serlo. Aprovéchela y envíe un dólar a 'Hombre feliz', calle Evergreen Terrace 742, Springfield. Dese prisa, la felicidad eterna está a solo un dólar de distancia."
El señor Burns es el primero en oírlo:
"Mmmm, un dólar a cambio de la felicidad eterna... aaah... soy más feliz con el dólar."

Dicen que el dinero no da la felicidad, que la compra hecha. O que el dinero no da la felicidad, sino que son las cosas compradas con el dinero las que la dan. Últimamente me he preguntado si no será verdad.

Razonaré al revés. Dicen que el dinero no da la felicidad porque, cuanto más tienes, más quieres. Cuando compras algo sientes un subidón de endorfinas momentáneo, pero su efecto es efímero y enseguida buscarás el siguiente "chute". No suena bien pero ¿y si eso es la felicidad? Quiero decir que, para mí, la felicidad no es una meta que se cruza tras lo cual se permanece en ese estado para siempre, sino algo que viene en ráfagas a lo largo de la vida. Entonces ¿por qué comprar regularmente (con el "subidón" asociado) no va a ser una buena forma de ser feliz?.

Personalmente, el consumismo no me parece la vía idónea para alcanzar ese estado de dicha. No es sostenible a largo plazo, y carece de un significado profundo. Además, lo que leo una y otra vez es que la felicidad de uno mismo está en los otros.

Puede que el dinero no dé la felicidad, pero intuimos que ayuda. Lo que hay que tener en cuenta es en qué gastarlo, y cómo. O, simple y llanamente, acumularlo para tener más que el vecino.